No es fácil discutir con los escépticos sobre el cambio climático. Aparte de la clásica manía de exigir que el mundo conteste cualquier afirmación que hagan, sean desde la fuente que sea (obsoleta o no), lo cierto es que algunas de sus reservas para afrontar la crisis no dejan de ser ciertas. Lo que debería ser más preocupante para, muchas de esas objeciones no acostumbran a recibir respuestas honestas, a pesar que crean dilemas políticos que deben ser resueltos.
Estoy hablando, como no, de los costes. Reducir emisiones no es gratuito, y alguien va a acabar pagando la factura. Cuando se diseña un sistema para reducir emisiones, debemos tener en cuenta dónde van a recaer los costes, y evaluar si ese reparto es proporcional, progresivo o regresivo.
Si queremos ser precisos, sin embargo, al hablar de reducir emisiones más que hablar de "pagar" debemos hablar de "retirar subvenciones". El origen del problema, el motivo detrás del exceso de contaminación, es el hecho que hemos estado obviando su coste durante demasiado tiempo; de hecho, al no atender a este coste lo que hemos hecho es subvecionar a aquellos que contaminan (gracias, por cierto). No estamos hablando de "robar" dinero a base de impuestos; la intención es hacer que el coste de las externalidades entre dentro de los presupuestos de los agentes.
El punto de partida al hablar de estos costes, sin embargo, es que son bastante uniformes para la inmensa mayoría de la población. La cantidad de energía que consumimos (y carbono que emitimos) es relativamente similar según nivel de renta; el "mínimo vital" es bastante uniforme, con poco gasto adicional más allá de un coche o una casa un poco más grande (pero probablemente más eficiente) y una mayor propensión a viajar según se tiene más renta. Si cargamos el coste de la contaminación de forma uniforme, el efecto será seguramente ligeramente regresivo.
Hay tres diseños básicos al tratar de reducir emisiones: impuesto sobre emisiones a toda la economía, dar permisos de emisiones que pueden ser vendidos, o subastar permisos. El primer método es el más sencillo, y la verdad, probablemente el más eficiente. Es básicamente lo que hacemos en Europa con la gasolina: impuestos altos que pagan parte de las externalidades (o todas; no he hecho números), disuaden el consumo y hacen que la gente utilice el coche menos. Parte de los ingresos del impuesto se utiliza en políticas para compensar a los que tienen problemas para pagarlo; básicamente, en transporte público subvencionado.
Es un modelo que podría ser extendido a toda la economía, aunque seguramente sería atrozmente impopular. Los ingresos fiscales podrían ser compensandos reduciendo el impuesto sobre la renta para la gente con pocos ingresos, y subiendo las pensiones, así que su regresividad puede ser reparada en el lado del gasto. Aun así, no sé si hay algún político con los redaños para impulsar una reforma de este estilo.
Las otras dos opciones parecen similares, pero no lo son. El repartir permisos a los contaminantes es esencialmente una subvención a los contaminantes; se concede el derecho a llenar el aire de mierda de gorras a los que lo hacen ahora. El número de permisos en el mercado se irá reduciendo, así que las emisiones disminuirán, pero el coste de esta reducción caerá en los consumidores vía aumento de precios: sea porque las empresas tienen que comprar los permisos cada vez más escasos o invertir en contaminar más, los costes subirán y se reflejarán en los precios. Es el sistema que implementó la Unión Europea al principio, aunque debido al número excesivo de permisos emitidos, el efecto ha sido escaso tanto en emisiones como en precios. Es también la propuesta de McCain para EUA, cosa que no debería sorprender a nadie.
La subasta de permisos es de hecho una versión rebuscada del impuesto sobre el carbono, con un efecto básicamente idéntico según el nivel de permisos. Es mucho menos transparente que un impuesto general, algo que es básicamente horrendo al diseñar un sistema fiscal, pero es un poco más flexible, ya que permite la compraventa de permisos. No es un sistema especialmente elegante, pero es muy superior al reparto gratuito: el coste de las emisiones recae sobre todos los actores por igual -más o menos- y el estado obtiene recursos para proteger a los perdedores. Es la propuesta de Obama para EUA, y lo que tiene en mente la Unión Europea para los próximos años; un plan decente, pero no ideal.
Resumiendo: si queremos resolver el cambio climático, nos podemos olvidar de lanzar basura al aire libre sin pagar; nos va a costar dinero. Tenemos que tomar la decisión sobre cómo lo hacemos con cuidado.
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jueves, julio 24, 2008
miércoles, mayo 14, 2008
Esas diferenciales sutiles...
Se ha hablado bastante del presunto desmarque de McCain respecto a Bush al hablar de medio ambiente y cambio climático. Cierto, McCain cree que es algo real y que es necesario hacer algo sobre el tema, una postura infinitamente mejor que la del presidente y que le está creando problemas graves en medios conservadores, pero cuando se habla de soluciones concretas, no sería mala idea leer la letra pequeña.
Es cuestión de comparar planes, las ideas de McCain con las de Obama. Ambos defienden una reducción de emisiones; un 60% para el conservador, 80% para el demócrata. Ambos defienden la creación de un mercado de compraventa de emisiones de CO2, un mecanismo razonable basado en el mercado. La diferencia, sin embargo, es el mecanismo de reparto de emisiones entre ambos, que es lo que realmente importa. Y aquí, como señala Kevin Drum, es dónde el plan de McCain es básicamente atroz.
Obama tiene intención de subastar los permisos de emisión en mercado abierto, y que después quien quiera emitir que se lo busque. McCain pretende repartir los permisos de emisión a las empresas contaminantes, y dejar que estas asignen precios y compran y vendan entre ellas. El resultado en ambos casos, si se hace bien, es una reducción de emisiones comparable, ya que depende del número de permisos en el mercado. Quién carga con el coste de esta reducción, sin embargo, es radicalmente distinto.
En ambos casos los costes finales van a subir; es lo que pasa cuando uno empieza a pagar las externalidades que no andaba pagando hasta ahora. La diferencia está en los detalles. En el plan McCain, las empresas no han pagado nada por tener derecho a utilizar esas externalidades; tienen unos permisos que tienen un determinado valor de mercado, que han conseguido gratis. Si uno tiene una central eléctrica, echará cuentas: tengo estos vales que valen X, así que lo añado como costes en mi cálculo (de hecho, son costes de oportunidad; es un dinero que no ingreso para poder contaminar). Miro, y subo los precios a los consumidores en igual medida, y hala, me quedo tan ancho. Iré reduciendo mis emisiones según se reduce el "techo" permitidos. Es lo que ha sucedido en Europa con un plan similar, y así nos va.
