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domingo, octubre 05, 2008

Negociaciones y rescates

Imaginad la situación siguiente. Tenemos dos personas, Ana y Pepe, que tienen que decidir cómo se reparten $100. El método escogido para decidir qué le corresponde a cada uno es una negociación un poco acelerada: Ana propone un reparto del dinero, y Pepe decide si acepta la propuesta o no. Si Pepe acepta, el dinero es repartido según la propuesta de Ana; si Pepe dice no, ninguno de los dos recibe nada. La pregunta obvia en este caso es: ¿Qué propuesta debe hacer Ana, y qué reación conviene a Pepe?

La respuesta para Pepe es en teoría bastante sencilla: si Ana le está dando algo de dinero, no importa la cantidad, siempre estará mejor diciendo que sí a la propuesta que diciendo que no. Aún cuando Ana le ofrece un cochino dólar, con una respuesta afirmativa está ganando dinero. Ana no es tonta; sabe que basta darle algo a Pepe para mejorar su situación inicial, así que lo racional para ella será proponer $99 a $1, y aprovechar la situación.

Esa es la estrategia más racional, si miramos el problema desde un punto de vista puramente economicista. El problema es que cuando este juego (juego del ultimatum) es puesto a prueba de forma experimental, Ana y Pepe parecen ser un poco menos racionales. En el mundo real la mayoría de Pepes ahí fuera no tienen el más mínimo problema en decir que no a propuestas de 99-1 de forma consistente (sobre un 80% de los casos), y no acostumbran a aceptar ofertas hasta que no reciben ofertas más o menos justas (un 20% o más) en el reparto. Parece que al tomar decisiones económicas, la mayoría de gente no sólo se centra en motivos puramente racionales, sino que exigen también un cierto nivel de justicia en la toma de decisiones.

Repasando la accidentada aprobación del plan de rescate financiero esta semana, una de las cosas que más me ha sorprendido es la torpeza de la administración al vender la idea, ignorando las lecciones de este pequeño juego. El plan era necesario, pero Paulson nunca se paró a explicar por qué el rescate financiero iba más allá de ser un regalo de 700.000 millones a Wall Street; el reparto no era en ningún caso 99-1 respecto al resto de la economía, pero el plan presentado no incluía garantías explícitas que hablaran de un reparto más justo. El resultado fue un plan tremendamente impopular, que se estrelló con poco ceremonia en un Congreso escéptico.

El plan finalmente ha pasado, con el añadido de toneladas de regalos fiscales y medidas más o menos populistas. Lo que parece obvio, sin embargo, es que los políticos americanos no pueden pretender ya que cualquier "regalo" o programa que favorezca a los ricos, dándo por sentado que los votantes están dispuestos a aceptar repartos injustos. La economía va mal, y los votantes se están tomando esto en serio. Quizás Estados Unidos está cambiando realmente.

sábado, agosto 23, 2008

Tecnología viable

El otro día leía, en uno de esos días de navegación aleatoria por Wikipedia, lo maravillosa y excelente que es la tecnología detrás de los trenes de levitación magnética. No es que hayan demasiados; el más conocido está en Shangai, y lleva, según tengo entendido, de ninguna parte al aeropuerto. Es una tecnología maravillosa, estupenda y mágica, que no es utilizada en casi ningún sitio.

En cierto sentido, los máglev tienen bastante en común con la tecnología para poner un hombre en la luna: podemos hacerlo, lo hemos hecho en el pasado, y no parece que nadie tenga ganas de repetirlo en serio, básicamente porque es horrorosamente caro. Pertenece a esa categoría de desarrollo tecnológico que es obviamente estupenda, pero que tiene un precio que la hace en la práctica ligeramente inútil.

Lo cierto es que en la era industrial hay un buen número de cacharros que han corrido un destino parecido; joyas de la corona tecnológica que han acabado tiradas en la cuneta. El Concorde, los dirigibles para hacer vuelos transatlánticos, los láser-disc, hovercratfs... todos juguetes maravillosos, horriblemente caros para su época, y descartados al ser imposible hacer dinero con ellos.

¿A qué viene esto? La verdad, es una teoría ligeramente absurda, pero la lanzo igualmente. Las tecnologias que no son lo suficiente eficientes para ser rentables son descartadas por el mercado / racionalidad de los gobierno tarde o temprano; las pérdidad siempre acaban siendo demasiado altas, no importa la inversión tecnológica inicial. Por muy rápido que sea un máglev, el ahorro de tiempo que te da en comparación a un tren de alta velocidad convencional no es suficiente para lo que estás pagando. Tus TGV puede utilizar la red actual, los máglev no, y los máglev valen un huevo. La cosa se descarta.

El problema viene en mercados en que las leyes de oferta y demanda no acaban de funcionar. Supongamos que una persona con un seguro médico excelente (llamémosle Teodoro) descubre que tiene un tumor cerebral. El médico le dice que le quedan básicamente de seis a doce meses de vida si no recibe tratamiento; si pasa por el quirófano y quimioterapia, tiene una probabilidad de un 9% de vivir dieciocho meses, y un 1% de vivir más de dos años. La factura, que no pagará Teodoro, es de un millon de dólares.

Teodoro, en esa situación, es bastante probable que pida tratamiento. En cuestiones de vida o muerte, la demanda de tratamientos de salud de un paciente es básicamente infinita; pagará todo lo que pueda con tal de tener alguna opción de sobrevivir. En ese contexto, el asegurador de Teodoro estará pagando un millon de dólares esencialmente para nada, ya que Teodoro tiene un pie en el otro barrio; es una situación en que el paciente siempre pedirá más tratamiento.

Esencialmente, la tecnología médica que va a tratar a Teodoro es el equivalente médico del Hidenburg: es un cacharro caro, poco fiable, poco práctico y horrorosamente caro, que tiene un retorno de inversión atroz. En un mercado normal, nadie en su sano juicio estaría ofreciendo ese servicio, pero cuando hablamos de sanidad habrá pacientes que demandarán el servicio, y aseguradoras que se arriesgarán a ofrecerlo para atraer clientes.

Es una explicación algo burda, pero dice algo sobre por qué el gasto médico en todos los sistemas de salud del mundo se concentra de forma desproporcionada tratando pacientes con una esperanza de vida escasa. También da pistas sobre uno de los motivos por el que el sistema de salud americano es tan horrorosamente caro en agregado (el gasto por cápita es el doble que el de España, con peores resultados); en un sistema público, el estado puede limitar el acceso a los tratamientos más absurdamente caros desde su posición de monopolio, mientras que las aseguradas privadas en Estados Unidos están obligadas a cubrir estas cosas, si sus abogados no logran echar al asegurado de la póliza a tiempo.

Estamos en lo de siempre: la idea de aplicar criterios de libre mercado a la sanidad suena estupenda, pero tiene el pequeño problema que al hablar de salud la ley de la oferta y la demanda (y los costes y acceso a la información, el hecho que la demanda es "obligada" -no te pones enfermo porque quieres-, etcétera) no acaban de funcionar del todo bien. El sistema básicamente no funciona bien sin regular.

En fin, es una idea absurda de viernes por la noche. Echadle la culpa a Obama, por no anunciar su vicepresidente hoy y dejarme sin nada que escribir.

martes, agosto 05, 2008

Cuando la demanda es tozuda

La subida de los precios del petroleo estos últimos meses ha generado mucho debate sobre malvados especuladores, compañías que comen niños y demás parafernalia, com es costumbre. Como he comentado anteriormente, sin embargo, la subida de precios es de hecho un problema mucho más simple de lo que parece, algo que no va más allá de la oferta (que aumenta lentamente) y la demanda (que lleva años aumentando un 3% anual).

El otro día me comentaban, sin embargo, por qué con un incremento de la demanda de un 6-9% en los últimos tres años, el precio del barril de crudo se ha triplicado. La respuesta es bastante obvia para todo aquel que ha hecho un poco de economía, pero respondo igual, para dejar las cosas un poco más claras. De hecho me extraña no haber leído esta explicación en ningún sitio, así que quizás es un poco menos obvia de lo que parece. Veamos.

En economía hay un principio sagrado e inmutable (y de hecho, hasta cierto punto, un poco tonto): la oferta de un bien en un mercado es igual a la demanda de ese bien. Un mercado que funciona, bien o mal, hace que todo lo que está en las estanterías se venda siempre, y asegura que ningún comprador vuelva a casa fustrado de no poder comprar algo que quería.

Si la producción de algo es demasiado grande, los precios bajarán para asegurar que nada queda por vender. Si hay demasiados compradores, los precios subiran para asegurar que algunos pierdan su entusiasmo y decidan que comprar ese cachivache realmente no vale la pena si es tan caro. Vayan las cosas bien o mal, si estan a la venta el mecanismo de precios funciona, y deja el mercado limpio, sin compradores aún buscando cosas ni vendedores intentando colocar sus trastos.

Esto sucede siempre, no importa lo horroroso que sea el mercado en cuestión, haya monopolio o oligopolio, esten los precios subvencionados o no. El precio aparecerá en algún sitio, sea en el presupuesto del estado que subvenciona (lo pagas igual, vía impuestos), sea en la aparición de enormes colas en las tiendas (estilo soviético), sea en un mercado negro tan ilegal como vibrante. El precio manda. Punto.

Evidentemente, no todos los productos son iguales. Si hablamos de cacharros innecesarios, digamos gnomos de jardín, el mecanismo de precios es mucho más efectivo. Si debido a un ataque terrorista del FLGJ la producción / secuestro y esclavitud de gnomos se reduce a la mitad, la subida de precios reducirá la demanda rápidamente. Muy poca gente no puede vivir sin un gnomo de jardín, así que un incremento relativamente pequeño del precio hará que muchos decidan buscar otras alternativas para su decoración hortera, estilo flamencos rosas o angelotes. La demanda es elástica; disminuirá rápido ante un aumento de precio, así que el mercado se ajustará fácilmente.

El petróleo es un ejemplo de un bien que funciona de forma totalmente opuesta. La demanda de petróleo es muy inelástica, ya que es un bien imprescindible para hacer un montón de cosas, es muy difícil de substituir y hay un montón de inversiones ya realizadas que dependen de su uso. Por mucho que lo intente, no puedo darle alfalfa a mi Mazda para ir a trabajar; el cabroncete insiste en sólo comer hidrocarburos. Eso hace que para quitarme el caprichito de ir en coche al trabajo o a hacer la compra, el precio de la gasolina tenga que subir muchísimo antes que empiece a hacer números y decida cambiar de opinión.

Para hacer las cosas aún peores, el precio no es lo único que tengo en mente. Para el conductor (americano) medio, el coste de la energía que consume es un porcentaje muy pequeño de todos sus gastos, así que un aumento de precios tiene que ser muy, muy, muy exagerado antes que empiece a cambiar sus costumbres. El precio de la gasolina casi se ha triplicado en los últimos cuatro años (mirad como lloraban, pagando $1,75 el galón... ahora anda por $4 y pico), pero el número de kilómetros conducidos apenas ha bajado un 3-5%. Si a eso le sumamos todas esas industrias que tienen el petróleo como materia prima (plásticos) o que no pueden usar otra cosa (aerolíneas), entendemos mejor las cosas.

Estamos en un mundo en que mucha gente quiere mucho petróleo. La cantidad de crudo que se puede producir es limitada, cada vez es más difícil extraerlo y aumentar la oferta es lento y bastante torpe. Si la oferta no puede subir demasiado, la demanda tiene que limitarse, y eso sólo se hace con precios altos. Sin embargo, como la economía mundial depende tantísimo del petróleo que nadie puede vivir sin él, la única manera de disminuir la demanda es con un incremento colosal, enorme de los precios. Algo que en el fondo es una buena noticia, pero no dejar de doler bastante.

