Una de las discusiones internas que señalan de manera clara que un partido político tiene problemas es cuando se habla de cómo escoger al próximo líder. Cuando alguien piensa en esa clase de guerras, es que o bien el actual jefe tiene números de morir (políticamente) en acto de servicio, o bien que lo ha dejado asqueado, a grito de "¡Ahí os quedais!", abriendo el paso a capitanes, barones y gerifaltes varios en una nueva pugna por la poltrona.
Es fácil hablar de ambición y ganas de figurar, pero ser elegido líder de un partido grande no es poca cosa. Primero de todo, porque se puede decir que uno tiene ya un 50% de llegar presidente o primer ministro; lo más cerca que puede llegar a estar un hombre común de ser Rey sin todavía serlo. De hecho, unas elecciones ya es una pelea fácil contra un solo oponente; nada comparado con escalar entre medio millón de militantes en una larga carrera dentro de un partido. Los partidos, de hecho, hacen la mayoría del proceso electoral, dejando dos candidatos a tiro de urna en las votaciones. La selección del próximo jefe y candidato a presidente es por tanto algo crucial en un sistema político... y algo al que se le presta relativamente poca atención.
Hablando de países democráticos, hay básicamente cuatro maneras distintas de escoger un líder político: elecciones abiertas internas (primarias), voto restringido (sólo votan los cargos del partido), dedazo o circulo mágico (el líder saliente o bien una reducida élite escoge el sucesor a puerta cerrada) y elecciones generales (el partido presenta más de un candidato a la urnas, a la francesa, o listas abiertas). Cada sistema tiene sus ventajas e inconvenientes, y todos ellos son perfectamente capaces de generar efectos inesperados.
El sistema de elecciones primarias es probablememente el que tiene mejor prensa. Varios candidatos a jefe, todos los militantes votan, hala, ya tenemos líder. Parece sencillo y elegante, pero tiene más problemas de lo que parece.
Primero, deja a la vista de manera bastante escandalosa las divisiones internas de un partido. A los medios les encanta informar de estas cosas, y lo cierto es que hacen un daño electoral considerable; que le pregunten a Borrell y Almunia si les fue bien la cosa. Segundo, los militantes no tienen porque escoger al mejor candidato. Es posible que los miembros de un partido político estén muy a la derecha o a la izquierda del electorado, y voten por alguien que si bien cae muy bien dentro del partido, puede tener una imagen de radical que lo hace un lastre electoral. El caso de Ian Duncan Smith en los tories británicos es muy claro; los militantes (notorios por ser la mayoría jubilados con muy mala leche) votaron por un euroescéptico furibundo, totalmente invotable para el resto de la población... cosa que me lleva al punto tres, un líder salido de las primarias puede no ser del agrado de los notables del partido. Y si la gente relevante no está por cooperar, hay poco que hacer. O dimites (Borrell) o te echan, como fue el caso de Duncan Smith.
Aparte de estos problemas, las primarias son mucho menos predecibles de lo que parecen. No producen necesariamente un candidato más lejos del centro, por ejemplo. Tony Blair llega al cargo bajo un sistema más o menos abierto de elección, y sin ser precisamente un radical (aunque sí sólido centro-izquierda). John Kerry no era tampoco el más radical de los demócratas, aunque si probablemente era el más aburrido. Y los sectores más radicales de los laboristas se pasaron los ochenta luchando por un impulsar un sistema más participativo, confiando que les daría el control del partido, sólo para ver al muy moderado Neil Kinnock pasarles por encima con las nuevas reglas.
El sistema de votación restringida es el más extendido en las democracias parlamentarias europeas, y como todos los arreglos ámpliamente utilizados, lo es por buenas razones. Las normas prácticas varian bastante de un partido a otro, pero la idea básica es que la decisión la toma los cargos intermedios de la formación, sea en votación o en un congreso. El partido laborista británico hasta los años ochenta era el arquetipo de este sistema, con votación exclusiva de los miembros del Parlamento. Las ventajas de este sistema son básicamente dos. Primero, es habitualmente poco disruptivo, ya que la "guerra" por el poder dura poco, es a puerta cerrada y no demasiado vistosa. Segundo, acostumbra a seleccionar buenos candidatos, ya que los electores son los cargos cuya supervivencia laboral depende en ganar elecciones. Los diputados no escogen radicales demasiado a menudo, sino gente con posibilidades de llegar a presidente. Básicamente es un sistema limpio y eficiente para sacar un buen candidato.
