Los caminos de la macroeconomía son a menudo inescrutables. En los últimos 12-15 años la economía mundial ha crecido a un ritmo considerable, con los Estados Unidos tirando del carro. Una expansión tan larga que no se ha visto acompañada, de forma ligeramente sorprendente, por tensiones inflacionistas graves, algo relativamente inusual.
Si bien el crecimiento no ha sido tan notable en todas partes (Italia, Alemania y Francia han hecho el pardillo a menudo), la baja inflación ha sido una sorpresa. Incluso con los considerables incrementos en la productividad, hay otro factor que no se menciona demasiado a menudo: China. El despertar industrial del gigante oriental, con sus enormes reservas de mano de obra y su aparentemente ilimitada capacidad productiva ha contribuido a que los precios en todo el mundo se mantengan estables; la exportaciones de productos a bajo coste contribuyendo a que el consumo voraz americano no creciera más rápido que la capacidad industrial del país.
Las cosas, sin embargo, parecen estar cambiado. Primero, porque el crecimiento chino (e indio) ha acabado por presionar al alza los precios de la energía. El segundo problema, y más significativo a largo plazo, es de que de hecho estos costes bajos parecen empezar a evaporarse. Incluso en China, el país que parecía tener toda la mano de obra del mundo, se está empezando a hacer difícil encontrar trabajadores lo suficiente cualificados para llenar las fábricas. No es algo nuevo; las noticias hablaban no hace demasiado de un fenómeno parecido en la India.
¿Qué significa esta escasez relativa de trabajadores? Para empezar, que los empresarios están viéndose forzados a competir por conseguir obreros, y oh milagro, deben ofrecer salarios algo mayores. Si los sueldos aumentan, tratar de aumentar la productividad de los empleados empieza a valer la pena, ya que contratar a nuevos ya no es necesariamente la opción más barata. Si la productividad aumenta, tenemos obreros cualificados, que para quedarse deben obtener mejores salarios. Con un una política económica adecuada, el desarrollo económico empieza a extenderse.
Sí, ha historias de horror en algunas deslocalizaciones. Pero el traslado de empresas a países en desarrollo, si se siguen produciendo en un volumen suficiente, son un poderoso motor económico para las sociedades que las reciben. Visto desde el punto de vista de un Banco Central en el mundo desarrollado, el aumento de costes en China es una mala noticia por lo que respecta a la inflación. Para los obreros chinos, no es más que una buena noticia.
A todo esto, es cierto que algunas deslocalizaciones producen externalidades negativas en forma de contaminación, al haber empresas que se trasladan a lugares con legislación menos estricta. Es un problema, sin embargo, de alcance limitado. Para empezar, una empresa que contamina es probablemente menos eficiente en consumo energético; incluso en un lugar con menos regulación, ser sucio no es necesariamente lo más racional. Por añadido, la externalidades son factor que los estados están teniendo cada vez más en cuenta; aún con el exito limitado del protocolo de Kyoto, los esfuerzos decididos de coordinación han dado resultado.
¿Es la globalización un proceso perfecto? No, evidentemente. Lo que si que está claro es que todos los que participan en ella tienen beneficios claros. Sean contribuyendo a una inflación menor y una mayor eficiencia del resto de la economía debido a ello, sea mediante un aumento de renta, participar de la economía mundial es algo que no debe inspirar miedo.
jueves, agosto 31, 2006
martes, agosto 29, 2006
De alcaldes y ministros
En teoría el funcionamiento interno de los partidos políticos es mi especialidad. Es lo que más he estudiado, así que sus movimientos y conflictos no deberían sorprenderme demasiado. Bueno, eso es lo que dice mi estantería de libracos; en la práctica, hoy me han dejado a cuadros.
Sí, estoy hablando de la substitución de Montilla por Clos en el ministerio de industria, algo que ni yo ni creo que ningún analista tenía en mente. Mi primera reacción ha sido llamar al PSC y pedir que pasen algo de lo que se están fumando estos días, que tiene que ser fuertecillo. Tras un poquito de reflexión, creo haber encontrado algo de lógica a todo este asunto.
Primero, lo que si debe quedar claro es lo que Clos es: un alcalde decente, aunque bastante torpe. En otras palabras, no es un engendro estilo Álvarez del Manzano (Dios me libre), aunque tiene el estupendo talento de su predecesor para meter la pata en tonterías. Los grandes errores que le encuentran en LD son bastante menores, la verdad. El túnel del Carmelo fue un problema de ingeniería, no político; accidentes de este estilo han pasado en otras ciudades sin que se hablara de desastre. La ordenanza de civismo es una medida política dura, pero que un periódico de derechas se queje de que se sea estricto es de chiste. El colectivo Okupa o los Latin Kings no es algo que haya creado el alcalde; es como acusar a Gallardón de la existencia del Frente Atlético. Por no hablar de la irrelevancia de no defender la Cope, como si un ayuntamiento tuviera algo que ver.
Queda el Fórum, un proyecto que fue idea de Maragall, no de Clos, y que dentro de lo que cabe se las arregló para salvar los muebles. Con un gasto público relativamente limitado, Barcelona ha resucitado un barrio moribundo, ha escondido una depuradora, ha creado un palacio de congresos como Dios manda y ha mejorado el transporte público de una zona olvidada de la ciudad. Para ser un ¨fracaso¨(y a ver, no es que fuera nada del otro mundo) el legado para la ciudad es realmente estupendo, y muy bien de precio. Mientras tanto, la economía de la ciudad ha seguido igual que siempre (sólo hace mirar el precio de las oficinas), y el turismo se ha disparado, algo que no deja de ser bueno.
Aún así, es cierto que Clos no es que tuviera un futuro electoral brillante en Barcelona. CiU finalmente ha aprendido que tirar tipos en paracaidas cada cuatro años a ver si rascaban algo no tenía demasiado sentido, y con Trias esta vez tienen un candidato aceptable. Clos, entre patinadas variadas, su aspecto tontín y su porte de funcionario no era un oponente imbatible para el candidato nacionalista. El cambio sí tiene algo de patada para arriba, aunque no por sacarse de encima un mal gestor, si no un mal político.
Lo que no tiene demasiado sentido es esta curiosa manía que tiene el PP de acusar de antidemocrático un cambio de alcalde. En las municipales no se vota por un candidato, se vota a un partido, y el PSC ha hecho un cambio nada extraordinario. Es más, el PP tenía por costumbre hacer lo mismo cuando estaba en el gobierno, tanto con alcaldes (Rudi) como presidentes autonómicos (Zaplana, Matas, Lucas).
Lo que si es cierto es que el PSC se la juega. Moviendo un buen gestor (aunque sin experiencia) al gobierno, dejan de estar a la defensiva en una elección que tenían muy difícil. Es un cambio electoralista (algo que no tiene nada de malo), y bastante creativo.
Por cierto; es probable que Clos, como ministro, tenga menos poder que Montilla, especialmente con el pollo energético que deja su antecesor. No estoy seguro (y la verdad, no le he prestado la atención que debería), pero me parece que Solbes está recuperando el control de una política que no le acababa de entusiasmar. Si Clos no hace demasiado ruido, espero ver más coherencia en ese sector.
Sí, estoy hablando de la substitución de Montilla por Clos en el ministerio de industria, algo que ni yo ni creo que ningún analista tenía en mente. Mi primera reacción ha sido llamar al PSC y pedir que pasen algo de lo que se están fumando estos días, que tiene que ser fuertecillo. Tras un poquito de reflexión, creo haber encontrado algo de lógica a todo este asunto.
Primero, lo que si debe quedar claro es lo que Clos es: un alcalde decente, aunque bastante torpe. En otras palabras, no es un engendro estilo Álvarez del Manzano (Dios me libre), aunque tiene el estupendo talento de su predecesor para meter la pata en tonterías. Los grandes errores que le encuentran en LD son bastante menores, la verdad. El túnel del Carmelo fue un problema de ingeniería, no político; accidentes de este estilo han pasado en otras ciudades sin que se hablara de desastre. La ordenanza de civismo es una medida política dura, pero que un periódico de derechas se queje de que se sea estricto es de chiste. El colectivo Okupa o los Latin Kings no es algo que haya creado el alcalde; es como acusar a Gallardón de la existencia del Frente Atlético. Por no hablar de la irrelevancia de no defender la Cope, como si un ayuntamiento tuviera algo que ver.
Queda el Fórum, un proyecto que fue idea de Maragall, no de Clos, y que dentro de lo que cabe se las arregló para salvar los muebles. Con un gasto público relativamente limitado, Barcelona ha resucitado un barrio moribundo, ha escondido una depuradora, ha creado un palacio de congresos como Dios manda y ha mejorado el transporte público de una zona olvidada de la ciudad. Para ser un ¨fracaso¨(y a ver, no es que fuera nada del otro mundo) el legado para la ciudad es realmente estupendo, y muy bien de precio. Mientras tanto, la economía de la ciudad ha seguido igual que siempre (sólo hace mirar el precio de las oficinas), y el turismo se ha disparado, algo que no deja de ser bueno.
Aún así, es cierto que Clos no es que tuviera un futuro electoral brillante en Barcelona. CiU finalmente ha aprendido que tirar tipos en paracaidas cada cuatro años a ver si rascaban algo no tenía demasiado sentido, y con Trias esta vez tienen un candidato aceptable. Clos, entre patinadas variadas, su aspecto tontín y su porte de funcionario no era un oponente imbatible para el candidato nacionalista. El cambio sí tiene algo de patada para arriba, aunque no por sacarse de encima un mal gestor, si no un mal político.