El plan de Obama, sin embargo, funciona de forma distinta: la subasta funciona básicamente como un impuesto sobre emisiones. La racionalidad económica es la misma, pagar los costes externos del acto de echar mierda a la atmósfera. Los precios de la energía subirán igual en la factura de los consumidores. La diferencia es que este sobrecoste no va a las cuentas de beneficios de las empresas, sino a las arcas del estado, que puede utilizarlo para compensar los efectos de la subida de precios, ya sea recortando otros impuestos, ya sea construyendo ferrocarriles y transporte público a espuertas para hacer la economía más eficiente. Lo que más rabia le dé.
Este último detalle es crucial, porque un impuesto sobre las emisiones de CO2 (ambos planes lo son, aunque uno no lo recaude el estado) es de hecho regresivo. Una persona rica y una pobre emiten de hecho cantidades equivalentes de contaminación, hasta cierto punto (dejando de lado a los locos con aviones privados). Sí, el rico tiene un coche y casa más grande y viajará más, pero su gasto total no es muchísimo mayor. El hecho que el estado pueda tener recursos para compensar a quienes menos tienen de algún modo al establecer este impuesto (aunque sea dándoles un cheque; ya digo que el método no es lo importante) es de hecho netamente superior.
Detalles, gente, detalles. No basta ser verde; es importante hacer las cosas bien.
Nota al margen: ignorad los resultados de West Virginia, por cierto. Es el equivalente demográfico de unas elecciones en El Ejido, con Jose María Aznar compitiendo contra un Ecuatoriano. No son significativas, y es un estado bastante minúsculo; Obama tiene la nominación ya.
Es cuestión de comparar planes, las ideas de McCain con las de Obama. Ambos defienden una reducción de emisiones; un 60% para el conservador, 80% para el demócrata. Ambos defienden la creación de un mercado de compraventa de emisiones de CO2, un mecanismo razonable basado en el mercado. La diferencia, sin embargo, es el mecanismo de reparto de emisiones entre ambos, que es lo que realmente importa. Y aquí, como señala Kevin Drum, es dónde el plan de McCain es básicamente atroz.
Obama tiene intención de subastar los permisos de emisión en mercado abierto, y que después quien quiera emitir que se lo busque. McCain pretende repartir los permisos de emisión a las empresas contaminantes, y dejar que estas asignen precios y compran y vendan entre ellas. El resultado en ambos casos, si se hace bien, es una reducción de emisiones comparable, ya que depende del número de permisos en el mercado. Quién carga con el coste de esta reducción, sin embargo, es radicalmente distinto.
En ambos casos los costes finales van a subir; es lo que pasa cuando uno empieza a pagar las externalidades que no andaba pagando hasta ahora. La diferencia está en los detalles. En el plan McCain, las empresas no han pagado nada por tener derecho a utilizar esas externalidades; tienen unos permisos que tienen un determinado valor de mercado, que han conseguido gratis. Si uno tiene una central eléctrica, echará cuentas: tengo estos vales que valen X, así que lo añado como costes en mi cálculo (de hecho, son costes de oportunidad; es un dinero que no ingreso para poder contaminar). Miro, y subo los precios a los consumidores en igual medida, y hala, me quedo tan ancho. Iré reduciendo mis emisiones según se reduce el "techo" permitidos. Es lo que ha sucedido en Europa con un plan similar, y así nos va.
El plan de Obama, sin embargo, funciona de forma distinta: la subasta funciona básicamente como un impuesto sobre emisiones. La racionalidad económica es la misma, pagar los costes externos del acto de echar mierda a la atmósfera. Los precios de la energía subirán igual en la factura de los consumidores. La diferencia es que este sobrecoste no va a las cuentas de beneficios de las empresas, sino a las arcas del estado, que puede utilizarlo para compensar los efectos de la subida de precios, ya sea recortando otros impuestos, ya sea construyendo ferrocarriles y transporte público a espuertas para hacer la economía más eficiente. Lo que más rabia le dé.
Este último detalle es crucial, porque un impuesto sobre las emisiones de CO2 (ambos planes lo son, aunque uno no lo recaude el estado) es de hecho regresivo. Una persona rica y una pobre emiten de hecho cantidades equivalentes de contaminación, hasta cierto punto (dejando de lado a los locos con aviones privados). Sí, el rico tiene un coche y casa más grande y viajará más, pero su gasto total no es muchísimo mayor. El hecho que el estado pueda tener recursos para compensar a quienes menos tienen de algún modo al establecer este impuesto (aunque sea dándoles un cheque; ya digo que el método no es lo importante) es de hecho netamente superior.
Detalles, gente, detalles. No basta ser verde; es importante hacer las cosas bien.
Nota al margen: ignorad los resultados de West Virginia, por cierto. Es el equivalente demográfico de unas elecciones en El Ejido, con Jose María Aznar compitiendo contra un Ecuatoriano. No son significativas, y es un estado bastante minúsculo; Obama tiene la nominación ya.
sábado, febrero 23, 2008
En caso de duda, utilizar jerga
De todos los ejemplos de mala ciencia del mundo, el más enternecedor de todos es el de la ofuscación. Si estamos diciendo algo que probablemente es una bobada, nada mejor que lanzar una cantidad espectacular de palabras altisonantes y estadísticas complicadas a ver si cuela.
No es que no me suene el mecanismo. Joder, hay más de un artículo por hay firmado por un servidor que tiene páginas enteras llenas de jerga inútil, a veces en respuesta a asignaturas basadas en escribir libros enteros en esta clase de basura (teoría de la democracia... ugh). Lo más patético del asunto es que parece que algunos negacionistas del cambio climático han decidido que la ciencia no les gusta, así que han decidido invertarse una nueva. Disfruten del más nuevo peñazo de ofuscación ridícula aquí mismo.
Los pardillos de LD citan todo orgullos un artículo que analiza una teoría científica mediante una auditoría. Es como si leyéramos la Biblia asegurando que respeta los principios de contabilidad de una caja de ahorros y monte de piedad.
