Hacer negocios es siempre complicado. Un paso tan simple como firmar un contrato con un proveedor contiene de forma implícita un enorme cantidad de supuestos e incertidumbres. Antes de firmar el contrato, el empresario ha tenido que informarse sobre quién le puede prestar mejor el servicio. Tras ello, ha hablado con abogados, que han redactado el texto, y con la otra compañía, con la que ha negociado. Una vez cerrado el trato, ambas partes confían en que en caso que alguno incumpla lo firmado será posible recurrir a un actor neutral, los tribunales, para que arbitre la disuta y castigue al infractor.
Los economistas, cuando se refieren a estos paso intermedios, hablan de costes de transacción. En Europa o Estados Unidos a estos costes no les prestamos una atención extraordinaria, ya que los damos por supuestos, pero en economías en desarrollo son una de las principales dificultades para el crecimiento económico.
Imaginemos la experiencia de hacer negocios en un país como Perú o Bolivia. Para empezar, ya antes de abrir una empresa, nos enfrentamos a una burocracia corrupta y desconfiada, que nos pondrá pegas o exigirá sobornos en repetidas ocasiones si queremos que las cosas vayan más o menos rápido. Una vez tenemos los papeles, nos tocará probablemente hacernos amigos con el cacique o mafiosillo local, para evitar tener problemas con la pequeña delincuencia.
Una vez pagados costes de protección, nos tocará encontrar proveedores, algo difícil en un lugar con poca industria. Si tenemos que importar maquinaria o materias primas, de nuevo pasaremos un buen rato pagando sobornos para que no se nos quede nada encallado en la aduana, mientras tratamos que de evitar que gente con más contactos políticos que nosotros consiga legislación que perjudique nuestra empresa. No importa de donde saquemos los materiales, nos tocará lidiar con la pesadilla logística de lidiar con una red de carreteras y ferrocarriles en mal estado que aumentará nuestros costes de transporte. Costes que pagaremos de nuevo, evidentemente, cuando vendamos nuestros productos.
Si las cosas no salen del todo bien, y un proveedor rompe un contrato, o el cacique local se dedica a pegar palizas a nuestros obreros para hacernos cerrar, descubriremos rápidamente por que la seguridad jurídica es importante. Quizás los jueces nos ignoran. Quizás es la misma policía la que intimida a los obreros. Quizás somos la única empresa que recibe inspecciones laborales. Otra ronda de sobornos hará más caro aún operar, mientras nos vemos obligados a perder el tiempo tratando de lograr contactos políticos que nos faciliten las cosas.
Al cabo de unos meses, cuando las fuertes lluvias destruyan la única carretera decente que lleva a la fábrica y nos dejen sin luz durante semanas, seguramente acabaremos pensando que uno tiene que ser muy idiota para meterse a hacer negocios en según que sitio....
El escenario, aunque ligeramente exagerado, no está tan lejos de la realidad como parece. Uno de los principales problemas en muchos países en desarrollo es que a pesar de la mano de obra barata y los bajos impuestos, hacer negocios sigue siendo difícil, debido a los altos costes de transacción. Cada contrato, cada paso en la producción, cada pago tiene un nivel de incertidumbre mucho más alto que en el mundo desarrollado, e implica muchos más riesgos y gastos potenciales.
Estos problemas no sólo afectan a los empresarios, sino a toda la economía. Un campesino en una zona rural del interior de Kenia, por ejemplo, aunque sea capaz de producir el mejor café del mundo, no podrá sacarle demasiado provecho si no tiene una carretera decente para llevarlo al puerto. Si la policía no le protege, tampoco tendrá demasiadas ganas de comprar un camión para llevarlo, ya que pagar al terrateniente de turno para que su milicia le deje en paz no le vale la pena. Un tendero en Medellín no tendrá ganas de expandir su negocio, si sabe que eso implica tener que hablar con otro grupo de mafiosos y pagar más protección, o tener más dolores de cabeza comprando a importadores poco fiables.
El funcionamiento de una economía de mercado es muchísimo más delicado de lo que parece. Si los costes de efectuar intercambios son demasiado altos, no hay métodos sencillos para resolver disputas, y no hay un cierto nivel de confianza y seguridad jurídica en las transacciones, la actividad económica es muchísimo más difícil. Quizás suene absurdo, pero uno de los primeros pasos para que un país funcione es construir carreteras, y vigilarlas bien. Mover bienes arriba y abajo es el primer paso.
Nota al margen: los costes de transacción también existen en otros ámbitos, incluida la política. Desde el tedio de las asambleas a la cooperación en una asociación, tomar decisiones también tiene sus costes. De eso, hablaré más otro día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario