sábado, agosto 23, 2008

Tecnología viable

El otro día leía, en uno de esos días de navegación aleatoria por Wikipedia, lo maravillosa y excelente que es la tecnología detrás de los trenes de levitación magnética. No es que hayan demasiados; el más conocido está en Shangai, y lleva, según tengo entendido, de ninguna parte al aeropuerto. Es una tecnología maravillosa, estupenda y mágica, que no es utilizada en casi ningún sitio.

En cierto sentido, los máglev tienen bastante en común con la tecnología para poner un hombre en la luna: podemos hacerlo, lo hemos hecho en el pasado, y no parece que nadie tenga ganas de repetirlo en serio, básicamente porque es horrorosamente caro. Pertenece a esa categoría de desarrollo tecnológico que es obviamente estupenda, pero que tiene un precio que la hace en la práctica ligeramente inútil.

Lo cierto es que en la era industrial hay un buen número de cacharros que han corrido un destino parecido; joyas de la corona tecnológica que han acabado tiradas en la cuneta. El Concorde, los dirigibles para hacer vuelos transatlánticos, los láser-disc, hovercratfs... todos juguetes maravillosos, horriblemente caros para su época, y descartados al ser imposible hacer dinero con ellos.

¿A qué viene esto? La verdad, es una teoría ligeramente absurda, pero la lanzo igualmente. Las tecnologias que no son lo suficiente eficientes para ser rentables son descartadas por el mercado / racionalidad de los gobierno tarde o temprano; las pérdidad siempre acaban siendo demasiado altas, no importa la inversión tecnológica inicial. Por muy rápido que sea un máglev, el ahorro de tiempo que te da en comparación a un tren de alta velocidad convencional no es suficiente para lo que estás pagando. Tus TGV puede utilizar la red actual, los máglev no, y los máglev valen un huevo. La cosa se descarta.

El problema viene en mercados en que las leyes de oferta y demanda no acaban de funcionar. Supongamos que una persona con un seguro médico excelente (llamémosle Teodoro) descubre que tiene un tumor cerebral. El médico le dice que le quedan básicamente de seis a doce meses de vida si no recibe tratamiento; si pasa por el quirófano y quimioterapia, tiene una probabilidad de un 9% de vivir dieciocho meses, y un 1% de vivir más de dos años. La factura, que no pagará Teodoro, es de un millon de dólares.

Teodoro, en esa situación, es bastante probable que pida tratamiento. En cuestiones de vida o muerte, la demanda de tratamientos de salud de un paciente es básicamente infinita; pagará todo lo que pueda con tal de tener alguna opción de sobrevivir. En ese contexto, el asegurador de Teodoro estará pagando un millon de dólares esencialmente para nada, ya que Teodoro tiene un pie en el otro barrio; es una situación en que el paciente siempre pedirá más tratamiento.

Esencialmente, la tecnología médica que va a tratar a Teodoro es el equivalente médico del Hidenburg: es un cacharro caro, poco fiable, poco práctico y horrorosamente caro, que tiene un retorno de inversión atroz. En un mercado normal, nadie en su sano juicio estaría ofreciendo ese servicio, pero cuando hablamos de sanidad habrá pacientes que demandarán el servicio, y aseguradoras que se arriesgarán a ofrecerlo para atraer clientes.

Es una explicación algo burda, pero dice algo sobre por qué el gasto médico en todos los sistemas de salud del mundo se concentra de forma desproporcionada tratando pacientes con una esperanza de vida escasa. También da pistas sobre uno de los motivos por el que el sistema de salud americano es tan horrorosamente caro en agregado (el gasto por cápita es el doble que el de España, con peores resultados); en un sistema público, el estado puede limitar el acceso a los tratamientos más absurdamente caros desde su posición de monopolio, mientras que las aseguradas privadas en Estados Unidos están obligadas a cubrir estas cosas, si sus abogados no logran echar al asegurado de la póliza a tiempo.

Estamos en lo de siempre: la idea de aplicar criterios de libre mercado a la sanidad suena estupenda, pero tiene el pequeño problema que al hablar de salud la ley de la oferta y la demanda (y los costes y acceso a la información, el hecho que la demanda es "obligada" -no te pones enfermo porque quieres-, etcétera) no acaban de funcionar del todo bien. El sistema básicamente no funciona bien sin regular.

En fin, es una idea absurda de viernes por la noche. Echadle la culpa a Obama, por no anunciar su vicepresidente hoy y dejarme sin nada que escribir.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con todos los respetos, precisamente creo que ocurre todo lo contrario: dado que los tratamientos que se pueden dar lo deciden administradores públicos, al final todos o la gran mayoría se acaban aplicando a personas con posibilidades remotas de sobrevivir o con una calidad de vida en caso de que lo hagan nula, saturando el sistema y afectando al tratamiento-por ejemplo por falta de habitaciones o por una lista de espera para operar de meses- de personas que sí tenian curación pero al no tener sus vidas riesgo inmediato son diagnosticadas y tratadas más tarde.
Un caso clarísimo lo tenemos en la campaña de vacunación del papiloma:según he leído solo protege contra una de las causas principales de uno de los muchos tipos de canceres de útero a un precio de mas o menos el doble que el resto de vacunas juntas. Naturalmente ahora ninguna comunidad se va a atrever a ser la que no vacune a sus habitantes así que se va a invertir un pastón en algo que hace mucho menos falta que arreglar de una vez los problemas de espera y mejora de instalaciones. No se como es en las demás comunidades pero en Aragón hay multitud de pruebas, algunas muy serias, con listas de espera de 6 meses o más. Y de operaciones ni hablamos.

R. Senserrich dijo...

La diferencia es que un sistema público, al menos las decisiones son tomadas pensando electoralmente: estás haciendo feliz a tus usuarios / accionistas / votantes, no a clientes que pagan por un servicio. Los votantes no son -siempre- tontos, y entienden que si estamos tratando a enfermos terminales con quimioterapia estamos tirando su dinero, no el de otros accionistas.

Aún así, lo que dices tiene sentido; los votantes tenderán pedir una sobreinversión sin creen que están en riesgo.