Una de las cosas más sorprendentes del siempre fascinante debate político americano es la extraña obsesión que parece tener todo el mundo con esto del liderazgo. Todo requiere liderazgo, desde un sistema escolar a la organización de una conferencia, la aprobación de una reforma o la respuesta a un desastre natural cualquiera.
Para el observador europeo, esta uso tan obsesivo de la palabrita en cuestión resulta bastante sorprendente. Los europeos (británicos incluidos, en este caso) estamos acostumbrados a que el gobierno se rija por una parámetros digamos más orientados a procedimientos a la hora de organizarse; menos líderes y menos jefes y más reglas, parámetros estables y burocracias sólidas. En términos weberianos (para los frikis de la sociología), los europeos vivimos en sistemas políticos en que el estado pretende ser a prueba de idiotas; el ministro puede que sea un perfecto imbécil, a pero el cuerpo de técnicos del estado, servidores devotos e imparciales del bien común, estarán allí aplicando reglamentos para que las cosas nunca dejen de funcionar.
Es bastante evidente (y de hecho ya lo he comentado en ocasiones) que esta idea de maquinaria inmutable y perfectamente engrasada no siempre es una realidad, y que en ocasiones estos funcionarios están más para sus intereses que cualquier otra necesidad real. Lo que si es cierto, sin embargo, es que esta clase de organizaciones tiene la virtud de la consistencia; suceda lo que suceda y mande quien mande, cuando el estado tiene que responder lo hará siguiendo unos parámetros bastante predecibles, y si un ministerio tiene la capacidad de apagar fuegos, evacuar gente, hacer que los trenes funcionen o gestionar un sistema de salud aceptable, lo seguirá siendo sin importar demasiado quién sea el ministro, siempre que no moleste demasiado. Evidentemente, puede que sea consistentemente incompetente (la burocracia en Palermo será siempre igual de torpe), tozuda (Francia), rabiosamente independiente (Reino Unido) o con curiosas ideas sobre cómo se aplica cada regla (España), pero en general a un nivel de solvencia relativamente aceptable.
El gobierno en Estados Unidos, sin embargo, no se organiza exactamente así; de hecho, el dibujo es bastante más complicado. Siempre con espíritu práctico, los americanos no han sido nunca demasiado amigos de arreglar todo a base de añadir piezas a un departamento o ministerio. En contraste, cuando tienen algo que arreglar normalmente crean una herramienta específica, normalmente una agencia (más o menos) independiente armada con financiación, estatutos, mandatos y capacidad regulatoria.
Y joder, si les gusta crear agencias, oficinas, comisión y administraciones por todas partes. He intentado hacer una cuenta, pero la verdad son demasiadas; y esto es sólo a nivel federal. Los americanos tienen auténticas hordas de entes públicos semi-independientes supervisados por el Congreso, ejecutivo o alguna bizarra combinación de ambos, todos con sus poderes, competencias, financiación y ambiciones variadas. No siendo parte estricta de la burocracia federal, la organización de estos engendros es muy flexible y variada, y sus poderes, al estar separados de las órdenes directas de nadie muy a menudo, son considerables.
El resultado de de esta autonomía, sin embargo, es que las agencias pueden ser muy buenas en lo que hacen, siempre que su jefe sepa qué está haciendo. La calidad del trabajo de FEMA, la CIA, OSM o el FLGJ depende en gran medida de lo bueno que sea el tipo que está al mando, ya que casi siempre el nivel de discrecionalidad que tendrá en su chiringuito es relativamente alto. Por añadido, al tener cada uno su pequeño feudo de poder, uno se pasa muchísimo rato negociando por su presupuesto, cooperando con unos, compitiendo con otros, regulando a un sector y (demasiado a menudo) en la cama con quien deberías estar vigilando. Si el líder de una agencia es corrupto o incompetente, o el ejecutivo o cámara de representantes de turno pasa de todo, la competencia de la organización caerá en picado.
El ejemplo más claro es la diferencia entre la respuesta de FEMA bajo Mike Brown en Nueva Orleans y bajo Mike Johnson la semana pasada en California. El primero, un tipo que tenía como experiencia previa ser presidente de la asociación internacional de caballos arábigos (y ser amigo de Bush) se las arregló para dar la peor respuesta posible a un desastre cantado, con la inestimable colaboración de un estado de Louisiana lleno de políticos oligofrénicos. El segundo, con experiencia en emergencias y movilizado a patadas por un tipo que no se está para historias (Arnold el Bárbaro), dió una respuesta infinitamente más ágil a un problema de magnitud parecida (aún dando conferencias de prensa falsas).
Resulta hasta cierto punto que un país con un sistema político diseñado para ser a prueba de idiotas tenga esta tendencia a poner idiotas en según qué agencias, pero es uno de esos efectos secundarios derivados de que cueste tanto formar mayorías. Si tras mucha sangre, sudor y lágrimas se llega a un consenso, la mejor manera de que no se cambie el arreglo es haciendo difícil su reforma "sacándolo" de la mayoría pasajera del momento; esto explica en parte por qué los americanos hacen esto a menudo, y por qué la Unión Europea comparte esta rara costumbre.
¿Qué forma de organizar el gobierno es mejor? Parece que queda bastante claro que todo tiene sus ventajas e inconvenientes. Una agencia puede ser más flexible y especializada, y bien dirigida puede ser mucho más eficiente; un diseño torpe o un liderazgo pésimo, sin embargo, puede hacer de ella un monstruo corrupto y torpe. Una burocracia estable, por el contrario, tendrá el efecto opuesto; será consistente y con políticas fáciles de cambiar, pero si está mal organizada, corrupta o lenta el político acabará desesperado ante tanta inercia absurda y sindicatos cabreados.
Gobiernos distintos, organizaciones distintas. Quién lo iba a decir.
2 comentarios:
Aunque no se comente este post, ha sido una delicia leerlo. De hecho, estabamos tomando un café unos amigos europeos y yo y nos dimos cuenta de que tenías razón. Empezó el debate sobre cómo se organiza la academia (los departamentos de las universidades) en España y en EEUU y, voilà! Todo cobró sentido.
Uno, que aún admira las burocracias. Es síndrome de Estocolmo. En serio.
¿Es quizás el modelo agencia mejor para universidades y el modelo funcionario mejor para emergencias? Hmm, merece consideración. ¿Qué te parece?
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