Bolivia, otra vez. Es un país del que he hablado a menudo, y la verdad, la crisis de hoy es lo mismo que sucedía el año pasado, cambiando la letra pero con la misma melodía. En contra de lo que dicen en El País, el origen de los disturbios es esencialmente interno, y como tal, difícil que se extienda por todo el continente.
El problema de Bolivia es muy simple: el gas natural ha hecho el país ingobernable. El gas no crea (ni creará) riqueza, pero genera un conflicto irresoluble por el control de un recurso que tiene la maldita manía de estar atado a una zona geográfica. Si tu región no tiene gas, no quieres autonomías controlando ese recurso. Si tu región tiene gas, quieres un concierto económico y poco que compartir.
Si esto sucede en un país razonablemente rico y con una distribución de la renta decente (digamos Canadá o Noruega), el decidir quién gana y quien pierde es relativamente fácil, ya que los hidrocarburos son un lujo agradable, pero no una fuente de riqueza imprescindible. Si tu país anda corto de pasta, tiene un sistema político oligofrénico, mala distribución de renta y una larga tradición de resolverlo todo a guantazos, el gas es de de hecho una maldición. Advinad en qué grupo cae Bolivia. Los problemas empezaron hace tiempo (en el 2005 ya hablaba de ello) y no parecen cerrarse, sea quien sea presidente.
Bolivia no parará de implosionar ciclicamente hasta que saquen el debate sobre los ingresos del gas de la mesa de un modo u otro, llegando a un pacto más o menos equilibrado que todo el mundo pueda aceptar. Siendo el estado boliviano ridículamente débil, este pacto no parece que pueda ser alcanzado a base de elecciones y mayorías simples; el perdedor sale a la calle cada vez que puede, y siempre puede torearse al presidente.
¿La solución? No veo demasiadas, pero no creo que una intervención decidida desde el exterior para mediar en el conflicto sea una mala idea necesariamente. Brasil y (en menor medida) Chile pueden ayudar a forzar un acuerdo a base de ofrecer palos y zanahorias a los actores implicados, creando un equilibrio más o menos aceptable para todos. Una solución básicamente pragmática, básicamente; obviamente algo que los melones maximalistas del "antiimperialismo vendiendo petroleo" no acaban de entender.
En fin, espero sinceramente que los bolivianos se dejen de cantos de sirena bolivarianos y conspiraciones gringas ficticias y empiecen a entender que si están a tortas todo el día la culpa es básicamente suya. Esperemos que Lula y los suyos sean capaces de llevar esto a buen puerto.