Lo que es importante, sin embargo, es entender qué significa esta inelasticidad cuando se diseña una política energética sensata, sabiendo que no podemos aumentar la oferta de forma realista. El objetivo no puede ser bajar el precio del petróleo directamente, sino hacerlo menos necesario.

miércoles, julio 16, 2008

Argentina o la clásica tontería fiscal

No sé si alguno lo habrá oído, pero por Argentina andan otra vez entre cacerolazos y pancartas. El origen de las protestas esta vez no es un corralito o controles de capitales, sino una medida política que le sonará a cualquier persona que conozca un poco la historia del país: los aranceles a las exportaciones agrícolas,bajo el eufemismo de "retenciones móviles".

Es una medida de política en principio cargadita de buenas intenciones. La idea es simple: el precio de los alimentos ha subido muchísimo a nivel internacional. Los agricultores están exportando mucho y haciéndose ricos, mientras que en las ciudades la gente no puede pagar esos precios. Para evitar que eso suceda, forzamos a los agricultores a pagar un impuesto cuando exporten para que les sea menos rentable, exporten menos, y vendan más barato en casa.

¿El problema? Es una sonora estupidez. Lo que sucede es más bien lo siguiente, simplificando un poco:

1. El impuesto obliga a los agricultores a reducir sus beneficios si quieren exportar. No pueden vender por encima de precio de mercado nadie les compraría nada), así que si quieren vender fuera, se comen ellos la tasa.

2. Si deciden no exportar, tienen un volumen de produción "X" que es el de un país exportador de alimentos; muchísimo más que lo que demanda el país. La oferta de productos agrarios es gigantesca, así que el precio de mercado de esos productos dentro de Argentina se derrumba.

3. Los agricultores dicen que una mierda van a estar produciendo burradas de comida que no pueden vender en el exterior, donde los alimentos están caros, y que deben vender perdiendo dinero a patadas en el interior, porque hay un exceso de oferta galopante. No son imbéciles. Por lo tanto, no producen.

4. Los mercados dentro de Argentina se quedan sin comida.

En el sentido estricto, el paso "2" es una abstracción; los agricultores dejan de producir cuando ven el arancel, ya que saben que si mantienen el nivel de producción exportador perderán dinero a espuertas. El resultado es de hecho el mismo; nadie va a producir por debajo el precio de mercado, ya que sencillamente no sale a cuenta. A medio-largo plazo, el desabastecimiento provocaría una subida de precios dentro del país, que haría aumentar la oferta poco a poco. Sin embargo, el resultado final sería un país con precios algo inferiores al mercado internacional (por pura lógica económica) que no exporta y produce mucho menos.

Es el viejo conflicto de siempre en Argentina entre clase obrera urbana y el hiper-productivo sector agrícola cuando hay un boom exportador; no es la primera vez que un peronista tiene esta "brillante" idea de aranceles. Desde el punto de vista economíco, es una tontería bastante obvia, y que produce el resultado anticipado por un modelo económico de primero de carrera.

¿Por qué se escoge este impuesto y no otro al intentar redistribuir? Alex, de La Moqueta, sabe bastante más que yo de esto, pero la idea general es que es mucho más barato políticamente. Si queremos ayudar a los pobres a comprar comida, podemos hacerlo a base de artefactos arancelarios, o ayudándoles a comprar comida directamente, dándoles vales o ayudas directas para alimentos. Hacer lo primero es fácil; impuesto sobre exportaciones que sólo pagan directamente cuatro gatos, tiene un coste político cero, y es muy fácil de gestionar. Hacer lo segundo necesita un impuesto general, un control aceptable sobre quién necesita ayuda, y es más difícil de aplicar.

Si eres Peronista y tu base de poder es clases trabajadores urbanas, ¿qué harás?. Arancel al canto, y puedes echar la culpa de tus males en el espantajo tradicional del partido, el malvado terrateniente que se lleva todo el dinero. No es que sea una buena medida económica, pero no vamos a pretender que los políticos argentinos se preocupan por estas cosas a estas alturas.

viernes, julio 11, 2008

Otra de desastres hipotecarios

¿Alguien pensaba que después del desastre de Bear Sterns la crisis financiera se había acabado? Craso error. El miedo, temor y crujir de dientes en los mercados sigue siendo cualquier cosa menos limitado; muchos garitos financieros oscuros pero cruciales, sin ir más lejos, siguen camino de criar malvas (y sí, el mercado de bonos a precio de subasta asegurados es muy importante. Descubrí que existía ayer).

El dinero anda asustado, nadie sabe quién ha perdido dinero, y conseguir un crédito vuelve a hacerse cada vez más difícil.

Hasta ahora, sin embargo, la historia de la crisis era básicamente una de bancos de inversión poco prudentes metiéndose en inversiones estúpidas (las dichosas hipotecas basura) y llevándose a medio mercado por delante si no se las rescataba. Esta semana a la lista de entidades financieras produciendo sudores fríos, temblores descontrolados y ataques de nervios a reguladores e inversores por igual se le añade una nueva categoría: Fannie Mae y Freddie Mac, dos entidades que deberían ser los prestamistas más aburridos, insulsos y fiables del sistema financiero americano.

¿Quiénes son estos dos individuos? Son seres curiosos, hijos indirectos del New Deal. Fannie Mae nace en los años treinta, como una empresa pública del gobierno federal creada para comprar hipotecas contratadas a traves del sector privado. Para facilitar la reactivación del moribundo sector bancario tras la gran depresión, Fannie Mae daba liquidez al mercado comprando a los bancos lo que se conoce como conforming loans, hipotecas muy sólidas con entrada alta, primera residencia y casas no demasiado caras, revendiéndolas después a inversores. Mientras tanto, los bancos podían salir y dar más créditos, una vez colocada la deuda en otra parte.

Lo cierto es que Fannie Mae funcionó bien, pero allá a finales de los sesenta ya no tenía demasiado sentido que el gobierno federal fuera por el mundo comprando hipotecas, así que se privatizó. Para evitar que Fannie Mae fuera un monopolio, el Congreso creó Freddie Mac, un entidad con iguales objetivos, limitaciones y privilegios, y los soltó a los dos, bien reguladitos, para que ejercieran de almacen de hipotecas aburridas. Y la cosa ha funcionado relativamente bien, hasta ahora.

El problema es que con una burbuja financiera tan descomunal como la americana, cuando los precios de la vivienda han empezado a caer incluso la más aburrida de las hipotecas se puede convertir en un problema. Los compradores que compraron cuando el mercado estaba ya salido de madre pueden encontrarse que deben más dinero del valor real de su casa, y eso, no hace falta decirlo, es un problema grave. En una crisis inmobiliaria normalita esto no es un gran problema para Freddie y Fannie; ellos sólo tienen en cartera deudas de muy buena calidad, con gente que ha pagado una buena entrada, así que no corren el riesgo de tener equidad negativa. Estos días los precios de la vivienda se han estrellado en serio, así que parece ni estas dos entidades se han salvado.

En condiciones normales, esto no debería ser un problema demasiado grave. Sí, Freddie y Fannie tienen algo de deuda mala, pero son en general solventes. Si intentan conseguir inversores los encontrarán, ya que son entidades seguras; el gobierno federal les da un casi-respaldo, incluso. De nuevo, no andamos por condiciones normales, y tras el morrazo de Bear Sterns, los mercados andan muy poco proclives a poner dinero en ningún sitio, y aún menos en algo que tenga la palabra "hipoteca" o "vivienda" a menos de dos kilómetros de distancia. El resultado es lo que vemos estos días: castañazo tremendo de las dos entidades en bolsa, total incapacidad para atraer inversores, y la posibilidad que las dos agencias se derrumben, llevándose por delante medio sistema financiero.

Recordad, Fannie Mae y Freddie Mac son dos compañías ultraseguras, aburridas y con hipotecas a prueba de balas; todo el mundo en el sector financiero las tiene en su cartera como inversión de cero riesgo. Y como son entidades gigantescas (entre las dos andan por los 12-13 billones de dólares en hipotecas garantizadas) cuando se dice "todo el mundo" es algo literal.

En resumen: si hay dos entidades financieras en el mundo que no pueden derrumbarse, aquí tenéis a dos ejemplos claros. Se está hablando -y mucho- de la posibilidad que el gobierno federal americano tenga que rescatar a las dos agencias, algo que tendría un coste astronómico a corto y largo plazo, y que si bien reduciría el pánico de los mercados -no demasiado- dejaría las finanzas del gobierno federal hechas un desastre.

¿Que sucederá? La verdad, no tengo ni idea. Es otro de esos dilemas de política económica en que uno acabará teniendo que escoger entre la sartén y el fuego, si Fannie y Freddie no consiguen recuperar la confianza de los mercados (y no parece que puedan hacerlo). El problema es que el tortazo lo pagarán los contribuyentes, y enviarán otra ola de pánico más a unos mercados financieros que ya andan maltrechos. En fin.

Actualización: parece que la Casa Blanca y la Reserva Federal se han puesto las pilas, y andan diciendo que si Fannie Mae y Freddie Mac necesitan ayuda, la tendrán. Siguiendo lo que hicieron con los bancos de inversión, Fannie y Freddie podrían llegar a poder pasar por la ventanilla de emergencia de la Reserva Federal si fuera necesario, sin ir más lejos. Paulson (Secretario del Tesoro) dice que no habrá nacionalización, pero que no las dejarán morir. De momento, las acciones han dejado de caer en picado, pero el peligro no ha pasado ni de broma. No se sabe a ciencia cierta la solidez de los dos prestamistas, sólo que el gobierno federal está dispuesto a salvarlas.

lunes, junio 30, 2008

De reputaciones y amistades

Es un tópico gastado decir que es necesario tener una buena reputación para llegar lejos. De hecho, a veces se dice que con tener buena fama basta (cría fama y échate a dormir) para que las cosas le vayan bien a uno; todo el mundo puede nombrar al menos un actor o futbolista que viven de ello.

Siendo la reputación tan importante, sin embargo, hay relativamente pocos estudios más o menos empíricos sobre cómo crearla y mantenerla. Existen modelos formales a patadas (dilema del prisionero repetido indefinidamente, etcétera), pero pocos ejemplos concretos sobre cómo ser hacer que la gente crea que eres maravilloso.

Este estudio que me encontré el otro día es un intento curioso y creo que bastante lógico. El diseño es bastante simple, haciendo encuestas periódicas a estudiantes en una clase de negociación sobre quién es el compañero más fiable y cooperante y quién es el más despiadado. Lo que separa a este estudio, sin embargo, es que añaden otra variable, la popularidad individual de los estudiantes.

La idea es sencilla: para que la gente crea que eres bueno, no basta con hacer el bien; es necesario que la gente lo vea. Esta visibilidad se consigue con el método más clásico de hacer propaganda, que es tener un montón de amigos y conocidos que puedan difundir tus magníficas cualidades en el mercado de reputación local. Si alguien quiere tener la reputación de justo, ecuánime y colaborador no tiene que empezar a plantar árboles, salvar niños en peligro y curar el cáncer; primero tiene que hacer un montón de amigos -preferiblemente periodistas, si le va el estrellato- y entonces, y sólo entonces, acariciar un par de gatos. Si uno tiene una red de contactos sólida, la buena nueva se distribuirá rápida y eficazmente. Si uno es un paria social, no lo hará.

Evidentemente, es sólo un estudio, y una explicación posible. Es curioso, sin embargo, ver un mecanismo lógico detrás del éxito de los "picos de oro" en muchos entornos competitivos. No estamos en un mundo para gente tímida.

