ETA rompe la tregua con un atentado en Barajas. Pocos minutos después, ya estan los medios de comunicación de la derecha poco menos que culpando a Zapatero de la explosión, mientras algunos desde la izquierda tratan de echar la culpa al PP.
A ver, señores, menos chorradas: quien ha puesta la bomba es ETA. Quien no ha querido dejar las armas es ETA. El responsable de que no ella paz es, primero y ante todo, ETA, y nadie más que ellos.
¿Qué cambia este atentado? La verdad, poco o nada. El Estado ganó la batalla contra el terrorismo desde hace tiempo; no hay ni la más remota posibilidad que Batasuna obtenga ninguno de sus objetivos mediante las armas. El problema, ahora mismo, es hacer entender a los terroristas que son irrelevantes, no vencerlos; una bombita de vez en cuando no afecta en absoluto el futuro del país.
Es por ese motivo que la actitud del PP estos últimos meses ha sido sencillamente estúpida. La estrategia de la derecha durante el alto el fuego ha sido básicamente tratar de trasladar el coste político de cualquier dificultad al gobierno, o en otras palabras, dar toda la relevancia posible a cualquier actividad de ETA. Si a un grupo terrorista derrotado en el aspecto militar se le da relevancia en el campo político, sea a base de decir que el gobierno se está rindiendo, sea a base de tratar de culparle de todo lo que sucede, lo natural es que los terroristas traten de usar este nueva relevancia.
ETA no es estúpida; sus acciones responden a criterios de coste y beneficio. En una situación en que el gobierno tenga entre manos un alto el fuego, y la oposición apoye sus acciones, diga que es hora de ser magnanimos en la victoria y haga la ola en Congreso, ETA no tiene ningún incentivo a cometer atentados. Una explosión, quemar un contenedor o extorsionar un poco no hace daño político ni a gobierno ni a oposición; al contrario, debilita su posición negociadora, ya que da al estado aún menos motivos de darles la más mínima concesión.
¿Qué ha sucedido en esta tregua? Que la oposición, lejos de apoyar al gobierno, ha hecho todo lo posible para tratar de cargarle un coste político. En vez de hacer eso que siempre decían defender, la unidad de los demócratas (y que no es pura retórica; es la forma de arreglar las cosas) se han dedicado a desmarcarse de todo lo que sucediera, como si las consecuencias no fueran con ellos. En este escenario, ETA sí tiene poder de chantaje, ya que un atentado tendrá algo de derrota del gobierno, aunque sea únicamente a nivel retórico. Si las acciones terroristas tienen consecuencias, aunque sean ficticias, ETA vuelve a ser relevante, y por lo tanto matar vuelve a parecerles una táctica aceptable, y lo seguirá siendo mientras puedan colacarse en posición de condicionar el debate político.
El PP no ha puesto la bomba, y no tiene la culpa que exista el terrorismo, pero lo cierto es que ha antepuesto sus objetivos particulares a trabajar por reducir la lucha armada a la irrelevancia. Ahora no es momento de exigencias ni peticiones, es el momento de apoyar al ejecutivo. Aún con muertos de por medio, sin embargo, Rajoy sigue tratando de apuntarse tantos políticos.
Lo cierto es que con sin unidad entre los partidos, no hay nada que hacer. Y no, el consenso no es que el PP tenga capacidad de veto; mal que les pese, quien ganó las elecciones es Zapatero, y es por tanto este el que debe dirigir la batalla.
Ahora no es cuestión ahora de pelearse acerca del si el proceso ha terminado; hay que seguir trabajando por la paz, de un modo u otro. El gobierno ya ha dicho que el diálogo con ETA ha terminado; es hora de volver a hablar con el PP de una puñetera vez. Como decía Luís De La Calle en el País no hace demasiado, darles el ministerio de interior sería un buen primer paso. Los populares parece que no resisten la tentación del rédito político, así que es hora que empiecen a compartir potenciales costes.
sábado, diciembre 30, 2006
jueves, diciembre 28, 2006
De conflictos y negociaciones
A veces la gente de Naciones Unidas es de una ingenuidad enternecedora. El enviado de la organización en Somalia, sin ir más lejos, diciendo que si no se llega a un final negociado del conflicto, el país caerá en un periodo de inestabilidad y caos de consecuencias imprevisibles.
Pues mira, no. De hecho, es justamente lo contrario. Si el conflicto llega a un final no negociado, eso significa que uno de los bandos ha ganado claramente la guerra, de modo que los perdadores ya no pueden crear la inestabilidad que Naciones Unidas teme. Si el gobierno provisional, con el apoyo de tropas etíopes, pega una soberana paliza a las milicias islamistas y consigue establecer un monopolio incontestado del ejercicio de la violencia en el territorio (autoridad, en otras palabras), el conflicto se ha acabado, al menos por unos años.
Una guerra es una situación horrible, pero sigue siendo la continuación de la política por otros medios. Una victoria militar clara es una forma ciertamente violenta de decidir el futuro de un país, pero puede crear un resultado más estable que una interminable negociación entre dos bandos armados hasta los dientes y con una fuerte tentación a reformar acuerdos a cañonazos. Sonará cínico, pero a veces es dejar que la guerra siga, aún con ayuda externa, y alguien la gane de forma definitiva.
El problema, claro está, es cuando los bandos están igualados; entonces es cuando se debe forzar una negociación. Eso crea otra serie de dilemas, como el hecho que las partes no tienen información precisa de la fortaleza del otro, y pueden interpretar cualquier signo de debilidad (como pedir un alto el fuego) como una señal que seguir la guerra vale la pena.
Lo cierto es que a veces es mejor que alguien pierda de veras, no un resultado ambiguo permanente. Tristemente, a veces sólo entendemos el resultado de la violencia.
Pues mira, no. De hecho, es justamente lo contrario. Si el conflicto llega a un final no negociado, eso significa que uno de los bandos ha ganado claramente la guerra, de modo que los perdadores ya no pueden crear la inestabilidad que Naciones Unidas teme. Si el gobierno provisional, con el apoyo de tropas etíopes, pega una soberana paliza a las milicias islamistas y consigue establecer un monopolio incontestado del ejercicio de la violencia en el territorio (autoridad, en otras palabras), el conflicto se ha acabado, al menos por unos años.
Una guerra es una situación horrible, pero sigue siendo la continuación de la política por otros medios. Una victoria militar clara es una forma ciertamente violenta de decidir el futuro de un país, pero puede crear un resultado más estable que una interminable negociación entre dos bandos armados hasta los dientes y con una fuerte tentación a reformar acuerdos a cañonazos. Sonará cínico, pero a veces es dejar que la guerra siga, aún con ayuda externa, y alguien la gane de forma definitiva.
El problema, claro está, es cuando los bandos están igualados; entonces es cuando se debe forzar una negociación. Eso crea otra serie de dilemas, como el hecho que las partes no tienen información precisa de la fortaleza del otro, y pueden interpretar cualquier signo de debilidad (como pedir un alto el fuego) como una señal que seguir la guerra vale la pena.
Lo cierto es que a veces es mejor que alguien pierda de veras, no un resultado ambiguo permanente. Tristemente, a veces sólo entendemos el resultado de la violencia.
miércoles, diciembre 27, 2006
De ciudades y peatones
La mayoría de ciudades en Estados Unidos tienen una deprimente tendencia a hacerte sentir un inútil. Uno nace equipado con un aparato motor bien desarrollado; dos piernas listas y preparadas para hacer desplazamientos cortos con cierta eficiencia y con poco gasto. Tras vivir unos cuantos meses por aquí, es mirarte los pies y preguntarte qué se supone uno debe hacer con ellos.
Dejando de lado Nueva York, Boston, Chicago y algunas reliquias raras de centros urbanos, es ir de compras (algo que he hecho un deprimente número de veces estos días) y darse cuenta que uno es peatón sólo cuando camina por un aparcamiento. Echad un vistazo a esta imagen, por ejemplo, para hacerse una idea del horror del strip mall para el que use sus piernas. Grandes, enormes tiendas, rodeadas de acres y acres de asfalto, esperando que cientos de coches circulen por ellas. Si uno quiere comprar digamos en Wall Mart, y cruzar al supermercado de enfrente, el camino que tiene ante sí implica andar 200 metros a través del aparcamiento, cruzar una calle de seis carriles a pelo (sin pasos cebra ni semáforos para peatones, faltaría) bajar por una rampa (sin acera) para salvar un desnivel, y cruzar otros 200 metros de asfalto vacio. Todo ello, evidentemente, con cuidado de no ser atropellado por un conductor aterrado de ver a alguien usando sus piernas de forma tan peculiar.
Escribiré más sobre ello un día de estos, pero hay varias cosas que cualquier urbanista debería tener en mente cuando piensa en cómo debe ser un barrio: el peatón es importante. No hay nada que destruya más la vida de una calle que un aparcamiento al aire libre; ocupa un espacio enorme, no es más que un almacen de objetos inertes, y hace caminar algo antipático. El tener gente andando en una acera, desplazándose de un sitio a otro, entrando y saliendo de comercios y oficinas es lo que hace una ciudad una organismo, no una serie de estaciones de tránsito.
Dejando de lado Nueva York, Boston, Chicago y algunas reliquias raras de centros urbanos, es ir de compras (algo que he hecho un deprimente número de veces estos días) y darse cuenta que uno es peatón sólo cuando camina por un aparcamiento. Echad un vistazo a esta imagen, por ejemplo, para hacerse una idea del horror del strip mall para el que use sus piernas. Grandes, enormes tiendas, rodeadas de acres y acres de asfalto, esperando que cientos de coches circulen por ellas. Si uno quiere comprar digamos en Wall Mart, y cruzar al supermercado de enfrente, el camino que tiene ante sí implica andar 200 metros a través del aparcamiento, cruzar una calle de seis carriles a pelo (sin pasos cebra ni semáforos para peatones, faltaría) bajar por una rampa (sin acera) para salvar un desnivel, y cruzar otros 200 metros de asfalto vacio. Todo ello, evidentemente, con cuidado de no ser atropellado por un conductor aterrado de ver a alguien usando sus piernas de forma tan peculiar.
Escribiré más sobre ello un día de estos, pero hay varias cosas que cualquier urbanista debería tener en mente cuando piensa en cómo debe ser un barrio: el peatón es importante. No hay nada que destruya más la vida de una calle que un aparcamiento al aire libre; ocupa un espacio enorme, no es más que un almacen de objetos inertes, y hace caminar algo antipático. El tener gente andando en una acera, desplazándose de un sitio a otro, entrando y saliendo de comercios y oficinas es lo que hace una ciudad una organismo, no una serie de estaciones de tránsito.
lunes, diciembre 25, 2006
sábado, diciembre 23, 2006
De críticas, guerras civiles y el fin de occidente
La derecha estos días tiene una cierta tendencia obsesiva a ver todo conflicto como un asedio. En un lado están los bárbaros, tirando piedras y cabezas cortadas a las murallas de la ciudad. En el otro, está la verdadera visión de Occidente (TM) que ellos dicen obsesivamente representar.
