Normalmente al hablar de leyes y su cumplimiento tenemos en mente algo bien poco sutil. Un grupo de políticos, tras ser votados en el cargo por varios millones de personas, escriben un texto en un lenguaje oscuro y arcaizante regulando algún aspecto de nuestras vidas. Una vez el mamotreto es aprobado, la ley pasa a estar en los libros y su aplicación pasa a ser el trabajo de un ejercito de dos millones de funcionarios, bajo la vigilancia de unos tribunales que pueden arruinarte la vida si decides que esto de no pegar a los niños del vecino cuando se portan mal es una mala idea.
Lo cierto es que dicho así suena bastante abrumador. Un libraco lleno de artículos, con todo el poder del estado detrás; la verdad, esto de la ley es algo un poco inquietante. Todas esas reglas, esperando que yo las vulnere. Cielos. Sin embargo, es un ejercicio intelectual interesante considerar de hecho cuantas normas de hecho seguimos y cumplimos a lo largo del día, muchas veces sin darnos cuenta.
Empezando por las normas gramaticales y ortográficas del castellano, un servidor ya ha cumplido unas cuantas. He bajado la basura esta mañana (en mi barrio, se recoge cada miércoles), tomado una ducha y vestido en "uniforme" de oficina, respetado el hecho que son las ocho de la mañana, y aceptado el dólar como depósito de valor al contemplar con fustración lo mucho que ha subido el recibo de la luz. Tras aceptar las reglas de transacciones electrónicas y pagarlo por internet, ahora cuando vaya al trabajo respetaré de forma escrupulosa el hecho que debo circular por la derecha, a pesar de mis convicciones izquierdistas. Una vez en la oficina, asumiré que no puedo usar las información de los clientes para comprar en Ebay, aceptaré que las puntuaciones de crédito son relevantes, y a pesar del profundo sopor que todo lo envuelve, aguantaré estoico hasta las cinco para irme a casa y jugar a videojuegos, que es lo que realmente me apetece.
En todas esas acciones, y en muchas otras pequeñas decisiones sutiles que tomamos a lo largo del día, el estado no ha tenido nada que ver. El hecho que acepte dólares como salario (y no exija oro o ganchitos como forma de pago), circule por la derecha o siga la hora oficial no depende de mi temor a que el gobierno federal me pegue una paliza, sino de algo tan simple como mi propio interés. Son reglas que están en los libros no tanto para ser sancionadas, sino para actuar como señales comunes que nos benefician a todos.
En cierto sentido, una ley o regla de esta clase no es más que una constación de un cierto equilibrio o interés social común. Nos conviene a todos usar papel moneda, así que la elaborada estructura bancaria que justifica el valor de los impresos es de hecho en el fondo bastante irrelevante. El hecho que prefiramos conducir en carreteras ordenaditas sin conductores suicidas hace que el código de circulación sea un tanto redundante; y de hecho si vemos lo ridiculamente corto que es este en Estados Unidos uno le ve aún menos sentido.
Estas reglas obivias de la vida diaria no son las únicas que se rigen por este principio. Si miramos a entes tan complejos y reglamentados como la bolsa, contratos o transacciones variadas es fácil darse cuenta que tras tanta salvaguarda, protección y abogados variados se esconde algo que existiría igualmente aunque las leyes no lo exigieran. Uno se aseguraría de mirar las cuentas de una empresa en detalle antes de comprar acciones, hubiera reglas sobre ello o no, y las empresas en bolsa (o sus auditores) se asegurarían que esa información fuera relativamente fiable, con o sin vigilancia del Estado. Cuando el gobierno escribe leyes sobre cómo se deben hacer estas cosas, no está más que estandarizando un comportamiento que existiría igualmente, reduciendo costes de transacción al hacer que todo el mundo vaya por las mismas reglas.
Más allá de la economía, los sistemas políticos no son demasiado distintos a la hora de seguir reglas. Si un país es una democracia, con políticos respetando la poco intuitiva regla que si pierden las elecciones dejan el poder, es en cierto sentido porque es el sistema que le conviene a todo el mundo. Cuando este hecho no se produce, uno tiene resultados como el de Irak, víctima de un arreglo institucional que sencillamente parece no cuadrar al país.