Lo que no tiene demasiado sentido es esta curiosa manía que tiene el PP de acusar de antidemocrático un cambio de alcalde. En las municipales no se vota por un candidato, se vota a un partido, y el PSC ha hecho un cambio nada extraordinario. Es más, el PP tenía por costumbre hacer lo mismo cuando estaba en el gobierno, tanto con alcaldes (Rudi) como presidentes autonómicos (Zaplana, Matas, Lucas).
Lo que si es cierto es que el PSC se la juega. Moviendo un buen gestor (aunque sin experiencia) al gobierno, dejan de estar a la defensiva en una elección que tenían muy difícil. Es un cambio electoralista (algo que no tiene nada de malo), y bastante creativo.
Por cierto; es probable que Clos, como ministro, tenga menos poder que Montilla, especialmente con el pollo energético que deja su antecesor. No estoy seguro (y la verdad, no le he prestado la atención que debería), pero me parece que Solbes está recuperando el control de una política que no le acababa de entusiasmar. Si Clos no hace demasiado ruido, espero ver más coherencia en ese sector.
lunes, agosto 28, 2006
De ciudades y peajes
De vez en cuando algún político con conciencia ecológica y/o tendencias suicidas decide sugerir uno de esos peajes para entrar en coche en las grandes ciudades. El hecho que el último en poner esta idea sobre escrito haya sido el PSOE ha hecho que los de siempre se lancen al ruedo hablando de liberticidio y atentado al mercado, aunque sea diciendo una larga sarta de tonterías.
Lo cierto es que el impuesto de congestión en las ciudades sí tiene cierta lógica, y tiene bien poco de ataque al mercado o al sagrado derecho a hacer lo que uno le plazca. La razón, como de costumbre, recae en costes ocultos y externalidades.
Lo primero que debe ser mencionado es que el sistema ha funcionado razonablemente bien en la primera ciudad que lo implementó, Londres. Una reducción de un 30% en el tráfico en las zonas cubiertas no tiene nada de trivial, especialmente cuando consideramos que el descenso del volumen de la circulación normalmente proporciona un descenso mayor porcentualmente en los tiempos de desplazamiento. Sea una medida popular o no, ha conseguido su objetivo, y ha puesto más gente en el transporte público.
Lo primero que hay que tener en mente al hablar de entrar en coche al centro en una ciudad como Madrid o Barcelona es que hacerlo no es gratis, incluso sin peajes. El coste está allí, aunque
sea no en forma de un coste monetario concreto; se mide en tiempo perdido. Si para ir de Leganés a Ortega y Gasset en coche uno se tira una hora, en vez de los 30 minutos que gastaría sin congestión, un conductor ya está pagando un coste para entrar en Madrid. Ese impuesto sobre la congestión no lo recauda nadie, pero lo sufre todo el mundo a base de horas de sueño perdidas.
El colapso de cada mañana y tarde proviene de uno de los problemas clásicos de la economía, el de la tragedia de los comunes. Las calles de una ciudad tienen una capacidad limitada; su uso, sin embargo, no está racionado, y no tiene un coste directo para los conductores que deciden entrar en la ciudad. En un mercado normal, cuando un bien tiene una fuerte demanda, el precio sube, haciendo que la capacidad instalada no se vea superada por el volumen de usuarios. Las calles de la ciudad, sin embargo, sencillamente se colapsan; como los conductores no tienen un incentivo en limitar su uso ("oye, que el coche lo dejen en casa los otros") el volumen de tráfico supera la capacidad existente.
Lo que pretende una tasa de congestión para entrar en ciudades es sencillamente traducir los costes en tiempo a costes monetarios. Los minutos perdidas cada mañana y tarde, ese coste que todo conductor sufre al competir con otros por usar las calles, dejan paso a un cálculo sencillo sobre si la comodidad de conducir vale o no ocho libras. La decisión ya no depende de un confiar que sean otros conductores los que se cansen de vivir en un atasco; ahora el cálculo pasa a ser exclusivamente sobre precios.
En cierto modo, cuando uno conduce su coche por la Puerta del Sol, está produciendo dos clases de externalidades negativas. Por un lado, la contaminación atmosférica, algo que en Europa ya se paga a golpe de impuestos. El otro aspecto, menos evidente, es la fracción de segundo de retraso que uno añade al resto de conductores con su presencia. Pagarlo en tiempo perdido es, en cierto sentido, una solución subóptima, ya que uno internaliza el precio pero no elimina el coste externo. Una tasa de congestión es, en cierto sentido, traducir esta externalidad a una cifra concreta; si uno escoge desperdiciar el tiempo de los otros, uno paga en consecuencia.
¿Es una idea que debe ser implementada? No necesariamente. Como todo en las políticas de transporte, una medida no puede ser aprobada en el vacio, si no que necesita de políticas que la complementen. Una ciudad con la red de transporte público saturada, por ejemplo (como Barcelona en algunos corredores) no hará más que echar a gente del centro, sin reducir congestión de manera apreciable. Por añadido, esta tasa debe tener sus excepciones para residentes, y sólo afectar a los sectores de la ciudad que realmente estén congestionados.
Aún así, y a pesar de su presunta impopularidad, las tasas de congestión deberían estar en la mesa en algunas ciudades como una opción a considerar. Sencillamente, tiene sentido, y contribuyen a hacer las ciudades más habitables.
Lo cierto es que el impuesto de congestión en las ciudades sí tiene cierta lógica, y tiene bien poco de ataque al mercado o al sagrado derecho a hacer lo que uno le plazca. La razón, como de costumbre, recae en costes ocultos y externalidades.
Lo primero que debe ser mencionado es que el sistema ha funcionado razonablemente bien en la primera ciudad que lo implementó, Londres. Una reducción de un 30% en el tráfico en las zonas cubiertas no tiene nada de trivial, especialmente cuando consideramos que el descenso del volumen de la circulación normalmente proporciona un descenso mayor porcentualmente en los tiempos de desplazamiento. Sea una medida popular o no, ha conseguido su objetivo, y ha puesto más gente en el transporte público.
Lo primero que hay que tener en mente al hablar de entrar en coche al centro en una ciudad como Madrid o Barcelona es que hacerlo no es gratis, incluso sin peajes. El coste está allí, aunque
sea no en forma de un coste monetario concreto; se mide en tiempo perdido. Si para ir de Leganés a Ortega y Gasset en coche uno se tira una hora, en vez de los 30 minutos que gastaría sin congestión, un conductor ya está pagando un coste para entrar en Madrid. Ese impuesto sobre la congestión no lo recauda nadie, pero lo sufre todo el mundo a base de horas de sueño perdidas.
El colapso de cada mañana y tarde proviene de uno de los problemas clásicos de la economía, el de la tragedia de los comunes. Las calles de una ciudad tienen una capacidad limitada; su uso, sin embargo, no está racionado, y no tiene un coste directo para los conductores que deciden entrar en la ciudad. En un mercado normal, cuando un bien tiene una fuerte demanda, el precio sube, haciendo que la capacidad instalada no se vea superada por el volumen de usuarios. Las calles de la ciudad, sin embargo, sencillamente se colapsan; como los conductores no tienen un incentivo en limitar su uso ("oye, que el coche lo dejen en casa los otros") el volumen de tráfico supera la capacidad existente.
Lo que pretende una tasa de congestión para entrar en ciudades es sencillamente traducir los costes en tiempo a costes monetarios. Los minutos perdidas cada mañana y tarde, ese coste que todo conductor sufre al competir con otros por usar las calles, dejan paso a un cálculo sencillo sobre si la comodidad de conducir vale o no ocho libras. La decisión ya no depende de un confiar que sean otros conductores los que se cansen de vivir en un atasco; ahora el cálculo pasa a ser exclusivamente sobre precios.
En cierto modo, cuando uno conduce su coche por la Puerta del Sol, está produciendo dos clases de externalidades negativas. Por un lado, la contaminación atmosférica, algo que en Europa ya se paga a golpe de impuestos. El otro aspecto, menos evidente, es la fracción de segundo de retraso que uno añade al resto de conductores con su presencia. Pagarlo en tiempo perdido es, en cierto sentido, una solución subóptima, ya que uno internaliza el precio pero no elimina el coste externo. Una tasa de congestión es, en cierto sentido, traducir esta externalidad a una cifra concreta; si uno escoge desperdiciar el tiempo de los otros, uno paga en consecuencia.
¿Es una idea que debe ser implementada? No necesariamente. Como todo en las políticas de transporte, una medida no puede ser aprobada en el vacio, si no que necesita de políticas que la complementen. Una ciudad con la red de transporte público saturada, por ejemplo (como Barcelona en algunos corredores) no hará más que echar a gente del centro, sin reducir congestión de manera apreciable. Por añadido, esta tasa debe tener sus excepciones para residentes, y sólo afectar a los sectores de la ciudad que realmente estén congestionados.
Aún así, y a pesar de su presunta impopularidad, las tasas de congestión deberían estar en la mesa en algunas ciudades como una opción a considerar. Sencillamente, tiene sentido, y contribuyen a hacer las ciudades más habitables.
sábado, agosto 26, 2006
Inmigración y colegios en América
Un artículo en el New York Times de hoy merece lectura; básicamente por ser un anticipo de lo que encontraremos pronto en las páginas de los periódicos españoles. Este otoño Estados Unidos tendrá el mayor número de estudiantes en colegios de su historia, 55 millones. Lo realmente remarcable, un 43% de ellos pertenecen a "minorías", es decir, no son blancos caucásicos. Es el grupo más diverso en los últimos 100 años, y es una muestra, de nuevo, de la casi ilimitada capacidad de la sociedad americana para atraer y asimilar inmigrantes.
Estados Unidos es un ejemplo claro de las oportunidades que la inmigración presenta. Con las políticas adecuadas, es decir, sin paranoia, tratando a todo el mundo igual y sin meterse en cruzadas culturales estupidas (ni multiculturalismo absurdo ni uniformidad obligatoria), la sociedad americana ha aprovechado las llegadas, y ha mantenido una sociedad envidiablemente dinámica.
Europa debe dejar de temer la inmigración de una vez, y empezar a pensar en los beneficios que puede conllevar. Dejarse de inventos, y copiar lo que funciona.
Estados Unidos es un ejemplo claro de las oportunidades que la inmigración presenta. Con las políticas adecuadas, es decir, sin paranoia, tratando a todo el mundo igual y sin meterse en cruzadas culturales estupidas (ni multiculturalismo absurdo ni uniformidad obligatoria), la sociedad americana ha aprovechado las llegadas, y ha mantenido una sociedad envidiablemente dinámica.
Europa debe dejar de temer la inmigración de una vez, y empezar a pensar en los beneficios que puede conllevar. Dejarse de inventos, y copiar lo que funciona.
jueves, agosto 24, 2006
El síndrome del 45
La política exterior americana tiene un problema grave desde hace tiempo, y me parece que se resume en algo bastante sencillo: la segunda guerra mundial.
Desde hace unos años, los americanos miran constantemente a esa guerra. Llaman a los veteranos de ese conflicto the greatest generation, y hablan con orgullo de como ellos derrotaron a la tiranía y al mal que representaba el nazismo. Obviando el hecho que fue un régimen casi igual de malvado que el de Hitler el que hizo la mayor parte del trabajo (los soviéticos), se aprecia una cierta nostalgia por los enormes, colosales logros que el país realizó para ganar la guerra.
La fuente de esa nostalgia, me temo, es la causa del problema: la percepción que la guerra fue justa y necesaria. Obviamente, eso es cierto, lo que no es tan sencillo es extrapolar esa percepción a todas las guerras. Los americanos, desde Reagan, son víctimas de una retórica quijotesca de buenos y malos un tanto insidiosa. Es cierto que todos los países hablan usando esa retórica; sin embargo, esto no implica que sus líderes se la crean.
Tras la segunda guerra mundial, Truman y el departamento de estado hablaban en grandes palabras, pero actuaban usando la más fría de las racionalidades. El telegrama largo de George Kennan era cualquier cosa menos poético; veía un problema (la Unión Soviética), y delineaba una táctica (la contención) que equivalía a meterse en guerras por motivos estratégicos, no ideológicos. Aún viendo a los rusos como el imperio del mal, los americanos nunca se cortaron un pelo en hablar con ellos, mientras prometían su exterminio en caso de guerra nuclear. Si la victoria final necesitaba de apoyar dictadores, meterse en guerras en agujeros inmundos y pegar tiros en repúblicas bananeras, se hacía y punto. El fin justificaba los medios.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, Estados Unidos parece estar substituyendo el realismo de la guerra fría por una especie de absolutismo moral. Hablar con los malos equivale a darles la razón, todo lo que se hace es por altos motivos morales, no cálculos estratégicos, y debido a la maldad del oponente, el único compromiso / paz posible es la del cementerio.
Si bien tener el compas moral bien regulado es digno de alabanza, el utilizarlo de manera inflexible como herramienta de política exterior es poco realista. Al ver todo conflicto como un sistema binario (yo bueno, él malvado), Estados Unidos se pasea por el mundo con una mano atada a la espalda. No admiten, en ningún caso, el compromiso, y sin embargo, no tienen los recursos necesarios para que todas sus negativas sean creíbles.
Ser inflexible y tozudo al negociar con Iran es útil siempre que uno pueda enseñar el garrote y amenazar de manera creíble. Estados Unidos, ahora mismo, no se puede permitir una guerra, así que su pose Churchiliana no deja de ser de cruzado de pecho de lata. La cabezonería america ahora mismo es peor que un apaciguamiento; no son capaces de frenar nada mediante concesiones, y no obtienen nada mediante el miedo ya que su amenaza no es creíble.
Cuando la lista de enemigos en el mundo es tan larga, y la capacidad de disuadir es tan limitada, el absolutismo moral en la política exterior acaba siendo inútil. En el fondo, Estados Unidos es como uno de esos tipos berreando amenazas de derribar el gobierno desde una esquina. Ruido hacen, pero no tienen capacidad de hacerlo. Es hora que bajen del burro, y busquen objetivos quizás no tan moralmente perfectos, pero al menos vagamente realizables. Ahora mismo, su bravuconería no aporta nada.
Desde hace unos años, los americanos miran constantemente a esa guerra. Llaman a los veteranos de ese conflicto the greatest generation, y hablan con orgullo de como ellos derrotaron a la tiranía y al mal que representaba el nazismo. Obviando el hecho que fue un régimen casi igual de malvado que el de Hitler el que hizo la mayor parte del trabajo (los soviéticos), se aprecia una cierta nostalgia por los enormes, colosales logros que el país realizó para ganar la guerra.
La fuente de esa nostalgia, me temo, es la causa del problema: la percepción que la guerra fue justa y necesaria. Obviamente, eso es cierto, lo que no es tan sencillo es extrapolar esa percepción a todas las guerras. Los americanos, desde Reagan, son víctimas de una retórica quijotesca de buenos y malos un tanto insidiosa. Es cierto que todos los países hablan usando esa retórica; sin embargo, esto no implica que sus líderes se la crean.
Tras la segunda guerra mundial, Truman y el departamento de estado hablaban en grandes palabras, pero actuaban usando la más fría de las racionalidades. El telegrama largo de George Kennan era cualquier cosa menos poético; veía un problema (la Unión Soviética), y delineaba una táctica (la contención) que equivalía a meterse en guerras por motivos estratégicos, no ideológicos. Aún viendo a los rusos como el imperio del mal, los americanos nunca se cortaron un pelo en hablar con ellos, mientras prometían su exterminio en caso de guerra nuclear. Si la victoria final necesitaba de apoyar dictadores, meterse en guerras en agujeros inmundos y pegar tiros en repúblicas bananeras, se hacía y punto. El fin justificaba los medios.
De un tiempo a esta parte, sin embargo, Estados Unidos parece estar substituyendo el realismo de la guerra fría por una especie de absolutismo moral. Hablar con los malos equivale a darles la razón, todo lo que se hace es por altos motivos morales, no cálculos estratégicos, y debido a la maldad del oponente, el único compromiso / paz posible es la del cementerio.
Si bien tener el compas moral bien regulado es digno de alabanza, el utilizarlo de manera inflexible como herramienta de política exterior es poco realista. Al ver todo conflicto como un sistema binario (yo bueno, él malvado), Estados Unidos se pasea por el mundo con una mano atada a la espalda. No admiten, en ningún caso, el compromiso, y sin embargo, no tienen los recursos necesarios para que todas sus negativas sean creíbles.
Ser inflexible y tozudo al negociar con Iran es útil siempre que uno pueda enseñar el garrote y amenazar de manera creíble. Estados Unidos, ahora mismo, no se puede permitir una guerra, así que su pose Churchiliana no deja de ser de cruzado de pecho de lata. La cabezonería america ahora mismo es peor que un apaciguamiento; no son capaces de frenar nada mediante concesiones, y no obtienen nada mediante el miedo ya que su amenaza no es creíble.
Cuando la lista de enemigos en el mundo es tan larga, y la capacidad de disuadir es tan limitada, el absolutismo moral en la política exterior acaba siendo inútil. En el fondo, Estados Unidos es como uno de esos tipos berreando amenazas de derribar el gobierno desde una esquina. Ruido hacen, pero no tienen capacidad de hacerlo. Es hora que bajen del burro, y busquen objetivos quizás no tan moralmente perfectos, pero al menos vagamente realizables. Ahora mismo, su bravuconería no aporta nada.
Nota para cruzados de la ley de partidos
El hecho que Batasuna sea una organización ilegalizada no implica que sus antiguos miembros tengan sus derechos políticos revocados. En otras palabras, Barrena, Otegui y compañía pueden seguir diciendo lo que quieran y acudiendo a las manifestaciones que les plazca, siempre que no sea en nombre de un partido fuera de la ley.
Algunos parecen creer que la ley de partidos es una excusa para crear un grupo de ciudadanos de segunda clase con derechos individuales recortados, algo que sería totalmente inconstitucional. Las manifestaciones de estos días son legales, aunque los convocantes tuvieran alguna relación con Batasuna, ya que la ley de partidos no veta personas, sino organizaciones. Es la única manera que el texto sea presentable, vamos.
A todo ello, me parece profundamente divertido que a ciertos sectores de la derecha le irrite tanto que la izquierda radical vasca quiera ejercer derechos políticos, y hable de soluciones políticas. A veces realmente parece que echen de menos las bombas.
Algunos parecen creer que la ley de partidos es una excusa para crear un grupo de ciudadanos de segunda clase con derechos individuales recortados, algo que sería totalmente inconstitucional. Las manifestaciones de estos días son legales, aunque los convocantes tuvieran alguna relación con Batasuna, ya que la ley de partidos no veta personas, sino organizaciones. Es la única manera que el texto sea presentable, vamos.
A todo ello, me parece profundamente divertido que a ciertos sectores de la derecha le irrite tanto que la izquierda radical vasca quiera ejercer derechos políticos, y hable de soluciones políticas. A veces realmente parece que echen de menos las bombas.
martes, agosto 22, 2006
Realidades alternativas
Para los aficionados a los mundos imaginarios de ciertos sectores de la derecha, Estados Unidos es un lugar fascinante. Y para alguien como yo, que escucha la Cope en el trabajo para no aburrirse, es una especie de paraiso terrorífico.
Pongamos el ejemplo de los programas de talk radio conservadores, los equivalentes al gran inefable hispánico en gringolandia. Para que os hagais una idea de la profundidad intelectual de estos programas, una pequeña muestra.