Esta linea de argumentación ha llevado a algunos a defender que lo que vemos ahora es poco más que una guerra civil ideológica en el corazón de Europa y Estados Unidos, con unas fuerzas del mal bolchevique lanzadas a la irracionalidad, ateismo y la alianza con el fanatismo musulmán. Aparte que la alianza de los secularistas rojos y talibanes me parece improbable, esta visión del mundo esconde me temo una idea ciertamente absurda y retrógrada de lo que es la civilización occidental a lo largo de su historia.
Si hay algo que deberíamos tener en mente al pensar en nuestra historia es quién hemos considerado tradicionalmente uno de nuestros símbolos, Sócrates. No es que tengamos demasiado de lo que el hombre pensaba; aparte de saber que Platón lo idolatraba y que fue ejecutado, lo único que sabemos es que al hombre le gustaba hacer preguntas. Muchas, muchas preguntas. De esas que resultan incómodas y ponen a la gente nerviosa, sobretodo.
Curiosamente, una de las bases de la cultura occidental es alguien que se pasó la vida dudando. Quizás, sólo quizás, es porque la base de toda nuestra civilización es abrir todo a preguntas, no tratar de cerrar la sociedad en consensos obligatorios. No hay una idea "correcta" de lo que es Occidente, y desde luego, si existe no está cerca de lo que dice cierta derecha que confunde la crítica con el odio. La base de todos los avances que ese pequeño rincón del mundo que es Europa (y sus herederos americanos, en cierta medida) siempre ha sido una radical inconformismo, junto con una capacidad casi ilimitada de copiar descaradamente a cualquier vecino que parece estar haciendo las cosas mejor. Esto, y una extraordinaria eficiencia en ejercer la violencia de forma organizada contra quien nos tosa, pero ese es otro tema.
Todo aquel que pretenda confundir crítica, ideas distintas y secularismo con un abrazo irracional de la ideología, pretendiendo que él es la razón y la lógica, no sabe realmente de qué habla. Reconocer errores (o decir que Estados Unidos es demasiado proclive a arreglar todo a tortazos) no es odiar occidente, igual que criticar a los americanos no es votar por Osama Bin Laden en las próximas presidenciales. La idea que los conservadores, la Iglesia Católica y el "liberalismo" (en versión neocañí hispana) son los únicos que pueden leer la sagrada tradición y defender sus esencias es un ejercicio de negación del gran principio de la cultura judeoclasicocristiana: la sospecha que podemos estar equivocados.
El disenso es la base de nuestra cultura, y nuestra gran fortaleza. Creemos en él hasta el punto que todo nuestro sistema político, la democracia, está diseñado como un método ordenado para organizarlo. Hablar de autoodio y crítica como un defecto imperdonable es, la verdad, ciertamente estúpido.
Esta linea de argumentación ha llevado a algunos a defender que lo que vemos ahora es poco más que una guerra civil ideológica en el corazón de Europa y Estados Unidos, con unas fuerzas del mal bolchevique lanzadas a la irracionalidad, ateismo y la alianza con el fanatismo musulmán. Aparte que la alianza de los secularistas rojos y talibanes me parece improbable, esta visión del mundo esconde me temo una idea ciertamente absurda y retrógrada de lo que es la civilización occidental a lo largo de su historia.
Si hay algo que deberíamos tener en mente al pensar en nuestra historia es quién hemos considerado tradicionalmente uno de nuestros símbolos, Sócrates. No es que tengamos demasiado de lo que el hombre pensaba; aparte de saber que Platón lo idolatraba y que fue ejecutado, lo único que sabemos es que al hombre le gustaba hacer preguntas. Muchas, muchas preguntas. De esas que resultan incómodas y ponen a la gente nerviosa, sobretodo.
Curiosamente, una de las bases de la cultura occidental es alguien que se pasó la vida dudando. Quizás, sólo quizás, es porque la base de toda nuestra civilización es abrir todo a preguntas, no tratar de cerrar la sociedad en consensos obligatorios. No hay una idea "correcta" de lo que es Occidente, y desde luego, si existe no está cerca de lo que dice cierta derecha que confunde la crítica con el odio. La base de todos los avances que ese pequeño rincón del mundo que es Europa (y sus herederos americanos, en cierta medida) siempre ha sido una radical inconformismo, junto con una capacidad casi ilimitada de copiar descaradamente a cualquier vecino que parece estar haciendo las cosas mejor. Esto, y una extraordinaria eficiencia en ejercer la violencia de forma organizada contra quien nos tosa, pero ese es otro tema.
Todo aquel que pretenda confundir crítica, ideas distintas y secularismo con un abrazo irracional de la ideología, pretendiendo que él es la razón y la lógica, no sabe realmente de qué habla. Reconocer errores (o decir que Estados Unidos es demasiado proclive a arreglar todo a tortazos) no es odiar occidente, igual que criticar a los americanos no es votar por Osama Bin Laden en las próximas presidenciales. La idea que los conservadores, la Iglesia Católica y el "liberalismo" (en versión neocañí hispana) son los únicos que pueden leer la sagrada tradición y defender sus esencias es un ejercicio de negación del gran principio de la cultura judeoclasicocristiana: la sospecha que podemos estar equivocados.
El disenso es la base de nuestra cultura, y nuestra gran fortaleza. Creemos en él hasta el punto que todo nuestro sistema político, la democracia, está diseñado como un método ordenado para organizarlo. Hablar de autoodio y crítica como un defecto imperdonable es, la verdad, ciertamente estúpido.
jueves, diciembre 21, 2006
De liberalizaciones chapuceras
El mercado energético siempre da que hablar, de un modo u otro. Durante mucho tiempo el consenso había sido que la producción y distribución de electricidad era un ejemplo claro de monopolio natural, recibiendo el consiguiente tratamiento regulador estricto por parte del estado.
El razonamiento era sencillo, pero vale la pena repasarlo. Producir energía es relativamente complicado, por el mero motivo que no puede ser almacenada en ninguna parte. Eso significa que la distribución es crucial, ya que todo lo que se produce debe repartirse inmediatamente, algo que entraña cierta dificultad. La infraestructura para llegar a todas partes es gigantesca, carísima, y difícilmente duplicable; no es demasiado razonable pensar que dos compañías tiren cable a cada casa, y compitan por dar el mejor precio. Un mercado con costes de entrada gigantescos, costes marginales decrecientes y masivas economías de escala; la pura definición de monopolio natural.
Tradicionalmente, los economistas no se complicaban la vida con los monopolios naturales: sea en manos privadas o públicas, son empresas que se regulaban esta las cejas y punto. Con ello se limitaba el poder de mercado del monopolista, evitando que manipulara los precios a placer y reduciendo los beneficios (o las perdidas subvencionadas) a un nivel manejable. Es una solución que a veces no resulta demasiado elegante para los economistas, y la verdad, no necesariamente eficiente (los políticos tienen la manía de poner los precios al tuntún), pero tiene la ventaja de ser estúpidamente sencilla; control de precios y punto.
Desde hace unos años, los economistas se han dedicado a señalar que este arreglo no tiene demasiado sentido económico, y con cierto razón. El problema es que aún siendo un problema evidente, crear un mecanismo de mercado que rompa la tendencia monopolística del sector no es absoluto sencillo. Uno tiene que reducir los costes fijos de modo que permita la entrada de competencia, y hacerlo de modo que los agentes no tenga incentivo en manipular el mercado.
El mecanismo habitual, repetido de un modo u otro en casi todas partes, es separar producción y distribución. En algunos casos (España, California), la distribución pasa a ser un monopolio del estado, que distribuye energía de forma igualitaria entre productores privados. En otros (Connecticut), la distribución se da a un monopolio privado que tiene prohibido generar energía, que compra al mejor precio electricidad en un mercado de productores privados. En ambos casos, los políticos siempre mantienen cierta capacidad reguladora, pero tienden a confiar que los precios bajen gracias a la competencia.
¿Por qué escribo hoy todo esto? Bien, porque en este pequeño rincón de Estados Unidos acabamos de recibir noticias que la liberalización ha sido un sonoro fracaso. O traducido a precios, United Iluminating, el gentil monopolio privado que nos vende electricidad en New Haven, ha recibido la autorización para subirnos las tarifas un 50%, mientras obtenía (como todas las empresas del sector) beneficios récord. Oh bonita sorpresa.
La razón, para variar, es una liberalización absolutamente incompetente del sector eléctrico. Cada cierto tiempo, las compañías de distribución tienen derecho a revisar sus tarifas en base a las ofertas (secretas) de los productores. Estos deben presentar, en sobre cerrado, el precio por kilowatio de su central más cara, que es el que están autorizados a cobrar. No hace falta ser un genio para darse cuenta que el incentivo para los productores es tener todos una central excepcionalmente ineficiente, guiñar el ojo cariñosamente al resto para que inflen su oferta, y recoger la lluvia de beneficios alegremente.
¿Suena familiar, no?. En España le llamamos coste de transición e historias semejantes, pero también hemos acabado creando un mercado maravillosamente abierto al oligopolio. No hace falta recordar el desastre de California con Enron de hace unos años, los apagones de no hace demasiado en el norte de Europa, y tantas otras pifias de liberalización y alegre manipulación de mercados para ver que no siempre funcionan. ¿Por qué sucede esto tan a menudo?
Para variar, lo cierto es que no estoy demasiado seguro. Mi primera impresión es que es una combinación entre incompetencia, capacidad de bloqueo de las empresas y una cierta ingenuidad de los políticos.
Lo de incompetencia viene del mero hecho que una liberalización de este calibre es realmente complicada de hacer bien; de hecho, es posible que no sea ni siquiera factible. Esta dificultad técnica se combina con lo complicado que resulta manejarse con empresas de ese tamaño en la arena política: tienen poder de mercado, tienen recursos, y pueden presentar toda clase de problemas reales o ficticios para presionar a los políticos. Sencillamente, Endesa, Enron o United Iluminating tienen una capacidad de influencia enorme, simplemente por su propio "peso", y trabajan con ahinco para limitar las reformas. Liberalizar, sí, pero sólo hasta un punto en que el poder de manejar precios lo tengan ellas, no los políticos.
La ingenuidad es algo más complicado, pero creo que también tiene algo de cierto: los políticos creen a veces en recetas mágicas. Si estas incluyen privatizaciones que generan cantidades enormes de dinero en la caja y posibles bajadas mágicas de precios, aún mejor. Muchos políticos tragaron con la magia de la liberalización, sin realmente prestar atención a la crucial importancia de los detalles. Y claro, acabamos pagando los votantes.
¿Pueden funcionar las liberalizaciones electricas? Sí, a veces funcionan. Lo que debe quedar muy claro, sin embargo, es que no son en absoluto sencillas, y que el riesgo de quedarse a medias (o pasarse de frenada) favoreciendo a los actores equivocados es ciertamente elevado.
El razonamiento era sencillo, pero vale la pena repasarlo. Producir energía es relativamente complicado, por el mero motivo que no puede ser almacenada en ninguna parte. Eso significa que la distribución es crucial, ya que todo lo que se produce debe repartirse inmediatamente, algo que entraña cierta dificultad. La infraestructura para llegar a todas partes es gigantesca, carísima, y difícilmente duplicable; no es demasiado razonable pensar que dos compañías tiren cable a cada casa, y compitan por dar el mejor precio. Un mercado con costes de entrada gigantescos, costes marginales decrecientes y masivas economías de escala; la pura definición de monopolio natural.