Evidentemente, tiene sus problemas. El primero y más claro, que no es siempre tan limpio como debería. Conseguir un líder y una distribución de poder interno que haga felices a todos los barones suena muy bonito, pero a veces es ligeramente imposible. Si las diferencias ideológicas dentro del partido son muy amplias, o básicamente hay mucha gente con muy mala leche, la imagen de partido unificado no hay manera de conseguirla. Más allá de eso, si la militancia está alejada de las posiciones de los líderes (más lejos o más cerca del centro, existen las dos cosas) el partido acabará a tortas no importa el arreglo que lleguen los líderes. Que le pregunten a James Callaghan si los sindicatos y el partido fueron de ayuda, vamos.
Segundo, es un sistema infinitamente manipulable. José Bono aún se pregunta como una pandilla de novatos le ganaron el congreso, sin ir más lejos. Cuando el electorado es pequeño, un cambio en los sistemas de votación, unas cuantas negociaciones detrás de las cortinas y unas cuantas puñaladas traperas a tiempo pueden dar resultados totalmente inesperados. Lo que es aún más descorazonador, con pocos escrúpulos la posición de una ejecutiva puede ser totalmente inviolable, si el líder no tiene remilgos en manipular los resultados. Aunque esto no se produce habitualmente a nivel nacional (Chirac aparte), es un riesgo presente.
El sistema de dedazo o círculo mágico es la opacidad absoluta. El líder o bien emerge de las profundidades de un cuaderno azul, designado por el actual caudillo, o bien es elevado al trono por una docena de hombres tras leer el oráculo. La gran ventaja del sistema es que conflicto, de cara a la galería, ninguno; el líder aparece de la nada sin que nadie cuestione su valia. En contrapartida, la elección puede ser todavía menos representativa que con en el sistema anterior, y por añadido, nadie sabe a ciencia cierta qué apoyo tiene el nuevo jefe.
El dedazo es relativamente seguro en caso que el nuevo líder gane las elecciones, y consolide su posición desde el gobierno, pero es muy vulnerable a algaradas si ha perdido. Sus bases de poder son el cargo y su valoración en las encuestas, no otra cosa; si algo va mal, no tiene demasiados sitios donde apoyarse. Cuando a Rajoy medio partido hace lo que le da la gana, es en gran parte por esta indefinición. No es un sistema que se use demasiado a menudo, en gran parte porque hay muy pocos países con limitación de mandatos o gente que deje la poltrona voluntariamente, y aún menos tienen la arrogancia de estar seguros que volverán a ganar. Aparte que la verdad, no funciona demasiado bien.
El último sistema es lo de "esto no me lo dices en la calle" aplicado a la política. Si no nos ponemos de acuerdo quien manda, nos presentamos los dos a las elecciones y el que gane líder y el que pierda tonto oficial. Es el sistema típico de los sistemas atípicos y los partidos con problemas, además de los pocos países que tienen listas abiertas (muy, muy pocos, y si la experiencia de Brasil o Italia es indicativa, no habrá demasiados más). Dice poco de la estabilidad de los partidos y su capacidad por ponerse de acuerdo, hace un daño electoral enorme al partido que se presenta dividido (aunque no siempre), y acostumbra a ser bastante patético visto desde los votantes.
El rey de esta clase de guerras fraticidas es indudablemente Francia y su surrealista sistema de partidos, con ese toque bananero que hace gala ultimamente. Lo de presentar tres o cuatro candidatos había sido la dolencia tradicional de la derecha tras la caída de De Gaulle. Era casi tradición perder un congreso y salirse del partido para formar otro y ser candidato. La sopa de letras de la derecha (RPR, UDF, UMP, MPF, PRG...) viene en gran parte de esta poco gloriosa tradición, que Sakorzky y Villepin prometen continuar. Tras Mitterrand, parece que la tradición vive también la izquierda, con su bonita constelación de troskystas, verdes, altermundistas, comunistas y republicanos. Todo sea por perder elecciones. Efectivamente, el sistema no me gusta especialmente; será que atenta contra mi muy británico gusto por tener cierto orden.
Concluyendo, métodos hay muchos, perfecto no hay ninguno. No importa el sistema elegido, los partidos políticos viven y mueren sólo por una cosa, el ganar elecciones... y eso es lo que se debe tener en mente siempre. Tan importante es que el líder de mi partido me guste, como que evite que el mal mayor que representa su oponente pierda. Siempre es mejor elegir al jefe de manera clara y transparente, pero en política, como en todas partes, no hay nada gratuito ni libre de riesgos.
4 comentarios:
Muy buen post...pragmático, pero bueno.
Un saludo.
Enrique Castro.
(Estoy hasta las narices del Spam.)
Gracias, Enrique!
Te ha quedado genial!!! Me ha resultado super interesante. Enhorabuena. Un saludo!
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