No hace demasiado, un tal Ned Lamont ganaba las primarias demócratas en Connecticut, derrotando al senador actual Joe Lieberman. Lamont es un niño bien de buena familia, con una modesta fortuna alrededor de los 300 millones de dólares y con un próspero negocio de televisión por cable. El tipo se ha gastado como mínimo un par de millones de dólares de su bolsillo en la campaña. Pues bien, si uno escucha la radio conservadora, lo que escucha es que Lamont es un comunista antiamericano.
La lógica es la siguiente. Primero, Lamont ha recibido el apoyo de Moveon.org, organización política financiada, entre otros, por George Soros. Sí, el Soros especulador internacional, amante del liberalismo económico, y que no comparte ideas políticas con Bush. Según los contertulios radiofónicos (y algún idiota televisivo, como Sean Hannity), Soros es un comunista peligroso antiamericano, que tiene como objetivo desestabilizar el país. Como un tipo que cuenta su fortuna en miliardos es amante del comunismo se me escapa, pero el hecho que apoye a Lamont hace de Lamont un comunista.
La cosa no sería preocupante hasta que tuve la ocasión de hablar con un republicano (incluso en Connecticut hay) que me repitió la presunta maldad bolchevique de Lamont y la conspiración roja palabra por palabra. El horror.
Lo más divertido / aterrador del tema es el hecho que uno escucha estas radios, y acaba por deducir que los republicanos son una especie perseguida por una horda de arrogantes intelectuales progres que quieren hacer abortar a madres y dar sus fetos a los terroristas a la mínima que se descuiden. El pequeño detalle de la derecha controlando Congreso, Senado, Tribunal Supreno y Presidente parece pasar desapercibido.
La polarización de la política americana, en parte derivada de la baja participación electoral, en parte derivada de las (brillantes) tácticas republicanas, da pie a estas cosas. Eso explica también que con la que está cayendo, las encuestas no acaben de dar un resultado claro para noviembre; aunque la verdad, la incompetencia de los demócratas tiene algo que ver.
Nota: siento no haber escrito más estos días. Entre la visita de mis padres, ayudar en mudanzas, y que porras, no ha pasado nada interesante estos últimos días (y de manifestaciones en Euskadi ya hablé) pues he estado un pelín falto de motivación. A ver si hay más desastres, que es lo que nos pone a todos...
Pongamos el ejemplo de los programas de talk radio conservadores, los equivalentes al gran inefable hispánico en gringolandia. Para que os hagais una idea de la profundidad intelectual de estos programas, una pequeña muestra.
No hace demasiado, un tal Ned Lamont ganaba las primarias demócratas en Connecticut, derrotando al senador actual Joe Lieberman. Lamont es un niño bien de buena familia, con una modesta fortuna alrededor de los 300 millones de dólares y con un próspero negocio de televisión por cable. El tipo se ha gastado como mínimo un par de millones de dólares de su bolsillo en la campaña. Pues bien, si uno escucha la radio conservadora, lo que escucha es que Lamont es un comunista antiamericano.
La lógica es la siguiente. Primero, Lamont ha recibido el apoyo de Moveon.org, organización política financiada, entre otros, por George Soros. Sí, el Soros especulador internacional, amante del liberalismo económico, y que no comparte ideas políticas con Bush. Según los contertulios radiofónicos (y algún idiota televisivo, como Sean Hannity), Soros es un comunista peligroso antiamericano, que tiene como objetivo desestabilizar el país. Como un tipo que cuenta su fortuna en miliardos es amante del comunismo se me escapa, pero el hecho que apoye a Lamont hace de Lamont un comunista.
La cosa no sería preocupante hasta que tuve la ocasión de hablar con un republicano (incluso en Connecticut hay) que me repitió la presunta maldad bolchevique de Lamont y la conspiración roja palabra por palabra. El horror.
Lo más divertido / aterrador del tema es el hecho que uno escucha estas radios, y acaba por deducir que los republicanos son una especie perseguida por una horda de arrogantes intelectuales progres que quieren hacer abortar a madres y dar sus fetos a los terroristas a la mínima que se descuiden. El pequeño detalle de la derecha controlando Congreso, Senado, Tribunal Supreno y Presidente parece pasar desapercibido.
La polarización de la política americana, en parte derivada de la baja participación electoral, en parte derivada de las (brillantes) tácticas republicanas, da pie a estas cosas. Eso explica también que con la que está cayendo, las encuestas no acaben de dar un resultado claro para noviembre; aunque la verdad, la incompetencia de los demócratas tiene algo que ver.
Nota: siento no haber escrito más estos días. Entre la visita de mis padres, ayudar en mudanzas, y que porras, no ha pasado nada interesante estos últimos días (y de manifestaciones en Euskadi ya hablé) pues he estado un pelín falto de motivación. A ver si hay más desastres, que es lo que nos pone a todos...
jueves, agosto 17, 2006
Irak: ¿cobardía americana?
Tras las noticias que durante el mes de julio han muerto en Irak más de 3.400 civiles entre atentados, ataques, tiroteos y explosiones variadas (batiendo el récord local), la realidad del fracaso de la política americana se hace cada vez más evidente.
Lo peor, aparte de la violencia, es la patética, cobarde actitud de pecho de hojalata de la administración Bush mientras Irak se sumerge en el caos. La actitud de la administración ante la inexorable desintegración del país sigue siendo vociferar que hay progreso, hay que mantenerse fuertes y que el terrorismo será derrotado. A la práctica, lo único que hacen es dejar las tropas en el país, esconderlas, y no hacer nada para detener la violencia. Lejos de enviar más tropas, tomar más riesgos y tratar de ganar la guerra a los insurgentes, siguiendo la heróica retórica de lucha y guerra que tanto repite, Bush se ha quedado a medio camino. Ni se atreve a reconocer el error y retira las tropas, ni se pone serio y trata de arreglar el desaguisado.
El resultado, me temo, es que tanto esperar y confiar en lo mejor ha acabado por sobrepasar el esfuerzo americano. Irak está en guerra civil. Invadieron el país, rompieron todo lo que encontraron, y han dejado un vacio de poder que ni han sabido ni han podido llenar. Ahora no tienen agallas para ganar la guerra, ni pueden permitirse retirarse reconociendo la derrota.
Irak se acerca, cada vez más, a la insufrible solución pragmática. Sea la instauración de otra brutal dictadura que mantenga el orden, sea la partición del país, dándole en bandeja a Irán un bonito estado vasallo, Estados Unidos debe empezar a pensar que cualquier solución es mejor que dejar que el país acabe sumido en el caos.
No importa qué elijan, deben hacer algo. Está claro que la estrategia actual no funciona.
Lo peor, aparte de la violencia, es la patética, cobarde actitud de pecho de hojalata de la administración Bush mientras Irak se sumerge en el caos. La actitud de la administración ante la inexorable desintegración del país sigue siendo vociferar que hay progreso, hay que mantenerse fuertes y que el terrorismo será derrotado. A la práctica, lo único que hacen es dejar las tropas en el país, esconderlas, y no hacer nada para detener la violencia. Lejos de enviar más tropas, tomar más riesgos y tratar de ganar la guerra a los insurgentes, siguiendo la heróica retórica de lucha y guerra que tanto repite, Bush se ha quedado a medio camino. Ni se atreve a reconocer el error y retira las tropas, ni se pone serio y trata de arreglar el desaguisado.
El resultado, me temo, es que tanto esperar y confiar en lo mejor ha acabado por sobrepasar el esfuerzo americano. Irak está en guerra civil. Invadieron el país, rompieron todo lo que encontraron, y han dejado un vacio de poder que ni han sabido ni han podido llenar. Ahora no tienen agallas para ganar la guerra, ni pueden permitirse retirarse reconociendo la derrota.
Irak se acerca, cada vez más, a la insufrible solución pragmática. Sea la instauración de otra brutal dictadura que mantenga el orden, sea la partición del país, dándole en bandeja a Irán un bonito estado vasallo, Estados Unidos debe empezar a pensar que cualquier solución es mejor que dejar que el país acabe sumido en el caos.
No importa qué elijan, deben hacer algo. Está claro que la estrategia actual no funciona.
martes, agosto 15, 2006
Deslocalizaciones y buenas noticias
Escolar enlazaba el otro día un fragmento de una obra de teatro de Jazmina Reza que vale la pena tener en mente:
Mal que les pese a algunos (o a muchos, si tenemos que hacer caso al volumen de almas ofendidas en los comentarios), hay bastante de verdadero en este fragmento. En contra de lo que dice mucho de la progresía, las desigualdades a nivel mundial no están aumentando, sino disminuyendo, y es en gran medida debido al fenómeno descrito arriba.
Sí, muchas de las empresas que dejan Europa o Estados Unidos acaban convertidas en factorias de aspecto francamente horroroso en China o la India. Y sí, tener a críos de 14 años trabajando diez horas del día haciendo juguetes suena bastante horrible, pero uno tiene que tener en cuenta qué hay detrás del cambio. Primero, en el primer mundo ha desaparecido un lugar de trabajo para mano de obra poco cualificada, sin posibilidades de llegar nunca a generar demasiados ingresos. Hay alguien que se va a la calle, pero casi nunca es de un puesto de trabajo que valga demasiado la pena conservar; como dice Reza, minero no es precisamente un oficio atractivo.
Algo que se debería decir más a menudo desde la izquierda y que es necesario recordar: el estado del bienestar protege personas, no empleos. Es preferible, desde un punto de vista económico y social, dejar que las empresas cierren cuando no dan beneficios y ayudar a los empleados, no regar a los empresarios de subvenciones. La economía ya va hacia donde puede hacer dinero; el estado debe concentrarse en ayudar a que todos puedan subir el tren, no en mantener empresas en respiración asistida.