Sin meterme en detalles, empecemos por el hecho que el autor de la burrada en cuestión es profesor de márketing y no tiene la más remota idea sobre el tema en el que está tratando. Aparte de que sólo discute un sólo capítulo del informe (8) y que muchas de sus críticas están resueltas en otros sitios, claro. Lo que es más divertido es que su método de evaluar la teoría es cualquier cosa menos científico; su criterio es establecer 140 condiciones que hacen que una predicción sea "válida". Lo divertido es que los modelos de cambio climático no son predicciones, son teorías; un distinción nada trivial.
Una teoría es una explicación sobre un mecanismo causal. La teoría de la gravitación universal no "predice" el futuro; explica que en todo caso si vemos unas determinadas condiciones (dos cuerpos, masa, etcétera) tendremos fuerzas de atracción. Una teoría científica no hace futurología; lo que dice es que si tenemos unas determinadas condiciones, basadas en unos determinados supuestos y manteniendo todo lo demás estable, deberíamos ver una cosa determinada al final. Hay teorías mejores, con un mejor mecanismo causal y que cubren más variables, y hay teorías peores, que se corresponden menos con lo que vemos en realidad.
Una buena teoría puede hacer predicción, si podemos "echarla a andar" partiendo desde supuestos conocidos. Pelota flotando en el vacio cerca de estrella que pesa una burrada. Pum, atracción. El problema es que a menudo no podemos definir el momento cero de forma lo suficiente precisa al no tener todos los datos posibles, que es lo que sucede con los modelos y teorías del cambio climático. El punto de partida son supuestos y cientos de escenarios, y a partir de todo ello se estima y refina un posible resultado realista.
La chorrada que repite LD y allegados que suelta Amstrong al tratar las teorías y modelos científicos como si fueran ejercicios de predicción es ignorar el hecho que cualquier estudio científico de la realidad parte del hecho que esa realidad es imposible de medir completamente. Evidentemente, es muy sencillo criticar a teorías científicas pidiendo que cumplan una larga retahilia de criterios subjetivos imposibles y quedarse tan ancho.
La cuestión, esa crítica no es ciencia, y no invalida un ápice la teoría.
No es que no me suene el mecanismo. Joder, hay más de un artículo por hay firmado por un servidor que tiene páginas enteras llenas de jerga inútil, a veces en respuesta a asignaturas basadas en escribir libros enteros en esta clase de basura (teoría de la democracia... ugh). Lo más patético del asunto es que parece que algunos negacionistas del cambio climático han decidido que la ciencia no les gusta, así que han decidido invertarse una nueva. Disfruten del más nuevo peñazo de ofuscación ridícula aquí mismo.
Los pardillos de LD citan todo orgullos un artículo que analiza una teoría científica mediante una auditoría. Es como si leyéramos la Biblia asegurando que respeta los principios de contabilidad de una caja de ahorros y monte de piedad.
Sin meterme en detalles, empecemos por el hecho que el autor de la burrada en cuestión es profesor de márketing y no tiene la más remota idea sobre el tema en el que está tratando. Aparte de que sólo discute un sólo capítulo del informe (8) y que muchas de sus críticas están resueltas en otros sitios, claro. Lo que es más divertido es que su método de evaluar la teoría es cualquier cosa menos científico; su criterio es establecer 140 condiciones que hacen que una predicción sea "válida". Lo divertido es que los modelos de cambio climático no son predicciones, son teorías; un distinción nada trivial.
Una teoría es una explicación sobre un mecanismo causal. La teoría de la gravitación universal no "predice" el futuro; explica que en todo caso si vemos unas determinadas condiciones (dos cuerpos, masa, etcétera) tendremos fuerzas de atracción. Una teoría científica no hace futurología; lo que dice es que si tenemos unas determinadas condiciones, basadas en unos determinados supuestos y manteniendo todo lo demás estable, deberíamos ver una cosa determinada al final. Hay teorías mejores, con un mejor mecanismo causal y que cubren más variables, y hay teorías peores, que se corresponden menos con lo que vemos en realidad.
Una buena teoría puede hacer predicción, si podemos "echarla a andar" partiendo desde supuestos conocidos. Pelota flotando en el vacio cerca de estrella que pesa una burrada. Pum, atracción. El problema es que a menudo no podemos definir el momento cero de forma lo suficiente precisa al no tener todos los datos posibles, que es lo que sucede con los modelos y teorías del cambio climático. El punto de partida son supuestos y cientos de escenarios, y a partir de todo ello se estima y refina un posible resultado realista.
La chorrada que repite LD y allegados que suelta Amstrong al tratar las teorías y modelos científicos como si fueran ejercicios de predicción es ignorar el hecho que cualquier estudio científico de la realidad parte del hecho que esa realidad es imposible de medir completamente. Evidentemente, es muy sencillo criticar a teorías científicas pidiendo que cumplan una larga retahilia de criterios subjetivos imposibles y quedarse tan ancho.
La cuestión, esa crítica no es ciencia, y no invalida un ápice la teoría.
martes, noviembre 27, 2007
Notas rápidas sombre el céntimo ecológico
Hablo más del céntimo ecológico mañana, si tengo tiempo, pero en pocas palabras. Es buena idea, tener en cuenta las externalidades es necesario, llega demasiado tarde y es probablemente insuficiente. Ya es hora de adaptar el sistema fiscal a los costes como Dios manda. Ya lo hacemos un poco, pero es casi obligado hacerlo mejor.
Actualización: José Blanco es tonto. Especialmente porque si hay alguna forma relativamente poco complicada de combatir el cambio climático es mediante impuestos sobre externalidades. Melón, que es un melón. En fin, otro partido al que le entra un ataque de cagarrinas cuando se trata de proponer políticas públicas más o menos racionales.
Actualización: José Blanco es tonto. Especialmente porque si hay alguna forma relativamente poco complicada de combatir el cambio climático es mediante impuestos sobre externalidades. Melón, que es un melón. En fin, otro partido al que le entra un ataque de cagarrinas cuando se trata de proponer políticas públicas más o menos racionales.
Tonterías televisivas variadas
De todas las obesiones regulatorias del estado, ninguna me pone más de los nervios que la de meterse a decidir qué programas se pueden ver en televisión a según qué horas. La excusa, como de costumbre, son los niños, esos pobres adultos en miniatura de cerebro vulnerable.
Resulta que las televisiones emiten a horas en que esos pobres bichitos están despiertos programas escandalosos, horribles, terribles, espantosos. Tan malos, tan malos, que los pobres engendros al verlos sentirán un terrible dolor producido por su pobre cerebro derritiéndose. El horror.
