martes, febrero 27, 2007

El mito de las deslocalizaciones (I): Europa y Estados Unidos

Uno de los grandes demonios del discurso populista económico estos días es el de las deslocalizaciones. Comentaristas tanto de izquierdas como de derechas hablan de las auténticas maldades que el traslado de empresas de un país a otro provocan en todas partes del mundo. Hace un par de días, sin ir más lejos, Jesús Antonio Borja en Socialdemocracia.org dedicaba un largo, detallado artículo a hablar del mal y sus remedios, en un artículo cargado de buenas intenciones y desgraciadamente lleno de argumentos falaces.

Siguiendo mi costumbre, me parece que es conveniente hablar sobre la materia con un poco más de propiedad, y centrándonos primero en describir qué sucede realmente antes de dar recetas políticas potencialmente erroneas. Es cuestión de hablar, en primer lugar, de los efectos de las deslocalizaciones en los países europeos; en otro artículo me centraré en las consecuencias de los cambios en los países en desarrollo.

El problema principal del artículo, como el de muchos otros, empieza por un análisis erroneo de los datos. Para empezar, el porcentaje del PIB que un país desarrollado dedica al comercio exterior es engañosa; es tanto o más importante saber con quien comercia que el volumen de intercambio.

La balanza comercial de los países de la OCDE tiene un aspecto parecido al de los Estados Unidos: la mayor parte de las importaciones proceden de países ricos, un 25-30% proceden de economías en desarrollo, y alrededor de un 10-15% depaíses productores de petroleo. En el caso europeo, se importa más petróleo y se comercia más con los vecinos de la unión, pero el aspecto general es similar. El resultado es que si bien el comercio exterior tiene un efecto en la economía, los analisis hechos sin demasiado detalle tienden a sobrevalorar el efecto que el comercio con China u otros países en desarrollo tienen sobre los países occidentales.

Sobrevaloración de resultados aparte, es necesario considerar si realmente el hecho que una fábrica se traslade a un país en desarrollo tiene consecuencias negativas en agregado para la economía de un país rico. Si bien la primera impresión, derivada de la pérdida de puestos de trabajo y despidos llevaría a pensar que una deslocalización es una pérdida, centrar el análisis en ese aspecto deja de lado muchos elementos importantes.

Para empezar, los costes de oportunidad. Una fábrica que produce un determinado bien genera unos beneficios netos, en forma de dividendos y salarios, pero también oculta unos costes de oportunidad que deben ser tenidos en cuenta. Supongamos, por ejemplo, que una empresa está produciendo abrigos de piel de oso en una ciudad como Cádiz. Los propietarios tienen diez millones de euros en capital invertido, y utilizan el dinero para enviar expediciones de cazadores de osos por todo el mundo, traer las pieles, y darles a los tejedores que tienen contratados para que creen maravillosas obras de peletería, que son exportadas a todo el mundo desde la ciudad de la plata.

No hace falta ser demasiado brillante para ver que la inversión tiene ciertos problemas. Para empezar, estamos gastando una cantidad enorme de capital buscando osos, recursos que me temo no abunda demasiado por Cádiz. Una vez tenemos las pieles, el hecho que no haya demasiadas personas con capacidad para hacer abrigos implica que nuestra mano de obra no será demasiado eficiente, y tendremos una producción escasa y de mala calidad. Si a eso añadimos el hecho que todos los potenciales mercados están lejos de la ciudad, cosa que añade costes de transporte, vemos que estamos gastando una cantidad ingente de dinero en una empresa que quizás genera beneficios, pero que pierde mucho el tiempo en tonterías.

Parece evidente que esos diez millones de euros gastados en salarios, maquinaria y cazadores no son un gasto especialmente eficiente; de hecho, es bastante probable que ese dinero estaría muchísimo más empleado haciendo algo que se ajuste más a la situación de la ciudad. Los trabajadores de la fábrica de abrigos serían sin duda más felizmente productivos haciendo otras cosas más acordes con sus habilidades, y la economía regional probablemente generaría más riqueza si el dinero estuviera en una empresa que realmente generara beneficios.

Cuando una empresa cierra para irse a otra parte, el escenario que tenemos es una versión menos exagerada de la fábrica de abrigos. Los inversores se han dado cuenta que su dinero puede generar mejores retornos haciendo lo mismo en otra parte, y actuan en consecuencia. Eso puede parecer una pérdida para la ciudad que pierde la empresa, pero es algo más cercano a una oportunidad: nos libramos de lo que estamos haciendo mal, y podemos mover recursos a aquellos sectores en los que se puede generar más riqueza. Mientras tanto, podremos comprar abrigos de piel de oso a mejor precio en otra parte, la verdad.

Entramos en ese viejo y sutil concepto de la economía, la ventaja comparativa. Un país no debe tratar de proteger lo que tiene, sino especializarse en aquello en lo que es más eficiente. En el caso europeo, es absurdo tratar de combinar industrias intensivas en mano de obra como el textil con unos costes laborales (derivados de la productividad agregada por trabajador de la economía, no lo olvidemos) comparativamente altos. La misma riqueza europea, sin embargo, hace que sea mucho más adecuado utilizar su ventaja comparativa en industrias intensivas en capital para dedicarse a alta tecnología o servicios financieros. Una misma persona trabajando haciendo abrigos generará mucha menos riqueza que fabricando trenes de alta velocidad; es natural que la economía tienda a moverse hacia el segundo sector y abandone el primero.