En el otro lado, el de los países en desarrollo que recibe la nueva empresa, debemos tener en mente antes de juzgar cuál era la situación anterior de los presúntamente explotados trabajadores. En otras palabras, dónde estaría ese chaval que se pasa el día fabricando Bratz en China si no hubiera llegado la fábrica. La respuesta es sencilla: en algún villorrio perdido en una zona rural, arando un campo o recogiendo arroz y viviendo en condiciones mucho más insalubres que en la ciudad. A pesar de lo horroroso de las condiciones laborales, él y su familia han dejado el campo y se han quedado en la ciudad, trabajando en la fábrica, porque oh milagro sus condiciones de vida han mejorado.
Y sí, de aquí viene la disminución de las desigualdades a nivel global. Básicamente, un tercio de la humanidad vive en economías que están creciendo a velocidad de vértigo, India y China, y eso está teniendo efectos claros y reales sobre su población. En algunos lugares, incluso, la falta de mano de obra está haciendo subir los salarios, y todo gracias al libre comercio. Es cierto que estos cambios no están afectando a todo el mundo, y que lugares en Africa son de hecho más pobres que hace 70 años, pero eso no significa que la pobreza esté aumentando. También es cierto que dentro de las sociedades occidentales, algunos países han tenido un dramático incremento de las desigualdades en las últimas décadas (Estados Unidos especialmente), pero eso es el resultado de decisiones políticas, no sólo el malvado capitalismo global.
Estamos de nuevo en lo de siempre, la izquierda de la consigna fácil. A riesgo de parecer un pedante, hay muchos que se lanzan a opinar y pontificar sin ni siquiera conocer el mundo en el que viven. No se puede hablar de "malvadas deslocalizaciones" en general, sin tener en cuenta que sus efectos varían enormemente dependiendo de cómo el sistema político de cada país se enfrenta a ellas. No se puede hablar de la globalización creadora de desigualdades, sino en todo caso el por qué parece que hay vastas regiones del mundo que no parecen salir nunca del agujero.
La primera tarea de todo político se enfrenta es identificar los problemas. Como norma general, las consignas panfletarias no acostumbran a ser demasiado precisas.
"Te voy a contar un secreto, me pongo muy contento cuando me entero de una deslocalización. Personas que se morían de hambre en el Tercer Mundo van a tener trabajo, van a empezar a integrarse en un sistema económico. ¿Por qué debería ser menos solidario con los desgraciados de la India o Bangladesh que se mueren de hambre que con el tío que cobrará indemnizaciones aquí? Es el futuro del mundo lo que está en juego, la paz, la prosperidad. En cuanto al tipo que echan a la calle en Alençon, en vez de continuar cortando burdamente camisetas horribles, recibirá una formación, participará en productos que tendrán el doble de valor añadido, es la oportunidad de su vida. Vivimos en un sistema de la compasión, en el que hace falta drama por todas partes. ¿Me puedes decir por qué no se organizó una fiesta nacional el día en que se cerró la última mina? Tenemos carbón bajo los pies pero ya no hace falta enviar a pobres desgraciados seiscientos metros bajo tierra para intentar extraerlo mientras cogen la silicosis o se libran de una explosión de grisú. Es maravilloso. En vez de eso, tuvimos que soportar un discurso lacrimógeno del estilo es una parte de la historia de la clase obrera que desaparece. ¡Coño, pues tanto mejor! ¿Te gustaría tener a tus hijos en el fondo de una mina? Es extraordinario vivir en un país que tiene carbón bajo sus pies y que puede prescindir de ir a buscarlo, que ya no necesita mandar a personas a arrastrarse como ratas por los túneles y a dar martillazos a algo repugnante. El mundo mejora, nos guste o no".
Mal que les pese a algunos (o a muchos, si tenemos que hacer caso al volumen de almas ofendidas en los comentarios), hay bastante de verdadero en este fragmento. En contra de lo que dice mucho de la progresía, las desigualdades a nivel mundial no están aumentando, sino disminuyendo, y es en gran medida debido al fenómeno descrito arriba.
Sí, muchas de las empresas que dejan Europa o Estados Unidos acaban convertidas en factorias de aspecto francamente horroroso en China o la India. Y sí, tener a críos de 14 años trabajando diez horas del día haciendo juguetes suena bastante horrible, pero uno tiene que tener en cuenta qué hay detrás del cambio. Primero, en el primer mundo ha desaparecido un lugar de trabajo para mano de obra poco cualificada, sin posibilidades de llegar nunca a generar demasiados ingresos. Hay alguien que se va a la calle, pero casi nunca es de un puesto de trabajo que valga demasiado la pena conservar; como dice Reza, minero no es precisamente un oficio atractivo.
Algo que se debería decir más a menudo desde la izquierda y que es necesario recordar: el estado del bienestar protege personas, no empleos. Es preferible, desde un punto de vista económico y social, dejar que las empresas cierren cuando no dan beneficios y ayudar a los empleados, no regar a los empresarios de subvenciones. La economía ya va hacia donde puede hacer dinero; el estado debe concentrarse en ayudar a que todos puedan subir el tren, no en mantener empresas en respiración asistida.
En el otro lado, el de los países en desarrollo que recibe la nueva empresa, debemos tener en mente antes de juzgar cuál era la situación anterior de los presúntamente explotados trabajadores. En otras palabras, dónde estaría ese chaval que se pasa el día fabricando Bratz en China si no hubiera llegado la fábrica. La respuesta es sencilla: en algún villorrio perdido en una zona rural, arando un campo o recogiendo arroz y viviendo en condiciones mucho más insalubres que en la ciudad. A pesar de lo horroroso de las condiciones laborales, él y su familia han dejado el campo y se han quedado en la ciudad, trabajando en la fábrica, porque oh milagro sus condiciones de vida han mejorado.
Y sí, de aquí viene la disminución de las desigualdades a nivel global. Básicamente, un tercio de la humanidad vive en economías que están creciendo a velocidad de vértigo, India y China, y eso está teniendo efectos claros y reales sobre su población. En algunos lugares, incluso, la falta de mano de obra está haciendo subir los salarios, y todo gracias al libre comercio. Es cierto que estos cambios no están afectando a todo el mundo, y que lugares en Africa son de hecho más pobres que hace 70 años, pero eso no significa que la pobreza esté aumentando. También es cierto que dentro de las sociedades occidentales, algunos países han tenido un dramático incremento de las desigualdades en las últimas décadas (Estados Unidos especialmente), pero eso es el resultado de decisiones políticas, no sólo el malvado capitalismo global.
Estamos de nuevo en lo de siempre, la izquierda de la consigna fácil. A riesgo de parecer un pedante, hay muchos que se lanzan a opinar y pontificar sin ni siquiera conocer el mundo en el que viven. No se puede hablar de "malvadas deslocalizaciones" en general, sin tener en cuenta que sus efectos varían enormemente dependiendo de cómo el sistema político de cada país se enfrenta a ellas. No se puede hablar de la globalización creadora de desigualdades, sino en todo caso el por qué parece que hay vastas regiones del mundo que no parecen salir nunca del agujero.
La primera tarea de todo político se enfrenta es identificar los problemas. Como norma general, las consignas panfletarias no acostumbran a ser demasiado precisas.
viernes, agosto 11, 2006
Una víctima más de la guerra
El martes Connecticut fue el centro de la vida política americana por un día. No que el presidente visitara el estado o algo por el estilo; sino por unas elecciones primarias con un significado y consecuencias que van mucho más alla de New Haven y su distrito electoral.
La votación era para dirimir si el actual senador por Connecticut, Joe Lieberman (el tipo que hubiera sido vicepresidente con Al Gore), volvía a ser el candidato del partido demócrata en noviembre, tras 18 años de servicio. El hecho que un senador en activo se tuviera que enfrentar a unas promarias es ya de por sí inusual; lo que es aún más sorprendente es el hecho que la elección sea competida de veras. Lieberman se enfrentaba a Ned Lamont, un millonario con poca experiencia política. La mayor diferencia entre ambos, y lo que ha centrado el debate en la campaña, ha sido su posición respecto a la guerra de Irak.
Lieberman ocupa un puesto de especial infamia dentro del partido demócrata por el hecho de haber sido, desde el principio, uno de los más furibundos halcones de la cámara alta americana. No es que entre la presunta oposición a la administración republicana faltaran senadores apoyando al presidente (Hillary Clinton le siguió marcando el paso), pero el señor Lieberman se ha distinguido por alabar la política exterior de Bush hasta que Lamont empezó a acercarse en las encuestas.
Demasiado tarde. El martes, tras una carísima campaña (Lamont se ha dejado cuatro millones de dólares) Lieberman era derrotado en las urnas 52-48, en unas primarias con una participación altísima (44%) para lo que es habitual en Estados Unidos. La guerra de Irak se cobraba, al fin, su primera víctima política... en el partido de la oposición.
La elección, en contra de lo que han comentado muchos, no ha sido tanto un referéndum sobre la guerra de Irak, sino sobre la actitud de ciertos sectores del partido demócrata frente a la guerra. Los votantes americanos en general han dado finalmente la espalda al presidente en su aventura iraquí (todas las encuestas dan a más de un 60% de americanos en contra); las primarias del martes dan a entender que la actitud subserviente, seguidista y estúpidamente pasiva de los demócratas tambien ha acabado con su paciencia.
Sencillamente, no es sólo la guerra lo que ha preocupado a muchos votantes de Connecticut; la patética rendición de quienes deben vigilar al ejecutivo ha acabado por hartarlos. No basta con garantizar dinero y puestos de trabajo para el estado; es también necesario cumplir con una función de control que no puede ser ocultada bajo la excusa del patriotismo.