En fin. Para empezar, no hay nadie en casa de todos los padres de España que esté obligándolos a punta de pistola a tener a los críos sentados delante del televisor. Aunque parezca mentira, los niños no tienen por qué estar todo el día sentados delante del trasto ese, absorbiendo cantidades ingentes de maldad, pornografía, inmoralidad y violencia. Desde luego, no creo que sea una obligación legal tener al chaval 140 minutos de media diariamente delante del televisor; es más, hay un instrumento muy potente, mágico, increíblemente efectivo al alcance de los padres que consiste básicamente en mantener el estúpido aparato fuera del alcance de los niños. Si pueden hacerlo con el prozac y el pegamento, lo pueden hacer con el mando a distancia.
Más allá de eso, el tener un televisor que yo sepa no es nada obligatorio. Dentro de las múltiples opciones disponibles en el mercado para comprar basura electrónica, los televisores son un aparato rotundamente opcional. Exceptuando cuatro o cinco profesiones ligeramente rarillas (publicista, todólogo radiofónico, famoso de segunda...), uno puede vivir, pensar e incluso entretenerse sin el cacharro en cuestión. Hay muchas, deliciosas alternativas; usted estimado lector está disfrutando de una de las mejores del mercado leyendo esta magnífica bitácora.
El factor crucial, el más importante, es el hecho que no hace falta ser drástico. Uno de los grandes beneficios del capitalismo pre-mega-monopolio de Prisa/Rupert Murdoch (táchese lo que no proceda) es el hecho que oh cielos, tenemos más de un canal. Aún más impresionante, somos libres de cambiar cuando queramos. En una situación de emergencia, como por ejemplo cuando nos percatemos que uno de nuestros tiernos, idiotizados retoños tiene los sesos echando humo debido a la extemporánea, infame, letal contemplación de una teta (¡tetas! ¡cielos!) en su televisor, siempre podemos correr y poner la 2, que seguro está echando alguna chorrada intelectual inofensiva.
Y oye, si quiere control total, no conecte el televisor a la antena. No contrate cable. Sea una isla. Compre todos los DVD de los Teletubbies que quiera, una urna de cristal, una escafandra, y encierre el niño en un entorno perféctamente estéril. Puro. Protegido.
Porque ya se sabe, forma parte del trabajo del estado asegurarse que todos aquellos adultos descerebrados, violentos, alienados y machistas sin hijos no puedan ver sus pelis de tiros a media tarde. Es una tarea derivada de la enorme, gigantesca tarea estatal consistente en asegurarse que los padres que usen el televisor de niñera no conviertan a sus tiernos enanos en una pila de psicópatas irresponsables.
No importa que toda esa basura lisérgica que pretende pasar por programas educativos parece ser una fábrica de crear imbéciles. No importa que cualquier crío de ocho o nueve años la verdad tiene muchísimas cosas más interesantes que hacer en la vida que mirar la tele. No importa que la evidencia sobre los efectos de la violencia en los medios en el desarrollo de los niños sea como mínimo dudosa.
Y joder, más videojuegos violentos, juegos de rol y pelis de Van Damme que me tragué yo cuando era crío, y mira lo normal que he salido. O no.
Por cierto, el pelotón de padres preocupados que no me vengan con eso de "Egócrata, que no lo entiendes, que lo de tener un niño no es fácil". Lo entiendo perféctamente. Por eso no tengo uno.
Resulta que las televisiones emiten a horas en que esos pobres bichitos están despiertos programas escandalosos, horribles, terribles, espantosos. Tan malos, tan malos, que los pobres engendros al verlos sentirán un terrible dolor producido por su pobre cerebro derritiéndose. El horror.
En fin. Para empezar, no hay nadie en casa de todos los padres de España que esté obligándolos a punta de pistola a tener a los críos sentados delante del televisor. Aunque parezca mentira, los niños no tienen por qué estar todo el día sentados delante del trasto ese, absorbiendo cantidades ingentes de maldad, pornografía, inmoralidad y violencia. Desde luego, no creo que sea una obligación legal tener al chaval 140 minutos de media diariamente delante del televisor; es más, hay un instrumento muy potente, mágico, increíblemente efectivo al alcance de los padres que consiste básicamente en mantener el estúpido aparato fuera del alcance de los niños. Si pueden hacerlo con el prozac y el pegamento, lo pueden hacer con el mando a distancia.
Más allá de eso, el tener un televisor que yo sepa no es nada obligatorio. Dentro de las múltiples opciones disponibles en el mercado para comprar basura electrónica, los televisores son un aparato rotundamente opcional. Exceptuando cuatro o cinco profesiones ligeramente rarillas (publicista, todólogo radiofónico, famoso de segunda...), uno puede vivir, pensar e incluso entretenerse sin el cacharro en cuestión. Hay muchas, deliciosas alternativas; usted estimado lector está disfrutando de una de las mejores del mercado leyendo esta magnífica bitácora.
El factor crucial, el más importante, es el hecho que no hace falta ser drástico. Uno de los grandes beneficios del capitalismo pre-mega-monopolio de Prisa/Rupert Murdoch (táchese lo que no proceda) es el hecho que oh cielos, tenemos más de un canal. Aún más impresionante, somos libres de cambiar cuando queramos. En una situación de emergencia, como por ejemplo cuando nos percatemos que uno de nuestros tiernos, idiotizados retoños tiene los sesos echando humo debido a la extemporánea, infame, letal contemplación de una teta (¡tetas! ¡cielos!) en su televisor, siempre podemos correr y poner la 2, que seguro está echando alguna chorrada intelectual inofensiva.
Y oye, si quiere control total, no conecte el televisor a la antena. No contrate cable. Sea una isla. Compre todos los DVD de los Teletubbies que quiera, una urna de cristal, una escafandra, y encierre el niño en un entorno perféctamente estéril. Puro. Protegido.
Porque ya se sabe, forma parte del trabajo del estado asegurarse que todos aquellos adultos descerebrados, violentos, alienados y machistas sin hijos no puedan ver sus pelis de tiros a media tarde. Es una tarea derivada de la enorme, gigantesca tarea estatal consistente en asegurarse que los padres que usen el televisor de niñera no conviertan a sus tiernos enanos en una pila de psicópatas irresponsables.
No importa que toda esa basura lisérgica que pretende pasar por programas educativos parece ser una fábrica de crear imbéciles. No importa que cualquier crío de ocho o nueve años la verdad tiene muchísimas cosas más interesantes que hacer en la vida que mirar la tele. No importa que la evidencia sobre los efectos de la violencia en los medios en el desarrollo de los niños sea como mínimo dudosa.
Y joder, más videojuegos violentos, juegos de rol y pelis de Van Damme que me tragué yo cuando era crío, y mira lo normal que he salido. O no.
Por cierto, el pelotón de padres preocupados que no me vengan con eso de "Egócrata, que no lo entiendes, que lo de tener un niño no es fácil". Lo entiendo perféctamente. Por eso no tengo uno.
miércoles, octubre 24, 2007
Sobre los incendios en California
California se quema. Los incendios forestales han arrasado a estas alturas más de 155.000 hectáreas, se han evacuado casi un millón de personas, se han quemado miles de casas... ¡y aquí no dimite nadie!
Y de hecho, así es como debe ser. Temperaturas anormalmente altas, vientos de hasta 160 kilómetros por hora, y bosques secos tras un verano muy seco han convertido luchar contra el fuego un imposible. A ningún periodista se le ha ocurrido echar la culpa de las casas quemadas, los 40 heridos o el pobre tipo de San Diego fallecido a Arnold Arnold Schwarzenegger de todo lo sucedido. En Estados Unidos un desastre natural no es culpa de los políticos; lo que se critica, en todo caso, es la respuesta, y sólo cuando la estupidez es tan generalizada y obvia (léase: Katrina) que acaba por hacer la situación peor.
Lo que sí que los medios no pueden evitar, sin embargo, es filmar a todo propietario de casa quemada dispuesto a llorar ante las cámaras. Lo de la pornografía emocional sí que les va, más que en ninguna parte. Evidentemente, nadie se le ha ocurrido mencionar que contruir una casa en medio de un bosque en una zona montañosa en una zona propensa a sequías, incendios forestales y fuertes vientos es como ponerse un chalet en la cima del Vesubio: tarde o temprano te ha a quedar tostadito.
Es hora de ese tradicional danza Californiana (entre terremotos, desprendimientos e incencios, la bailan a menudo) del abogado, el cliente y su compañía de seguros. El mercado funciona, aunque sea jugando a la ruleta y destruyendo casa a menudo.
A todo esto, ya sé que uno no puede relacionar un sólo evento que puede que sea aislado al cambio climático, así que no lo haré. Lo que si vale la pena señalar es que las compañías que manejan y cubren estos riesgos ,Las aseguradoras, son cada día más reticentes a tomar riesgos en zonas de riesgo ecológico. Digan lo que digan los imbeciles reticentes, listillos sardónicos y otros negacionistas, si la gente que se juega los cuartos asegurando contra desastres a otros están como locos por el Congreso pidiendo legislación medioambiental, es que algo serio anda sucediendo.
Corrección: Estados Unidos es una democracia hispánica bananera moderna. Sí, ya hay críticas.
Y de hecho, así es como debe ser. Temperaturas anormalmente altas, vientos de hasta 160 kilómetros por hora, y bosques secos tras un verano muy seco han convertido luchar contra el fuego un imposible. A ningún periodista se le ha ocurrido echar la culpa de las casas quemadas, los 40 heridos o el pobre tipo de San Diego fallecido a Arnold Arnold Schwarzenegger de todo lo sucedido. En Estados Unidos un desastre natural no es culpa de los políticos; lo que se critica, en todo caso, es la respuesta, y sólo cuando la estupidez es tan generalizada y obvia (léase: Katrina) que acaba por hacer la situación peor.
Lo que sí que los medios no pueden evitar, sin embargo, es filmar a todo propietario de casa quemada dispuesto a llorar ante las cámaras. Lo de la pornografía emocional sí que les va, más que en ninguna parte. Evidentemente, nadie se le ha ocurrido mencionar que contruir una casa en medio de un bosque en una zona montañosa en una zona propensa a sequías, incendios forestales y fuertes vientos es como ponerse un chalet en la cima del Vesubio: tarde o temprano te ha a quedar tostadito.
Es hora de ese tradicional danza Californiana (entre terremotos, desprendimientos e incencios, la bailan a menudo) del abogado, el cliente y su compañía de seguros. El mercado funciona, aunque sea jugando a la ruleta y destruyendo casa a menudo.
A todo esto, ya sé que uno no puede relacionar un sólo evento que puede que sea aislado al cambio climático, así que no lo haré. Lo que si vale la pena señalar es que las compañías que manejan y cubren estos riesgos ,Las aseguradoras, son cada día más reticentes a tomar riesgos en zonas de riesgo ecológico. Digan lo que digan los imbeciles reticentes, listillos sardónicos y otros negacionistas, si la gente que se juega los cuartos asegurando contra desastres a otros están como locos por el Congreso pidiendo legislación medioambiental, es que algo serio anda sucediendo.
Corrección: Estados Unidos es una democracia hispánica bananera moderna. Sí, ya hay críticas.
lunes, septiembre 10, 2007
En defensa de la energía nuclear
No, soy yo otra vez. Llevo tiempo siendo el marciano en la izquierda defendiendo el átomo como fuente de energía del futuro para combatir el cambio climático. Aún así, cuando el Economist publica dos artículos largos, bien ponderados y hablando de lo mismo mi corazoncito intelectual se llena de orgullo. Eso yo ya lo sabía.
En fin, leedlos. Y por favor, no leedlos con la mentalidad "el Economist son de derechas y antiecologistas" o alguna de estas paridas. Hay motivos muy, muy sólidos para apostar por las nucleares, y sí, Zapatero con su oposición está actuando de forma estúpida.
En fin, leedlos. Y por favor, no leedlos con la mentalidad "el Economist son de derechas y antiecologistas" o alguna de estas paridas. Hay motivos muy, muy sólidos para apostar por las nucleares, y sí, Zapatero con su oposición está actuando de forma estúpida.
domingo, agosto 05, 2007
Negacionistas profesionales
Un artículo estupendo en Newsweek esta semana, hablando de la nutrida tropa de "expertos a sueldo" que viven de negar el cambio climático. En España tenemos unos cuantos, que viven de aprovechar la estulticia de muchos periodistas que no saben contrastar fuentes, confundiendo información y datos con explicar la realidad.
martes, mayo 29, 2007
A la rica subvención de piña
El otro día me quejaba amargamente de la puta manía de los políticos americanos de querer combatir el calentamiento global y la dependencia energética a base de subvención comunistoide, no con un mucho más sensato sistema de precios.
Hoy, para ponerme de buen humor, el New York Times informa como un nutrido grupo de legisladores andan todos ocupados tratando de arreglar el problema con exactamente esa misma receta... dando subvenciones a la industria del carbón, para que fabriquen petroleo usando esta horrendamente contaminante fuente de energía. Estupendo, oiga; ahora crearemos emisiones no sólo quemando gasolina, sino también fabricándola. Sí, prometen esas maravillas tecnológicas de capturar el carbono e inyectarlo en el suelo, algo que ya deberían estar haciendo ahora si son tan limpios y que no veremos hasta que no les obligue algún gobierno.
En fin, nada que no me esperara. Después se extrañan que sea un problema tan "difícil".
Hoy, para ponerme de buen humor, el New York Times informa como un nutrido grupo de legisladores andan todos ocupados tratando de arreglar el problema con exactamente esa misma receta... dando subvenciones a la industria del carbón, para que fabriquen petroleo usando esta horrendamente contaminante fuente de energía. Estupendo, oiga; ahora crearemos emisiones no sólo quemando gasolina, sino también fabricándola. Sí, prometen esas maravillas tecnológicas de capturar el carbono e inyectarlo en el suelo, algo que ya deberían estar haciendo ahora si son tan limpios y que no veremos hasta que no les obligue algún gobierno.
En fin, nada que no me esperara. Después se extrañan que sea un problema tan "difícil".
viernes, mayo 25, 2007
Un "yo no he sido" bastante peculiar
Las grandes petroleras ayer se las arreglaron para ser tremendamente cínicas y decir la verdad al mismo tiempo, algo que no deja de ser sorprendente.
Por un lado, dijeron que no habían estado limitando voluntariamente el suministro de gasolina o la capacidad de refinado, algo que sería cierto si por "voluntariamente" entendemos "no hemos bombardeado nuestras refinerías con armas nucleares". No limitan la capacidad, sólo paran de construir nuevas y recortan el mantenimiento de las antiguas, vamos.
El colmo del cinismo, sin embargo, es una de las razones que dieron para explicar el alto precio de la gasolina: la insistencia del gobierno americano en tratar de promocionar combustibles alternativos. Dicen que eso crea inseguridad en sus inversiones, ya que no saben qué harán los políticos con la industria, y que por tanto son mucho más cautelosas poniendo dinero en juego.
Aparte que eso contradice lo que decían sobre la falta de inversiones (eso de la lógica no va con ellas), lo cierto es que la línea de argumentación tiene cierto sentido. Una empresa privada sólo pone dinero en algo si sabe que ese dinero le dará un retorno decente. Si el gobierno federal está tratando de promocionar una alternativa creible a los hidrocarburos, lo natural es que las empresas que se dedican a esto no arriesguen demasiado.
¿Estamos entonces en una situación sin salida? Si los gobiernos deciden apostar por energías alternativas, el precio de las convencionales sube ya que el nivel de inversiones en el sector desciende. Sea por la inseguridad creada al aparecer competidores, sea porque el cazador de subvenciones (algo que las petroleras hacen con entusiasmo) se larga con su dinero a nuevos pastos con más dinero público, el precio de los derivados del petroleo se resiente. Si no se promocionan las nuevas energías, sin embargo, estamos usando la fuente más torpe, contaminante y rotundamente negativa a largo plazo para todos, y que muy probablemente siga subiendo de precio igual, al no ser renovable.
La respuesta habitual de un amante del libre mercado (y me incluyo) es que la solución ideal sería que el gobierno saliera del medio, dejara el precio del petroleo subir, y permitiera que las alternativas nacieran de forma espontánea cuando pasaran a ser competitivas en precio.
El gran problema de los hidrocarburos no es que estén en Oriente Medio, sean poco elegantes o contaminen mucho; la cuestión es que el precio que pagamos por ellos no refleja su verdadero coste. Estamos otra vez hablando de externalidades.
El coste que un americano paga por la gasolina es bastante artificioso. Al pagar $3.20 por galón, uno está incluyendo el coste de extraer el crudo, transportarlo, refinarlo, llevarlo a la gasolinera y el margen para las petroleras (las gasolineras tienen márgenes muy pequeños; el dinero lo hacen vendiendo en la tienda). Aparte de eso, uno paga algo de dinero en impuestos al gobierno federal (18 centavos) y al gobierno de su estado (22 céntimos de media, con una variación enorme) para pagar (estrictamente) la construcción y mantenimiento de carreteras. Lo que no paga, sin embargo, es el coste en contaminación atmosférica que esa gasolina está creando... que es precisamente el motivo principal por el que queremos encontrar alternativas.
El problema, como de costumbre, es que el gobierno americano (y no es el único) habla de libre mercado y a veces actua como un comunista de primera clase. Lejos de aplicar el sentido común más elemental y sencillamente pensar en cómo hacer que el mercado refleje los costes reales de cada producto, la solución hasta ahora ha sido tratar de arreglarlo todo a golpe de regulación. No vamos a hacer que la gasolina tenga un precio acorde con su coste; vamos a prohibir que se vendan coches contaminantes. No vamos a hacer que quemar carbón para hacer electricidad cueste lo que se carga en bosques; lo que haremos será subvencionar todas estas empresas para que encuentren alternativas. Y así sucesivamente.
El resultado es, como era de preveer, más que ineficiente. La energía en Estados Unidos nunca ha costado lo que realmente vale, así que todo el sistema productivo se ha centrado en fuentes fálsamente baratas. El equilibrio ecológico del planeta tierra, por decirlo de algún modo, ha estado subvencionando la economía americana en los últimos 70 años. Ahora que la vieja doctrina del "nada sale gratis" nos va pasar factura a todos a golpe de cambio climático, sin embargo, el problema es cómo ajustar el sistema para que vuelva a una estructura de coste razonable.
Si los americanos hubieran estado pagando en impuestos lo que la gasolina cuesta realmente, las petroleras no estarían estos días jugando a bolos con el suministro energético del país. Siendo el marco regulatorio mucho más estable y los precios más realistas, la economía ya hubiera generado alternativas hace tiempo, el consumo sería menor y el invertir en refinerías innecesario. Y todo ello sin hacer un daño real a la economía, por cierto; a fin de cuentas, los estado que más pagan en impuestos en el país (California, Nueva York, Connecticut) no son pobres ni de lejos... y de hecho su economía depende bastante menos del coste de la energía.
Es cuestión de precios, no de regulación. A veces la solución más simple, el humilde impuesto, es la que da resultado.
Por un lado, dijeron que no habían estado limitando voluntariamente el suministro de gasolina o la capacidad de refinado, algo que sería cierto si por "voluntariamente" entendemos "no hemos bombardeado nuestras refinerías con armas nucleares". No limitan la capacidad, sólo paran de construir nuevas y recortan el mantenimiento de las antiguas, vamos.
El colmo del cinismo, sin embargo, es una de las razones que dieron para explicar el alto precio de la gasolina: la insistencia del gobierno americano en tratar de promocionar combustibles alternativos. Dicen que eso crea inseguridad en sus inversiones, ya que no saben qué harán los políticos con la industria, y que por tanto son mucho más cautelosas poniendo dinero en juego.
Aparte que eso contradice lo que decían sobre la falta de inversiones (eso de la lógica no va con ellas), lo cierto es que la línea de argumentación tiene cierto sentido. Una empresa privada sólo pone dinero en algo si sabe que ese dinero le dará un retorno decente. Si el gobierno federal está tratando de promocionar una alternativa creible a los hidrocarburos, lo natural es que las empresas que se dedican a esto no arriesguen demasiado.
¿Estamos entonces en una situación sin salida? Si los gobiernos deciden apostar por energías alternativas, el precio de las convencionales sube ya que el nivel de inversiones en el sector desciende. Sea por la inseguridad creada al aparecer competidores, sea porque el cazador de subvenciones (algo que las petroleras hacen con entusiasmo) se larga con su dinero a nuevos pastos con más dinero público, el precio de los derivados del petroleo se resiente. Si no se promocionan las nuevas energías, sin embargo, estamos usando la fuente más torpe, contaminante y rotundamente negativa a largo plazo para todos, y que muy probablemente siga subiendo de precio igual, al no ser renovable.
La respuesta habitual de un amante del libre mercado (y me incluyo) es que la solución ideal sería que el gobierno saliera del medio, dejara el precio del petroleo subir, y permitiera que las alternativas nacieran de forma espontánea cuando pasaran a ser competitivas en precio.
El gran problema de los hidrocarburos no es que estén en Oriente Medio, sean poco elegantes o contaminen mucho; la cuestión es que el precio que pagamos por ellos no refleja su verdadero coste. Estamos otra vez hablando de externalidades.
El coste que un americano paga por la gasolina es bastante artificioso. Al pagar $3.20 por galón, uno está incluyendo el coste de extraer el crudo, transportarlo, refinarlo, llevarlo a la gasolinera y el margen para las petroleras (las gasolineras tienen márgenes muy pequeños; el dinero lo hacen vendiendo en la tienda). Aparte de eso, uno paga algo de dinero en impuestos al gobierno federal (18 centavos) y al gobierno de su estado (22 céntimos de media, con una variación enorme) para pagar (estrictamente) la construcción y mantenimiento de carreteras. Lo que no paga, sin embargo, es el coste en contaminación atmosférica que esa gasolina está creando... que es precisamente el motivo principal por el que queremos encontrar alternativas.
El problema, como de costumbre, es que el gobierno americano (y no es el único) habla de libre mercado y a veces actua como un comunista de primera clase. Lejos de aplicar el sentido común más elemental y sencillamente pensar en cómo hacer que el mercado refleje los costes reales de cada producto, la solución hasta ahora ha sido tratar de arreglarlo todo a golpe de regulación. No vamos a hacer que la gasolina tenga un precio acorde con su coste; vamos a prohibir que se vendan coches contaminantes. No vamos a hacer que quemar carbón para hacer electricidad cueste lo que se carga en bosques; lo que haremos será subvencionar todas estas empresas para que encuentren alternativas. Y así sucesivamente.
El resultado es, como era de preveer, más que ineficiente. La energía en Estados Unidos nunca ha costado lo que realmente vale, así que todo el sistema productivo se ha centrado en fuentes fálsamente baratas. El equilibrio ecológico del planeta tierra, por decirlo de algún modo, ha estado subvencionando la economía americana en los últimos 70 años. Ahora que la vieja doctrina del "nada sale gratis" nos va pasar factura a todos a golpe de cambio climático, sin embargo, el problema es cómo ajustar el sistema para que vuelva a una estructura de coste razonable.
Si los americanos hubieran estado pagando en impuestos lo que la gasolina cuesta realmente, las petroleras no estarían estos días jugando a bolos con el suministro energético del país. Siendo el marco regulatorio mucho más estable y los precios más realistas, la economía ya hubiera generado alternativas hace tiempo, el consumo sería menor y el invertir en refinerías innecesario. Y todo ello sin hacer un daño real a la economía, por cierto; a fin de cuentas, los estado que más pagan en impuestos en el país (California, Nueva York, Connecticut) no son pobres ni de lejos... y de hecho su economía depende bastante menos del coste de la energía.
Es cuestión de precios, no de regulación. A veces la solución más simple, el humilde impuesto, es la que da resultado.
viernes, abril 20, 2007
Nueva York, Kyoto y los peajes urbanos
Hará cosa de medio año, a cierto brillante estratega político del PSOE se le olvidó la alergia española a todo lo que huela a prohibición y decidió sugerir un peaje para circular por el centro de algunas ciudades españolas. El sector negacionista liberal habitual se lanzó en tromba populachera contra la medida, a pesar que de hecho no deja de ser una solución bastante más cercana al libre mercado de lo que parece. Como comentaba entonces, una tasa de congestión es de hecho un impuesto que pone un precio a las externalidades negativas que genera un coche en una zona urbana, esto es, hacer que todo el mundo tenga menos espacio y un mayor atasco.
Ayer, siguiendo el ejemplo marcado por Londres, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, proponía empezar a recaudar esta tasa en Manhattan. Esta medida formaría parte de un enorme paquete de nuevas regulaciones y políticas para modernizar la ciudad y su gobierno, con un énfasis muy marcado en el ahorro energético, haciendo la ciudad más eficiente. Contando que Bloomberg es un inversor financiero importante, y republicano para más señas, vale la pena echar una ojeada a las medidas, la verdad.
Lo más significativo, sin embargo es el detalle de usar un impuesto como arma de fuego principal contra el ineficiente gasto energético en el transporte. Se habla mucho de Kyoto, límites y reducciones voluntarias a las emisiones, incentivos para el desarrollo e implementación de nuevas tecnologías, hacer la nueva superbombilla obligatoria o prohibir la venta de coches demasiado ineficientes, pero se tiende a ignorar la solución de hecho más simple, que es actuar en el mecanismo de precios.
En vez de tratar de forzar a tortazo y prohibición limpia según que gastos o compras, los europeos descubrieron hace ya bastante tiempo (y parecen haber olvidado) la forma más sencilla de cambiar comportamientos con externalidades negativas en el transporte: el impuesto de hidrocarburos. Si quemar petroleo tiene un precio mayor que el que se paga en el mercado, ya que su consumo genera unos costes a terceros que de hecho no se pagan en su extracción y venta (esto es, la contaminación atmosférica), la manera más sencilla de hacer que este precio esté cercano al coste real es a impuesto limpio, y punto. En vez de andar con tonterías cósmicas de subvencionar centrales limpias, dar masajes ecológicos a las energéticas o cargar de regulaciones obtrusas a todo aquel que quiera producir energía, es más eficaz, clarito y sencillo ponerle un precio a las emisiones con un impuesto y listos.
Nos ahorraremos varias cosas. Para las empresas, el eternamente confuso proceso de cumplir con toneladas de regulaciones sobre el medio ambiente, que aparte de ser difíciles de hacer cumplir no siempre tienen demasiado sentido, se verá muy simplificado. Sencillamente, ahora saben que si sus emisiones son cero, no pagan impuesto, si son 10, pagan tanto, y si usan una máquina de vapor de 1910 con carbón malo pagarán una exageración. Es otro precio en su cuenta de gastos, la materia prima "medio ambiente" que ahora mismo está oculta tras una horda de abogados y directivas de la Unión Europea.
El contribuyente, mientras tanto, empezará a pagar unos precios más cercanos a la realidad, derivados de forma más precisa del coste medioambiental de cada tecnología, y no tanto de las especulaciones regulatorias del día. Si una bombilla eficiente vale la pena o no debe ser independiente de las regulaciones; uno debe notarlo gracias a que la electricidad tiene el precio correcto derivado de considerar todos sus costes.
¿Como establecemos las tasas para que se ajusten al precio de mercado? De hecho, esa es la parte más sencilla. Existen ya mercados de derechos de emisiones derivados de Kyoto; podemos tener un precio bastante realista al hablar del coste real de las emisiones. El estado pagaría por ellas (si nos pasamos) o venderá (si nos quedamos cortos) según lo que se emita, siendo el valor del impuesto derivable de estos costes. Con suerte, uno puede acabar no recaudando casi nada, vendiendo derechos a precio de oro, y bajando otros impuestos, y todo por tener en cuenta que gastar energía no es gratis. A saber.
Ayer, siguiendo el ejemplo marcado por Londres, el alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg, proponía empezar a recaudar esta tasa en Manhattan. Esta medida formaría parte de un enorme paquete de nuevas regulaciones y políticas para modernizar la ciudad y su gobierno, con un énfasis muy marcado en el ahorro energético, haciendo la ciudad más eficiente. Contando que Bloomberg es un inversor financiero importante, y republicano para más señas, vale la pena echar una ojeada a las medidas, la verdad.
Lo más significativo, sin embargo es el detalle de usar un impuesto como arma de fuego principal contra el ineficiente gasto energético en el transporte. Se habla mucho de Kyoto, límites y reducciones voluntarias a las emisiones, incentivos para el desarrollo e implementación de nuevas tecnologías, hacer la nueva superbombilla obligatoria o prohibir la venta de coches demasiado ineficientes, pero se tiende a ignorar la solución de hecho más simple, que es actuar en el mecanismo de precios.
En vez de tratar de forzar a tortazo y prohibición limpia según que gastos o compras, los europeos descubrieron hace ya bastante tiempo (y parecen haber olvidado) la forma más sencilla de cambiar comportamientos con externalidades negativas en el transporte: el impuesto de hidrocarburos. Si quemar petroleo tiene un precio mayor que el que se paga en el mercado, ya que su consumo genera unos costes a terceros que de hecho no se pagan en su extracción y venta (esto es, la contaminación atmosférica), la manera más sencilla de hacer que este precio esté cercano al coste real es a impuesto limpio, y punto. En vez de andar con tonterías cósmicas de subvencionar centrales limpias, dar masajes ecológicos a las energéticas o cargar de regulaciones obtrusas a todo aquel que quiera producir energía, es más eficaz, clarito y sencillo ponerle un precio a las emisiones con un impuesto y listos.
Nos ahorraremos varias cosas. Para las empresas, el eternamente confuso proceso de cumplir con toneladas de regulaciones sobre el medio ambiente, que aparte de ser difíciles de hacer cumplir no siempre tienen demasiado sentido, se verá muy simplificado. Sencillamente, ahora saben que si sus emisiones son cero, no pagan impuesto, si son 10, pagan tanto, y si usan una máquina de vapor de 1910 con carbón malo pagarán una exageración. Es otro precio en su cuenta de gastos, la materia prima "medio ambiente" que ahora mismo está oculta tras una horda de abogados y directivas de la Unión Europea.
El contribuyente, mientras tanto, empezará a pagar unos precios más cercanos a la realidad, derivados de forma más precisa del coste medioambiental de cada tecnología, y no tanto de las especulaciones regulatorias del día. Si una bombilla eficiente vale la pena o no debe ser independiente de las regulaciones; uno debe notarlo gracias a que la electricidad tiene el precio correcto derivado de considerar todos sus costes.
¿Como establecemos las tasas para que se ajusten al precio de mercado? De hecho, esa es la parte más sencilla. Existen ya mercados de derechos de emisiones derivados de Kyoto; podemos tener un precio bastante realista al hablar del coste real de las emisiones. El estado pagaría por ellas (si nos pasamos) o venderá (si nos quedamos cortos) según lo que se emita, siendo el valor del impuesto derivable de estos costes. Con suerte, uno puede acabar no recaudando casi nada, vendiendo derechos a precio de oro, y bajando otros impuestos, y todo por tener en cuenta que gastar energía no es gratis. A saber.
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