miércoles, septiembre 21, 2005

En defensa de la democracia representativa

Una de las quejas / reivindicaciones habituales desde la "verdadera" izquierda es la de la democracia directa o "real". Exceptuando la idea que "real" es lo que existe, y la democracia representativa es lo que existe ahora, es necesario creo debatir y rebatir algunas falsas ideas del funcionamiento de los sistemas políticos. O, dicho en otras palabras, señalar que hay muchas y muy buenas razones para que la práctica totalidad de las democracias occidentales tengan un diseño curiosamente parecido en cuanto a representación política.

Una de las cosas más extremadamente sorprendentes para muchos activistas es lo poco importante que es la política para el 95% de la población. No es una cuestión de apatía, poco compromiso cívico o alienación por parte de los poderes fácticos de las masas, es sencillamente una cuestión de tiempo. Saber qué sucede a nuestro alrededor, y qué decisiones toman los políticos, lleva mucho tiempo. Uno no tiene una idea general sobre cuáles son las principales teorías sobre el crecimiento económico hasta que no se pasa unos buenos tres meses leyendo libros como un loco, y aún así sigue sin poder juzgar si unos presupuestos generales del estado son buenos o malos.

El caso es, en caso que un individuo quisiera tomar una decisión siendo buen ciudadano y estando razonablemente bien informado, básicamente debería tener dedicación exclusiva en la tarea de decidir su voto. A mí la política me gusta, y puedo tolerar leer una buena cantidad de libros sobre urbanismo, geografía económica y transportes antes de decir si quiero un polígono industrial en los Monegros o no, pero a la mayoría de la población eso le parecerá un coñazo. Incluso un adicto al debate público como yo huirá presa del pánico a la que alguien se me ponga a hablar de ecosistemas o regulaciones de la cantidad de chalecos salvavidas que debe llevar uno en su yate, así que imaginad la maruja media.

Esta falta de pasión por empollarse libros de texto es una de las bases de la delegación de poder que hacemos en nuestros representantes. Básicamente, se trata de una división del trabajo; creamos una categoría profesional llamada "políticos" compuesta por freakies adictos al debate. Un poco como los gobernantes filósofos de Platón, aunque con un par de cambios. Primero, el sistema de elección. Como lo de criar a los niños bien dispuestos desde pequeñitos nos parece un poco cafre, recurrimos a una aproximación un poco basta consistente en votar a los adultos que nos parecen más aceptables. No es un sistema perfecto, y se nos cuela algún imprensentable cada cierto tiempo, así que añadimos el mecanismo de poder votar a otro al cabo de un tiempo si el político no hace su trabajo.

No estamos hablando tanto de representación, en el sentido de enviar una copia de uno al congreso, si no elección entre varias ofertas políticas. Es imposible crear un representante perfecto, ya que no hay nadie que tenga un catálogo completo de opiniones sobre todos los temas de la agenda política (personalmente, no me interesan las leyes sobre artesanía). Votamos sobre alguien que promete una serie de ideas generales, y decidimos al cabo de cuatro años si lo que ha hecho nos gusta o no. Verificamos si el representante ha hecho su trabajo cada cuatro años, no tras cada votación, porque esa votación que tanto me importa a mí (ley de ferrocarriles) seguramente no es justificante de una bronca al pobre diputado para nadie más.

Votamos poco, y por pocas instituciones, por el mismo motivo. Personalmente, no tengo ni pajolera idea qué se necesita para ser un buen director del Museo del Prado, miembro del Tribunal de Cuentas o juez del contencioso-administrativo, y la verdad, no tengo ni tiempo ni ganas de empollarme otra vez mis manuales de derecho otra vez. Prefiero votar a alguien, y saber que si algo va mal, el culpable es él y su partido, sin que el Senado le eche la culpa al Congreso, el Congreso al Presidente, el Presidente al Supremo y el Supremo al Congreso de nuevo.

La misma lógica está detrás de los referéndums. Primero, son una herramienta tan cruda, o más, que elegir un representante. Yo no quiero votar "si" o "no" al texto de la Constitución Europea; quiero que sea más federalista, con menos moralina, que el Presidente de la Comisión lo vote la Eurocámara, y que desaparezca la PAC. Votar en un referéndum sólo me permite decir sí a todo o no a todo, sin poder tocar el texto; prefiero votar a un representante (o quien decide quien va, esto es, a mí gobierno) que tenga propuestas parecidas a las mías. El votar un sí o un es básicamente poder de asentimiento o veto, pero no es democracia "real". El poder es decidir qué se escribe en el texto, no aplaudirlo o abuchearlo.

Por añadido, está el tema de los costes de información. Sólo con el nivel de memeces que se llegaron a decir sobre la Constitución Europea, uno podría creer que el texto era una cosa y su contrario a todos los niveles. Leer el tratado no bastaba para saber de qué se trataba; sin cierta familiaridad con las instituciones europeas (que son sólo marginalmente más sencillas que la física cuántica) era difícil aclararse.