¿Hasta qué punto es significativo este resultado? Como todo en política, su importancia es relativa y difícil de predecir. Para empezar, Connecticut es un de los estados más liberales (progres, en el vocabulario local) del país; si bien el cabreo con la guerra está extendido por todo el país, aquí en Nueva Inglaterra es especialmente importante. Aún así, es necesario insistir que no estamos ante una derrota electoral cualquiera: es un senador veterano, echado a patadas por los activistas de su propio partido no por ir a la guerra sino por apoyarla. Más importante aún, ha perdido contra un total desconocido, que ha ganado contra un senador que tenía todo el apoyo de la maquinaria del partido.
Hay dos cosas claras: la primera, los votantes demócratas estan hartos que el partido se esconda cada vez que el presidente hace una burrada. La segunda, hay signos muy claros que una parte significativa del electorado quiere un cambio real en cómo se hace política en el país. Que eso se traduzca en un cambio de mayoría en las legislativas de noviembre es otra cosa; pero lo cierto es que parece haber un movimiento de fondo en la izquierda americana.
Nota al margen: si leeis en alguna parte que esta ha sido la campaña de la nueva política, la blogosfera y gaitas parecidas, no hagais caso. Lamont ha tenido el apoyo de muchas bitácoras y ha armado ruido en internet, pero se ha gastado una millonada al viejo estilo, en anuncios en televisión, prensa y radio. Los temas quizás han variado y la publicidad ha sido más ingeniosa, pero no ha sido una campaña de insurgencia barata.
La votación era para dirimir si el actual senador por Connecticut, Joe Lieberman (el tipo que hubiera sido vicepresidente con Al Gore), volvía a ser el candidato del partido demócrata en noviembre, tras 18 años de servicio. El hecho que un senador en activo se tuviera que enfrentar a unas promarias es ya de por sí inusual; lo que es aún más sorprendente es el hecho que la elección sea competida de veras. Lieberman se enfrentaba a Ned Lamont, un millonario con poca experiencia política. La mayor diferencia entre ambos, y lo que ha centrado el debate en la campaña, ha sido su posición respecto a la guerra de Irak.
Lieberman ocupa un puesto de especial infamia dentro del partido demócrata por el hecho de haber sido, desde el principio, uno de los más furibundos halcones de la cámara alta americana. No es que entre la presunta oposición a la administración republicana faltaran senadores apoyando al presidente (Hillary Clinton le siguió marcando el paso), pero el señor Lieberman se ha distinguido por alabar la política exterior de Bush hasta que Lamont empezó a acercarse en las encuestas.
Demasiado tarde. El martes, tras una carísima campaña (Lamont se ha dejado cuatro millones de dólares) Lieberman era derrotado en las urnas 52-48, en unas primarias con una participación altísima (44%) para lo que es habitual en Estados Unidos. La guerra de Irak se cobraba, al fin, su primera víctima política... en el partido de la oposición.
La elección, en contra de lo que han comentado muchos, no ha sido tanto un referéndum sobre la guerra de Irak, sino sobre la actitud de ciertos sectores del partido demócrata frente a la guerra. Los votantes americanos en general han dado finalmente la espalda al presidente en su aventura iraquí (todas las encuestas dan a más de un 60% de americanos en contra); las primarias del martes dan a entender que la actitud subserviente, seguidista y estúpidamente pasiva de los demócratas tambien ha acabado con su paciencia.
Sencillamente, no es sólo la guerra lo que ha preocupado a muchos votantes de Connecticut; la patética rendición de quienes deben vigilar al ejecutivo ha acabado por hartarlos. No basta con garantizar dinero y puestos de trabajo para el estado; es también necesario cumplir con una función de control que no puede ser ocultada bajo la excusa del patriotismo.
¿Hasta qué punto es significativo este resultado? Como todo en política, su importancia es relativa y difícil de predecir. Para empezar, Connecticut es un de los estados más liberales (progres, en el vocabulario local) del país; si bien el cabreo con la guerra está extendido por todo el país, aquí en Nueva Inglaterra es especialmente importante. Aún así, es necesario insistir que no estamos ante una derrota electoral cualquiera: es un senador veterano, echado a patadas por los activistas de su propio partido no por ir a la guerra sino por apoyarla. Más importante aún, ha perdido contra un total desconocido, que ha ganado contra un senador que tenía todo el apoyo de la maquinaria del partido.
Hay dos cosas claras: la primera, los votantes demócratas estan hartos que el partido se esconda cada vez que el presidente hace una burrada. La segunda, hay signos muy claros que una parte significativa del electorado quiere un cambio real en cómo se hace política en el país. Que eso se traduzca en un cambio de mayoría en las legislativas de noviembre es otra cosa; pero lo cierto es que parece haber un movimiento de fondo en la izquierda americana.
Nota al margen: si leeis en alguna parte que esta ha sido la campaña de la nueva política, la blogosfera y gaitas parecidas, no hagais caso. Lamont ha tenido el apoyo de muchas bitácoras y ha armado ruido en internet, pero se ha gastado una millonada al viejo estilo, en anuncios en televisión, prensa y radio. Los temas quizás han variado y la publicidad ha sido más ingeniosa, pero no ha sido una campaña de insurgencia barata.
miércoles, agosto 09, 2006
Nota sobre incendios
Si, tragedia que Galicia se queme, desastre ecológico, etcétera. Estaría bien que alguien echara un ojo a las estadísticas generales sobre bosques en España, sin embargo, antes de ir hablando de mega tragedia ecológica. ¿Por qué? Por el simple motivo que en los últimos veinte años (como mínimo) la superficie forestal de España ha aumentado.
¿Sorpresa? No tanta. El motivo es muy sencillo, el abandono de la agricultura. Según abandonamos cultivos y pastos e incrementamos la productividad de los que quedan, el bosque vuelve a ocupar el espacio que antes ocupaba. Incluso con las recalificaciones flamígeras que algunos impulsan (por cierto, muy bonito lo de echar la culpa del fuego al gobierno, no al que lo enciende), tenemos ahora más bosque que hace veinte años.
Sí, los incendios son una tragedia que debe ser evitada, pero no estamos ante el fin del bosque en España. Y no, los datos arriba no se contradicen con el incremento de la desertización; la retirada de los cultivos no siempre hace aparecer arbolitos, y tras un incendio no siempre aparece un bosque. Si lo que se quiere es preservar el medio que tenemos ahora, sin embargo, debemos tener en mente que dejó se ser natural hace tiempo. Del arte de convivir con él, sin embargo, os remito a otros que saben mucho más que yo.
¿Sorpresa? No tanta. El motivo es muy sencillo, el abandono de la agricultura. Según abandonamos cultivos y pastos e incrementamos la productividad de los que quedan, el bosque vuelve a ocupar el espacio que antes ocupaba. Incluso con las recalificaciones flamígeras que algunos impulsan (por cierto, muy bonito lo de echar la culpa del fuego al gobierno, no al que lo enciende), tenemos ahora más bosque que hace veinte años.
Sí, los incendios son una tragedia que debe ser evitada, pero no estamos ante el fin del bosque en España. Y no, los datos arriba no se contradicen con el incremento de la desertización; la retirada de los cultivos no siempre hace aparecer arbolitos, y tras un incendio no siempre aparece un bosque. Si lo que se quiere es preservar el medio que tenemos ahora, sin embargo, debemos tener en mente que dejó se ser natural hace tiempo. Del arte de convivir con él, sin embargo, os remito a otros que saben mucho más que yo.
Problemas que no lo son
En Batiburrillo citan cinco noticias que dicen demostrar que el sistema automático es un fracaso, y no funciona en absoluto. Lo que las cinco noticias hacen, la verdad, es demostrar que algunos no han entendido en qué consiste esto de la descentralización política. Veamos.
Esta idea absurda que una decisión hecha en Madrid es más justa, verdadera o democrática porque afecta a más gente no tiene sentido. No es menos democracia Andorra que la India por el hecho de ser un país pequeño, y no tiene menos peso la decisión de una comunidad de incluir dentistas en la sanidad que el hecho que la comunidad vecina no crea que valga la pena. Si hay prestaciones distintas es porque así lo vota el electorado en un sitio, y la verdad, el derecho a bajarse los impuestos a cambio de tener peores médicos debe ser respetado, si hay gente que quiere esas cosas.
En Madrid se vota lo que queremos que sea común, pero no se vota sobre lo que queremos que cada electorado regional sea. Las Cortes deciden qué se comparte, no cómo se hacen las cosas.
- Extremadura propone que se devuelvan algunas competencias a Sanidad: según ellos, lo queh hay es descontrol. En la práctica, lo que hay es un sistema sanitario que debe ser vigilado no por el gobierno central, en plan papá, sino por los votantes de cada autonomía. Si el gobierno de Extremadura dice que todos los españoles deben ser tratados igual, sólo tiene que ofrecer los mismos servicios que el resto de ejecutivos regionales. Quien decide si el sistema es bueno o no es el electorado de cada región, y listos.
- El PP propone restar competencias de protección civil a las autonomías: ¿Qué garantiza que el gobierno central lo hará mejor? Los políticos estatales pueden ser igual de incompetentes. En el raro caso que una emergencia afecta más de una comunidad, el gobierno central puede coordinar sin que haga falta crear más comités; para algo están los ministros.
- Uso del agua: no, no es demencial que una región tenga regulaciones distintas a las otras. De nuevo, cada autonomía es juzgada por sus votantes, que para algo hablamos de democracia. Lo que es importante es que el electorado sepa quién toma las decisiones y vote según lo acertado de estas, y punto. Si en un lugar con sequía no quieren restringir el consumo, allá ellos; ya se lo encontrarán. Evidentemente, el agua se trasvasará sólo para gastos imprescindibles, no para salvar una economía que alguien haya decidido arruinar despilfarrando poniendo regadios en un desierto.
- Distribuyendo menores inmigrantes: inmigración es estatal, pero servicios sociales es competencia autonómica. Cuando un tema toca a todos, todos colaboran. Sorpresa, hay muy pocos temas en que no haya más de una administración involucrada.