Tradicionalmente, los economistas no se complicaban la vida con los monopolios naturales: sea en manos privadas o públicas, son empresas que se regulaban esta las cejas y punto. Con ello se limitaba el poder de mercado del monopolista, evitando que manipulara los precios a placer y reduciendo los beneficios (o las perdidas subvencionadas) a un nivel manejable. Es una solución que a veces no resulta demasiado elegante para los economistas, y la verdad, no necesariamente eficiente (los políticos tienen la manía de poner los precios al tuntún), pero tiene la ventaja de ser estúpidamente sencilla; control de precios y punto.
Desde hace unos años, los economistas se han dedicado a señalar que este arreglo no tiene demasiado sentido económico, y con cierto razón. El problema es que aún siendo un problema evidente, crear un mecanismo de mercado que rompa la tendencia monopolística del sector no es absoluto sencillo. Uno tiene que reducir los costes fijos de modo que permita la entrada de competencia, y hacerlo de modo que los agentes no tenga incentivo en manipular el mercado.
El mecanismo habitual, repetido de un modo u otro en casi todas partes, es separar producción y distribución. En algunos casos (España, California), la distribución pasa a ser un monopolio del estado, que distribuye energía de forma igualitaria entre productores privados. En otros (Connecticut), la distribución se da a un monopolio privado que tiene prohibido generar energía, que compra al mejor precio electricidad en un mercado de productores privados. En ambos casos, los políticos siempre mantienen cierta capacidad reguladora, pero tienden a confiar que los precios bajen gracias a la competencia.
¿Por qué escribo hoy todo esto? Bien, porque en este pequeño rincón de Estados Unidos acabamos de recibir noticias que la liberalización ha sido un sonoro fracaso. O traducido a precios, United Iluminating, el gentil monopolio privado que nos vende electricidad en New Haven, ha recibido la autorización para subirnos las tarifas un 50%, mientras obtenía (como todas las empresas del sector) beneficios récord. Oh bonita sorpresa.
La razón, para variar, es una liberalización absolutamente incompetente del sector eléctrico. Cada cierto tiempo, las compañías de distribución tienen derecho a revisar sus tarifas en base a las ofertas (secretas) de los productores. Estos deben presentar, en sobre cerrado, el precio por kilowatio de su central más cara, que es el que están autorizados a cobrar. No hace falta ser un genio para darse cuenta que el incentivo para los productores es tener todos una central excepcionalmente ineficiente, guiñar el ojo cariñosamente al resto para que inflen su oferta, y recoger la lluvia de beneficios alegremente.
¿Suena familiar, no?. En España le llamamos coste de transición e historias semejantes, pero también hemos acabado creando un mercado maravillosamente abierto al oligopolio. No hace falta recordar el desastre de California con Enron de hace unos años, los apagones de no hace demasiado en el norte de Europa, y tantas otras pifias de liberalización y alegre manipulación de mercados para ver que no siempre funcionan. ¿Por qué sucede esto tan a menudo?
Para variar, lo cierto es que no estoy demasiado seguro. Mi primera impresión es que es una combinación entre incompetencia, capacidad de bloqueo de las empresas y una cierta ingenuidad de los políticos.
Lo de incompetencia viene del mero hecho que una liberalización de este calibre es realmente complicada de hacer bien; de hecho, es posible que no sea ni siquiera factible. Esta dificultad técnica se combina con lo complicado que resulta manejarse con empresas de ese tamaño en la arena política: tienen poder de mercado, tienen recursos, y pueden presentar toda clase de problemas reales o ficticios para presionar a los políticos. Sencillamente, Endesa, Enron o United Iluminating tienen una capacidad de influencia enorme, simplemente por su propio "peso", y trabajan con ahinco para limitar las reformas. Liberalizar, sí, pero sólo hasta un punto en que el poder de manejar precios lo tengan ellas, no los políticos.
La ingenuidad es algo más complicado, pero creo que también tiene algo de cierto: los políticos creen a veces en recetas mágicas. Si estas incluyen privatizaciones que generan cantidades enormes de dinero en la caja y posibles bajadas mágicas de precios, aún mejor. Muchos políticos tragaron con la magia de la liberalización, sin realmente prestar atención a la crucial importancia de los detalles. Y claro, acabamos pagando los votantes.
¿Pueden funcionar las liberalizaciones electricas? Sí, a veces funcionan. Lo que debe quedar muy claro, sin embargo, es que no son en absoluto sencillas, y que el riesgo de quedarse a medias (o pasarse de frenada) favoreciendo a los actores equivocados es ciertamente elevado.
martes, diciembre 19, 2006
De trenes y cañonazos
Estos días la gente de Teruel Existe anda de nuevo manifestándose, pidiendo que un gloriosamente veloz tren de alta velocidad los comunique con Madrid. Como de costumbre, uno de los argumentos esgrimidos es eso del "ferrocarril social" que tan bien suena, pero que no deja de ser una defensa del matar moscas a cañonazos.
Hay muchas cosas que hacen un enlace de alta velocidad Madrid- Cuenca - Teruel - Valencia algo absurdo, así que es cuestión de recordar unas cuantas. Si bien el rodeo no sería demasiado grande (como mucho setenta kilómetros), una mirada rápida al mapa debería crear ya serias dudas. Para empezar, la orografía es una auténtica pesadilla; el hecho que la carretera entre ambas ciudades hace cualquier cosa menos tomar una línea recta dice mucho de lo difícil que sería pasar las enormemente amplias curvas que necesita una LAV. Para acabar de hacer las cosas más complicadas, hay que superar el pequeño detalle que gran parte de las zonas a cruzar están protegidas, así que buena suerte con los ecologistas.
Tenemos por tanto, sin entrar aún en detalles, un línea que será como poco cara y difícil de construir; quizás sólo sean 70 kilómetros, pero no bajaran de los 700-1000 millones de euros, y siendo muy, muy conservador. Eso no excluye necesariamente la construcción de la línea; el coste de la LAV Madrid-Valladolid es astronómico (3.700 millones), y bien que se está haciendo. Si la línea es lo suficiente útil, no debería ser un problema. La cuestión a contestar es, por tanto, qué hace una LAV útil, y ver si enlazar Madrid y Teruel tiene sentido.
Una primera pista muy básica es el tráfico potencial de la línea, basado en la noción muy sencilla que quizás la gente de Teruel de hecho no se desplaza demasiado a Madrid. Una pista sobre ello es el número de autobuses que cubren la línea; entre tres y seis, según el día. Contando que eso es, siendo muy, muy, muy generoso 360 personas por sentido en un día punta (dudo que pase de un 10% de esta cifra en un día normal, pero vamos), tenemos que apenas cubriríamos dos trenes medio vacios al día. Aún presuponiendo un incremento espectacular del tráfico, transferencia perfecta de todos los coches que (no) colapsan las carreteras turolenses y la multiplicación de la población, me parecería un milagro que la ciudad moviera más de 100 viajeros al día con la capital, en cualquier estimación realista. No parece demasiado eficiente gastarse 700 millones de euros para servir tan poca gente.
Eso, claro está, entre Madrid y Teruel. Entre Teruel y Valencia, línea que sí está en reconstrucción (con obras iniciadas, aunque con cierta parsimonia), la cosa cambia. Teruel básicamente se relaciona (poco) con dos capitales de provincia, Zaragoza y Valencia, no con Madrid. Los tráficos con esas ciudades son relativamente limitados, pero tienen infinitamente más sentido que con Madrid, y con un crecimiento potencial mayor, aunque sea como lugar de paso. Esa inversión si tiene cierto sentido, y si está ya en los presupuestos.
El tren es un medio de comunicación maravilloso, pero no es la mejor solución en todos los casos. Con la tecnología actual, el ferrocarril tiene tres ventajas básicas: la posibilidad de ser mucho más rápido que el coche, la ausencia de pérdidas de tiempo en aeropuertos y una capacidad de transporte enorme. Para que una línea férrea tenga cierto sentido, lo ideal es que aproveche estas tres ventajas.
Primero, es necesario que la línea que permita velocidades altas (medias por encima de 180, puntas por encima de 220), para que coger el coche no valga la pena. Segundo, una distancia entre ciudades entre 150 y 650 kilómetros (para líneas de muy altas prestaciones), para que la ganancia de tiempo compense dejar el coche o el autobús de lado, y haga menos apetecible perder el tiempo en aeropuertos. Y tercero, y crucial para que la explotación de la línea sea rentable, que el tráfico potencial sea considerable. Y por considerable me refiero a mover al menos 50 trenes por sentido al día, todos ellos razonablememente llenos. A 300 personas por tren, eso es mucha gente. Y sí, eso excluye Teruel, mal que nos pese.
Queda responder al otro argumento, el que dice que las LAV no son "sociales", el AVE es caro, y que saldría más rentable remodelar líneas actuales para circular a 160/200 Km/h que hacer todo nuevo y apto para 300. La idea suena bien sobre el papel, pero es bastante irrelevante en muchos sentidos. Para empezar, la mayoría de líneas españolas antiguas tienen trazados centenarios; arreglarlas para circular a una velocidad decente equivale a hacerlas prácticamente nuevas. La diferencia de coste entre reacer el Madrid-Valladolid a 200 o hacer la línea nueva es, a efectos prácticos, relativamente limitada, teniendo en cuenta el retorno esperado.
En España hay de hecho dos líneas principales que han usado este método para ponerlas al día, con resultados bastante patéticos. La más conocida es el corredor mediterráneo (Valencia-Barcelona), una obra eterna, aún inacabada, y que ha costado un pastón para una ganancia de tiempo no precisamente espectacular. Lo que resulta más fustrante, sin embargo, es el hecho que la línea ha quedado saturada muy rápidamente, por el problema básico que mezclar trenes a velocidades muy distintas reduce dramáticamente la capacidad de la línea. El otro caso (Madrid-Albacete-Valencia), aunque con un coste menor, se ha enfrentado a problemas muy similares. Actualizaciones así se justifican en líneas con tráficos no demasiado elevados, no en líneas troncales.
El AVE es un medio de transporte estupendo. Es rápido, eficiente, limpio, con una capacidad gigantesca (no es difícil poner trenes cada tres minutos a 300 en cada sentido. A 600 pasajeros por barba, contad) y un atractivo enorme. Sin embargo, no es una solución para cualquier caso de aislamiento o problema de transporte. Usar un AVE para unir según qué ciudades es literalmente comprar un portaaviones para hacer la compra.
Hay muchas cosas que hacen un enlace de alta velocidad Madrid- Cuenca - Teruel - Valencia algo absurdo, así que es cuestión de recordar unas cuantas. Si bien el rodeo no sería demasiado grande (como mucho setenta kilómetros), una mirada rápida al mapa debería crear ya serias dudas. Para empezar, la orografía es una auténtica pesadilla; el hecho que la carretera entre ambas ciudades hace cualquier cosa menos tomar una línea recta dice mucho de lo difícil que sería pasar las enormemente amplias curvas que necesita una LAV. Para acabar de hacer las cosas más complicadas, hay que superar el pequeño detalle que gran parte de las zonas a cruzar están protegidas, así que buena suerte con los ecologistas.
