viernes, mayo 25, 2007

Un "yo no he sido" bastante peculiar

Las grandes petroleras ayer se las arreglaron para ser tremendamente cínicas y decir la verdad al mismo tiempo, algo que no deja de ser sorprendente.

Por un lado, dijeron que no habían estado limitando voluntariamente el suministro de gasolina o la capacidad de refinado, algo que sería cierto si por "voluntariamente" entendemos "no hemos bombardeado nuestras refinerías con armas nucleares". No limitan la capacidad, sólo paran de construir nuevas y recortan el mantenimiento de las antiguas, vamos.

El colmo del cinismo, sin embargo, es una de las razones que dieron para explicar el alto precio de la gasolina: la insistencia del gobierno americano en tratar de promocionar combustibles alternativos. Dicen que eso crea inseguridad en sus inversiones, ya que no saben qué harán los políticos con la industria, y que por tanto son mucho más cautelosas poniendo dinero en juego.

Aparte que eso contradice lo que decían sobre la falta de inversiones (eso de la lógica no va con ellas), lo cierto es que la línea de argumentación tiene cierto sentido. Una empresa privada sólo pone dinero en algo si sabe que ese dinero le dará un retorno decente. Si el gobierno federal está tratando de promocionar una alternativa creible a los hidrocarburos, lo natural es que las empresas que se dedican a esto no arriesguen demasiado.

¿Estamos entonces en una situación sin salida? Si los gobiernos deciden apostar por energías alternativas, el precio de las convencionales sube ya que el nivel de inversiones en el sector desciende. Sea por la inseguridad creada al aparecer competidores, sea porque el cazador de subvenciones (algo que las petroleras hacen con entusiasmo) se larga con su dinero a nuevos pastos con más dinero público, el precio de los derivados del petroleo se resiente. Si no se promocionan las nuevas energías, sin embargo, estamos usando la fuente más torpe, contaminante y rotundamente negativa a largo plazo para todos, y que muy probablemente siga subiendo de precio igual, al no ser renovable.

La respuesta habitual de un amante del libre mercado (y me incluyo) es que la solución ideal sería que el gobierno saliera del medio, dejara el precio del petroleo subir, y permitiera que las alternativas nacieran de forma espontánea cuando pasaran a ser competitivas en precio.

El gran problema de los hidrocarburos no es que estén en Oriente Medio, sean poco elegantes o contaminen mucho; la cuestión es que el precio que pagamos por ellos no refleja su verdadero coste. Estamos otra vez hablando de externalidades.

El coste que un americano paga por la gasolina es bastante artificioso. Al pagar $3.20 por galón, uno está incluyendo el coste de extraer el crudo, transportarlo, refinarlo, llevarlo a la gasolinera y el margen para las petroleras (las gasolineras tienen márgenes muy pequeños; el dinero lo hacen vendiendo en la tienda). Aparte de eso, uno paga algo de dinero en impuestos al gobierno federal (18 centavos) y al gobierno de su estado (22 céntimos de media, con una variación enorme) para pagar (estrictamente) la construcción y mantenimiento de carreteras. Lo que no paga, sin embargo, es el coste en contaminación atmosférica que esa gasolina está creando... que es precisamente el motivo principal por el que queremos encontrar alternativas.

El problema, como de costumbre, es que el gobierno americano (y no es el único) habla de libre mercado y a veces actua como un comunista de primera clase. Lejos de aplicar el sentido común más elemental y sencillamente pensar en cómo hacer que el mercado refleje los costes reales de cada producto, la solución hasta ahora ha sido tratar de arreglarlo todo a golpe de regulación. No vamos a hacer que la gasolina tenga un precio acorde con su coste; vamos a prohibir que se vendan coches contaminantes. No vamos a hacer que quemar carbón para hacer electricidad cueste lo que se carga en bosques; lo que haremos será subvencionar todas estas empresas para que encuentren alternativas. Y así sucesivamente.

El resultado es, como era de preveer, más que ineficiente. La energía en Estados Unidos nunca ha costado lo que realmente vale, así que todo el sistema productivo se ha centrado en fuentes fálsamente baratas. El equilibrio ecológico del planeta tierra, por decirlo de algún modo, ha estado subvencionando la economía americana en los últimos 70 años. Ahora que la vieja doctrina del "nada sale gratis" nos va pasar factura a todos a golpe de cambio climático, sin embargo, el problema es cómo ajustar el sistema para que vuelva a una estructura de coste razonable.

Si los americanos hubieran estado pagando en impuestos lo que la gasolina cuesta realmente, las petroleras no estarían estos días jugando a bolos con el suministro energético del país. Siendo el marco regulatorio mucho más estable y los precios más realistas, la economía ya hubiera generado alternativas hace tiempo, el consumo sería menor y el invertir en refinerías innecesario. Y todo ello sin hacer un daño real a la economía, por cierto; a fin de cuentas, los estado que más pagan en impuestos en el país (California, Nueva York, Connecticut) no son pobres ni de lejos... y de hecho su economía depende bastante menos del coste de la energía.

Es cuestión de precios, no de regulación. A veces la solución más simple, el humilde impuesto, es la que da resultado.

1 comentario:

Demo dijo...

La idea sería, supongo, que las petroleras se dedicaran a producir y distribuir combustibles biológicos (un ingeniero de Repsol me comenta que ellos ya mezclan biodiesel con diesel normal, a un 20% más o menos, ¿será verdad?). Lo que sucede es que si bien la red de distribución puede utilizarse sin grandes modificaciones, las instalaciones de refino y extracción no servirían para nada.

Estoy totalmente de acuerdo en que las externalidades tendrían que considerarse parte del precio a pagar. Lo complicado es cómo medir tales externalidades. ¿Cada litro consumido contamina por valor de cuántos centavos? ¿Y bajo qué criterios? Ahí ya va a haber polémica. ¿Alguien sabe de un buen estudio sobre externalidades y su mensuración?

Por otra parte, también tendrían que tomarse en cuenta los efectos-difusión positivos a la hora de utilizar biocombustibles, más allá del hecho de que sean renovables y que contaminen menos (no porque su combustión sea más limpia, sino porque implican el cultivo de vegetales que sirven de trampa de CO2). Se me ocurren dos: el hecho de no depender de los estados productores de petróleo, no siempre estables, no siempre razonables, y el impulso que daría a la agricultura propia ( que quizá ayudara a que ésta no dependiera de subvenciones que salen de nuestros impuestos y que distorsionan el mercado jodiendo a otros países)