- Documental sobre toros: ya se sabe, mostrar el lado oscuro de la realidad está prohibido en España. Lo de los toros, como si fuera la monarquía, oye; intocable. Haya la mierda que haya, oiga. Siguiendo esta lógica, que le devuelvan a Landis el Tour, que esto de demoler tradiciones francesas es pecado.
Esta idea absurda que una decisión hecha en Madrid es más justa, verdadera o democrática porque afecta a más gente no tiene sentido. No es menos democracia Andorra que la India por el hecho de ser un país pequeño, y no tiene menos peso la decisión de una comunidad de incluir dentistas en la sanidad que el hecho que la comunidad vecina no crea que valga la pena. Si hay prestaciones distintas es porque así lo vota el electorado en un sitio, y la verdad, el derecho a bajarse los impuestos a cambio de tener peores médicos debe ser respetado, si hay gente que quiere esas cosas.
En Madrid se vota lo que queremos que sea común, pero no se vota sobre lo que queremos que cada electorado regional sea. Las Cortes deciden qué se comparte, no cómo se hacen las cosas.
lunes, agosto 07, 2006
El hablar absurdo
Llevamos unos días escuchando tonterías desde los lugares de siempre sobre lo malvado, irresponsable, patético etcétera que es ese monstruo llamado Zapatero al enviar a Moratinos a hablar con Siria. Ya se sabe, lo mismo que está haciendo Francia mientras trabaja con Estados Unidos para pasar una resolución en el consejo de seguridad.
Parece mentira, pero algunos en la derecha tienen la extraña idea que para solucionar un conflicto sólo se puede hablar con los amigos, no con la gente que está tocándote las narices. Como tratar de solventar que el vecino te haya abollado el coche al aparcar llamando a tu primo de Cuenca para decirle que es necesario combatir a los conductores bandidos, vaya.
En un conflicto entre dos partes, el diálogo no es un premio, es un instrumento. Nadie tiene como objetivo hablar; soltar proclamas al viento es gratis. Decir que la diplomacia es conceder al otro una victoria es una estúpida celebración del autismo, y una absurda muestra de arrogancia. Estar sentados alrededor de una mesa no es una victoria, es una herramienta para solucionar un problema.
A todo esto, y ya de paso, decir que el gobierno debe prohibir la manifestación de Batasuna porque es una concesión a los terroristas tiene su miga. Un partido político que defiende la violencia decide hacer un acto pacífico clásico de toda democracia (y que el PP parece tan aficionado a convocar) y la reacción de algunos es decir que permitirlo es una rendición. El problema de Batasuna son los métodos, no los objetivos que persiguen; cuando hacen algo tan sencillo como ejercer el derecho a manifestarse, eso no debería provocar pánico.
Parece mentira, pero algunos en la derecha tienen la extraña idea que para solucionar un conflicto sólo se puede hablar con los amigos, no con la gente que está tocándote las narices. Como tratar de solventar que el vecino te haya abollado el coche al aparcar llamando a tu primo de Cuenca para decirle que es necesario combatir a los conductores bandidos, vaya.
En un conflicto entre dos partes, el diálogo no es un premio, es un instrumento. Nadie tiene como objetivo hablar; soltar proclamas al viento es gratis. Decir que la diplomacia es conceder al otro una victoria es una estúpida celebración del autismo, y una absurda muestra de arrogancia. Estar sentados alrededor de una mesa no es una victoria, es una herramienta para solucionar un problema.
A todo esto, y ya de paso, decir que el gobierno debe prohibir la manifestación de Batasuna porque es una concesión a los terroristas tiene su miga. Un partido político que defiende la violencia decide hacer un acto pacífico clásico de toda democracia (y que el PP parece tan aficionado a convocar) y la reacción de algunos es decir que permitirlo es una rendición. El problema de Batasuna son los métodos, no los objetivos que persiguen; cuando hacen algo tan sencillo como ejercer el derecho a manifestarse, eso no debería provocar pánico.
sábado, agosto 05, 2006
De cuba y tiranos varios
Ya sé que citarse a uno mismo no es precisamente elegante, pero cuando uno lee tantas estupideces concentradas sobre dictaduras y tiranuelos vale la pena recordar lo ya escrito. Entre los mitos, el decir que los cubanos están adoctrinados, que la represión es aleatoria e irracional, o que la opresión es infinita.
A todo esto, un par de notas sobre una posible transición democrática en la isla. Para empezar, el principal problema al que se enfrenta una dictadura es solucionar la sucesión de su líder. Si un régimen autoritario tiene un mecanismo de selección de tiranos ordenado y aceptado por todos los actores relevantes (ejército, los cuatro chupóteros y alta burocracia) su supervivencia es muy probable, a no ser que haya un cataclismo económico o algún factor imprevisto externo. Es por eso que las monarquías tienden a ser tan estables, ya que el mecanismo de sucesión es muy claro. Cuba no parece tener el problema solucionado, así que la enfermedad de Castro es de hecho una gran oportunidad.
Lo que no debe llevarnos, sin embargo, a una vociferante y cejijunta ingerencia en los asuntos de la lista como pide el PP. El régimen cubano lleva sobreviviendo a base de represión y echar las culpas al enemigo exterior desde hace casi veinte años, una vez que los subsidios soviéticos se agotaron. Un gobierno externo tomando partido decidido por una facción u otra, no importa lo justa que sea la causa, al iniciar la transición sería un error mayúsculo. Para que una transición llegue a buen puerto, lo mejor que puede pasar es que el país llegue a un nuevo equilibrio democrático de forma endógena, no a patadas desde el exterior.
¿Puede Cuba convertirse en una democracia? Si no se entra como el proverbial elefante en una cacharrería, sí, sin duda. Siempre que se tenga en cuenta que una democracia incluye a todos (incluso a viejos comunistas), la distribución de renta en la isla es razonablemente igualitaria, y podría sostener el sistema. Debe evitarse escuchar excesivamente al exilio y no ser un integrista de "devolver lo que nos robaron", y dejar que sean la urnas las que hablen, no gente con apoyos indefinidos. Votar debe ser lo primero, siempre.
- De la fortaleza de los dictadores (I)
- De la fortaleza de los dictadores (II): represión y gobierno.
- De la fortaleza de los dictadores (III): apoyos reales y ficticios.
A todo esto, un par de notas sobre una posible transición democrática en la isla. Para empezar, el principal problema al que se enfrenta una dictadura es solucionar la sucesión de su líder. Si un régimen autoritario tiene un mecanismo de selección de tiranos ordenado y aceptado por todos los actores relevantes (ejército, los cuatro chupóteros y alta burocracia) su supervivencia es muy probable, a no ser que haya un cataclismo económico o algún factor imprevisto externo. Es por eso que las monarquías tienden a ser tan estables, ya que el mecanismo de sucesión es muy claro. Cuba no parece tener el problema solucionado, así que la enfermedad de Castro es de hecho una gran oportunidad.
Lo que no debe llevarnos, sin embargo, a una vociferante y cejijunta ingerencia en los asuntos de la lista como pide el PP. El régimen cubano lleva sobreviviendo a base de represión y echar las culpas al enemigo exterior desde hace casi veinte años, una vez que los subsidios soviéticos se agotaron. Un gobierno externo tomando partido decidido por una facción u otra, no importa lo justa que sea la causa, al iniciar la transición sería un error mayúsculo. Para que una transición llegue a buen puerto, lo mejor que puede pasar es que el país llegue a un nuevo equilibrio democrático de forma endógena, no a patadas desde el exterior.
¿Puede Cuba convertirse en una democracia? Si no se entra como el proverbial elefante en una cacharrería, sí, sin duda. Siempre que se tenga en cuenta que una democracia incluye a todos (incluso a viejos comunistas), la distribución de renta en la isla es razonablemente igualitaria, y podría sostener el sistema. Debe evitarse escuchar excesivamente al exilio y no ser un integrista de "devolver lo que nos robaron", y dejar que sean la urnas las que hablen, no gente con apoyos indefinidos. Votar debe ser lo primero, siempre.
Derechos a veto y huelgas aeroportuarias
Desded los lugares habituales se ha criticado mucho la actitud y actuación del gobierno tras la famosa huelga de los trabajadores del Prat la semana pasada. Los alaridos de rendición habituales se han mezclado con críticas a los sindicatos y a los malvados nacionalistas, que ya se sabe que están detrás de todo lo malo que sucede en España. Todo por dar una explicación muy complicada a un problema muy sencillo, y que aparece de forma repetida en todo el mundo: actores ejerciendo su poder de veto.
Para empezar, esta huelga presuntamente inaudita tiene multitud de precedentes. Sin ir demasiado lejos, el año pasado Heathrow "disfrutó" de una huelga singularmente desalmada de personal de tierra. British Airways y casi todo el mundo que operara desde Londres se enfrentó a 36 horas de paro, dejando tirados 100.000 pasajeros y ocasionando pérdidas millonarias. Aún más cerca, los controladores de tráfico aéreo franceses son igual de cafres, siguiendo de manera periódica la vieja tradición gala de tocar las narices a todo el continente para arreglar conflictos domésticos. Si queremos mirar historias pasadas, esta semana ha hecho 25 años de la gran huelga de controladores en Estados Unidos, esa que Ronald Reagan solucionó despidiendo 10.000 trabajadores.
Son sólo tres ejemplos de huelgas muy parecidas al reciente desastre del aeropuerto de Barcelona. Todas ellas tienen en común un factor crucial, la capacidad de veto económico de sus protagonistas. En los tres casos, un grupo relativamente pequeño de trabajadores de una determinada empresa pueden parar totalmente todo el sistema, y tiene por tanto una capacidad de negociación enorme. Son el equivalente económico a un derecho a veto, y funcionan de manera parecida.