Tenemos por tanto, sin entrar aún en detalles, un línea que será como poco cara y difícil de construir; quizás sólo sean 70 kilómetros, pero no bajaran de los 700-1000 millones de euros, y siendo muy, muy conservador. Eso no excluye necesariamente la construcción de la línea; el coste de la LAV Madrid-Valladolid es astronómico (3.700 millones), y bien que se está haciendo. Si la línea es lo suficiente útil, no debería ser un problema. La cuestión a contestar es, por tanto, qué hace una LAV útil, y ver si enlazar Madrid y Teruel tiene sentido.
Una primera pista muy básica es el tráfico potencial de la línea, basado en la noción muy sencilla que quizás la gente de Teruel de hecho no se desplaza demasiado a Madrid. Una pista sobre ello es el número de autobuses que cubren la línea; entre tres y seis, según el día. Contando que eso es, siendo muy, muy, muy generoso 360 personas por sentido en un día punta (dudo que pase de un 10% de esta cifra en un día normal, pero vamos), tenemos que apenas cubriríamos dos trenes medio vacios al día. Aún presuponiendo un incremento espectacular del tráfico, transferencia perfecta de todos los coches que (no) colapsan las carreteras turolenses y la multiplicación de la población, me parecería un milagro que la ciudad moviera más de 100 viajeros al día con la capital, en cualquier estimación realista. No parece demasiado eficiente gastarse 700 millones de euros para servir tan poca gente.
Eso, claro está, entre Madrid y Teruel. Entre Teruel y Valencia, línea que sí está en reconstrucción (con obras iniciadas, aunque con cierta parsimonia), la cosa cambia. Teruel básicamente se relaciona (poco) con dos capitales de provincia, Zaragoza y Valencia, no con Madrid. Los tráficos con esas ciudades son relativamente limitados, pero tienen infinitamente más sentido que con Madrid, y con un crecimiento potencial mayor, aunque sea como lugar de paso. Esa inversión si tiene cierto sentido, y si está ya en los presupuestos.
El tren es un medio de comunicación maravilloso, pero no es la mejor solución en todos los casos. Con la tecnología actual, el ferrocarril tiene tres ventajas básicas: la posibilidad de ser mucho más rápido que el coche, la ausencia de pérdidas de tiempo en aeropuertos y una capacidad de transporte enorme. Para que una línea férrea tenga cierto sentido, lo ideal es que aproveche estas tres ventajas.
Primero, es necesario que la línea que permita velocidades altas (medias por encima de 180, puntas por encima de 220), para que coger el coche no valga la pena. Segundo, una distancia entre ciudades entre 150 y 650 kilómetros (para líneas de muy altas prestaciones), para que la ganancia de tiempo compense dejar el coche o el autobús de lado, y haga menos apetecible perder el tiempo en aeropuertos. Y tercero, y crucial para que la explotación de la línea sea rentable, que el tráfico potencial sea considerable. Y por considerable me refiero a mover al menos 50 trenes por sentido al día, todos ellos razonablememente llenos. A 300 personas por tren, eso es mucha gente. Y sí, eso excluye Teruel, mal que nos pese.
Queda responder al otro argumento, el que dice que las LAV no son "sociales", el AVE es caro, y que saldría más rentable remodelar líneas actuales para circular a 160/200 Km/h que hacer todo nuevo y apto para 300. La idea suena bien sobre el papel, pero es bastante irrelevante en muchos sentidos. Para empezar, la mayoría de líneas españolas antiguas tienen trazados centenarios; arreglarlas para circular a una velocidad decente equivale a hacerlas prácticamente nuevas. La diferencia de coste entre reacer el Madrid-Valladolid a 200 o hacer la línea nueva es, a efectos prácticos, relativamente limitada, teniendo en cuenta el retorno esperado.
En España hay de hecho dos líneas principales que han usado este método para ponerlas al día, con resultados bastante patéticos. La más conocida es el corredor mediterráneo (Valencia-Barcelona), una obra eterna, aún inacabada, y que ha costado un pastón para una ganancia de tiempo no precisamente espectacular. Lo que resulta más fustrante, sin embargo, es el hecho que la línea ha quedado saturada muy rápidamente, por el problema básico que mezclar trenes a velocidades muy distintas reduce dramáticamente la capacidad de la línea. El otro caso (Madrid-Albacete-Valencia), aunque con un coste menor, se ha enfrentado a problemas muy similares. Actualizaciones así se justifican en líneas con tráficos no demasiado elevados, no en líneas troncales.
El AVE es un medio de transporte estupendo. Es rápido, eficiente, limpio, con una capacidad gigantesca (no es difícil poner trenes cada tres minutos a 300 en cada sentido. A 600 pasajeros por barba, contad) y un atractivo enorme. Sin embargo, no es una solución para cualquier caso de aislamiento o problema de transporte. Usar un AVE para unir según qué ciudades es literalmente comprar un portaaviones para hacer la compra.
lunes, diciembre 18, 2006
Negando democracias
Algunos se han soliviantado mucho por el hecho que alguien del PSE ha dicho que si un 75% de los vascos quieren la secesión, esta debería producirse. ¿Alguien realmente es capaz de defender que tras una votación democrática con un resultado así, el estado debería negarse? Una cosa es poner criterios estrictos para autorizar una secesión, otra es realmente negar el resultado de las urnas por sistema.
¿"disfraces"?
Algunos medios cuentan las cosas como quieren. Hoy ha habido otro de esos secuestros masivos que se ven a menudo por Irak, donde un grupo de "terroristas disfrazados como militares" se han llevado a decenas de personas. Bueno, va siendo hora que se acostumbren, pero es perfectamente posible que fueran de hecho militares dándose al terrorismo en sus ratos libres.
Si algo hay claro sobre Irak es que ahora mismo no hay nadie en el gobierno iraquí que tenga puñetera idea sobre lo que está sucediendo fuera de la zona verde. El estado, como tal, ha dejado de existir; como mucho se puede hablar de un montón de facciones con variado acceso a recursos, tratando de controlar una parte del territorio usando cualquier grupo de matones (sea policia, ejército, milicia o los americanos mismos) de la mejor forma que pueden. Evidentemente, cada uno con su agenda (que va desde el integrismo islámico a la cleptocracia mafiosa, y eso si tienes suerte) y su propia artillería.
Cuando un gobierno no es nisiquiera capaz de desperdiciar el dinero que recauda, es que las cosas van realmente mal. No tienen siquiera suficiente poder para ser corruptos, vamos; eso requiere un talento especial. Es hora de dejar de decir que son cuatro terroristas, y empezar a reconocer que tenemos una guerra civil entre manos. Y no, no es cuestión de definiciones; continuar tratando el problema como si se trata de acabar con cuatro exaltados es garantía que las cosas acaben aún peor.
Si algo hay claro sobre Irak es que ahora mismo no hay nadie en el gobierno iraquí que tenga puñetera idea sobre lo que está sucediendo fuera de la zona verde. El estado, como tal, ha dejado de existir; como mucho se puede hablar de un montón de facciones con variado acceso a recursos, tratando de controlar una parte del territorio usando cualquier grupo de matones (sea policia, ejército, milicia o los americanos mismos) de la mejor forma que pueden. Evidentemente, cada uno con su agenda (que va desde el integrismo islámico a la cleptocracia mafiosa, y eso si tienes suerte) y su propia artillería.
Cuando un gobierno no es nisiquiera capaz de desperdiciar el dinero que recauda, es que las cosas van realmente mal. No tienen siquiera suficiente poder para ser corruptos, vamos; eso requiere un talento especial. Es hora de dejar de decir que son cuatro terroristas, y empezar a reconocer que tenemos una guerra civil entre manos. Y no, no es cuestión de definiciones; continuar tratando el problema como si se trata de acabar con cuatro exaltados es garantía que las cosas acaben aún peor.
viernes, diciembre 15, 2006
Información interesada
El otro día hablaba de lo inevitables que resultan los intermediarios, con el ejemplo del papel de la banca para gozosa irritación de algunos. El post, debo admitirlo, me quedó algo corto para lo que acostumbro a escribir por aquí; es costumbre de la casa explicar siempre el por qué hay buenas razones para que las cosas sean de un cierto modo, para pasar a explicar inmediatamente después todo lo que de forma inevitable puede ir mal. En el caso de los intermediarios, no hace falta decirlo, hay multitud de cosas. Hoy toca hablar de ellas.
Como comentaba ayer, el centro de la cuestión al hablar del papel de los intermediarios es su función de proveer información. Partiendo de la premisa que todos somos ignorantes, sólo que en temas muy distintos, hay gente que se dedica a hacernos fáciles las cosas a base de señalar dónde debemos mirar (quién nos puede prestar dinero para una hipoteca, por ejemplo) a cambio de un cierto precio. Los costes de conseguir información (una parte de lo que los economistas llaman costes de transacción, o lo que "cuesta" firmar un contrato) no son en absoluto triviales, así que a menudo no tenemos otra opción que preguntar.
Como cualquiera que se haya perdido en una ciudad extraña puede atestiguar, sin embargo, lo de hacer una pregunta a un extraño no es necesariamente algo trivial. Hay veces que realmente no sabemos si ese tipo de la esquina nos ha señalado dónde esta la Torre Eiffel o nos ha enviado en dirección a Bélgica; nos basamos en señales (¿El hecho que vaya vestido de lagarterana le hace más creíble o menos?) o en tratar de pensar sobre sus intereses para discernir sobre la bondad o no de sus consejos.
Cuando nos acercamos a un intermediario, tenemos básicamente dos problemas. El primero, y más básico, es el que los economistas llaman "problema principal-agente"; en lenguaje coloquial, el problema que tiene todo jefe en hacer que su subordinado le haga caso. Cuando vamos a una empresa que hace auditorías y pedimos las cuentas de digamos, un gigante llamado Enron, no sabemos realmente si han revisado las cuentas o básicamente han hecho fotocopias de lo que les han dado.
El segundo problema, también bastante evidente, es que muchas veces no tenemos ni puñetera idea sobre lo que estamos preguntando. El banco sabe mucho más que nosotros sobre hipotecas, cuentas de ahorro y trigonometría obtrusa, así que pueden estar dándonos gato por liebre tranquilamente a poco que vigilemos.
Ambos problemas son complejos, y a veces bastante intratables. Ambos casos tienden a solucionarse con una misma receta, información, que es precisamente lo que nos llevó a buscar intermediarios en un primer momento. Para ello, tenemos varias opciones, que van desde un tercer actor imparcial que persigue a aquellos intermediarios que se portan mal (le acostumbramos a llamar "estado") a hacer que los intermediarios garanticen la información de algún modo, comprometiéndose a pagar si meten la gamba.
Evidentemente, estos mecanismos no funcionan demasiado bien a veces, como nos recuerdan algunas pifias espectaculares recientes. Hay casos en que los intermediarios pactan no revelar información dañina (Enron), o hay veces en que los intermediarios pactan entre ellos limitar el acceso a los que no "tienen licencia" a según qué negocios. En ocasiones, la información que venden es la información que les interesa que fluya, como decir que las empresas en las que ellos tienen acciones son las que van mejor.
Estos problemas son conocidos, y hay recetas bastante conocidas (y empleadas por todos los estados) para limitar sus efectos. Explican por qué debemos ir con cuidado al pedir una hipoteca, comprar sellos o invertir en bolsa, y por qué es mejor armarse de saber y comparar mucho antes de tomar una decision. Lo que no explican, sin embargo, es por qué el sector de los intermediarios, el sector financiero, está haciéndo muchísimo más dinero ahora que antes.
Aquí si es necesario sacar del cajón un juego de teorías distintas, y la verdad, aún no demasiado bien entendidas; lo cierto es que los economistas no saben exactamente por qué la retribución de estos sectores está aumentando tan rápidamente, o al menos no parece evidente. Sobre superestrellas, nuevos millonarios y teorías varias, sin embargo, hablaré más mañana.
Como comentaba ayer, el centro de la cuestión al hablar del papel de los intermediarios es su función de proveer información. Partiendo de la premisa que todos somos ignorantes, sólo que en temas muy distintos, hay gente que se dedica a hacernos fáciles las cosas a base de señalar dónde debemos mirar (quién nos puede prestar dinero para una hipoteca, por ejemplo) a cambio de un cierto precio. Los costes de conseguir información (una parte de lo que los economistas llaman costes de transacción, o lo que "cuesta" firmar un contrato) no son en absoluto triviales, así que a menudo no tenemos otra opción que preguntar.
Como cualquiera que se haya perdido en una ciudad extraña puede atestiguar, sin embargo, lo de hacer una pregunta a un extraño no es necesariamente algo trivial. Hay veces que realmente no sabemos si ese tipo de la esquina nos ha señalado dónde esta la Torre Eiffel o nos ha enviado en dirección a Bélgica; nos basamos en señales (¿El hecho que vaya vestido de lagarterana le hace más creíble o menos?) o en tratar de pensar sobre sus intereses para discernir sobre la bondad o no de sus consejos.
Cuando nos acercamos a un intermediario, tenemos básicamente dos problemas. El primero, y más básico, es el que los economistas llaman "problema principal-agente"; en lenguaje coloquial, el problema que tiene todo jefe en hacer que su subordinado le haga caso. Cuando vamos a una empresa que hace auditorías y pedimos las cuentas de digamos, un gigante llamado Enron, no sabemos realmente si han revisado las cuentas o básicamente han hecho fotocopias de lo que les han dado.
El segundo problema, también bastante evidente, es que muchas veces no tenemos ni puñetera idea sobre lo que estamos preguntando. El banco sabe mucho más que nosotros sobre hipotecas, cuentas de ahorro y trigonometría obtrusa, así que pueden estar dándonos gato por liebre tranquilamente a poco que vigilemos.
Ambos problemas son complejos, y a veces bastante intratables. Ambos casos tienden a solucionarse con una misma receta, información, que es precisamente lo que nos llevó a buscar intermediarios en un primer momento. Para ello, tenemos varias opciones, que van desde un tercer actor imparcial que persigue a aquellos intermediarios que se portan mal (le acostumbramos a llamar "estado") a hacer que los intermediarios garanticen la información de algún modo, comprometiéndose a pagar si meten la gamba.
Evidentemente, estos mecanismos no funcionan demasiado bien a veces, como nos recuerdan algunas pifias espectaculares recientes. Hay casos en que los intermediarios pactan no revelar información dañina (Enron), o hay veces en que los intermediarios pactan entre ellos limitar el acceso a los que no "tienen licencia" a según qué negocios. En ocasiones, la información que venden es la información que les interesa que fluya, como decir que las empresas en las que ellos tienen acciones son las que van mejor.
Estos problemas son conocidos, y hay recetas bastante conocidas (y empleadas por todos los estados) para limitar sus efectos. Explican por qué debemos ir con cuidado al pedir una hipoteca, comprar sellos o invertir en bolsa, y por qué es mejor armarse de saber y comparar mucho antes de tomar una decision. Lo que no explican, sin embargo, es por qué el sector de los intermediarios, el sector financiero, está haciéndo muchísimo más dinero ahora que antes.
Aquí si es necesario sacar del cajón un juego de teorías distintas, y la verdad, aún no demasiado bien entendidas; lo cierto es que los economistas no saben exactamente por qué la retribución de estos sectores está aumentando tan rápidamente, o al menos no parece evidente. Sobre superestrellas, nuevos millonarios y teorías varias, sin embargo, hablaré más mañana.
miércoles, diciembre 13, 2006
El miedo a lo intangible
Si alguien recibe mala prensa de forma constante por parte de algunos sectores de la izquierda son los intermediarios, especialmente los intermediarios financieros. Siguiendo una larga tradición de muy católica desconfianza a todo lo que huela usura, banqueros, agentes inmobiliarios y otra gente que trabaja con los bienes de otros ha atraido las iras de aquellos que dicen defender la economía real.
Esta tirria tiene, la verdad, muy poco que ver con un conocimiento cierto de cómo funcionan las cosas, y bastante de de mito ligeramente irracional. La alegación clásica en estos casos es decir que banqueros y agentes financieros no producen "nada tangible", ya que sus servicios son digamos menos sólidos que un zapato. En una especie de visión extraña sobre lo que es un bien con valor intríseco y lo que deja de serlo, que tiene poco de racional.
Para empezar, vale la pena explicar en términos simples qué es lo que hace un banco, y en qué consiste exactamente su papel de intermediario. Supongamos que vivimos en una sociedad donde esta clase de intermediarios no existen, y que yo tengo un método revolucionario para producir gnomos de jardín de manera extraordinariamente eficiente y quiero construir una fábrica. El problema, claro está, es que no tengo dinero, así que necesito pedir a alguien que me lo preste. Como mi método es tan fabuloso, es bastante evidente que voy a multiplicar lo que me presten, así que en un principio no debería tener problema consiguiendo prestamos.
En un mundo sin bancos, eso no resulta tan sencillo. Para empezar, no sé quién tiene dinero y quien no, y no tengo ni la más remota idea si están dispuestos a tomar riesgos patrocinando la producción de gnomos de jardín. Por añadido, es difícil que alguien quiera ser el mecenas único de mi fábrica, así que voy a tener que pelearme con cantidades ingentes de posibles prestamistas, con un gasto de tiempo considerable, y con una variedad de métodos de pago y devolución de préstamos mareante. Sí, a lo mejor puede financiar mi fábrica, pero lo cierto es que no será demasiado placentero.
¿Qué hace un banco, realmente? En esencia, simplificar esta clase de pérdidas de tiempo. Por un lado, el banco trata de atraer el dinero de la gente que tiene demasiado, haciéndole las cosas fáciles. Lo guarda para que nadie les robe, les ofrece gestionar cosas de manera automática, como pagar facturas, y con un poco de suerte, les paga una cierta cantidad (interés) a cambio de poder hacer lo que quieren con el dinero que les confían a largo plazo.
En el otro lado, la entidad trata de poner las cosas fáciles a quien necesita más dinero del que tiene para hacer una inversión. Para empezar, simplifica el proceso de recogida de dinero; ellos guardan el capital de quien tiene demasiado (o de muchos pequeños ahorradores), precisamente para ofrecerlo a quien lo necesita. Evidentemente, uno toma un riesgo cuando deja dinero al que no tiene, así que establece un precio a este servicio de dar crédito. El precio, evidentemente, es el tipo de interés, que varía según la fiabilidad del interesado, la inflación (ya que el dinero pierde valor con el tiempo) y el riesgo que representa la inversión. Uno en teoría debería poder pedir un crédito para comprar loteria, a un tipo de interés proporcionalmente gigantesco.
En esencia, la labor del intermediario no es más que esa: poner en contacto quien quiere vender con quien quiere comprar. Un intermediario produce un bien no demasiado tangible pero esencial para muchos mercados, la información. Ofrecen un servicio, ponen un precio, y oh milagro, la gente se decide utilizarlo por el sencillo motivo que hacer otra cosa es poco práctico o infinitamente más caro. No es que les obliguen, es que no hay alternativas razonablemente prácticas.
En una sociedad capitalista avanzada, evidentemente, los bancos son bastante más complejos de lo que describo arriba, y vienen en infinitas variedades. Desde ayudar a invertir en bolsa (o dicho en otras palabras, financiar el siguiente líder en la producción de gnomos del jardín por tí, a cambio de una comisión), a ayudar a empresas a conseguir capital, pasando por hacer el comercio internacional sencillo a base de gestionar los cambios de divisas, los intermediarios son sencillamente esenciales, y una necesidad básica en un mundo complejo, donde conseguir información es complicado y caro.
Sí, pueden ser abusivos. Sí, pueden ser malvados a veces. Pero no hay nada intrínsicamente malvado en la intermediación, igual que no hay nada malvado con fabricar coches; uno puede encontrar timadores chapuceros en en ambos mercados, no importa lo tangibles que sean. Cuando los intermediarios actuan de manera perniciosa es tema de otro debate; lo que debe quedar claro es que servicio intangible que ofrecen, el acumular y utilizar información, es absolutamente crucial.
Esta tirria tiene, la verdad, muy poco que ver con un conocimiento cierto de cómo funcionan las cosas, y bastante de de mito ligeramente irracional. La alegación clásica en estos casos es decir que banqueros y agentes financieros no producen "nada tangible", ya que sus servicios son digamos menos sólidos que un zapato. En una especie de visión extraña sobre lo que es un bien con valor intríseco y lo que deja de serlo, que tiene poco de racional.
Para empezar, vale la pena explicar en términos simples qué es lo que hace un banco, y en qué consiste exactamente su papel de intermediario. Supongamos que vivimos en una sociedad donde esta clase de intermediarios no existen, y que yo tengo un método revolucionario para producir gnomos de jardín de manera extraordinariamente eficiente y quiero construir una fábrica. El problema, claro está, es que no tengo dinero, así que necesito pedir a alguien que me lo preste. Como mi método es tan fabuloso, es bastante evidente que voy a multiplicar lo que me presten, así que en un principio no debería tener problema consiguiendo prestamos.
En un mundo sin bancos, eso no resulta tan sencillo. Para empezar, no sé quién tiene dinero y quien no, y no tengo ni la más remota idea si están dispuestos a tomar riesgos patrocinando la producción de gnomos de jardín. Por añadido, es difícil que alguien quiera ser el mecenas único de mi fábrica, así que voy a tener que pelearme con cantidades ingentes de posibles prestamistas, con un gasto de tiempo considerable, y con una variedad de métodos de pago y devolución de préstamos mareante. Sí, a lo mejor puede financiar mi fábrica, pero lo cierto es que no será demasiado placentero.
¿Qué hace un banco, realmente? En esencia, simplificar esta clase de pérdidas de tiempo. Por un lado, el banco trata de atraer el dinero de la gente que tiene demasiado, haciéndole las cosas fáciles. Lo guarda para que nadie les robe, les ofrece gestionar cosas de manera automática, como pagar facturas, y con un poco de suerte, les paga una cierta cantidad (interés) a cambio de poder hacer lo que quieren con el dinero que les confían a largo plazo.
En el otro lado, la entidad trata de poner las cosas fáciles a quien necesita más dinero del que tiene para hacer una inversión. Para empezar, simplifica el proceso de recogida de dinero; ellos guardan el capital de quien tiene demasiado (o de muchos pequeños ahorradores), precisamente para ofrecerlo a quien lo necesita. Evidentemente, uno toma un riesgo cuando deja dinero al que no tiene, así que establece un precio a este servicio de dar crédito. El precio, evidentemente, es el tipo de interés, que varía según la fiabilidad del interesado, la inflación (ya que el dinero pierde valor con el tiempo) y el riesgo que representa la inversión. Uno en teoría debería poder pedir un crédito para comprar loteria, a un tipo de interés proporcionalmente gigantesco.
En esencia, la labor del intermediario no es más que esa: poner en contacto quien quiere vender con quien quiere comprar. Un intermediario produce un bien no demasiado tangible pero esencial para muchos mercados, la información. Ofrecen un servicio, ponen un precio, y oh milagro, la gente se decide utilizarlo por el sencillo motivo que hacer otra cosa es poco práctico o infinitamente más caro. No es que les obliguen, es que no hay alternativas razonablemente prácticas.
En una sociedad capitalista avanzada, evidentemente, los bancos son bastante más complejos de lo que describo arriba, y vienen en infinitas variedades. Desde ayudar a invertir en bolsa (o dicho en otras palabras, financiar el siguiente líder en la producción de gnomos del jardín por tí, a cambio de una comisión), a ayudar a empresas a conseguir capital, pasando por hacer el comercio internacional sencillo a base de gestionar los cambios de divisas, los intermediarios son sencillamente esenciales, y una necesidad básica en un mundo complejo, donde conseguir información es complicado y caro.
Sí, pueden ser abusivos. Sí, pueden ser malvados a veces. Pero no hay nada intrínsicamente malvado en la intermediación, igual que no hay nada malvado con fabricar coches; uno puede encontrar timadores chapuceros en en ambos mercados, no importa lo tangibles que sean. Cuando los intermediarios actuan de manera perniciosa es tema de otro debate; lo que debe quedar claro es que servicio intangible que ofrecen, el acumular y utilizar información, es absolutamente crucial.
lunes, diciembre 11, 2006
Pobreza en España (o al País le da un ataque de relevancia)
El otro día criticaba que los periódicos se concentraban en perder el tiempo en materias profundamente irrelevantes, lejos de los problemas del hombrecillo común. Pues bien, alguien en la redacción de El país lee esta bitácora (o al menos, pretenderé que eso sucede) ya que hoy dedican tres artículos bastante decentes a un tema relacionado con el planeta tierra, la pobreza en España.
Algunos datos para comparar, por cierto. Si bien el nivel oficial de pobreza en España (20%) es mayor que el de Estados Unidos (12,6%), ese dato es engañoso. La razón básica es que el nivel de pobreza para los americanos es definido siguiendo una serie de criterios "objetivos", no un 60% de la mediana como en España. El resultado es que si bien los precios en este país son más altos y uno no tiene acceso a muchos servicios públicos que sí disfruta en España (sanidad aceptable, transporte público razonable, desempleo decente, baja por enfermedad), el nivel de renta que hace uno pobre en Estados Unidos es inferior, tanto en términos absolutos como relativos. De hecho, no llega ni al 30% de la mediana, algo que debería dar que pensar a los que dicen que ser pobre en América es algo mucho más placentero.
Si miramos datos de la OCDE, y usamos cifras comparables con España, el nivel de pobreza en el Imperio es un 24%, y sin acceso a sanidad (ya que a este nivel no tienen acceso a Medicaid) o sistemas de seguro social parecidos. El propio gobierno federal admite que el acceso a la sanidad y el nivel de renta están relacionados, algo que debería llevar a pensar a algunos. El estado de bienestar cuenta mucho, digan lo que digan algunos.
Algunos datos para comparar, por cierto. Si bien el nivel oficial de pobreza en España (20%) es mayor que el de Estados Unidos (12,6%), ese dato es engañoso. La razón básica es que el nivel de pobreza para los americanos es definido siguiendo una serie de criterios "objetivos", no un 60% de la mediana como en España. El resultado es que si bien los precios en este país son más altos y uno no tiene acceso a muchos servicios públicos que sí disfruta en España (sanidad aceptable, transporte público razonable, desempleo decente, baja por enfermedad), el nivel de renta que hace uno pobre en Estados Unidos es inferior, tanto en términos absolutos como relativos. De hecho, no llega ni al 30% de la mediana, algo que debería dar que pensar a los que dicen que ser pobre en América es algo mucho más placentero.
Si miramos datos de la OCDE, y usamos cifras comparables con España, el nivel de pobreza en el Imperio es un 24%, y sin acceso a sanidad (ya que a este nivel no tienen acceso a Medicaid) o sistemas de seguro social parecidos. El propio gobierno federal admite que el acceso a la sanidad y el nivel de renta están relacionados, algo que debería llevar a pensar a algunos. El estado de bienestar cuenta mucho, digan lo que digan algunos.
viernes, diciembre 08, 2006
Ciutadans, partido de zurdo-derecha
Resulta que Ciutadans, la alternativa progresista al nacionalismo, ha acabado atrayendo un electorado mucho menos a la izquierda de lo algunos esperaban. Parece que para el partido fue mucho más decisivo el hecho que se estableció como claramente antinacionalista/ anacionalista que no su pretensión de suplantar al PSC.
Los caminos del electorado son inescrutables sin buenas encuestas, sin embargo. Más datos aquí.
Los caminos del electorado son inescrutables sin buenas encuestas, sin embargo. Más datos aquí.
El informe Baker
El informe Baker sobre la situación en Irak ha atraido todos los titulares en Estados Unidos estos días. No es para menos; el texto se puede resumir diciendo que es una critica brutal a toda la política exterior americana en los últimos seis años, y a toda la invasión de Irak y la aún más incompetente ocupación.
La blogosfera "liberal" hispánica, evidentemente, no ha dicho demasiado; sólo LD ha publicado uno de los habituales editoriales fantasiosos clamando que todo es un ataque de falso idealismo, en vista que claro, eso de extender la democracia ha funcionado tan estupendamente.
Aunque el informe no habla como decía El País de retirada de tropas (sólo de tropas de combate independientes), lo que deja muy claro es que la guerra está perdida. No se habla nunca de "victoria", sólo de un éxito relativo que implique salvar los muebles y evitar un desastre aún mayor.
Un par de comentarios son obligados. Primero, los participantes del informe son realmente imparciales; casi todos apoyaron la invasión al principio, la mitad de ellos son republicanos, y uno de los codirectores (James Baker) es amigo personal de la familia Bush desde tiempo inmemorial. Segundo, dice mucho de lo patética que ha sido la gestión en exteriores de esta administración que se haya visto obligada externalizar la recogida de ideas de esta manera, con una comisión independiente creada por un congreso republicano.
Por cierto, según las últimas encuestas, sólo un 27% de los americanos aprueban la gestión de Bush en Irak. Negar que la invasión fue un error empieza a parecer una negación de la realidad peligrosa.
La blogosfera "liberal" hispánica, evidentemente, no ha dicho demasiado; sólo LD ha publicado uno de los habituales editoriales fantasiosos clamando que todo es un ataque de falso idealismo, en vista que claro, eso de extender la democracia ha funcionado tan estupendamente.
Aunque el informe no habla como decía El País de retirada de tropas (sólo de tropas de combate independientes), lo que deja muy claro es que la guerra está perdida. No se habla nunca de "victoria", sólo de un éxito relativo que implique salvar los muebles y evitar un desastre aún mayor.
Un par de comentarios son obligados. Primero, los participantes del informe son realmente imparciales; casi todos apoyaron la invasión al principio, la mitad de ellos son republicanos, y uno de los codirectores (James Baker) es amigo personal de la familia Bush desde tiempo inmemorial. Segundo, dice mucho de lo patética que ha sido la gestión en exteriores de esta administración que se haya visto obligada externalizar la recogida de ideas de esta manera, con una comisión independiente creada por un congreso republicano.
Por cierto, según las últimas encuestas, sólo un 27% de los americanos aprueban la gestión de Bush en Irak. Negar que la invasión fue un error empieza a parecer una negación de la realidad peligrosa.
miércoles, diciembre 06, 2006
La caricatura del nacionalismo
Uno de los grandes responsables de las últimas derrotas electorales del PP (que recuerdo no ganan unas elecciones desde el 2000) es la extraña obsesión del partido con suicidarse electoralmente en Cataluña y el País Vasco. El método, bien sencillo y conocido: llamar al nacionalismo de reaccionismo totalitario para arriba.
Eso produce dos efectos bien conocidos. Primero, los electorados de esas dos comunidades son de hecho ligeramente nacionalistas. Uno sólo tiene que mirar las encuestas; la proporción de votantes que se declaran sólo españoles es misérrimamente baja, y los que dicen que son tan españoles como vascos/ catalanes es habitualmente mayoritaria. Eso no te hace necesariamente nacionalista, pero indica con bastante claridad que cierto sentimiento existe, y el hecho que te llamen totalitario excluyente no es precisamente una manera de atraer votos.
El factor más irritante, sin embargo, es que es relativamente fácil darse cuenta que esa definición de todos los nacionalismos es una caricatura. En Cataluña, el país fue gobernado por un nacionalista que hizo de la expresión "es catalán quien vive y trabaja en Cataluña" su lema más repetido. Lema que por cierto ha sido adoptado tanto por ERC como por sus sucesores en CiU; Bargalló, sin ir más lejos, decía no hace demasiado algo tan poco excluyente como "En una sociedad multilingüe no hay nada que se monolingüe", algo que parece bien lejos de cualquier voluntad aniquiladora de minorías.
Si uno quiere ser catalán en Barcelona, uno básicamente necesita hacer tres cosas: chapurrear algo de catalán ("bon dia" y "fill de puta" basta), trabajar con cierto ahínco, y ser del Barça (aunque aficionarse a los castellers es un buen substituto). Si eso es una exigencia excluyente y totalitaria, en serio, hagánselo mirar; no es nada distinto a lo que se le pediría a alguien que se traslada a Madrid.
El nacionalismo puede ser excluyente, eso no lo voy a negar. Pero decir que todos los nacionalismos son necesariamente pasos previos a la tiranía de la barretina es una soberana estupidez. Uno puede ser un patriota constitucional, y sencillamente preferir que esa constitución sea para un territorio pequeño y más homogéneo (algo que por cierto no es necesariamente estúpido; los estados pequeños tienen sus ventajas) de forma perfectamente razonable.
A todo esto, para los que hablan del imparable avance del nacionalismo, el lavado de cerebro de los niños catalanes y vascos, y todas esas tragedias, por favor que hagan el favor de mirar encuestas y resultados electorales. Desde el principio de la democracia, el número agregado de votos de los partidos nacionalistas en Euskadi y Cataluña permanece casi invariable; las transferencias de votos son dentro de cada bloque, no entre ellos. Y no, no se están radicalizando; el caso catalán tiene esa excepción rara en la máquina de ganar elecciones que era Pujol, y en Euskadi Batasuna saca 150.000 votos de manera consistente. En cuestiones identitarias (sentimiento nacionalista, apoyo a secesión) las cosas permanecen igualmente invariables.
La "amenaza fantasma" del nacionalismo destructor no es tal; es otro de esos espantajos que parecen agradar tanto a la derecha. Eso no quita que esté hasta el moño que hablemos tanto de temas de identidad (recuerdo que no creo ni en lenguas oficiales), pero hablar del terror sardanístico del este es una chorrada, con todas las letras.
Eso produce dos efectos bien conocidos. Primero, los electorados de esas dos comunidades son de hecho ligeramente nacionalistas. Uno sólo tiene que mirar las encuestas; la proporción de votantes que se declaran sólo españoles es misérrimamente baja, y los que dicen que son tan españoles como vascos/ catalanes es habitualmente mayoritaria. Eso no te hace necesariamente nacionalista, pero indica con bastante claridad que cierto sentimiento existe, y el hecho que te llamen totalitario excluyente no es precisamente una manera de atraer votos.
El factor más irritante, sin embargo, es que es relativamente fácil darse cuenta que esa definición de todos los nacionalismos es una caricatura. En Cataluña, el país fue gobernado por un nacionalista que hizo de la expresión "es catalán quien vive y trabaja en Cataluña" su lema más repetido. Lema que por cierto ha sido adoptado tanto por ERC como por sus sucesores en CiU; Bargalló, sin ir más lejos, decía no hace demasiado algo tan poco excluyente como "En una sociedad multilingüe no hay nada que se monolingüe", algo que parece bien lejos de cualquier voluntad aniquiladora de minorías.
Si uno quiere ser catalán en Barcelona, uno básicamente necesita hacer tres cosas: chapurrear algo de catalán ("bon dia" y "fill de puta" basta), trabajar con cierto ahínco, y ser del Barça (aunque aficionarse a los castellers es un buen substituto). Si eso es una exigencia excluyente y totalitaria, en serio, hagánselo mirar; no es nada distinto a lo que se le pediría a alguien que se traslada a Madrid.
El nacionalismo puede ser excluyente, eso no lo voy a negar. Pero decir que todos los nacionalismos son necesariamente pasos previos a la tiranía de la barretina es una soberana estupidez. Uno puede ser un patriota constitucional, y sencillamente preferir que esa constitución sea para un territorio pequeño y más homogéneo (algo que por cierto no es necesariamente estúpido; los estados pequeños tienen sus ventajas) de forma perfectamente razonable.
A todo esto, para los que hablan del imparable avance del nacionalismo, el lavado de cerebro de los niños catalanes y vascos, y todas esas tragedias, por favor que hagan el favor de mirar encuestas y resultados electorales. Desde el principio de la democracia, el número agregado de votos de los partidos nacionalistas en Euskadi y Cataluña permanece casi invariable; las transferencias de votos son dentro de cada bloque, no entre ellos. Y no, no se están radicalizando; el caso catalán tiene esa excepción rara en la máquina de ganar elecciones que era Pujol, y en Euskadi Batasuna saca 150.000 votos de manera consistente. En cuestiones identitarias (sentimiento nacionalista, apoyo a secesión) las cosas permanecen igualmente invariables.
La "amenaza fantasma" del nacionalismo destructor no es tal; es otro de esos espantajos que parecen agradar tanto a la derecha. Eso no quita que esté hasta el moño que hablemos tanto de temas de identidad (recuerdo que no creo ni en lenguas oficiales), pero hablar del terror sardanístico del este es una chorrada, con todas las letras.
martes, diciembre 05, 2006
La ficción de ETA
Nota previa: este post parte de una interesante (y sorprendentemente racional) discusión que he medio mantenido con José García Palacios estos días. Digo a medias porque la Wii no me deja hablar de política, no por otra cosa. Este artículo, por cierto, está escrito desde un tono algo provocador. Aposta.
La política española lleva muchos años viviendo en torno a dos debates en gran parte irrelevantes. El primero, y que ya me he hecho un hartón de mencionar, es el presunto peligro estatutario. Lo cierto es que a nivel comparado, la forma del estado y su grado de descentralización es bastante irrelevante en relación a su capacidad de crear riqueza, como discutía hace unos días. El debate en este caso debería centrarse en lo que vota el electorado y hacen los políticos, no en presuntas maldades generadas por el sistema.
El segundo tema irrelevante es, aunque parezca mentira, ETA. Y lo es desde hace al menos veinte años.
Para empezar, es necesario tener en mente los objetivos iniciales de ETA, es decir, qué pretenden obtener con sus acciones terroristas. En esto, son claros: secesión del País Vasco, anexión de Navarra y País Vasco francés, y si se me apura, creación de un estado socialistoide. Todo lo demás son medios para conseguir estos fines, con la macabra distinción que están perfectamente a gusto con usar la violencia para cumplirlos. El conflicto además presenta el añadido que 150.000 votantes apoyan estas ideas, y están de acuerdo con la lucha armada.
La apuesta de ETA, por tanto, es sencilla: usar la violencia para conseguir que el estado conceda lo que les pida. Si hay suficientes muertos para hacer la presencia del estado en Euskadi insostenible, ETA ha ganado. Si ETA consigue la secesión por otros medios (ganar las elecciones, hiponosis, danza del vientre, bailar la conga), ha ganado. Si ETA no consigue sus objetivos, ha perdido.
La noticia: ETA perdió hace veinte años; llevamos dieciocho años básicamente negando la realidad. A mediados de los ochenta, el terrorismo vasco básicamente perdió la guerra; en 1988, se certificó la victoria del estado. La elección del año no es trivial; es en 1988 cuando se firma el pacto de Ajuria Enea, certificándose de manera contundente que la democracia no va a hablar con la izquierda abertzale hasta que renuncie a la violencia.
Lo que ha seguido a esa declaración ha sido una combinación de tozudez de ETA y una sorprendente capacidad de los políticos para dar señales contradictorias sobre la conveniencia de disolverse. Sean los cantos de sirena de una posible hegemonía del nacionalismo en Estella, sea el partido de la oposición usando las acciones de ETA para criticar al gobierno (Aznar culpando a González del asesinato de Tomás y Valiente), sea debido a la pasividad de Francia y la enorme estupidez de los GAL, sea mediante la torpeza de no reconer la kale borroka como una extensión del terrorismo a tiempo, la democracia se las ha arreglado para dar la sensación de relevancia a una organización que ya había sido derrotada.
Llegado el año 2006, sin embargo, ETA acaba por darse cuenta que lo están haciendo ya no tiene ningún sentido. El Estado no va cambiar de opinión con ellos pegando tiros; no lo hicieron cuando ponían 100 muertos al año sobre la mesa, y no lo harán ahora que apenas podrían poner diez. No tienen agallas para hacer nada tan absolutamente enloquecido como el 11-M, ya que saben que sus bases nunca lo aceptarían. Su organización está absolutamente infiltrada por la policía, que los detiene como quiere y donde quiere. Lo cierto es que son una reliquia, un auténtico fósil de tiempos de la dictadura, y lo saben. No tienen más que una salida, que es buscar una rendición honorable.
Y así llega la declaración de la tregua. No es una victoria de ETA, ni una rendición del estado, ni ninguna de estas absurdas declaraciones que oimos cada día. ETA no tiene ninguna capacidad de chantaje; el estado puede asumir perfectamente veinte o treinta muertos al año sin que eso suponga ningún peligro para su estructura. De hecho, si el PP no estuviera haciendo el mandril, Zapatero podría decir tranquilamente que el riesgo de muertos le importa un pimiento, ya que para él levantarse de la mesa no tendría siquiera un coste electoral. De hecho, es dudoso incluso que lo tenga ahora; si ETA vuelve a matar es perfectamente posible que los votantes echen la culpa a los terroristas, y no a un gobierno que se puede poner a meter decenas de miembros de la organización en la cárcel a poco que se emplee a fondo.
El proceso de paz no es de hecho más que el final de una era; es ETA pidiendo una rendición honorable antes de desaparecer. Lo único a discutir es que el estado les dé garantías que lo que decía el pacto de Ajuria Enea (y que votó el Congreso, con la oposición del PP) sigue vigente; que en ausencia de violencia en Euskadi se puede plantear cualquier cosa en la arena electoral. O dicho en otras palabras, la promesa que si hay una mayoría suficiente (es decir, si los sucesores de Batasuna ganan las elecciones, algo muy improbable) se podrá hablar de secesión. El resto (acercar presos, ser algo magnánimo con los que se arrepientan, legalizar partidos antes o después), son caramelos para que la paliza que han recibido no lo parezca tanto.
Las formas, sea mesa de partidos, hablar con unos u otros, dar paso al PCTV o no, y decir unas cosas u otras, es totalmente accesorio, y la verdad, totalmente irrelevante. Hablar es gratis; si Zapatero dice que el Frente de Liberación de los Gnomos del Jardín es un interlocutor por la paz en Euskadi o deja de decirlo el coste para el contribuyente es igualmente cero. Son cuestiones formales, sin más importancia que lo simbólico y el dar señales creíbles a la otra parte que los compromisos van en serio.
Toda esta discusión sobre rendiciones, derrota, catástrofe y si el gobierno improvisa, da miedo o quiere vender los niños a los Romanos como esclavos es una soberana estupidez. Lo que deben hacer unos y otros es aceptar lo inevitable, decir claramente que ha sido un trabajo de todos, cantar el alirón, y celebrar que la democracia ha ganado. Hablar de fortaleza de ETA, rearme y el monstruo que tiene poseido a Zapatero es sencillamente decirle a los terroristas que aún son relevantes, algo que es sencillamente estúpido, y que aún acabarán por creerse.
La política española lleva muchos años viviendo en torno a dos debates en gran parte irrelevantes. El primero, y que ya me he hecho un hartón de mencionar, es el presunto peligro estatutario. Lo cierto es que a nivel comparado, la forma del estado y su grado de descentralización es bastante irrelevante en relación a su capacidad de crear riqueza, como discutía hace unos días. El debate en este caso debería centrarse en lo que vota el electorado y hacen los políticos, no en presuntas maldades generadas por el sistema.
El segundo tema irrelevante es, aunque parezca mentira, ETA. Y lo es desde hace al menos veinte años.
Para empezar, es necesario tener en mente los objetivos iniciales de ETA, es decir, qué pretenden obtener con sus acciones terroristas. En esto, son claros: secesión del País Vasco, anexión de Navarra y País Vasco francés, y si se me apura, creación de un estado socialistoide. Todo lo demás son medios para conseguir estos fines, con la macabra distinción que están perfectamente a gusto con usar la violencia para cumplirlos. El conflicto además presenta el añadido que 150.000 votantes apoyan estas ideas, y están de acuerdo con la lucha armada.
La apuesta de ETA, por tanto, es sencilla: usar la violencia para conseguir que el estado conceda lo que les pida. Si hay suficientes muertos para hacer la presencia del estado en Euskadi insostenible, ETA ha ganado. Si ETA consigue la secesión por otros medios (ganar las elecciones, hiponosis, danza del vientre, bailar la conga), ha ganado. Si ETA no consigue sus objetivos, ha perdido.
La noticia: ETA perdió hace veinte años; llevamos dieciocho años básicamente negando la realidad. A mediados de los ochenta, el terrorismo vasco básicamente perdió la guerra; en 1988, se certificó la victoria del estado. La elección del año no es trivial; es en 1988 cuando se firma el pacto de Ajuria Enea, certificándose de manera contundente que la democracia no va a hablar con la izquierda abertzale hasta que renuncie a la violencia.
Lo que ha seguido a esa declaración ha sido una combinación de tozudez de ETA y una sorprendente capacidad de los políticos para dar señales contradictorias sobre la conveniencia de disolverse. Sean los cantos de sirena de una posible hegemonía del nacionalismo en Estella, sea el partido de la oposición usando las acciones de ETA para criticar al gobierno (Aznar culpando a González del asesinato de Tomás y Valiente), sea debido a la pasividad de Francia y la enorme estupidez de los GAL, sea mediante la torpeza de no reconer la kale borroka como una extensión del terrorismo a tiempo, la democracia se las ha arreglado para dar la sensación de relevancia a una organización que ya había sido derrotada.
Llegado el año 2006, sin embargo, ETA acaba por darse cuenta que lo están haciendo ya no tiene ningún sentido. El Estado no va cambiar de opinión con ellos pegando tiros; no lo hicieron cuando ponían 100 muertos al año sobre la mesa, y no lo harán ahora que apenas podrían poner diez. No tienen agallas para hacer nada tan absolutamente enloquecido como el 11-M, ya que saben que sus bases nunca lo aceptarían. Su organización está absolutamente infiltrada por la policía, que los detiene como quiere y donde quiere. Lo cierto es que son una reliquia, un auténtico fósil de tiempos de la dictadura, y lo saben. No tienen más que una salida, que es buscar una rendición honorable.
Y así llega la declaración de la tregua. No es una victoria de ETA, ni una rendición del estado, ni ninguna de estas absurdas declaraciones que oimos cada día. ETA no tiene ninguna capacidad de chantaje; el estado puede asumir perfectamente veinte o treinta muertos al año sin que eso suponga ningún peligro para su estructura. De hecho, si el PP no estuviera haciendo el mandril, Zapatero podría decir tranquilamente que el riesgo de muertos le importa un pimiento, ya que para él levantarse de la mesa no tendría siquiera un coste electoral. De hecho, es dudoso incluso que lo tenga ahora; si ETA vuelve a matar es perfectamente posible que los votantes echen la culpa a los terroristas, y no a un gobierno que se puede poner a meter decenas de miembros de la organización en la cárcel a poco que se emplee a fondo.
El proceso de paz no es de hecho más que el final de una era; es ETA pidiendo una rendición honorable antes de desaparecer. Lo único a discutir es que el estado les dé garantías que lo que decía el pacto de Ajuria Enea (y que votó el Congreso, con la oposición del PP) sigue vigente; que en ausencia de violencia en Euskadi se puede plantear cualquier cosa en la arena electoral. O dicho en otras palabras, la promesa que si hay una mayoría suficiente (es decir, si los sucesores de Batasuna ganan las elecciones, algo muy improbable) se podrá hablar de secesión. El resto (acercar presos, ser algo magnánimo con los que se arrepientan, legalizar partidos antes o después), son caramelos para que la paliza que han recibido no lo parezca tanto.
Las formas, sea mesa de partidos, hablar con unos u otros, dar paso al PCTV o no, y decir unas cosas u otras, es totalmente accesorio, y la verdad, totalmente irrelevante. Hablar es gratis; si Zapatero dice que el Frente de Liberación de los Gnomos del Jardín es un interlocutor por la paz en Euskadi o deja de decirlo el coste para el contribuyente es igualmente cero. Son cuestiones formales, sin más importancia que lo simbólico y el dar señales creíbles a la otra parte que los compromisos van en serio.
Toda esta discusión sobre rendiciones, derrota, catástrofe y si el gobierno improvisa, da miedo o quiere vender los niños a los Romanos como esclavos es una soberana estupidez. Lo que deben hacer unos y otros es aceptar lo inevitable, decir claramente que ha sido un trabajo de todos, cantar el alirón, y celebrar que la democracia ha ganado. Hablar de fortaleza de ETA, rearme y el monstruo que tiene poseido a Zapatero es sencillamente decirle a los terroristas que aún son relevantes, algo que es sencillamente estúpido, y que aún acabarán por creerse.
lunes, diciembre 04, 2006
¡Wii-va Nintendo!
Espero que me perdoneis si hoy no escribo. Quizás mañana tampoco. Resulta que, tras muchas penas y fatigas, muchos dolores de muelas, y mucho esperar, hemos conseguido una Nintendo Wii de pura potra... y estoy absolutamente encantado con ella.
Sí, uno parece idiota agitando un mando a distancia delante de la tele, pero es la primera vez que un videojuego me hace sudar tanto... y me parece tan divertida. No me extraña que estén vendiéndose como rosquillas; este cacharro es la leche, en serio. Totalmente imprescindible, y eso que aún no tengo el Zelda...
Sí, uno parece idiota agitando un mando a distancia delante de la tele, pero es la primera vez que un videojuego me hace sudar tanto... y me parece tan divertida. No me extraña que estén vendiéndose como rosquillas; este cacharro es la leche, en serio. Totalmente imprescindible, y eso que aún no tengo el Zelda...
sábado, diciembre 02, 2006
Pequeñas preguntas que no lo son tanto.
Muchas veces al hablar de política sólo se tratan problemas rematadamente complicados. No nos lo parece, porque algunos temas están sobre la mesa constantemente, pero la cantidad de factores enormemente complejos detrás de temas aparentemente de rutina es algo que nos debería llamar la atención.
Tomemos un ejemplo reciente, los casos de corrupción urbanística. Uno se debe preguntar de inmediato por qué la ley se vulnera, para empezar. ¿Es un texto mal redactado, que crea incentivos perversos? ¿Es una buena ley, ya que permite que los que hacen mal sean descubiertos rápidamente? ¿Es un problema de cálculo, un número de reglas con consecuencias no esperadas? ¿Por qué se redacto así? ¿No sabían lo que hacían? ¿Lo sabían y es una mala ley hecha aposta Si la ley es mala, ¿Por qué no hay más corrupción?.
Todos estas preguntas son previas al objetivo de la ley, es decir, qué modelo de uso del territorio la ley pretende incentivar (o como trata de no tener modelo, y cede a otras administraciones). Las competencias sobre uso del suelo y urbanismo, por añadido, están muy repartidas; deberíamos preguntarnos por qué la constitución no le da demasiado poder al estado, y evidentemente respondernos todo lo que nos hemos preguntado hasta ahora diecisiete veces para ver cómo funcionan las cosas en cada autonomía. Y a todo esto, se debe añadir el efecto del sistema tributario (y las absurdas deducciones a las hipotecas), política monetaria. Más allá de todo ello, debemos responder también si la proliferación de casos indica si la corrupción ha aumentado (y si es culpa de la ley) o si de hecho es indicativo que está descendiendo, ya que el gobierno se ha decidido a combatirla con fuerza (a lo que toca responder por qué no sucedía antes).
Todo esto, para hablar de un tema relativamente pequeñito, y eso para una evaluación preliminar, sin comparar con otros modelos, y sin entrar a hablar en términos normativos de modelos de crecimiento. No es demasiado sencillo, la verdad.
Antes de meternos en temas demasiado complejos, por tanto, puede que sea una buena idea tratar de responder con cierta calma una serie de preguntas un poco más básicas, que son de hecho las que están en el centro del "misterio" de la Ciencia Política. Hay unas cuantas preguntas que están detrás de todo sistema político, y que parece que puede ser interesante discutirlas para tener una cierta idea sobre qué se esconde detrás de los obtrusos problemas que genera la inmensa complejidad de las sociedades actuales. Hagamos pues una pequeña lista.
No creo que pueda responder a todo esto, pero me parece que tenerlas en mente es algo necesario. Esencialmente, los problemas a los que nos enfrentamos ahora son en esencia los mismos a los que se enfrentaba Julio César, a diferente escala y con distinta tecnología. Los gobernadores de provincias, al fin y al cabo, también podían estar malgastando esos impuestos.
En los próximos días, si hay interés, miraré de dar un repasito a cómo la Ciencia Política (y un servidor, que también tiene teorías) responde estás cuestiones. Espero comentarios.
Tomemos un ejemplo reciente, los casos de corrupción urbanística. Uno se debe preguntar de inmediato por qué la ley se vulnera, para empezar. ¿Es un texto mal redactado, que crea incentivos perversos? ¿Es una buena ley, ya que permite que los que hacen mal sean descubiertos rápidamente? ¿Es un problema de cálculo, un número de reglas con consecuencias no esperadas? ¿Por qué se redacto así? ¿No sabían lo que hacían? ¿Lo sabían y es una mala ley hecha aposta Si la ley es mala, ¿Por qué no hay más corrupción?.
Todos estas preguntas son previas al objetivo de la ley, es decir, qué modelo de uso del territorio la ley pretende incentivar (o como trata de no tener modelo, y cede a otras administraciones). Las competencias sobre uso del suelo y urbanismo, por añadido, están muy repartidas; deberíamos preguntarnos por qué la constitución no le da demasiado poder al estado, y evidentemente respondernos todo lo que nos hemos preguntado hasta ahora diecisiete veces para ver cómo funcionan las cosas en cada autonomía. Y a todo esto, se debe añadir el efecto del sistema tributario (y las absurdas deducciones a las hipotecas), política monetaria. Más allá de todo ello, debemos responder también si la proliferación de casos indica si la corrupción ha aumentado (y si es culpa de la ley) o si de hecho es indicativo que está descendiendo, ya que el gobierno se ha decidido a combatirla con fuerza (a lo que toca responder por qué no sucedía antes).
Todo esto, para hablar de un tema relativamente pequeñito, y eso para una evaluación preliminar, sin comparar con otros modelos, y sin entrar a hablar en términos normativos de modelos de crecimiento. No es demasiado sencillo, la verdad.
Antes de meternos en temas demasiado complejos, por tanto, puede que sea una buena idea tratar de responder con cierta calma una serie de preguntas un poco más básicas, que son de hecho las que están en el centro del "misterio" de la Ciencia Política. Hay unas cuantas preguntas que están detrás de todo sistema político, y que parece que puede ser interesante discutirlas para tener una cierta idea sobre qué se esconde detrás de los obtrusos problemas que genera la inmensa complejidad de las sociedades actuales. Hagamos pues una pequeña lista.
- ¿Por qué la gente coopera, y no se muele a palos más a menudo?
- ¿Cuál es el origen del estado?
- ¿Por qué tantos sistemas distintos?
- ¿Por qué la ley se obedece en algunos sitios, y no en otros?
No creo que pueda responder a todo esto, pero me parece que tenerlas en mente es algo necesario. Esencialmente, los problemas a los que nos enfrentamos ahora son en esencia los mismos a los que se enfrentaba Julio César, a diferente escala y con distinta tecnología. Los gobernadores de provincias, al fin y al cabo, también podían estar malgastando esos impuestos.
En los próximos días, si hay interés, miraré de dar un repasito a cómo la Ciencia Política (y un servidor, que también tiene teorías) responde estás cuestiones. Espero comentarios.
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