Es por este motivo que tratar de combatir las deslocalizaciones a golpe de imponer obligaciones de protección laboral a terceros países es una mala idea. Para empezar, estas regulaciones no hacen más que anular la única ventaja que un país en desarrollo tiene en el comercio internacional, mano de obra barata y abundante. No tienen trabajadores cualificados ni capital para invertir en bienes de equipo, así que si se ven inundados por costes adicionales a su mano de obra no serán capaces de producir nada de forma razonable; sencillamente, no habrá país que acepte estas reglas.

De igual modo, tratar de castigar a las empresas que deslocalizan su producción es una receta para el desastre. En cierto sentido, es una apuesta por la producción continuada de abrigos de osos donde no debemos; lo que haríamos sería lastrar la economía con una serie de inversiones malgastadas en sectores que hace tiempo que dejaron de ser útiles. Por añadido, estas medidas harían que la inversión disminuyera, ya que la imposición de limitaciones al uso del capital las haría más arriesgadas. Bajo la amenaza de políticos que no me dejan hacer todo el dinero que puedo, me voy con el dinero a otra parte.

Es evidente también que subvencionar las empresas en problemas sería caer en el mismo error. No estaríamos subvencionando a los trabajadores, si no a los empresarios; los beneficios serían mantenidos de forma artificialmente alta con dinero público, sin que tengan incentivo alguno para mejorar el chiringuito. Si se acaban, se largan, así de sencillo.

La armonización fiscal tiene problemas parecidos. Hay economías que no tienen ventajas inmediatas, ya que están lastradas con una fiscalidad alta en lugares donde la actividad económica no lo es. Los impuestos que en Cataluña no son obstaculo para la economía, ya que la base industrial es sólida, si lo son en lugares como Cádiz, donde no hay demasiado dónde recaudar. Unos impuestos más bajos en Andalucia harían las inversiones más atractivas, y podrían generar con tiempo economías de red creadoras de círculos virtuosos.

Curiosamente, la mejor reacción ante las deslocalizaciones es de hecho una receta vieja y conocida por la izquierda desde hace tiempo, aunque no parece que se asocien ambos conceptos a menudo. Hablo del estado de bienestar. Como comentaba no hace demasiado, los países más abiertos a la globalización (los que más comercian, y más deslocalizaciones sufren) son de hecho los que tienen un estado de bienestar más desarrollado. Se protege a los trabajadores, no a los puestos de trabajo, y se deja que la economía vaya desplazando su actividad ella solita a aquellos sectores dónde lo hace mejor. Nokia o Ikea no necesitan subvenciones o imponer protecciones a terceros para generar riqueza.

Es hora de dejarse de miedos y catastrofismos, tratar de modelar el mundo a martillazos y centrarse en los efectos superficiales de la globalización, y tratar de abrazar el cambio.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Ui, ponte el traje protector. Las llamaradas seran epicas.

messerve1000@gmail.com dijo...

Grande, egocrata!

Alex Guerrero dijo...

"los impuestos no son un problema para cataluña".

Los impuestos generan distorsiones económicas. Los pobres quieren (demasiados) bienes públicos y los ricos quieren (demasiado pocos) bienes públicos. La evidencia sugiere que ambas posturas son contraproducentes para la economía, pero tal vez la de los pobres se aleje menos. Por ejemplo, aunque asumieramos que los impuestos se entregan en forma de ingreso a los pobres (y no como servicio público), se sostiene que en una sociedad donde la inversión en capital humano es baja en ese sector, el nuevo ingreso permitiría a los pobres formarse, y, de este modo, dinamizaría la economía.

(resumido de Acemoglu and Robinson (2006))

Ignacio dijo...

Muy buen post, Egócrata. Como siempre, brillante. Muchas veces he pensado que con las ayudas que se dan a las empresas para que sigan en algún pueblo recóndito de Palencia, por ejemplo, se podría mantener a todos esos trabajadores en casa viendo la tele.... A Delphi se le ha dado en los últimos años 68 millones de euros en ayudas. Imagínate lo que podríamos haber hecho con ese dinero en lugar de engordar la cuenta de resultados de una empresa privada.
El otro lado de la moneda es: ¿qué pasa cuando no eres competitivo? Cuando no ofreces ventajas comparativas, vamos... ¿Qué haces?

R. Senserrich dijo...

En teoría, todo el mundo tiene ventaja comparativa en algo. A la práctica, los políticos parecen todos querer hacer aviones o superordenadores, vamos... :).

Es mejor proveer infraestructuras, hacer que invertir sea fácil, y dejar hacer.

Alex Guerrero dijo...

Si todo el mundo exporta lo que mejor produce, la especialización habrá alcanzado todos sus beneficios. Pero... ¿y que ocurre si los términos comerciales (el precio de un kilo de arroz vs el precio de un kilo de ordenadores) decae?

La capacidad adquisitiva de los países arroceros decaerá, y los países siliconvalley se harán más ricos.

El punto dos es que la relación Capital/Trabajo es la que es, así como el resto de inputs (capital humano, infraestructuras, maquinaria, etc). Pero todo ello es transformable.

Si no, seguiríamos intercambiando paños de flandes por lana castellana o vidrio de Venecia o Bohemia. Se llama modernización.