Las leyes son a menudo expresiones de un cierto equilibrio social, más que una estructura punitiva; tienen mucho más de guías de uso que de límites. Cuando una norma necesita que el estado trabaje duro para que sea cumplida (caso del consumo de drogas, sin ir más lejos), es bastante probable que el texto esté tratando de meter con calzador algo que no cuadra demasiado.
¿Significa esto que no es recomendable usar leyes para cambiar las cosas? No necesariamente. A veces la legislación puede ser sutil (un impuesto sobre hidrocarburos, sin ir más lejos), y producir grandes cambios. A veces aplicar la ley puede ser necesario para romper una situación que produce un resultado racional individualmente pero absurdo a nivel colectivo (caso de la corrupción sistemática ) o para romper una situación manifiestamente injusta (racismo colectivo, igualdad de oportunidades). Se debe ser muy consciente, no obstante, del hecho que las leyes a veces son de hecho realidades sociales, no sólo barreras anticuadas. Entender su sentido, y su papel en una sociedad, es imprescindible antes de hablar de cambiarlas.
6 comentarios:
Las leyes tienen capacidad transformadora desde la antigüedad. Los ejemplos que pones son muy selectivos, para convencernos, pero ¿por que el ayuntamiento de Barcelona tiene que regular que los escaparates sólo se puedan limpiar de 7:00 a 8:00 o de 20:30 a 21:30? A los viandantes les irá bien, pero a los comerciantes no.
Hay miles de contraejemplos que hunden tu argumento. Asumes que todo el mundo tiene los mismos intereses.
Magnífico artículo.
egócrata: "Las leyes son a menudo expresiones de un cierto equilibrio social, más que una estructura punitiva; tienen mucho más de guías de uso que de límites."
Estoy de acuerdo en que las leyes puede cumplir tanto una función de garantía del statu quo, como una función de transformación.
Cuando estamos en el primer caso, se trata del statu quo favorable al legislador o al grupo hegemónico que está detrás del legislador (en un estado democrático, la mayoría).
Por eso, al servir de garantía del equilibrio social, no pretende punir a la mayoría (que es precisamente el soporte de ese equilibrio social), sino al desviado. En ese sentido, aunque la mayoría no se dé cuenta de ellas, estas leyes son claramente visibles en los márgenes.
Estoy muy de acuerdo con que las leyes sean el reflejo de la sociedad. Pero mejor aún es que sean el reflejo de los valores y aspiraciones de esa sociedad. Esto hace que la transformación sea también reflejo del equilibrio social.
En los grandes momentos de reforma —cuando se aprueba una nueva constitución, una declaración de independencia, una reforma legal importante—, el statu quo existente quizá no parezca relevante; pero, incluso en ese trance, como has dicho y estoy muy de acuerdo también, debe entenderse bien la situación existente como punto de partida y los motivos que mueven al viaje.
La ley que comentas, anónimo, sería un ejemplo de libro de norma ligeramente absurda que necesita que haya alguien forzando su aplicación. No es un contraejemplo válido, más que nada porque me paso el artículo hablando en condicionales: algunas leyes, a veces, aquellas leyes que...
Hay básicamente tres clases de norma. Las invisibles, que son las "buenas" ya que sencillamente están para hacer lo inevitable predecible. Las transformativas, leyes que como digo al final, solucionan problemas. Y las estúpidamente punitivas, como los horarios comerciales.
La idea del artículo es señalar que antes de ver qué cambiamos, es importante mirar si ese cambio tiene sentido o es una norma nacida de la lógica social.
"antes de ver qué cambiamos, es importante mirar si ese cambio tiene sentido o es una norma nacida de la lógica social"
Entiendo que ese "o" no es alternativo: la segregación racial en los medios de transporte o en las escuelas de todo el Sur nacía de una lógica social y, pese a ello, el cambio tuvo sentido.
Mesastamente. :)
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