Tras años de investigaciones, confesiones incriminatorias, y un largo juicio, los dos hombres al mando de Enron han sido finalmente condenados. La compañía que apareció de la nada para convertirse en la séptima mayor empresa del país desapareció aún más bruscamente, en una orgía de fraude, contabilidad creativa y estafa.
La historia ha sido analizada desde muchos y muy variados puntos de vista. Desde considerar a Enron un símbolo de todo lo podrido y corrupto del capitalismo, a una muestra de que el libre mercado puede incluso acabar con las empresas más grandes, ha habido de todo. Como de costumbre, la relevancia de la caida de Enron es mucho menor de lo que algunos dicen, pero mucho más compleja y preocupante de lo que parece. Veamos.
La historia de Enron, en su versión más simple, es una que hemos visto una y mil veces. Una empresa dice obtener beneficios increíbles aplicando una innovadora forma de inversión y organización que hará todos los que participen millonarios. Algunos inversores se lo creen, se apuntan al negocio, y hace que las acciones y la mágica apariencia de poder suba. Eso atrae más inversores, que se apuntan al carro confiando que la marea les hará también millonarios. Las acciones suben, la gente sigue invirtiendo... hasta que alguien les dan un toque en el hombro y les indica educadamente que de hecho la empresa no está haciendo nada más que perder dinero. La ley de la gravedad actua, y el tortazo es previsiblemente catastrófico para todo aquel que no saltara a tiempo.
En el caso de la compañía tejana, el esquema era algo más barroco, pero en esencia no mucho más complicado. Enron se dedicó durante años a crear complejas obras de ingeniería financiera para ocultar sus perdidas, mientras que contabilizaba beneficios a espuertas a base de imaginación y creatividad contable. A base de atraer admiración de todos, los directivos se hicieron millonarios gracias a las acciones que ellos mismos se otorgaban como pago, y a multitud de sociedades fantasma en paraisos fiscales. Cuando finalmente el juego de espejos se hizo insostenible, tras varias espectaculares operaciones fracasadas, vendieron como posesos y trataron de llevarse cuanto pudieron, antes que el chiringuito se derrumbara sobre la cabeza de miles de inversores.
Lo realmente increíble de la historia de Enron y su espectacular colapso no es tanto el hecho que fuera una pirámide financiera extraordinariamente creativa, sino la cantidad de gente que quedó convencida de su excelencia. Ya se sabe que el brillo del dinero puede ser cegador, sea uno inversor, político o periodista; pero en el caso de Enron la compañía se dedicó con un entusiasmo extraordinario a utilizar el sistema a su favor. En cierto sentido, Skilling y Lay, los autoproclamados "chicos más listos", trabajaron como estrellas mediáticas.
De un modo u otro Enron entendió que en la sociedad actual no es necesario ser invencible, basta con parecerlo. Y a esta tarea se dedicaron con entusiasmo, apuntándose a todas las fiestas. Enron fue a la vez el paradigma de la nueva economía, internet en grado superlativo; el modelo de la nueva gestión basada en los mercados para todo; el niño bonito de la política energética estratégica del partido republicano; y el ricachón honorable con fundaciones al estilo de los Rockefeller o Vanderbilt de antaño. Si había una moda (internet, liberalizar, sinergias, mercados emergentes, gnomos del jardín, lo que fuera) ahí estaba Enron llenando el escenario de acróbatas, jerga empresarial y beneficios presuntamente desorbitados.
El objetivo final de tanto circo era, evidentemente, hacer creer a quienes debían vigilarlos que estaban por encima de todo mal. Los accionistas, que nunca se pararon a mirar que sucedía. Los políticos, que se arrimaron al éxito con su habitual entusiasmo. Los periodistas, que tragaron sin rechistar el milagro. Y los auditores y bancos, que acabaron tan implicados en los desastres finacieros de la compañía que no se atrevieron a rechistar. En el caso de Andersen y algunos otros, apreciando tanto lo que ganaban por los contratos de la compañía que nunca se atrevieron a delatarla.
El resultado, una muestra de por qué la información es el elemento más crucial de cualquier mercado. Enron nunca hubiera sucedido si los controles, las instituciones que vigilan los mercados de valores hubieran funcionado. Los guardianes que velaban porque todas las partes estuvieran dando información cierta fueron cegados o corrompidos por una de las compañías que debían vigilar. Todos los actores, tanto públicos como privados, cayeron en la trampa, algunos incluso voluntariamente.
La caida de Enron no es, por tanto, una historia de egoismo, ambición desmesurada o de maldad de algunos directivos engreidos. Es un fracaso de los guardianes, que no despertaron hasta que fuera demasiado tarde. Un fracaso, en gran medida, político.
Las cosas han cambiado, y las leyes en Estados Unidos se han endurecido. No deja de ser un tributo a la inmensa fortaleza del sistema, y al mismo espíritu de este país, que un granjero, un director de colegio, un contable, un inspector naval, dos ingenieros, un secretario judicial, un dentista y un vendedor jubilado sean los que hayan enviado a Lay y Skilling a la cárcel.
Quizás sea el principio de un cambio en Estados Unidos. Quien sabe.
5 comentarios:
Ah, si es que leyeron a Machiavelli!
Cada día te mereces más una columna en algún medio afin al Grupo "Único".
por qué no escribes algo sobre la trama del dopaje?
Antes del dopaje, me parece que el pollo en el futbol italiano es peor....
A ver si alguien te escucha sobre la columna, Alex.
"Quizás sea el principio de un cambio en Estados Unidos."
Ojalá.
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