Y sí, como todos los frikis que seguramente me están leyendo, alguien me tendría que haber explicado esto cuando tenía 14 años. En fin, gente, ya se sabe que las Ciencias Sociales siempre llegan tarde.

miércoles, junio 18, 2008

Maravillas de la coordinación natural

Cualquiera que siga un deporte profesional con algo de interés sabe que existen dos verdades inmutables y siempre ciertas: los arbitros aman al Real Madrid y dan el beneficio de la duda a todo jugador que cobre más de cinco millones de euros netos al año. De hecho, dejadme ser algo más preciso y un poco menos ofensivo; los arbitros favorecen a los equipos grandes y hacen la vista gorda ante muchos jugadores de renombre.

¿Sucede esto realmente? La verdad, es relativamente difícil de demostrar. En teoría alguien con más tiempo libre que yo (si tengo tiempo, lo hago esta sábado, mira) podría hacer un regresión con número de tarjetas amarillas como variable dependiente, y presupuesto como variable explicativa, controlando por tiempo de posesión, número de defensas, faltas concedidas, etcétera. Eso nos daría un aproximación burda pero razonable para ver si existe un cierto sesgo a favor de los "grandes" de la liga.

La pregunta, sin embargo, no es si existe o no sesgo. La cuestión que nos debería interesar es si este sesgo es intencional, primero, y más importante, si ese sesgo es pactado de forma conspiratoria en salones llenos de humo. ¿Deciden los gnomos de Zurich el resultado de la liga?.

Mi teoría, siguiendo lo que dice Tyler Cowen en Marginal Revolution, es que es posible que una de las preguntas de arriba tengan una respuesta afirmativa. Es probable que los árbitros favorezcan a los jugadores estrella y a los equipos grandes de forma más o menos consciente, pero sin nunca haber recibido órdenes de nadie. No están recibiendo pagos o "sugerencias" sobre qué equipo debe ganar; lo que hace es, sin embargo, decidir siguiendo el criterio que ellos creen que hará más felices a sus amos. Un árbitro no favorecerá un poco al Real Madrid y al Barcelona porque alguien le ha pedido; lo hará porque tiene la sensación que eso es lo que hará felices a la Liga, anunciantes y televisiones, le hayan dicho a él o no.

Tenemos de hecho un sistema más o menos clásico de colusión entre agentes en un mercado, lo único que aplicado al deporte. No es que los árbitros y anunciantes se reunan y decidan que un final de liga ajustado entre los dos grandes es lo que más les conviene a todos (más audiencia para unos, más ingresos a medio plazo para otros); sencillamente los que tienen poder de decisión sobre el terreno intuyen que eso es lo que todo el mundo quiere, y actuan en consecuencia. Algo parecido a cuando dos empresas "compiten" en un mercado pero "deciden" no meterse en una guerra de precios, pero aplicado a otro negocio; un modelo de cooperación natural.

¿Hay alguna forma de evitar este sesgo? En cierto sentido los mecanismos están ya funcionando. Por un lado el sistema sólo funciona si la competición parece razonablemente justa; los arbitros sólo en eso tienen cierto incentivo para no pasarse. Segundo, los árbitros pueden estar institucionalmente separados de los anunciantes y televisiones, algo que sucede en España (de mala manera) pero no tanto en EUA. Tercero, los medios hacen que los trencillas no se puedan escapar con nada excesicamente escandaloso; todos recordamos algún árbitro cuyo nombre es sinónimo de infamia por ahí fuera.

En fin, la economía también afecta el deporte. Como comenta Justin Wolfers, hay bastantes economistas que estudian (y derivan teoría) de estudiar el deporte y sus mecanismos de mercado; ya os digo que no soy original. Así que cuando la parienta os esté echando a parir por tragaros demasiados partidos de la Eurocopa, ya sabéis que decir: cariño, estoy pariendo modelos económicos.

Nota: Italia se nos va a merendar de mala manera. Tienen tanta potra como siempre, los malditos. ¿El penalti de Rumania y el suicidio francés de ayer? Joder, macho. Así no hay quien gane...

miércoles, enero 30, 2008

Hablando de estímulos fiscales (I)

Después de hablar sobre el (presunto) estímulo fiscal del gobierno Zapatero el otro día, Manolo Millón me contestaba con una crítica bastante extensa a mis propuestas sobre la materia. Si bien Gulliver tiene cierta razón que no está del todo claro que se necesite un estímulo para reactivar la economía estos días (inflación alta y crecimiento relativamente decente), vale la pena pretender que sí lo necesita y debatir un poco acerca de qué funciona y qué no funciona.

Empezaremos desde el principio; ¿por qué aumentar el gasto público para estimular la economía? Sin pararnos a hablar sobre teoría sobre el ciclo económico, vale la pena explicar qué es en esencia una recesión, sin meternos demasiado en sus causas. La economía de un país básicamente crece a base de producir; todo el mundo produce cosas útiles, como gnomos del jardín, y lo hacen cada vez más y mejor. Como más se produce, más ricos nos hacemos.

En una recesión, lo que sucede es los incrementos de la producción desaparecen; por algún motivo oscuro esas fábricas que nos daban gnomos de forma cada vez más eficiente dejan de dar beneficios y producen menos o cierran. La capacidad productiva está ahí, no ha desaparecido, pero no está siendo utilizada.

¿Qué pretende hacer un plan de estímulo fiscal? En una economía en que hay fábricas paradas y restaurantes vacios, lo que se busca es poner dinero en manos de quien vaya a gastarlo; esta gente va al mercado, llama a la puerta de la fábrica o restaurante, y les dice que se pongan a trabajar, que tienen dónde gastar. El estado puede permitirse hacer esto (en teoría) endeudándose un poco; una vez que el país vuelva a crecer a su ritmo habitual los ingresos volverán a lo que eran antes y podrá pagar esa deuda.

Tenemos por tanto al estado que tiene dinero que repartir para hacer que la economía espabile un poco. Nos interesa que este dinero que se gaste se destine a la compra de gnomos lo antes posible, para asegurar que las fábricas abren de nuevo; para ello debemos considerar qué tipo de reparto hará que esto suceda.

Este reparto es básicamente el que mencionaba el otro día, y que Manolo critica. El primero es aumentar el subsidio de desempleo, es decir, dar dinero a quien menos tiene y más lo necesita. Este dinero en la mayoría de los casos se gastará rápido, que es exactamente lo que pretendemos; es por eso que los cheques del paro son conocidos en la jerga como un estabilizador automático.

Es cierto que un subsidio de paro elevado puede ser contraproducente a largo plazo, al hacer los receptores más reacios a aceptar un empleo. Es un problema, sin embargo, relativamente menor. El subsidio puede ser relativamente alto los primeros dos o tres meses(el tiempo medio entre empleos en Estados Unidos, por cierto) para que los que pierdan su trabajo no disminuyan demasiado su nivel de gasto , y descender abruptamente los meses siguientes. El estímulo está ahí, el incentivo perverso no. Es también perfectamente factible hacer que si alguien rehusa una oferta de empleo firme pierde el subsidio (si las oficinas de empleo funcionaran bien...), y evidentemente nada como unas cuantas inspecciones fiscales (más de las que se hacen en España, sin duda) para mantener el fraude bajo.

Subir las pensiones bajas tiene un efecto similar; si uno tiene pocos ingresos, cuando estos aumentan los gasta. El estado puede permitirselo ahora sin demasiados problemas; un superávit del 2% del PIB da muchísimo margen de maniobra sin tocar ni el superávit de la seguridad social ni endeudarse. Si preocupa que este gasto adicional se eternice, se puede ser un poco cafre y dar el aumento sólo a los mayores de 75 años, o sólo a los jubilados con necesidades médicas específicas; que los que cobren más duren poco.

Lo que me lleva a la ley de dependencia. Es curioso que Manolo diga que lo de poner dinero en cuidad enfermos no aporte nada a la economía. Curioso y erroneo. A efectos de crear empleo es casi mejor que la industria, cualquier cosa del sector servicios es más intensiva en mano de obra que la industria o la agricultura. Y sí, cuidar enfermos es crear riqueza; es una actividad que genera valor añadido. Un asistente social cuidando un enfermo es un familiar que no tiene que dejar su trabajo para cuidar al abuelo, un abuelo satisfecho y una vida mejor para los tres implicados.

Hay este curioso mito que todo lo que no sea fabricar cacharros no produce riqueza, y la verdad, es una tonteria. Es hora de sacárselo de la cabeza.

Lo que si es una tonteria es criticar el gasto en infraestructuras, hablando de derroche y diciendo que si fueran rentables las haría el sector privado. Esto ignora, primero, el tremendo efecto multiplicador que tienen las infraestructuras en una economía, y el horrible cuello de botella que crean cuando estas son insuficientes. De nada sirve fabricar cientos de miles de gnomos del jardín si el puerto de mi ciudad sólo acepta galeras y trirremes, las carreteras son aptas para caravanas de burros y en mi aeropuerto sólo pueden aterrizar palomas mensajeras, básicamente.

La capacidad de la iniciativa privada de solventar estos cuellos de botella es siempre muy, muy escasa. Primero, porque las infraestructuras son casi siempre monopolios naturales; el coste de entrada (hacer un puente o línea de tren) es ridículamente alto, y mantener un competidor débil fuera del mercado es relativamente fácil debido a las enormes economías de escala (es más barato operar una red de trenes que una sola línea). El sector privado, si invierte, lo hara de forma monopolista, lo que equivale a tener una infraestructura cobrando precios abusivos, con capacidad artificialmente racionada y que no dará servicio a territorios no rentables. Un monopolista estatal evita estos problemas, y es muchísimo más controlable.

Y eso sin entrar en los costes de expropiación y la capacidad del estado de expropiar para el bien común, evitando que listillos se hagan de oro comprando parcelas en medio de la nada. Que en contra de lo que dice en los comentarios, no tiene nada que ver con el precio de mercado; es utilizar la geografía para tener capacidad de veto y exigir sobornos. El beneficio de una carretera usada por miles de individuos tiene un valor mayor que la economía personal de un sólo propietario, que es de todos modos compensado igual.

Las recetas que da Manolo, en contraposición, son una mezcla de ideas obvias (y sin efecto a corto plazo) y reducciones de gasto. Porque claro, si la economía no va bien, lo mejor es echar el ancla y asegurarse que frene en serio. Pero de eso, hablo más tarde.

domingo, enero 20, 2008

El eterno romance del político y el periodista

La relación entre prensa y partidos políticos es una danza complicada, y por lo que sé, relativamente poco estudiada. Los que trabajan en el negocio acostumbran a decir que es un arte; una combinación de contactos, peloteo, intimidación más o menos descarada y súplicas desconsoladas a la gente que trabaja en la otra acera.

Hablar de los trucos del oficio (conocer gente, ofrecer exclusivas, negar acceso y "hablar" con tus anunciantes, apelar a la hipoteca que no podrás pagar...) es interesante, pero la cosa va un poco más allá. La relación entre políticos y medios es un juego en el sentido más formal; dos (o más) actores interactuando de forma estratégica y respondiendo a las acciones del otro(s).

Empezando por lo más básico, la relación entre prensa y políticos es de dependencia mutua, pero no es simétrica. La prensa necesita a los políticos como fuente de noticias, audiencias y contenidos; por añadido están a su merced (relativa) ante su capacidad de regular y legislar sobre el medio en dónde trabajan.

