Hoy era un día importante en Washington. El general Petreus, hombre brillante, decidido, uno de los mejores cerebros militares del mejor ejército del mundo, declaraba delante de sus jefes civiles sobre el estado de una guerra que ni empezó ni planificó, pero que debe tratar de salvar.
Su informe es uno más de la media docena, más o menos, que corren por la capital del Imperio estos días. Todos ellos, con matices, llegan a conclusiones bastante parecidas, si uno los lee sin demasiado aspavientos. Sí, el incremento de tropas ha logrado disminuir la violencia un poco (poquísimo), como era de esperar; si envías 30.000 soldados más y tu ejército es el mejor del mundo, lo raro es que eso no sucediera. Sí, los iraquíes parecen estar más dispuestos a luchar contra terroristas del exterior. El pequeño problema es que el resto del pastel sigue siendo un desastre.
Los iraquíes, ahora mismo, ya no están para los americanos o los terroristas; están para decidir las cosas ellos solitos. Han entendido que matar americanos no vale la pena, ya que de hecho los americanos ya han perdido la guerra; no tienen ni tiempo, ni ganas, ni la más remota esperanza en cumplir su sueño de crear un Irak democrático, moderado y pro-occidental. Lo suyo ahora es esforzarse en darles una salida razonable a los invasores, a saber, convertirse en el mejor candidato posible para ser el mejor dictador totalitario posible una vez que se larguen, dejando una impresión de victoria con honrilla.
Dicho bien claro, los iraquíes saben que lo suyo es una guerra civil, y que los americanos sencillamente están en medio. Es por eso, y no porque la escalada necesita un Friedman (seis meses) o dos, que el acuerdo entre políticos iraquíes no se produce. Sencillamente, no tienen puñetero interés en hablar un pimiento; todos los actores implicados saben que cualquier pacto se caerá a pedazos en cuanto los americanos se larguen. Todos andan con la esperanza que los ocupantes dejen a alguien más armado hasta los dientes que el resto para que oprima alegremente, y haga que el baño de sangre dictatorial sea razonable, ordenadito y no demasiado escandaloso.
Y los americanos lo harán, tarde o temprano. Los americanos se metieron a luchar una guerra contra un tirano, y lo único que hicieron fue crear otra. La guerra en la que se metieron ya la han perdido; Irak no será democrático, unido ni pro-occidental, por mucho que lo intenten. Han hecho un esfuerzo descomunal para tener 168.000 tropas sobre el terreno, y el electorado no va a tolerar ni uno más. Los votantes no están dispuestos a pagar el precio de la libertad por otros. La guerra civil, la verdad, ni les va ni les viene, mientras no vengan a por ellos ni se maten demasiado.
¿Triste? La verdad, no recuerdo demasiadas historias peores. La pura definición de una guerra inútil, innecesaria y equivocada. Tuviera la invasión sentido o no (no lo tenía), fuera el sueño neoconservador de paz y democracia forzosa alguna base (tampoco), tuviera la guerra un justificación geoestratégica remotamente válida (si la tenía, era arriesgada), la incompetencia, estulticia e inutilidad de Bush, Chenney y Rumsfeld han destruido cualquier esperanza de éxito. Una guerra es política, por encima de todo. Y la han perdido.
Inevitablemente, algunos hablarán (y defenderán, como justificante, hasta el fin de los días) la teoría de la puñalada por la espalda, sobre como los izquierdistas, liberales y la blogosfera liberal traicionaron el país diciendo que todo era inútil. Dicho en pocas palabras, basura. En una democracia, la guerra no es de los políticos o generales, es de los ciudadanos; si no eres capaz de convencerles que mereces su confianza, no es una guerra que debes luchar.
3 comentarios:
Un país derrotado cuando se mete en guerras, razonables o no, generalmente las pierde. La nota curiosa a pie de foto es la estulticia de los aliados entusiastas que se le ajuntan. Sobre todo si no son nadie.
Pero si al final, el dictador resultante agradece la ayuda prestada por USA dejándoles mano libre para que extraigan el crudo, a cambio de algún regalito personal, a muchos en el Pentágono les habrá parecido que todo ha valido la pena. Se habrá cumplido en parte el principal objetivo de la invasión de Iraq.
Aún así, no deja de ser una vergonzosa y sangrienta intervención. Injustificable.
Los neocons se han quedado con un el culo al aire, y los pobres americanos con un palmo de narices. Una guerra bajo falsos pretextos, ilegal, inconstitucional y, para colmo, con la intención de reforzar resoluciones de la ONU. Pero no es que hayan perdido la guerra, es que cuando no se declaran es imposible ganarlas de ninguna manera…
Por cierto, los EE.UU no son un Democracia, ya se cuida la Constitución de que nunca lleguen a serlo.
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