Los referéndums son instrumentos toscos. Sólo son válidos para temas donde los costes de información no sean demasiado elevados, y su obtención no esté sujeta a masivas cantidades de desinformadores vociferantes. Si esto no se produce, sólo votan los cuatro locos un poco interesados en la materia (quiero votar la ley de ferrocarriles... ¿alguien más?), siendo menos el gobierno del pueblo y más el gobierno de los gafosos con una bitácora.

La idea de soberanía popular es magnífica, suena muy bonita y es un gran grito de guerra, pero es eso, una idea. Un sistema político sólo puede ser tan grande y expansivo como la cabeza de un ciudadano medio, y la verdad, la democracia real es de tamaño soviético.

9 comentarios:

Alex Guerrero dijo...

Te planteo un debate.

- Dice Guillermo O'Donnell que la democracia representativa exije que los políticos elegidos respeten el mandato de sus representados. Esto es, que lo que prometieron, lo cumplan, y no nos vengan luego con excusas para cambiar. Y si no lo cumplen, tenemos una opción de echarlos luego.

- Dice Susan Stokes que esto no siempre es así, y no siempre es malo que no sea así (a veces sí, claro). Maquiavelo decía que a veces los súbditos no son capaces de ver que la "píldora amarga" nos curará de la enfermedad, aunque durante algún tiempo lo pasemos mal. Luego estaremos mejor. Lo mismo, a veces hay reformas muy duras, pero que nos sacarían del pozo, que, sin embargo, no son vendibles en una campaña. Siempre otros ofrecerán un camino más suave y más cómodo, o más populista. Así que hay políticos que dicen que harán A y cuando consiguen el poder hacen B (Menem, Fujimori, González, Blair). Y si las cosas les salen bien dadas, tienen fé en que los votantes verán que era el camino correcto, aunque no era lo prometido, y les reeligirán. Claro que, en muchos otros casos, también estaban mintiendo, simple y llanamente.

Dos preguntas:

a) ¿Con cuál te quedas?

b) ¿Cómo distinguir la paja de la lana, en el segundo caso?

R. Senserrich dijo...

Con Schumpeter. :-).

De hecho, más con Stokes que con O'Donnell en esto; el representante debe tener margen de maniobra en caso que las circunstancias cambien.

Por cierto, Blair ha hecho lo que decía en campaña casi en todo.

Alex Guerrero dijo...

No digo margen de maniobra. Digo, "siempre pensé hacer B, pero sé que no tragarás, así que te vendo A y luego cambio a B cuando gano porque sé que es el camino correcto"

R. Senserrich dijo...

Entonces el votante siempre tiene la opción de echarlo por mentiroso cabrón en las siguientes, claro. A no ser que algún idiota haya puesto limitación de mandatos.

Opppps.

Augie March dijo...

Estando de acuerdo contigo, ¿cómo considerarías un refrendo a la negociación con ETA?

El votar un sí o un es básicamente poder de asentimiento o veto, pero no es democracia "real".

Creo que un referéndum se ajusta perfectamente a deisiones caraterizadas por el hecho de que a duras penas tienen marcha atrás. Léase entrada de un país en un organismo internacional, por ejemplo.

Lo mismo para la negociación con ETA. Es una decisión sin marcha atrás. El pueblo debe conocer sin trabas todas y cada una de las condiciones sobre la mesa. Es una decisión, además, al margen de colores políticos y estrategias de partido (o debería serlo).

R. Senserrich dijo...

¿Votar si se debe negociar? No, no me parece sensato. No se puede atar las manos a un gobierno de esta manera, en especial en un tema tan abierto a la demagogia. Negociar se debe negociar con las condiciones de Ajuria Enea, que es lo que refrendó el parlamento hace nada.


Votar sobre el resultado de la negociación... depende.Sólo si lo requiere la ley, al cambiar alguna ley que lo necesite.

Anónimo dijo...

Toy dacuerdo con el post. Hace tiempo que opino lo mim-mo(desde que empecé a plotiquear por las bitácoras) y, efectivamente como tú dices, al final el votar con perfecto conocimiento de causa es una cuestión de tiempo y esfuerzo.

Desde mi punto de vista es imposible tener todos los conocimientos y todos los datos necesarios para juzgar debidamente la última decisión del ministerio de agricultura con respecto al control de calidad durante el proceso de almacenaje de las pipas de girasol.

Por eso a veces me irritan tanto los iluminados modelo COPE. Un tipo que emplea al menos seis horas al día en hablar por la radio, más imagino que al menos otras dos o tres en hacer el resto de su trabajo periodístico no tiene tiempo material para informarse de todo. Y aún así se permite el lujo de sentar cátedra y descalificar sistemáticamente al prójimo sin conocimiento de causa.

Augie March dijo...

Avelino, ¿y eso sólo lo hacen los de la COPE?

:)

Anónimo dijo...

Imagino que sí, pero no lo sé porque no escucho otra emisora. Así son nuestros tertulianos. Aunque dudo que lleguen al mismo nivel de insultos.