Los políticos, por su parte, no pueden vivir sin la prensa: la necesitan para hablar al electorado, teniendo que superar su filtro previo antes que los votantes sepan lo que dicen. la prensa tiene además un peso muy importante en establecer la agenda política y el debate público, y una capacidad nada despreciable en el modelado de la opinión pública. Los políticos en teoría pueden "premiar" con licencias, reglas sobre fusiones o regulación variada, pero su margen de maniobra se ve limitado por la capacidad de la prensa de responder a berridos y el hecho que las normas básicas son díficiles de cambiar.

Me centraré en la relación entre los partidos y los medios de "su" lado". Si bien El País tiene voz y ataca a Rajoy a menudo, estas críticas a efectos de la supervivencia política de Rajoy son relativamente limitadas; la base del partido no les hace caso. Un ataque descarnado desde La Cope, sin embargo, es algo bastante más serio, ya que puede desmovilizar una parte de su electorado. Como comento a menudo, el poder de un presidente de un partido nace y muere de sus expectativas en la urnas; si un medio puede dañarlas, esa radio, periódico o televisión tiene capacidad de presión sobre ese político.

Un tipo como Rajoy, por tanto, tiene que mirar los medios de su cuerda del mismo modo que mira a sectores de su partido disidentes: en teoría no mandan, a la práctica pueden "convencerme" a base de amenazas veladas de hacerle daño en las urnas. Como con las minorías rebeldes, Rajoy puede escoger ignorarlos y exponerse a sufrir desgaste por sus ataques, confiando en que los votantes ganados de otros grupos compensen los perdidos debido a esas críticas, o bien aceptar a regañadientes los "consejos" del pope radiofónico de turno y confiar que sus ideas no te pierdan demasiados votos por otros sitios.

Los parecidos no obstante acaban aquí. Cuando Rajoy está lidiando con sus "amigos" dentro del partido él tiene a a su disposición una serie de potenciales palos y premios para tenerlos contentos: de la potencial zanahoria ministerial ("que ganamos y te doy industria") al exilio autonómico ("serás candidato del PP en Cataluña", esa sentencia de muerte política para conservadores catalanes), el tipo puede hacer ciertos equilibrios para tener a todo el mundo contento. Evidentemente si las encuestas dicen que su futuro es más bien escaso estas promesas no valen un duro, pero el tipo no está indefenso.

Cuando un jefe de la oposición tiene que bailar con los medios "afines", sin embargo, su margen de maniobra es más limitado. Puede usar los trucos de relaciones públicas de toda la vida (acceso, peloteo, etcétera), pero el negar entrevistas o ignorar periodistas es un castigo limitado que puede acabar haciendo más daño al político que al medio ninguneado. Puede prometer frecuencias y leyes a largo plazo, pero su capacidad tiene aún más límites que las promesas ministeriales; un político puede retocar mercados, pero no puede cambiar niveles de audiencia.

Para hacer las cosas aún más complicadas para el Rajoy de turno, cuando se pelea con gente de su partido sabe que en el fondo todo el mundo está en el ajo para ganar elecciones, pronto o tarde. Cuando se da de tortas con un medio de comunicación, este está en el negocio para hacer pasta a base de aumentar su audiencia; que su partido gane elecciones no es más que un satisfacción secundaria. De hecho si miramos a algunas cadenas de radio y cómo ha mejorado su audiencia desde que el PP pasa frío en la oposición, casi están más a gusto con su partido fuera del gobierno.

Esto puede llevar a la paradoja en que un medio de comunicación especialmente montañés pueda preferir enfrentarse a Rajoy, de hecho, que tratar de llevar el partido al poder. Si la audiencia crece con cada burrada que digo, ¿para qué debo tener posiciones cómodas para ese mítico centro electoral que gana elecciones? El partido puede hacer lo que quiera; si se enfrenta a mí, pierde él; si sigue mis dictados, gano yo. Y el estupendo, glorioso subidón de ego que me da ser el nuevo medio de referencia de la derecha... no tiene precio.

En resumen: es más que creíble que Esperanza Aguirre mencionara a la Cope en la ya mítica reunión con Gallardón y Rajoy esta semana. El pobre presidente del PP realmente tiene ese problema; ha dejado que los medios se le suban a las barbas, gracias a su tendencia a no querer enfrentarse a nadie.

A todo esto, algunos comentarios secundarios. El poder relativo de los medios depende, evidentemente, de las audiencias; como más capacidad de transmitir (o cargarse) el mensaje tengan, mayor será el poder de presión sobre el partido. Es por eso que PSOE tenía la maldición de depender de PRISA (y la bendición que sus propietarios fueran moderados), y de ahí viene el entusiamo mal disimulado de algunos que por fin al País le salga competencia. Lo más relevante, sin embargo, es el hecho que estos problemas son muchísimo menos dolorosos para los políticos cuando están en el gobierno; si los tuyos mandan, la audiencia es menos amiga de escuchar críticas descarnadas al presidente.

Concluyendo: no es una relación limpia, ni mucho menos. De hecho, es una relación bastante caótica. Para otro día cómo "limpiar" estas dependencias, y los problemas que se derivan de tener medios no partidistas. Sí, puede ser un problema. Hablamos luego.

viernes, enero 18, 2008

De las conspiraciones de silencio

Uno de los problemas más deprimentes a los que se enfrenta la policía en New Haven, Connecticut, es que la gente no les habla. En el año 2007 se registraron en la ciudad unos doscientos tiroteos, con 163 víctimas que sobrevivieron al asunto. En una ciudad de 124.000 habitantes es una cifra entre relativamente mala (en Estados Unidos) o francamente espantosa (en cualquier otro país desarrollado). De estos 163 incidentes, hay 138 sin sospechosos, acusaciones, o nada que se parezca a una resolución.

El origen de estas cifras es relativamente complicado, aunque parece ser relativamente reciente. Los medios americanos hablan de una nueva ley no escrita de la calle, una cultura del silencio nacida en el mundo de las bandas y popularizada en la música y la cultura popular. Es la maldita música y el parecer un tipo duro el que hace esto socialmente aceptable, etcétera. Y lo que es peor, toda esta publicidad sólo hace parecer todo más siniestro y dar más miedo a los potenciales chivatos.

La verdad, de cultura tiene relativamente poco. Lo cierto es que una ley de silencio es un mecanismo de coacción relativamente sencillo, y muy efectivo si no se combate de forma adecuada. Todos lo hemos visto en películas sobre mafiosos: alguien sabe cosas, y los matones de turno que han hecho algo malvado le visitan y le explican que si cuenta algo a la policia se puede ir buscando una caja de pino a medida. Y una silla de ruedas para su mujer. Ah, y el colegio de sus hijas es precioso.

Para quién recibe estos consejos, su reflexión es muy sencilla: ¿Temo más a estos tipos o a la fiscalía? El juez o fiscal de turno me puede enviar a la cárcel por obstrucción a la justicia; los mafiosos me pueden tirar al río con zapatos de cemento. Una visita a la cárcel viniendo de un negocio de crimen organizado medianamente decente no es demasiado terrible, ya que en la cárcel tendré amigos rápido. Estar fuera.... bueno, dependo de que la policía tenga ganas de vigilarme.

Si el programa de protección de testigos (sí, existe) es decente, bien financiado y sólido, la verdad, no tendré nada que temer. Si vivo en una ciudad americana con una policía desbordada, un presupuesto para proteger testigos limitado y unas administraciones estatales y federales que se preocupan poco de lo que hacen las ciudades... bueno, pues pondré cara de tipo duro y no diré ni pío, ni aun habiendo sido yo la víctima del balazo.

En resumen: no tiene nada de cultural, en absoluto. Es sencillamente un escenario donde el estado es incapaz de ejercer su monopolio de la violencia de forma efectiva. La mafia, banda local con malas pulgas o el grupo de gente malvada aleatorio de turno puede "proteger" a los que cumplen y castigar a los que hablan, y lo puede hacer mejor (y de forma más cruel) que las autoridades. Si son capaces de hacer que la población tema más incumplir las reglas de la banda
que saltarse la ley, mantener una omertá será relativamente sencillo; la mística de la mafia, los gudaris, hip hop, el culto al buen bandolero o todas esas justificaciones adorantes de no dar el chivatazo ya vendrán sólas, justificaciones románticas a un miedo real.

La "belleza" del sistema es que una vez establecido requiere relativamente poca violencia. Una vez el miedo está establecido y extendido de forma sólida, la banda de matones no tienen que ejercer violencia física demasiado a menudo. Como más miedo haya, menos delatores darán un paso adelante. Si hay pocos delatores, machacarles los higadillos es muchísimo más fácil. Y una vez que tienes a la gente haciéndote caso, la policía lo tiene cada vez más complicado para romper esa dinámica. Un equilibrio pernicioso de libro.

¿Son estas dinámicas exclusivas en el crimen organizado? No. Esta clase de equilibrios se ven en otros sitios. Os sonará en casos de corrupción, sin ir más lejos, con políticos y empresarios renunciando a hablar para protegerse unos a otros. En un partido disciplinado, el mecanismo de supresión de críticas internas es parecido, con los subalternos aterrados de perder el puesto. Prácticamente cualquier sistema con autoridad dividida y un actor con capacidad de sanción que no debería tenerla crea un sistema de este estilo de un modo u otro. El monopolio de la violencia es un concepto bien poco trivial; el estado se lo toma en serio por buenos motivos.

miércoles, enero 09, 2008

Primary Colors (XXVI): la vuelta de la política de siempre

Clásico. A la que empiezo a estar seguro de algo, va la realidad y me lo estropea. Hillary ha ganado, para sorpresa de todo el mundo, las primarias en New Hampshire. La verdad, todo el argumentario que monté en el post anterior necesita una revisioncilla

El argumento esencial (temas de debate, siendo cambio, experiencia y redistribución los cruciales) creo que es esencialmente el correcto. Y sí Obama gana por goleada en este aspecto, y la experiencia de Hillary no es del todo relevante. Sin embargo, y aquí es donde creo que la he pifiado (yo y todo el mundo) es en la redistribución. Si miramos las encuestas a pie de urna, parece que uno de los elementos decisivos ha sido el voto púramente en términos de izquierda o derecha, y más en concreto, sobre cómo va el país.

Es la economía, estúpido. Mirad el sentido de voto por nivel de renta y preocupaciones.

Hillary ha masacrado a Obama entre los votantes con ingresos anuales por debajo de los $50.000 (47 a 32), entre los que creen que la economía es el tema más importante (un 39% de los votantes, 44 a 35) o los que no pueden llegar fin de mes (43 a 33). En el resto de preguntas, excluyendo las que hablan de cambio y renovación, la situación es de empate técnico. El hecho que el voto femenino haya invertido la tendencia en Iowa es de hecho un síntoma de este aspecto; las soccer moms no han respondido.

¿De dónde ha salido todo este voto económico así de golpe? Comparemos con Iowa, y vemos que hay un candidato que se desploma, Edwards. El bueno de Edwards era (según mi propia definición, y las encuestas), un candidato más escorado a al izquierda. En New Hampshire no ha hecho demasiada campaña (falta de pasta) y la verdad, no es que le hay ido demasiado bien. De hecho, se ha estrellado con ganas. No podemos hablar de transferencia de voto en el sentido estricto, ya que son electorados distintos, yadá, yadá, pero parece que muchos votantes que socioeconómicamente "votarían en Edwards" en Iowa han "votado Hillary" en New Hampshire.

La sospecha: Obama se ha pasado de frenada. Tanto hablar de cambio, esperanza, el futuro histórico y la ascensión histórica de Zaratrustra, y se ha olvidado de recordar a los votantes que hey, soy un tipo de izquierdas y sí, me preocupo de los asuntos de los mortales. El resultado es que cuando Edwards, el tipo que andaba absorbiendo votos del ala izquierda, se ha desplomado ha sido Hillary quien se ha llevado los votos, simplemente por recordar constantemente que es una persona práctica.

