jueves, agosto 24, 2006

El síndrome del 45

La política exterior americana tiene un problema grave desde hace tiempo, y me parece que se resume en algo bastante sencillo: la segunda guerra mundial.

Desde hace unos años, los americanos miran constantemente a esa guerra. Llaman a los veteranos de ese conflicto the greatest generation, y hablan con orgullo de como ellos derrotaron a la tiranía y al mal que representaba el nazismo. Obviando el hecho que fue un régimen casi igual de malvado que el de Hitler el que hizo la mayor parte del trabajo (los soviéticos), se aprecia una cierta nostalgia por los enormes, colosales logros que el país realizó para ganar la guerra.

La fuente de esa nostalgia, me temo, es la causa del problema: la percepción que la guerra fue justa y necesaria. Obviamente, eso es cierto, lo que no es tan sencillo es extrapolar esa percepción a todas las guerras. Los americanos, desde Reagan, son víctimas de una retórica quijotesca de buenos y malos un tanto insidiosa. Es cierto que todos los países hablan usando esa retórica; sin embargo, esto no implica que sus líderes se la crean.

Tras la segunda guerra mundial, Truman y el departamento de estado hablaban en grandes palabras, pero actuaban usando la más fría de las racionalidades. El telegrama largo de George Kennan era cualquier cosa menos poético; veía un problema (la Unión Soviética), y delineaba una táctica (la contención) que equivalía a meterse en guerras por motivos estratégicos, no ideológicos. Aún viendo a los rusos como el imperio del mal, los americanos nunca se cortaron un pelo en hablar con ellos, mientras prometían su exterminio en caso de guerra nuclear. Si la victoria final necesitaba de apoyar dictadores, meterse en guerras en agujeros inmundos y pegar tiros en repúblicas bananeras, se hacía y punto. El fin justificaba los medios.

De un tiempo a esta parte, sin embargo, Estados Unidos parece estar substituyendo el realismo de la guerra fría por una especie de absolutismo moral. Hablar con los malos equivale a darles la razón, todo lo que se hace es por altos motivos morales, no cálculos estratégicos, y debido a la maldad del oponente, el único compromiso / paz posible es la del cementerio.

Si bien tener el compas moral bien regulado es digno de alabanza, el utilizarlo de manera inflexible como herramienta de política exterior es poco realista. Al ver todo conflicto como un sistema binario (yo bueno, él malvado), Estados Unidos se pasea por el mundo con una mano atada a la espalda. No admiten, en ningún caso, el compromiso, y sin embargo, no tienen los recursos necesarios para que todas sus negativas sean creíbles.

Ser inflexible y tozudo al negociar con Iran es útil siempre que uno pueda enseñar el garrote y amenazar de manera creíble. Estados Unidos, ahora mismo, no se puede permitir una guerra, así que su pose Churchiliana no deja de ser de cruzado de pecho de lata. La cabezonería america ahora mismo es peor que un apaciguamiento; no son capaces de frenar nada mediante concesiones, y no obtienen nada mediante el miedo ya que su amenaza no es creíble.

Cuando la lista de enemigos en el mundo es tan larga, y la capacidad de disuadir es tan limitada, el absolutismo moral en la política exterior acaba siendo inútil. En el fondo, Estados Unidos es como uno de esos tipos berreando amenazas de derribar el gobierno desde una esquina. Ruido hacen, pero no tienen capacidad de hacerlo. Es hora que bajen del burro, y busquen objetivos quizás no tan moralmente perfectos, pero al menos vagamente realizables. Ahora mismo, su bravuconería no aporta nada.

1 comentario:

Laia Balcells dijo...

lectura recomendada: "Cultural Realims", de Alastair Johnston (1996).