Para los meteorólogos fustrados que hay por ahí fuera, la cobertura informativa en la televisión americana del Huracán Katrina (por cierto, el merluzo de El País que lo llama ciclón que se lo haga mirar; huracán es una palabra perfectamente aceptable y más precisa) es una gozada. Uno, que se divierte mirando catástrofes (y trenes, y cómics, y películas gafosas, etc...) se lo ha pasado muy bien mirando espirales tomadas desde el satélite y predicciones de Nueva Orleans sumergida.
Afortunadamente, aparte de un montón de casas de madera destrozadas (manía de este país de hacer las cosas de cartón, oye) parece que la cosa no irá a mayores en cuanto a tragedia humana, y que este huracán será uno más. O quizás no, si nos ponemos pesimistas. En política y economía uno debe ser siempre pesimista, mejor preocuparse demasiado que encontrarse con un problema demasiado tarde, ya se sabe. Y Katrina puede haber cascado la economía americana pero bien, y donde más duele.
En el precio de la energía, nada menos. Una proporción importante de la capacidad de refinado de crudo en los Estados Unidos está en la región que se ha tragado el gigantesco huracán (sobre un 10%), así como un porcentaje significativo del petroleo que se produce en Estados Unidos. La producción de crudo, sin embargo, es menos importante que las refinerías. Hasta la semana pasada, las refinerías de Estados Unidos estaban trabajando casi al límite de su capacidad; aún así, el precio de la gasolina estaba cerca en muchos estados de los $3 el galón (que es un precio ridículo, pero vamos). Un recorte de la capacidad de refinado, aunque sea temporal, puede hacer que estos precios suban de golpe, quizás 50 centavos en un par de semanas.
Aisladamente, eso no parece gran cosa, pero el efecto en cadena podría ser realmente feo. Si la confianza de los consumidores baja, y el gasto se frena de golpe, la economía del país (y sus importaciones, y con ello el resto del mundo) se podría resentir algo serio. La economía americana no está en una posición demasiado clara, con un mercado laboral flojo y unos jaleos de balanza exterior bastante serios, así que un toque fuerte en la tecla equivocada podría sacar bastantes cosas de sitio, especialmente si se dan mensajes de pánico. Asi pues, un huracán que afecta una parte ridícula del país (por muy grande que haya sido, 200 millas de costa no es nada por estos lares) puede de hecho hacer mucho más daño de lo que parece, si las cosas se tuercen.
Irónicamente, podría ser que con el huracán el precio del barril de crudo bajase (a medio plazo; ahora es sólo miedo), al haber menos refinerías donde procesarlo en el país que más consume. Un regalo para el resto de consumidores, que tienen sus refinerias intactas. Un poco de recesión también arreglaría los problemas de balanza exterior americanos rápido, por cierto, aunque sería matar moscas a cañonazos.
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