El resultado es que Hillary sobrevive para luchar otro día, Obama se lleva un sopapo importante, y Edwards casi se despide de estas elecciones. Obama, desde luego, no lo tiene perdido, aunque tiene que rehacer su discurso para atraer estos votantes prácticos antes que sea demasiado tarde. Aún así las dos primarias que vienen (Michigan y Nevada, un caucus) le dan malos números; quizás no vuelve a ganar hasta Carolina de Sur, y quizás para él sea un poco tarde. Quién lo iba a decir que la economía aún cuenta.

En el lado republicano... pues la verdad, hay poco que decir. McCain gana, pero como decía en los dos últimos artículos, no cambia gran cosa. Todo sigue muy, muy, muy confuso. Romney ha perdido por sólo cinco puntos, un resultado más que aceptable, y lleva dos segundos puestos y un primero (Wyoming). Se la juega en Michigan, que anda muy, muy igualado. Siguen habiendo cuatro o cinco candidatos con vida; McCain, Huckabee (muy fuerte en el sur), Romney (con números aún) y Giuliani. Thompson es el único que está en problemas y sólo podría sobrevivir con un milagro en Carolina del Sur.

Hay mucho, mucho partido. Sigo viendo a Obama con números (menos que hace seis horas, pero aún con opciones) y sigo sin tener ni pajolera idea sobre quién ganará entre los republicanos. Veremos.

martes, enero 08, 2008

Primary Colors (XXV): lecciones de geometría

Andamos ya de Twitter con el colectivo friki siguiendo las primarias, es hora de hacer un poco de ciencia política especulativa para orientar un poco el debate. Partiré de un modo espacial de competencia electoral (sí, carritos de helados), a ver cómo podemos traducirlo a la competición electoral en estas elecciones y qué podemos decir sobre ellas basado en ello.

En estas primarias, por descontado, no hablamos de un sólo eje, y no hablamos de izquierda-derecha de forma estricta. Los candidatos no se situan sobre un sólo eje, sino que establecen posiciones en una variedad ellos: cuánta redistribución ofrecen, qué nivel de impuestos, protección ambiental, derechos civiles, política exterior aislacionista o intervencionista, etcétera. Cada candidato tiene sus posiciones, y se posiciona con ellas en el electorado, a ver cuántos votantes pilla.

Al haber más de un eje de políticas, encontrar el legendario votante mediano es mucho más complicado (haceros una idea: es encontrar un punto geométrico en un espacio multidimensional que te da el mayor número de votos contra todos los oponentes posibles...), pero los candidatos no están eso necesariamente. No todos los ejes son igual de relevantes; la mayoría de los votantes no escogen según la política ferroviaria de los candidatos o su postura acerca de la opresión de los gnomos del jardín. El truco, para un político con redaños, es ser capaces de hacer que el debate se centre en los ejes sobre los que tiene ventaja, y hacer que los votantes piensen en eso al ir a las urnas.

Dicho en otras palabras: si mi postura sobre inmigración es compartida por un 70% del electorado, quiero que en la campaña sólo se habla de inmigración. Si lo mío es la seguridad nacional, voy a estar despotricando de terrorismo todo el día. ¿Cómo podemos analizar las primarias, siguiendo este modelo?

Demócratas:

En la campaña ha habido tres ejes de debate que distinguen a los tres favoritos. El más clásico, redistribución; Edwards pide más, siguiendo la posición tradicional de los votantes demócratas. Hillary y Obama están más centrados. El segundo eje ha sido la importancia de la experiencia previa; Hillary está colocada mejor que sus rivales. El tercero, la necesidad de cambio; Edwards pide confrontación contra los grupos de presión, Obama consenso, Hillary dice que lleva cambiando cosas desde hace 25 años.

Si uno mira las encuestas, parece que los votantes están de acuerdo con Edwards en redistribución (y por eso quedó segundo en Iowa), quieren la experiencia de Hillary pero tienen como principal dilema al decidir el voto el eje que más favorece Obama: están hasta el gorro de confrontación y quieren cambio.

Hillary ha intentado jugar a dos barajas: sí, tiene experiencia. Sí, lo va a cambiar todo. El problema es que en el clima político actual (muy, muy anti vieja política) decir que llevas mucho tiempo por Washington equivale a no ser un revolucionario creíble; y decir que Obama es demasiado novato no es demasiado aconsejable cuando el tío coge un micro y demuestra ser articulado, inteligente y bien informado.

El mérito de su rival ha sido ser un cambio creíble, parecer inteligente y no decir chorradas. veces es tan simple como eso, ser capaz de conectar con el Zeitgeist del momento. Sus ideas políticas son innovadoras, habla distinto, es un outsider por su color de piel. Si consigue mantener el debate en sus términos (y en vista a los histéricos que andan en la campaña Clinton, no es un imposible) Obama tiene la primaria ganada.

Republicanos:

Comento a menudo que los republicanos, en cualquier otro sistema electoral, serían siete partidos distintos, al ser una coalición mutante de varios grupos aparentemente contradictorios. La campaña de las primarias es una muestra de ello. Los demócratas han hablado más de filosofía de gobierno que sobre políticas concretas, ya que el partido es más o menos coherente en este aspecto. Los republicanos... bueno, no.

Los debates republicanos han sido mucho más divertidos porque cada candidato quiere hablar de su tema, hay treinta temas distintos, y todos andan más preocupados de convencer a todo el mundo que les preocupa a ellos es lo más crucial que de hacer ajustes pequeñitos a ver quién anda más cerca del centro.

Cuando hablaba de la posibilidad que los republicanos acaben el mes con cuatro o cinco ganadores distintos en cinco o seis primarias es un síntoma claro de este efecto. Cada estado tiene un electorado muy, muy distinto, preocupado por cosas muy diferentes. En Iowa se preocupan de valores religiosos, en New Hampshire de política fiscal y derechos civiles (en teoría; veremos las encuestas), en South Carolina sobre conservadurismo clásico, en Nuevo Méjico sobre inmigración, y así sucesivamente. Cada candidato es bueno o malo según en qué eje se tiende a competir, y están metidos a tortazos a ver qué eje decide. Todo esto, por descontado, con el debate añadido sobre la necesidad de cambiar Washington, cómo, y quién.

En cierto sentido es una muestra de las almas del partido. Religiosos, libertarios, neoconservadores, pro-empresa, autoritarios, aislacionistas, intervencionistas, moderados, populistas, anti-inmigrantes, pro-inmigrantes, todos viven dentro del Grand Old Party, y la verdad llevaban ocho años esperando resolver quién manda a tortazos, después que el sector evangélico diera la candidatura en plan panzer a Bush.

¿El resultado? Si alguien me pide que haga una predicción sobre los republicanos, no me atrevo a decir nada. La elección no tiene un eje claro sobre cómo se vota y por qué. Incluso si se establece que todo es según expectativa de cambio, los republicanos tienen varios candidatos que pueden ser "revolucionarios creíbles" (Huckabee, Romney, Thompson, incluso McCain y Giuliani; todos lo son), así que el resultado acabaría volviendo a depender de otros temas.

Aún hay mucho, muchísimo que decidir. Veremos.

lunes, noviembre 26, 2007

La pesadilla del Rajoy centrista

Escolar a veces opina con criterio, pero algunas veces los árboles no le dejan ver el bosque. El sábado hablaba del doble lenguaje que se gastan algunos dirigentes del PP estos días, que dicen apoyar y compartir todo con el colectivo manifestil compulsivo que es la AVT a algunos medios mientras se lamentan de lo radical que es Alcaraz al hablar con otros. De ello deriva la idea que esto que el líder del PP es un centrista preso en un partido de radicales es una leyenda, ya que no puede ser posible que un presidente de un partido se tire cuatro años rodeado de locos y sea incapaz de cambiar el rumbo.

Lo cierto es que no sólo es perfectamente posible, sino que además es incluso razonable. Más allá de eso, es probable que Rajoy sea el líder centrista de un partido mayoritariamente moderado que tiene la desgracia de tener una ala derecha muy ruidosa, y que el hecho que Rajoy no les mande callar sea una decisión perféctamente lógica y racional. Bienvenidos a la más disfuncional de todas las instituciones políticas en una democracia, los partidos políticos.

Un partido político es un monstruo extraño. Si bien en democracia el electorado escoge quién va a mandar, los candidatos son escogidos casi en exclusiva dentro de unos clubes semi-públicos que llamamos partidos políticos. Los votantes son en gran medida conscientes de este papel crucial que estas organizaciones juegan en el sistema, y tienden a vigilarlos con cierto esmero: transmiten culpas de un político a su sucesor en el partido (Rajoy, comiéndose el marrón de Aznar), desconfian cuando sus miembros de corren a gorrazos (Almunia, Borrell, Almunia, y consiguiente masacre electoral) y parecen en general seguir la política en base a criterios partidistas.

Cuando Rajoy asume el control pleno en el PP en marzo del 2004 se enfrenta a varios problemas. El primero, y más importante, es que ha perdido las elecciones. No hay ministerios, no hay cargos, no hay coches oficiales; el partido está en la fría y triste oposición. Eso significa que como líder, Rajoy tiene poca capacidad para dar premios o comprar lealtades; nada de dar a un miembro de la ejecutiva reticente un ministerio o empresa a privatizar a cambio de tener un poco de tranquilidad. Nada de dar políticas públicas que demuestren a un sector del partido que realmente te preocupas por ellos (cof -plan hidrológico- cof).

El segundo problema, igualmente serio, es el hecho que Rajoy no ha escogido su equipo; lo ha heredado. Aznar en los dos o tres últimos años al frente del PP se identificó con un determinado sector del partido, y designar un sucesor se aseguró que ese sector siguiera teniendo voz y voto. Su sucesor, sabiendo que aceptando el cargo sin rechistar tendría al alcance de la mano el sueño dorado de cualquier político de carrera, tragó con todo por la oportunidad, confiando que una vez en el poder podría hacer y desacer a voluntad. Claro, no pudo.

El tercer problema es el hecho que si bien es más que probable que Rajoy tenga una extensa base de apoyo dentro del partido, nadie tiene ni puñetera idea lo grande que es. Es el problema que tiene escoger líder mediante dedazo; nadie sabe exactamente quién está contigo y quién conspira contra tí.

Estos tres pequeños problemas serían graves para cualquier líder tratando de controlar un grupo de maníacos ambiciosos en el paro, pero cuando hablamos de partidos las cosas son un poco más complicadas. El electorado, esa fuerza primordial que te cerró la puerta al paraiso, está ahí fuera, vigilando, mirando con un bien poco disimulado cinismo a ver si esa organización que castigaron en las elecciones es digna de llegar al poder. Si Rajoy trata de resolver los problemas expuestos arriba, tiene que hacerlo de un modo que no genere desconfianza en el electorado; si saca un bate y se lía a tortas con sus dos subalternos, por mucho que lleve la razón no es probable que eso le de votos.

Pero no os preocupeis, las cosas no se quedan aquí. Por si las desgracias de Rajoy no fueran bastantes, todos los subalternos que ha heredado y que parecen emperrados en llevarle la contraria son objetos de un amor y adoración ilimitados por todos los medios de tu cuerda. Medios que por cierto echan de menos a su antecesor algo serio, y que parecen estar emperrados en adorar toda política polarizante e impopular que el tipo llevó a la practica. Y para añadir sal a la herida, alguno de los histéricos que te llevan la contraria han ganado elecciones por su cuenta, así que pueden premiar a su facción (y medios de comunicación) y son inmunes a acciones disciplinarias del partido al tener cargos por su cuenta.