Dicho de manera sencilla, ninguna empresa puede permitirse el lujo de hacer algo que cabree en exceso un actor con derecho a veto, ya que sus huelgas duelen en serio. Como más cualificados estén (los pilotos, por ejemplo), más difícil resulta para la compañía tratar con ellos, ya que no tiene capacidad real para reemplazarlos rápidamente. Si la empresa es además una compañía de transporte, y los clientes se cabrean de veras cuando las cosas no van bien, el problema es aún mayor.
¿Qué ocurrió en Barcelona? un bonito ejemplo de por qué combinar empresas con actores con capacidad de veto y una organización tan estúpida como Aena es una mala idea. Por una lado, Aena maneja los aeropuertos no como una empresa de transportes, si no como si fuera un cortijo personal. En vez de tener en cuenta a sus clientes, las compañías aéreas, al gestionar al personal de tierra, el estúpido monopolio estatal repartió concesiones pensando en como recortar gastos sin más. Al hacerlo, saca a Iberia de un lugar, sin tener en cuenta, en ningún caso, la enorme capacidad de presión que los empleados tienen. Total, no están en mi nómina, así que no es mi problema, o eso debían pensar. El resultado, un cabreo monumental de un grupo de currantes que pueden paralizar todo el aeropuerto sin ningún problema.
El origen del problema no es por tanto la inactividad del gobierno o la falta de mano derecha de Iberia. El problema se deriva, sencillamente, de la enorme capacidad de negociación que tiene los trabajadores de un aeropuerto. Un conflicto de este estilo es muy difícil de evitar, no importa quien esté en el gobierno.
Hay algunos mecanismos que hacen problemas de esta clase menos habituales, pero no son en nigún caso garantía de paz y calma. El primero, y más evidente, es el método Ronald Reagan de cargarse huelgas: todos a la calle, y asunto solucionado. Un escarmiento para dar ejemplo, y a ver quién se mueve. Suena fácil, pero no lo es tanto. Para empezar, una maniobra así tiene un coste político inasumible en casi todas partes. En el caso de una empresa privada, con recursos finitos en comparación al gobierno federal, el coste económico puede ser desastroso. Más allá de eso, y debido a la asimetría del mercado laboral, facilitar esta solución contribuiría a aumentar las desigualdades, algo que no me parece aceptable.
Otra idea sería hacer que la dirección del aeropuerto fuera más cercana a su funcionamiento, o en otras palabras, que la gestión estuviera descentralizada. Si el aeropuerto de Barcelona hubiera dependido del ayuntamiento y no de Madrid, el interés en evitar conflictos hubiera sido mucho mayor; de hecho, es probable que la contratación del handling no estuviera externalizada. Si se me apura, con un aeropuerto integramente privado el problema hubiera sido incluso menos probable.
La última solución, y quizás la menos intuitiva, es agrandar los sindicatos. Si pilotos, trabajadores de tierra, administrativos y personal de limpieza de la aerolinea cada uno tiene su propio sindicato, los intereses de cada uno acabaran por colisionar. En caso de problemas, se preocuparán más en mantener sus nóminas que en garantizar el beneficio de todos, y serán más propensos a ejercer vetos en planes de restructuración. Si todos los trabajadores están bajo un único sindicato, sin embargo, la tendencia a pegarse unos a otros será mucho menor.
En cualquier caso, ninguna de las tres soluciones es ideal. Las aerolíneas americanas siguen sufriendo huelgas periódicas, los maquinistas de Renfe siguen protestando, y los camioneros franceses siguen cortando autopistas, precisamente porque pueden hacerlo.
Un último comentario: me gustaría saber qué pretendía el PP pidiendo a la policía que cargara para disolver a los manifestantes. Sí, las pistas se hubieran vaciado, pero con los trabajadores molidos a palos, el aeropuerto no hubiera reabierto. La única manera de poner aviones en el aire era hablando, no enviando gente al hospital. Las acusaciones de debilidad son sencillamente absurdas. La verdad, a veces parece que el PP sólo tiene un martillo, y que ve todos los problemas como clavos.
Nota: la teoría que sindicatos grandes son más eficientes que multitud de sindicatos pequeños, por cierto, es aplicable a nivel nacional. No funciona siempre, y debería hablar más de ello, pero lo cierto es que hacen la gestión de la economía más sencilla.
Para empezar, esta huelga presuntamente inaudita tiene multitud de precedentes. Sin ir demasiado lejos, el año pasado Heathrow "disfrutó" de una huelga singularmente desalmada de personal de tierra. British Airways y casi todo el mundo que operara desde Londres se enfrentó a 36 horas de paro, dejando tirados 100.000 pasajeros y ocasionando pérdidas millonarias. Aún más cerca, los controladores de tráfico aéreo franceses son igual de cafres, siguiendo de manera periódica la vieja tradición gala de tocar las narices a todo el continente para arreglar conflictos domésticos. Si queremos mirar historias pasadas, esta semana ha hecho 25 años de la gran huelga de controladores en Estados Unidos, esa que Ronald Reagan solucionó despidiendo 10.000 trabajadores.
Son sólo tres ejemplos de huelgas muy parecidas al reciente desastre del aeropuerto de Barcelona. Todas ellas tienen en común un factor crucial, la capacidad de veto económico de sus protagonistas. En los tres casos, un grupo relativamente pequeño de trabajadores de una determinada empresa pueden parar totalmente todo el sistema, y tiene por tanto una capacidad de negociación enorme. Son el equivalente económico a un derecho a veto, y funcionan de manera parecida.
Dicho de manera sencilla, ninguna empresa puede permitirse el lujo de hacer algo que cabree en exceso un actor con derecho a veto, ya que sus huelgas duelen en serio. Como más cualificados estén (los pilotos, por ejemplo), más difícil resulta para la compañía tratar con ellos, ya que no tiene capacidad real para reemplazarlos rápidamente. Si la empresa es además una compañía de transporte, y los clientes se cabrean de veras cuando las cosas no van bien, el problema es aún mayor.
¿Qué ocurrió en Barcelona? un bonito ejemplo de por qué combinar empresas con actores con capacidad de veto y una organización tan estúpida como Aena es una mala idea. Por una lado, Aena maneja los aeropuertos no como una empresa de transportes, si no como si fuera un cortijo personal. En vez de tener en cuenta a sus clientes, las compañías aéreas, al gestionar al personal de tierra, el estúpido monopolio estatal repartió concesiones pensando en como recortar gastos sin más. Al hacerlo, saca a Iberia de un lugar, sin tener en cuenta, en ningún caso, la enorme capacidad de presión que los empleados tienen. Total, no están en mi nómina, así que no es mi problema, o eso debían pensar. El resultado, un cabreo monumental de un grupo de currantes que pueden paralizar todo el aeropuerto sin ningún problema.
El origen del problema no es por tanto la inactividad del gobierno o la falta de mano derecha de Iberia. El problema se deriva, sencillamente, de la enorme capacidad de negociación que tiene los trabajadores de un aeropuerto. Un conflicto de este estilo es muy difícil de evitar, no importa quien esté en el gobierno.
Hay algunos mecanismos que hacen problemas de esta clase menos habituales, pero no son en nigún caso garantía de paz y calma. El primero, y más evidente, es el método Ronald Reagan de cargarse huelgas: todos a la calle, y asunto solucionado. Un escarmiento para dar ejemplo, y a ver quién se mueve. Suena fácil, pero no lo es tanto. Para empezar, una maniobra así tiene un coste político inasumible en casi todas partes. En el caso de una empresa privada, con recursos finitos en comparación al gobierno federal, el coste económico puede ser desastroso. Más allá de eso, y debido a la asimetría del mercado laboral, facilitar esta solución contribuiría a aumentar las desigualdades, algo que no me parece aceptable.
Otra idea sería hacer que la dirección del aeropuerto fuera más cercana a su funcionamiento, o en otras palabras, que la gestión estuviera descentralizada. Si el aeropuerto de Barcelona hubiera dependido del ayuntamiento y no de Madrid, el interés en evitar conflictos hubiera sido mucho mayor; de hecho, es probable que la contratación del handling no estuviera externalizada. Si se me apura, con un aeropuerto integramente privado el problema hubiera sido incluso menos probable.
La última solución, y quizás la menos intuitiva, es agrandar los sindicatos. Si pilotos, trabajadores de tierra, administrativos y personal de limpieza de la aerolinea cada uno tiene su propio sindicato, los intereses de cada uno acabaran por colisionar. En caso de problemas, se preocuparán más en mantener sus nóminas que en garantizar el beneficio de todos, y serán más propensos a ejercer vetos en planes de restructuración. Si todos los trabajadores están bajo un único sindicato, sin embargo, la tendencia a pegarse unos a otros será mucho menor.
En cualquier caso, ninguna de las tres soluciones es ideal. Las aerolíneas americanas siguen sufriendo huelgas periódicas, los maquinistas de Renfe siguen protestando, y los camioneros franceses siguen cortando autopistas, precisamente porque pueden hacerlo.
Un último comentario: me gustaría saber qué pretendía el PP pidiendo a la policía que cargara para disolver a los manifestantes. Sí, las pistas se hubieran vaciado, pero con los trabajadores molidos a palos, el aeropuerto no hubiera reabierto. La única manera de poner aviones en el aire era hablando, no enviando gente al hospital. Las acusaciones de debilidad son sencillamente absurdas. La verdad, a veces parece que el PP sólo tiene un martillo, y que ve todos los problemas como clavos.
Nota: la teoría que sindicatos grandes son más eficientes que multitud de sindicatos pequeños, por cierto, es aplicable a nivel nacional. No funciona siempre, y debería hablar más de ello, pero lo cierto es que hacen la gestión de la economía más sencilla.
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