Las noticias estos días en Afganistan son como mínimo preocupantes, y potencialmente pueden representar el principio de otra larga pesadilla de insurgencias y guerrillas en un país con un largo historial de violencia.
Algo que no es demasiado extraño, si uno mira las cifras. Los talibanes, siendo muy generoso, tienen 20.000 milicianos en armas; los aliados 53.000. El problema para las tropas internacionales es que Afganistan es un país un poco más grande que España, rematadamente montañoso, y con una larga tradición de meter el dedo en el ojo a cualquier ejército que pase por ahí haciendo turismo. Hay mucho sitio, y muchos montes, donde esconderse, especialmente cuando el ejército que se supone debe perseguir guerrilleros está bajo el mando de una pila de democracias con pocas ganas de juerga.
La opinión pública de la mayoría de países occidentales andan bastante escasos de entusiasmo militar estos días. Allá por el 2001 casi nadie se opuso a la invasión de Afganistan, en gran parte porque tenía sentido hacerlo. Incluso los alemanes, que después de 1945 no habían movido un dedo militarmente ni una sóla vez, se apuntaron a la juerga.
El problema llegó más tarde, el 2003, cuando los Estados Unidos y cuatro amigotes se lanzaron a por Irak, y dieron a las aventuras exteriores una mala imagen. Las democracias son, tradicionalmente, muy efectivas ganando guerras; los políticos saben que los votantes entienden qué es ganar y qué es perder cuando se trata de liarse a tiros, así que los dirigentes sólo se meten a tortas si saben que van a ganar. Tras el patético fracaso americano en Irak (al paso que van, habrán conseguido que Irán tenga un amigo nuevo en la región, nada más), los votantes de muchas democracias occidentales han empezado a mirar el conflicto afgano como una potencial repetición del desastre en el Tigris y Eufrates. Si los nativos están cabreados con nosotros, hacemos las maletas y para casa.
Lo que es una lastima, porque es una guerra que sí es relevante, y sí necesita todo el apoyo que uno puede ofrecer. Es cierto que los americanos han cometido un error tras otro, concentrando fuerzas donde no pueden ganar ya (y no, un Irak estable y amigo de Irán no es una victoria) y dejando de lado el territorio que realmente se puede convertir en fuente de problemas.
Cuando hablamos de potenciales enemigos es casi obligado hacer una distinción entre dos potenciales riesgos. El primero es viejo, conocido y relativamente fácil de controlar: el viejo estado-nación. Es Rusia, Irán, o China; un gobierno más o menos organizado, un territorio, unos cuantos millones de personas detrás, y la idea más o menos clara que no les caemos bien, quieren ser más poderosos, pero que son relativamente racionales al pelear con nosotros. Un estado nación puede ser malvado, pero no es estúpido; entiende los mensajes básicos del palo y la zanahoria, y no usará la violencia a no ser que no tenga otra salida.
El segundo problema es -relativamente- nuevo, y parece que los Estados Unidos no han acabado aún de entenderlo del todo: los no estados. Grupos de locos detrás de una idea que viven en lugares sin estado; lo suyo es usar la violencia como propaganda y punto, sin tener miedo que alguien tome represalias contra su organización. Básicamente, porque no tienen ninguna: tienen militantes y tienen sus tiendas de campaña, pero no tienen súbditos / ciudadanos que defender o territorio (industrias, infraestructuras, granjas) que cubrir. Lo suyo es hacer anuncios a bombazos, debilitar gobiernos (que sí tienen que defender cosas) y ver su idea cuaja.
Este segundo grupo es fácil de contener en cierto sentido, pero difícil de extinguir. En España tenemos experiencia en ello: ETA no se va nunca, pero es incapaz de ser nada más que una molestia. Las democracias occidentales pueden sobrevivir el terrorismo; la cuestión es como sacarse la molestia de encima. Para ello es necesario evitar que los terroristas lugares sin estado donde esconderse (complicado) y trabajo policial más o menos a la vieja usanza; quizás con un poco más de entusiamo (si eres el Mossad) si decides que eso del estado de derecho no tiene importancia fuera de tu propio país.
Afganistán es un sitio donde necesitamos que haya un estado de forma desesperada, nos guste o no. Al paso que vamos, parece que será cuestión de esperar a que Estados Unidos decida dejar de perder el tiempo en Irak y se concentré en este frente, pero no sería mala idea que los europeos se pongan las pilas.