¿Qué opciones tiene Rajoy? Suponiendo que el hombre sea moderado, el líder del PP tenía básicamente dos salidas. Por un lado puede tratar de modelar el partido y sus posiciones a su imagen y semejanza, liándose a trompazos con todo aquel que le lleva la contraria. Por otro, puede tragar, apretar los dientes, y seguir la corriente, dándole una patina de centrismo ocasional a sus palabras pero sin confrontar a los rebeldes.

Confrontar a los rebeldes tiene como potenciales beneficios que Rajoy se haga suyo el partido, aumentar la probabilidad de ganar las elecciones al estar más cerca un electorado moderado, y hacer que la organización sea un poco menos disfuncional. El listado de catástrofes potenciales, sin embargo, es enorme: el partido puede meterse en una guerra civil que haga añicos la confianza de los votantes, Rajoy puede perder la guerra y el cargo, y en el peor de los mundos posibles, el partido podría sufrir una escisión.

Lo que Rajoy ha hecho, básicamente, es evitar estos problemas potenciales. El tipo miró las encuestas, y vio que una tras otra el partido se mantenía a tiro de los socialistas. Después miró la enorme, gigantesca lista de obstaculos y problemas potenciales que una guerra santa contra los integristas del partido y toda la constelación mediática representaría, suspiró con resignación, y cogió su pancarta camino de la manifestación del mes.

No importa que el ala vociferante del PP representen cuatro, diez, o setenta por ciento del partido. No importa que Rajoy sea el líder natural del partido o un pobre pelagatos. El problema para Rajoy, y para el PP, es que el riesgo electoral de un conflicto interno hace un giro al centro algo mucho más difícil.

Una paradoja: como más duro e intransigente sean los votantes con los conflictos internos en los partidos políticos, más reacios serán los líderes a adoptar posiciones cercanas a los votantes y contrarias a las minorías intransigentes dentro de su formación. La democracia interna, si es demasiado ruidosa, puede hacerte más torpe ganando elecciones.

viernes, noviembre 09, 2007

La crisis financiera se vuelve "interesante"

Quién le ha visto y quién le vé. El euro, esa monedita de la que tanto listillo se mofaba cuando andaba a 0,83 céntimos de dólar, hoy ha superado $1,47 en su tipo de cambio. Igual que el tener el euro por allá abajo no quería decir gran cosa sobre los actores implicados en el 2001, lo cierto es que este dato, por si sólo, no nos aporta demasiado. Es necesario ver de dónde viene, y hacia dónde nos lleva una cifra como esta para entender qué está pasando.

Por una vez, no todo es culpa de las hipotecas. Estan han jugado un papel importante, pero parte el tremendo cambio en los tipos de cambio en los últimos meses viene de fuera de Estados Unidos; más concretamente de China, y su cada vez más tozudo aprecio por mantener su moneda ridículamente depreciada.

A china le gusta que el yuan, su moneda, no sea demasiado cara. Los costes de sus fábricas son en su propia moneda, y el crecimiento de su economía se basa en exportar tanto como pueden. Si a la ventaja competitiva de tener salarios bajos se le añade tener una moneda que es un saldo los productos que exportan se venden sólos.

El problema, claro está, es que mantener la moneda artificialmente baja genera desequilibrios. China exporta muchísimo; eso se traduce en una balanza de pagos con un superávit enorme. En condiciones normales, todas estas divisas que el país recibe cuando otros compran sus trastos entrarían en la economía y se convertirían a moneda local. Esto crea una demanda de yuanes, ya que hay gente que quiere cambiar sus dólares o euros a esta moneda para poder gastarlo dentro del país, más demanda, sube el precio, y la moneda gana valor.

El problema es que las autoridades chinas no quieren que eso suceda, al menos de momento. El país se está haciendo de oro a base de exportar, ¿para qué frenar este crecimiento con una apreciación que genera paro?. Lo que hace el banco central chino en este caso es coger las divisas, quedárselas, e imprimir más moneda china, sin "pagar", digamos, el precio derivado de la mayor demanda en moneda local. No convierten divisas en yuanes, imprimen nueva moneda, manteniendo la moneda depreciada a base de crear liquidez e inflación. Dado que el crecimiento de la productividad en China es considerable, los precios si bien han subido no se han salido de madre (con excepciones; el mercado inmobiliario parece Benidorm), pero eso no puede durar eternamente.

¿Cuál es el resultado de todo esto? Si hay un desequilibrio y uno de los dos lados de la ecuación no está ajustando, es obvio que el peso del cambio caerá únicamente en el otro. Estados Unidos, importador feroz hasta hace no mucho tiempo (y con un déficit comercial gigante, gracias a su sobrevalorada moneda) ha empezado el ajuste: si China exporta demasiado y no aprecia su moneda, seremos nosotros los que tenemos una depreciación monstruosa.

Mientras tanto la zona euro, otra región tradicionalmente exportadora, ve como su moneda ajusta al alza de manera desproporcionada; China está "secando" el mercado de divisas, pero Europa no lo hace, así que su moneda toma digamos un rebote "doble" siguiendo el ajuste del dólar. No es que el euro esté muy, muy fuerte; es el hecho que el dólar está depreciándose más de lo que lo haría normalmente dada la tozudez de los chinos.

¿Escenarios de futuro? Bueno, no soy tan bueno; aquí si que no llego. El problema es saber qué haran las autoridades chinas: si ajustan pronto, y con suavidad, tendrán algo de paro, y cierto frenazo económico, y relativamente poco daño. Si ajustan más tarde, corren el riesgo de meterse en hiperinflación y en una contracción dura. Si siguen ahogando la inflación, el desequilibrio continúa, y el riesgo es que metan al resto del mundo a depreciar sus monedas con ganas, forzándoles a ajustar por las malas.

Todo depende, como comenta Brad DeLong, en cómo deciden las autoridades chinas y qué quieren primar: ¿pleno empleo? ¿bajos salarios? ¿inflación baja? ¿mayor consumo?. Tarde o temprano la ley de la gravedad les forzará a tomar decisiones, así que veremos cómo va.

miércoles, agosto 15, 2007

A vueltas con el derecho a la vivienda

Siempre me sucede lo mismo. Escribo un artículo muy meditado sobre un tema relativamente técnico, intentando explicar de forma más o menos sencilla qué esta sucediendo, y lo que acaba generando debate es un comentario hecho sin demasiados matices dicho de mala manera. En este caso hablaba de crisis de liquidez e hipotecas potencialmente impagadas, y lo que ha generado reacciones ha sido un aparte acerca de gente perdiendo sus casas.

En fin, será cuestión de explicarme, y ya de paso repasar por qué esta obsesión con comprarse una casita no tiene nada que ver con el derecho a la vivienda, y de hecho puede ser una tontería peligrosa demasiado a menudo.

Vayamos por partes. Primero, con lo sencillo, los efectos de las hipotecas impagadas. Sí, eso se traduce en gente común, ciudadanos de a pié, currelas, mileristas o pobres americanos sin seguro médico perdiendo su casa. Sí, perder la casa es algo traumático, triste y desgraciado. Lo que debemos preguntarnos, sin embargo, es quién pierde la casa y por qué.

Comprar una casa es una inversión. Para mucha gente, de hecho, la única inversión importante que harán en sus vidas. No tiene nada que ver con el acceso al derecho a la vivienda (más sobre eso luego); en contabilidad nacional se cuentan como inversiones, ya que supone poner dinero en un activo que puede apreciarse. El hecho que además tenga un uso secundario estupendo (vivir en ella) no tiene nada de especial; una fábrica también tiene un uso extra (montar cosas) y no hay duda alguna sobre su naturaleza.

Por tanto, del mismo modo que nos preguntamos cuando una empresa compra maquinaria si se lo pueden permitir o no, analizando si la deuda contraida para ello se compensará con los beneficios potentenciales, una casa debe considerarse desde el mismo prisma. ¿Puede el comprador afrontar las letras? ¿Compensan los beneficios (apreciación de la inversión, un lindo hogar, acumulación de liquidez) esos pagos?.

Si la respuesta a estas dos preguntas es "no", me temo que esto de comprar una casa no es una buena idea. La inmensa mayoría de los hipotecados que van a perder sus casas en Estados Unidos (nota: menos en España; más luego) caen en esta categoría. "Subprime" o "hipotecas de mala calidad" no es más que jerga para decir "individuo jugando con fuego al comprar una casa". Si uno tiene que hacer cosas raras para comprar un pisito (hipotecas de sólo interés, hipotecas de tipo ajustable, hipotecas sin documentación) y no tiene un motivo muy, muy, muy bueno para ello, está tomando un riesgo espantoso con su dinero. Si se la pega, lo cierto es que no es exactamente una sorpresa.

Sin embargo, la pregunta relevante no es si esta gente está perdiendo la casa por errores propios o ajenos; es bastante evidente quien está metiendo la pata la mayoría de veces. La cuestión es si es una buena idea desregular el mercado hipotecario hasta un nivel en que estos errores son posibles o es mejor limitar las prácticas que han creado este problema. El estado puede limitar según qué prácticas de crédito, especialmente aquellas dirigidas especialmente a tentar a estos potenciales compradores con riesgo alto.

En España (y en muchos sitios de Europa), muchas de las hipotecas absurdamente suicidas no están disponibles, en parte porque son los bancos quienes todavía financian la mayoría de ellas, en parte debido a limitaciones legales. En Estados Unidos, el mercado está maravillosamente desregulado, dando ámplias oportunidades al investor avispado para hacer dinero vendiendo y comprando casas (las hipotecas de sólo interés nacieron para eso) y miles de maneras para que el inversor miope se ahorque con su propia deuda. Si tengo que escoger, la verdad creo que imponer ciertos límites razonables es una buena idea, pero hay argumentos sólidos para defender ambas posturas.

Si la vivienda es una inversión, ¿Cómo afecta esto al derecho a la vivienda?. En mi opinión, de una forma muy sencilla: el derecho a la vivienda no equivale a que el estado te tenga que garantizar que puedas comprar una. El derecho a la libertad empresarial no significa que el gobierno tenga que ir por el mundo asegurando que no pierdo dinero en bolsa o mi tienda cierre, la vivienda no tiene por qué ser distinto. Uno tiene que tener la posibilidad de vivir en un lugar decente y digno, sin sufrir discriminación o que le prohiban alquilar un piso, pero nada más allá de eso. Es un derecho de acceso, no un derecho de posesión, y cada individuo escoge como ejercerlo. Si a uno le gusta el riesgo, compra; si uno prefiere la calma (o invertir sus ahorros en otro sitio), alquila.

Hablando de inversión, la vivienda no es una especialmente rentable. El retorno ajustado por inflación medio de un piso o una casa es a medio-largo plazo casi invariablemente menor que el que uno puede obtener con una cartera de valores del Ibex-35, S&P500 o cualquier fondo bursátil rematadamente conservador. Por que sí, los precios no siempre suben, y sí, ese mismo dinero que uno está pagando en letras podría estar dando retornos muy superiores, en muchos casos, metido en otra parte. Alquilando y poniendo el dinero ahorrado con los pagos menores en bolsa, por ejemplo.

A todo esto, un par de comentarios sobre aproximaciones a este problema. La verdad, creo que Citoyen (que últimamente está que se sale) explica bastante bien qué hay detrás del debate; la aproximación de Antonio y la mía son muy distintas. En contra de lo que dice Jessica (casi siempre brillante, aunque con esto se equivoca) yo no hablo de "lo macro" ignorando lo que hacen los pobres mortales cuando se les cae el mundo encima; en mi artículo me centro en explicar qué nos ha llevado a una situación en la que siete millones de hipotecas (en las estimaciones más pesimistas) puedan conllevar alguien perdiendo su casa. Si hablo de ello es porque me importa que haya gente quedándose en la calle, sea por motivos propios o ajenos.

Debería ser bien conocida a estas alturas, sin embargo, no mi cinismo, sino mi alergia a todo lo que huela a historia sentimental de interés humano. Seré frío y racional, pero me importa un comino si Paco Edelmiro Ruiz, de Wyoming, pierde su casa. Lo que realmente me importa es el efecto agregado que miles de situaciones como esta puede causar en 325 millones de americanos, 500 millones de europeos, y en el mundo entero en general. Las historias individuales son novela, no política.

Y ahora he sonado como un auténtico insensible, pero es la única manera de afrontar los problemas de forma racional. Hacerlo de otro modo lleva proponer cosas contrarias a la ley de la gravedad demasiado a menudo.

lunes, agosto 13, 2007

La confusión hipotecaria

La crisis financiera en Estados Unidos ha generado una cantidad enorme de reacciones más o menos confusas. Dejando de lado extrañas diatribas a favor del patrón oro (algo que era una mala idea hace 80 años, y sigue siéndolo ahora) y las clásicas críticas desde la izquierda culpando el capitalismo y la oscura maquinaria financiera mundial, la reacción habitual a todo este jaleo ha sido confusión. Lo cierto es que lo que está ocurriendo es bastante obtuso, y la verdad, estoy bastante seguro que muchos de los inversores directamente implicados no lo entienden del todo.

De hecho, diría que esto forma parte del problema. El origen del problema se deriva de una burbuja inmobiliaria gigantesca vivida en los últimos años en Estados Unidos, combinada por una excepcional cantidad de contabilidad creativa al analizar los riesgos al conceder créditos. Tradicionalmente, los bancos eran los que concendían hipotecas; si algo iba mal, eran ellos los que tenían que cargar con la casa y tratar de revenderla. Si iba bien, cobraban intereses y todos contentos.

Los mercados financieros tienen como una de sus bases la gestión del riesgo, y las hipotecas lo son. Como en cualquier acción de riesgo, uno puede racionalizarlo extendiendo su base, como si fuera un seguro. El mecanismo es relativamente sencillo; los bancos crean "paquetes" de deudas, con miles de hipotecas de varios tipos agrupadas en un sólo valor, y sacándolo al mercado.

El problema es que la cosa es un poco más confusa a partir de este punto. Para empezar, los bancos ya no son el acto central en esta fiesta; cuando los paquetes de hipotecas están flotando por el mercado secundario, lo que realmente decide qué se financia y qué no es el mercado en sí. Si un fondo de inversión está dispuesto a comprar un paquete de hipotecas lleno de deuda de baja calidad (esto es, hipotecas de gente en barrios malos, sin trabajo estable y con mal crédito), eso es lo que se finaciará.

De nuevo, un inversor puede amortiguar el riesgo haciendo cosas más exóticas, como poner este paquete dentro de otro con otra clase inversiones, bajando el nivel de pérdidas potenciales vía diversificación. O si es realmente barroco, puede comprar esas cosas con un crédito, revender su deuda en el mercado secundario, quedarse él con los activos y bailar una vals vienés a cambio de activos en China. Lo cierto es que una vez las hipotecas están flotando por el mercado pueden acabar metidas en cualquier cosa, usando instrumentos financieros treméndamente sofisticados y perfectamente diseñados para cada necesidad.

El problema, claro está, es cuando el mercado inmobiliario en Estados Unidos se estrella, y esas hipotecas empiezan a ser algo más dudosas. Cuando los precios de las casa suben constantemente, el hecho que haya impagos no es un problema demasiado grave. El propietario puede refinanciar, a poco que hubiera pagado, o bien el banco puede quedársela y colocarla de nuevo relativamente rápido. Es una buena deuda, respaldada por algo tangible. La cuestión es que ese algo tangible, como todo, puede bajar de precio, y convertirse en una patata caliente.

El resultado es que por el mercado financiero hay una cantidad relativamente grande de títulos de deuda de muy mala calidad (estas hipotecas a gente con pocos números de pagarlas), y no demasiada información fiable sobre dónde andan. Dada la extraordinaria complejidad de muchos de los instrumentos financieros utilizados para colocar estos títulos en el mercado, y los instrumentos treméndamente creativos utilizados para dispersar el riesgo, es muy complicado saber quién tiene qué, quién se está tragando qué pérdidas, y a quién le toca cerrar por haber hecho una inversión estúpida. Sí, los balances están ahí, pero buena suerte siguiendo dónde ha ido a parar cada cosa, al menos en un periodo de tiempo razonable.

¿La reacción natural de los mercados? Miedo. Si bien es muy probable que las hipotecas "malas" estén muy, muy dispersas entre muchisimas manos, y por tanto las perdidas catastróficas sólo afecten a unos pocos listillos, no hay muchos motivos para confiarse cuando dejas dinero a alguien. A fin de cuentas, uno puede estar financiando a uno de los pobres pringados que van a perder la camisa y quedarse a dos velas, o pagándole a alguien una inversión en uno de esos fondos. No sólo eso; si es otro banco el que te pide dinero para prestar a alguien, ¿quién te dice que ese banco no está uno de esos errores?. Cuando los riesgos son más altos, el precio que se pide para cumplir con alguien es más alto; traducido a mercados financieros, los tipos de interés y los costes de transacción en las operaciones de crédito suben. Es más difícil que te dejen pasta, vamos. Y si uno no tiene pasta, no puede invertir.

Aquí entran los bancos centrales y sus inyecciones de liquidez. Dicho en cristiano, lo que han hecho es dejar dinero a los bancos que lo necesiten para que estos puedan dar créditos, y que con tantos nervios en los mercados no podían conceder fácilmente. Todo ello para dar tiempo a que la gente se aclare, haga números y no se quede paralizada mirando al vacio sin mover un duro hasta que no se resuelva quién la ha pifiado con las malditas hipotecas, evitando que la desconfianza general evite la asignación eficiente de recursos en los sectores donde no hay problemas debido a la falta de liquidez ("dinero", más o menos) entre tantas dudas.

Estamos otra vez con lo de siempre, los costes de transacción. Los mercados necesitan que todo el mundo esté razonablemente bien informado sobre lo que está sucediendo para asegurar que las transacciones no se hacen demasiado caras. Si nadie sabe lo que pasa, la gente debe gastar dinero en "seguros" para disminuir el riesgo; en este caso, la complejidad del mercado, unida a un buen puñado de activos muy poco rentables había hecho que estos costes subieran.

La solución, a medio plazo, será que los actores competentes (estados, reguladores) impongan normas que añadan transparencia a estas transacciones. Mientras tanto, los tontos que creían que tener hipotecas concedidas a gente sin empleo fijo era una buena inversión perderán su dinero, como bien se merecen. Y sí, siete millones de hipotecas, la mitad de las consideradas subprime en Estados Unidos, acabarán con la familia en la calle. Haber alquilado, qué quieres que te diga.

Todo eso, evidentemente, si los mercados recuperan la confianza, y mi asumpción que el riesgo está muy distribuido es correcta. Si eso no sucede, o tenemos otras inversiones encallándose como las hipotecas (otros bonos de calidad cuestionable)... bueno, entonces no habrá demasiada confusión, y pasaremos a hablar de crisis con todas las letras. Creo que no iremos tan lejos, pero tengo la mala costumbre de no acertar demasiado en estas cosas. A saber.

Nota: editado por educación y protección de pieles finas.

sábado, julio 28, 2007

De la moralidad de las descripciones

No sabía que había sido publicado en España, hasta que una de mis habituales visitas masocas a LD me encuentro a Juan Carlos Girauta poniéndolo a parir. Ya hablé de el libro hace tiempo, precisamente del capítulo del que Girauta habla, así que no es que esté aquí rebuznando para llevar la contraria.

Pues sí, el libro es excelente, y la crítica de Girauta que la correlación entre legalización del aborto y descenso de la criminalidad diciendo que es una "falacia non causa pro causa del tipo post hoc ergo propter hoc" (marchando una de latinajo fácil en vinagre) es bastante estúpida, y demuestra que o bién no se ha leído el libro, o bien no tiene pajolera idea de estadística.

Levitt y Dubner, los autores, son especialmente cuidadosos en ese aspecto. De hecho, en la edición revisada en Estados Unidos añaden de forma harto inusual para un libro de divulgación el modelo estadístico completo en el anexo, con multitud de variables de control para tratar de descartar otras posibles causas. De forma muy sorprendente incluso para mí (que aún no creyendo que deba prohibirse, el aborto no me hace ninguna gracia), el modelo cuadra y es sorprendéntemente robusto; no parece que la correlación tenga nada de casual. A falta que a alguien se le ocurra otra variable que no está en el modelo que dé una explicación más potente (y repito, controlan por todo lo que decía la literatura hasta entonces) el modelo parece correcto, y la hipótesis confirmada.

Lo que me parece más cómico (y triste) de la crítica de Girauta es que hable de moral. La pregunta que se hacían Levitt y Dubner no era si el aborto es bueno o no; la pregunta es por qué de forma inexplicable la criminalidad cae en picado en Estados Unidos a principios de los noventa, sin que los datos apoyen ninguna de las explicaciones habituales explicando el fenómeno completamente. La buena marcha de la economía, el número de polícias, las estrategias de lucha contra el crimen, el mercado de la droga, el número de jóvenes (los que más crímenes cometen) en la población, la estructura de las ciudades, distribución de la renta, nivel de paro... ninguna variable parece explicar por qué súbitamente la delincuencia disminuye en todas partes, en contra de todas las predicciones de los expertos, y en muchos lugares mucho antes que se note el crecimiento económico.

¿Qué hace un científico, si no explicar la realidad? Los autores de Freakonomics hacen exactamente eso. Decir que el hecho que hayan menos niños no deseados lleve a que haya menos adolescentes cometiendo crímenes unos años después no equivale a decir que matar a bebés pobres es una buena idea. Los autores mismos, con cierta sorna, han dicho alguna vez que para evitar el problema son más partidarios del condón. Que haya mujeres que usen el aborto como mecanismo de planificación familiar no equivale a celebrarlo; Leavitt y Dubner de hecho dicen claramente que como herramienta de lucha contra el crimen es algo patéticamente ineficiente.

La realidad no tiene un valor moral de por sí, es, y punto. Una mesa no es un ente bueno y valioso por el hecho que diga que tenga cuatro patas, y una silla no es malvada y genocida al ser descrita como vagamente incómoda. De igual modo, el describir como Egócrata está sentado en su sillón, con su portatil en sus rodillas, escribiendo con rostro serio no debe ser un juicio de valor por sí sólo; si se podrá decir que moralmente es un acto repugnante, al representar un pérdida de tiempo, pero el hecho de proclamar que Egócrata escribe letras al pulsar botones no debe ser motivo de controversia moral, si no en todo caso científica.

Si Girauta cree que describir la triste vida de las mujeres que deciden abortar ya que no podrán cuidar al niño es inmoral, nos estamos metiendo en terrenos peligrosos. Sé que mencionar a Galileo es exagerado en este caso, y que el pobre Juan Carlos no está para quemar a nadie en la hoguera, pero negar la realidad porque no me cuadra con mis ideas es la verdad bastante lamentable.

martes, julio 24, 2007

La tragedia del arbitro: EUA en Irak

Todo el mundo sabe que una de las profesiones más desagradecidas en este mundo es el arbitraje. Sea en primera o en regional, el pobre tipo que "dirige" un partido (es un decir) siempre es el blanco más probable de los insultos y botellazos. Debe ser justo y ganarse el respeto, pero a la vez debe tomar decisiones que perjudican a uno u otro bando; como los alaridos de los jugadores indican con bastante claridad, no parece ser un trabajo fácil.

Entre los muchos desastres que han marcado la catastrófica intervención de Estados Unidos en Irak, la más irresoluble para el Pentagono es el hecho que les toca convencer a dos equipos con muy malas pulgas que seguir las reglas es una buena idea. En otras palabras, son el trencilla del país, aunque aquí juegan con armas de fuego, y la cooperación parece no ser del agrado de nadie. Veamos por qué.

Partiremos de la idea simplificadora que en un país llamado Poldavia hay tres actores (lo podría hacer con más, pero sería más obtuso), los gnomos, los trolls y los americanos. Los gnomos y trolls no se llevan bien, y la verdad, se tienen unas ganas tremendas, así que van por la vida buscando excusas para tratar de liarse a tortazos. En su orden de preferencias, podríamos decir que estos dos prefieren ante todo aplastar a sus enemigos acerrimos, como segunda mejor opción tienen una paz tensa, algo peor es una paz de perdedores, siendo agredidos y poniendo la otra mejilla, y su peor resultado es que sus malvados vecinos les den de tortas hasta sacarles brillo.

En este contexto de tensión gnomo-troll, los recién llegados americanos la verdad sólo quieren que les dejen tranquilos. Ellos literalmente pasaban por el barrio perdidos mientras buscaban a un viejo conocido, y se han quedado atrapados en el berrinche de estos dos atajos de locos que habitan Poldavia. Si les dan a escoger, los americanos realmente estarían encantados que Gnomos y Trolls vivieran en paz y armonia sin pegarse, siendo el conflicto abierto entre los dos grupos lo que menos les gustaría en este mundo.

Para evitar este triste, triste resultado, los americanos pueden dar señales a unos y a otros sobre a quién apoyarían en caso que empiecen a pegarse guantazos, a ver si de este modo los tipos se calman. Lo que está claro es que los pobres turistas no van a ir a la guerra contra todos, así que tienen que ir dando voces en uno u otro sentido.

Gnomos y trolls tienen pues en mente varios resultados posibles. Si deciden ir a la guerra contra el otro clan con el apoyo americano, ganan seguro. Si deciden ir a la guerra sin apoyo, tienen una probabilidad "x" de ganar o perder (al azar) si los gringos semantienen al margen, y pierden fijo si los americanos ayudan al otro bando. Si se quedan quietos y calladitos, empatan y listos. Si el otro bando ataca, pero los otros no reaccionan marchando a la guerra, son humillados esta ronda y lloran unos cuantos días amargamente. Gnomos y trolls declaran lo que hacen, los americanos dan una señal, gnomos y trolls reaccionan, y así sucesivamente.Es hora que todos tomen decisiones a ver que hacen, teniendo en mente qué incentivos tiene el resto para actuar.

Pensad un momento sobre qué haríais si estuviérais en cada situación, contando que el juego (si, esto es teoría de juegos) se repite más o menos de forma indefinida. Veamos una situación de ejemplo.

Un buen día, en un ataque de bilis mal curado, los trolls más radicales destruyen la seta gigante sagrada de los gnomos. Estos no están seguros que si responden el apoyo americano vendrá de su lado. Si están 100% convencidos que recibirán ayuda, los gnomos contratacarán; si los trolls son tontos y se apuntan, les aplastamos, si ven que están perdidos, se retiraran de forma humillante.

Si no saben si los están dejando sólos, lo gnomos aún tienen la incertidumbre sobre si los americanos están dispuestos a apoyar a los Trolls. Es hora de evaluar riesgos: ¿qué es peor, una humillación ahora o el riesgo de una guerra sin cuartel?. Si creen que los trolls tienen apoyo de terceros, la verdad, la seta no era tan importante. Si no están seguros, dependerá de lo fácil que vean ganar la guerra.

Hay un detalle en los americanos, de todos modos, que los hace especialmente tiernos: no les gusta eso de las humillaciones. Los tipos son unos buenazos, y quieren que ambos bandos decidan de forma razonable y racional, derivado de su arbitraje, que lo de la paz mola, y es mejor que tratar de partirle la cara al vecino. En otras palabras, su idea es mediar, arbitrar entre los dos, para que no respondan a las provocaciones.

La idea es dar señales claras que primero, una provocación no brindará nunca un apoyo, y segundo, que una respuesta violenta a una provocación no significará un apoyo automático. La primera mitad asegura que la agresión nunca tenga un premio garantizado, y la segunda que la respuesta a esta no será necesariamente un premio para el agredido. El problema, sin embargo, es que este baile no evita el conflicto, especialmente en el caso que uno de los bandos crea que la probabilidad de ganar sin ayuda sea razonable. Los árbitros tendrán que intervenir, por tanto, sólo en caso en que una agresión parezca dar una ventaja significativa en un conflicto abierto a uno de los bandos, mantenerse al margen la mayor parte del tiempo, pero evitar que alguien pierda tan a menudo como para decidir ir a la guerra a la desesperada.

¿Suena difícil? Por algo la situación es tan rebuscadamente complicada en Irak. Los americanos están literalmente tratando de mantener 14 pelotitas en el aire al mismo tiempo en medio de una galerna, con medio mundo (Irán, Bin Laden) poniéndole palos en la rueda del uniciclo. La tarea de convencer a unos y a otros que pegarse es malo es casi imposible, y así les va.

Existe, sin embargo, una salida relativamente fácil, en caso que los americanos quieren asegurar la paz: escoger un ganador. Darle un apoyo incodicional a un lado, dejarle que provoque todo lo que quiera, y los otros, que se callen y aguanten. El problema evidente es que esto es la paz de los cementerios; el bando ganador aumentará la presión de forma básicamente indefinida, y oprimirá alegremente a sus rivales a sabiendas que lo tiene ganado. Si os suena la solución "pragmática", aquí la teneis, en toda su gloria.

La alternativa, el largarse, será a largo plazo parecida... aunque primero un bando deberá perder la guerra de por medio. Me temo que tras tanto equilibrio, es hora de ser realista. Tristemente.

domingo, julio 22, 2007

Honor y propinas

Llevo unos cuantos fines de semana sirviendo bebidas. En parte para ayudar, en parte porque quiero más pasta para mis vicios, llevo un par de meses entre cervezas y botellas variadas. Como camarero en Estados Unidos, uno está descubriendo el encantadoramente bizarro sistema de vivir a base de propinas; los americanos dan muchísimo más que los españoles, al ser el salario de los camareros mucho más bajo para empezar.

En estas semanas, un servidor ha estado mirando con cierto detalle esta costumbre, en una especie de de experimento de ciencias sociales improvisado visto al natural. Aunque no he llevado un control demasiado disciplinado de los datos (la verdad, no soy tan friki com para eso), sí que he prestado atención a la evolución de lo que tengo en el bote de propinas al final de la tarde, y su relación con unas cuantas variables. Como era de esperar, hay un patrón en el altruismo; y sí, las ciencias sociales tienen una explicación. Veamos.

Las propinas, desde el punto de vista de un economista cerrado de miras, son un misterio. No hay un motivo racional directo en dejar dinero extra a un camarero; el hecho de premiar su buen trabajo a posteriori no da ningún beneficio adicional, y tiene un coste monetario claro. Por si fuera poco, la propina es totalmente voluntaria; si uno es maleducado (desde el punto de vista americano) y no deja nada, la policía del buen cliente no le va a buscar para darle una paliza.

¿Por qué la gente deja propina entonces? Un motivo bastante claro es el hecho que es posible que vuelvan a visitar el mismo bar o restaurante en el futuro. Temiendo que el camarero les escupa en la bebida en una visita posterior si no dejan propina, un cliente temeroso de los microbios puede creer que ser educadito es una buena idea. Esto no explica, sin embargo, por qué la gente deja dinero incluso en lugares donde no volverá nunca, pero es una buena razón.

En estas semanas de "estudio" he podido constatar esta dinámica. Los clientes habituales (los borrachuzos que están allí cada sábado o domingo) tienden invariablemente a dejar más propina, y es así desde el principio. No es que te conozcan con el tiempo y vayan dando más; de hecho, diría que la confianza en este caso da asco. Los que saben que vienen a menudo empezaron todos fuerte, dando buenas propinas, y una vez establecida la reputación de generosos han ido bajando su nivel poco a poco. Siguen siendo mejores que la media, pero no son ni de lejos tan espléndidos como en el primer mes.

Esto explica las diferencias entre clientes; lo que no explica bien, sin embargo, es las fluctuaciones entre semanas. Controlando (es un decir; la base de datos es poco rigurosa) por asistencia y composición de la tropa, la cantidad de dinero oscila de mala manera; de $8-10 a $40-45, a veces con muy pocos cambios entre los bebedores en la barra. A estos cambios creo que le encontrado tres causas, todas relativamente poco evidentes.

La más trivial es realmente estúpida, pero curiosa. Los días que he puesto un par de billetes de dólar en las dos jarras para propinas, la gente deja invariablemente más dinero. La gente se "inspira" en presuntos donativos anteriores, y deja más. Esto se ve reforzado por otro segundo factor curioso, el derivado de la composición de la clientela. Como más clientes habituales hay en el bar, mayor es la contribución media de cada cliente. El efecto no es sólo arimético, derivado de que al haber más "habituales generosos" la media sube; la subida se produce controlando por clases. Es decir, los habituales dan más cuantos más de ellos hay, y los ocasionales dan más si se les rodea con habituales que si sólo hay tacaños que vienen poco.

¿Por qué se produce esto? Lo de las propinas es voluntario, pero también es un código de buena conducta social. Del mismo modo que en uno habla más en una clase si hay otros alumnos hablando que si está todo el mundo callado, un cliente dá mejores propinas si el resto del bar está siendo generoso. La contribución es voluntaria, sí, pero está fuertemente condicionada por la presión social; uno no quiere ser el idiota solitario que dice que no cree en propinas cuando todo el mundo está dejando una bien generosa. La generosidad no es por tanto puramente altruista; forma parte de un equilibrio social informal bien engrasado.

El tercer motivo es el más curioso. Estoy trabajando allí, un bar de un club, porque la presidenta es la madre de mi novia y necesitaban a alguien que les ayudara. Mi vínculo con el lugar es por tanto a traves de dos personas, los padres de mi novia, sin que conozca al resto de la clientela demasiado. Bien, los días que ellos están en el club (y el bar) el nivel de las propinas es marcadamente más alto, al menos un 30% - 40% de más.

¿Por qué sucede esto? La explicación, me parece, es una variación del punto anterior. El hecho que mis futuros suegros esté por el bar es de hecho un elemento de vigilancia social informal añadido; dos de los clientes del bar tiene una profunda simpatia por el camarero, y tienen un interés activo en que este haga buenas propinas. El hecho que dos clientes tengan un interés no declarado pero conocido hace que la presión social para ser generoso aumente, y la devoción por la propina se incremente.

Ciertamente es un investigación poco científica (y la verdad, aún no tengo suficientes grados de libertad para tirar buenas regresiones), pero da pistas. En los próximos días, intentaré hablar más de este curioso problema para las ciencias sociales, los mecanismos que llevan al altruismo y la cooperación a gran escala. La bondad innata del hombre existe, pero la verdad, necesita casi siempre que le den un buen empujoncito.