martes, noviembre 29, 2005

Infraestructuras, costes y seguridad: Nueva Orleans

Una de las preguntas recurrentes estos días en Estados Unidos es qué hacer con Nueva Orleans, y cuánto debería costar la broma. Los nativos de la ciudad llevan clamando al viento desde que Katrina les dejara la ciudad hecha polvo que no sólo se debe reconstruir, sino que también se deben edificar diques y sistemas de protección que puedan proteger la ciudad de un huracán de categoría cinco, los más fuertes registrados hasta ahora.

El problema, claro está, en la factura: 32.000 millones de dólares, según las estimaciones preliminares, y bastante conservadoras. ¿Vale la pena ese gasto?

La primera pregunta, claro está, es si es posible hacer un sistema de diques que pueda resistir eso. Estos días una de las criaturas mediáticas recurrentes en CNN es el experto en diques holandés, recibiendo pregunta tras pregunta sobre qué se hizo mal en Luisiana y que se hace bien en Flandes. La respuesta acostumbra a ser que sí, Nueva Orleans era una obra chapucera comparada con Holanda, pero que bueno, en el Mar del Norte no hay huracanes. Posible hacer los diques para uno, probablemente sí; pero a un alto precio.

Porque la cuestión es esa. Más allá de lo encantadora que es la ciudad y la historia de esta, me temo que sería necesario atenerse a criterios económicos. Para empezar, puede que no valga la pena construir las megabarreras del juicio final si resulta que no vuelve a pasar un huracán de ese tamaño por la ciudad en los próximos 500 años, que es la probabilidad que se maneja para esos fenómenos. Gastar una millonada para algo que no veremos en dos o tres siglos es quizás pasarse... o quizás no. Los holandeses (de nuevo) calculan sus diques con horizontes temporales de 10.000 años (es decir, que en los modelos sólo hay una tormenta lo suficiente fuerte como para romperlos una vez cada 100 siglos), cosa que no deja de ser significativa.

Aparte del horizonte temporal, también se debe tener en cuenta los cambios que un sistema de protección crearía. Nueva Orleans hasta mediados del siglo XX vivía protegida de los huracanes por dos fuerzas: las marismas costeras, y las periódicas inundaciones del Missisipi. Las marismas eran zonas pantanosas, insalubres, el bayou de las novelas y leyendas del sur. Inóspitas, llenas de mosquitos y terribles como vecinas, ya que no había nadie que quisiera vivir cerca. Muchas fueron rellenadas para abrir paso a urbanizaciones, eliminando, sin embargo, el enorme freno para el oleaje y las tormentas que suponían las poco profundas aguas de los pantanos.

La segunda defensa era el propio río y sus crecidas. Nueva Orleans se mantenía por encima del nivel del mar gracias a los sedimentos que las periódicas inundaciones aportaban a la región, evitando que el blando suelo se fuera hundiendo por el peso de las casas. A su vez, el fluir del río creaba un delta en su desembocadura que también protegía la región. Las inundaciones no pueden repetirse a estas alturas, con la ciudad ya hundida, pero el delta, modificado varias veces para hacer el río más navegable, sí puede recuperarse, a costa del tráfico de barcos.

El último punto a tener en cuenta es, evidentemente, si la actividad económica que la ciudad es mayor o menor que el coste de las protecciones, y quién debe pagarlo. Está claro que en la región una ciudad es necesaria; el puerto de Nueva Orleans es el gran intercambiador entre los buques que remontan el río y el tráfico oceánico, y no puede estar en otro sitio. La cuestión es si esa ciudad debe seguir estando bajo el nivel del mar o debe ser movida a otro sitio más seguro, aunque un poco más lejos del puerto.

Como he comentado otras veces, la mera existencia de una ciudad es una ventaja sobre la construcción de otra. Las infraestructuras existentes (carreteras, tendido eléctrico, aeropuerto, trenes) están dirigidas a la posición actual de la ciudad, no a otro sitio. El coste de hacer las barreras debe comparse con el coste de rehacer todas las conexiones de infraestructuras y todos los edificios en otra parte, más los costes de traslado y transición. Todo ello teniendo en mente el coste de "reconectar" las infraestructuras destruidas, obviamente, aparte de otros beneficios derivados de los servicios que existían (desde mecánicos a bares o abogados) y que deberían crearse de nuevo.

Lo curioso es que el dilema de la construcción de barreras o no es algo que no puede solucionar el mercado de forma razonable. Si no se construyen, el mercado tomará su camino, eso es evidente, y probablemente recolocará lo que había en la ciudad (menos el barrio histórico) en otra parte. Sin embargo, este cambio puede que acabe siendo peor socialmente, si los costes agregados de este traslado (negocios menos rentables, carreteras nuevas, menos empleo) son mayores que los de construir las barreras. En ambos casos, tanto las barreras como las nuevas infraestructuras son bienes públicos, que no serán construidos en ningún caso mediante iniciativa privada (nadie tiene incentivo en construir y cargar con el coste de algo del que todos se benefician gratis después), así que es el estado el que debe pronunciarse.

No importa lo que se decida, está claro que la ciudad nunca será la misma...

4 comentarios:

EVF dijo...

Este último que citas es el drama de las infraestructuras de protección: su beneficio sólo se realiza en caso de catástrofe, de modo que es preferible que no se realize nunca. Mientras que un puerto o una carretera pueden atraer inversión privada porque realizan beneficio desde el primer momento, una presa para regular el caudal de un río, o un dique, o un largo etcétera, nunca atraerán iniciativa privada. No sólo porque todos se benefician de la inversión de uno solo, como con el ejército, sino porque no tiene ningún beneficio directo y tangible. Es por tanto necesario un Estado que las construya. Es un drama parecido al de los "bienes comunes" o al del ejército, como bien tú decías, en que incluso los liberales admiten que la intervención estatal es necesaria.

Por lo que respecta a los períodos de retorno, ninguna gran infrastructura se diseña con un período inferior a los 1000 años, y 10000 para presas y centrales nucleares. De hecho, el concepto no es que cada mil años ocurra un suceso que rompa la infrastructura (con lo cual podemos pensar "bueno, si solo es una vez en varias generaciones, me arriesgo"), sino que en cada año concreto, la probabilidad de que se rompa sea de 1/1000 (o 1/10000, etc.) El período de retorno es más bien un riesgo anual que estamos dispuestos a asumir. Y para embalses o centrales energénticas, no estamos dispuestos a asumir un riesgo mayor a 1/500 en ningún año.

Anónimo dijo...

¿Sabes que algún gilipollas está comparando el desastre humanitario y racista del Katrina con los coletazos del Delta en Canarias? Como aquello puso en evidencia la crueldad del sistema yankee, pretenden haber desvirtuado el nuestro. Es porno duro, pero esos tipos son absolutamente inmorales

R. Senserrich dijo...

Si, ya he leído. En Canarias ha habido un muerto (un tipo que estaba subido a un tejado haciendo el indio) sólamente, y cortes de luz tan sólo...

Daniel Lobo dijo...

Me has recordado que tenía este mensaje tuyo aparcado hace tiempo. Disculpa el comentario tardío.

Aunque estoy de acuerdo con ciertos planteamientos generales, el problema radica en la incapacidad de comunicar la gravedad real, cotidiana y asfixiante de la zona afectada por el huracán y desarrollar soluciones a todos los niveles. Tres meses después de la catástrofe la zona sigue viviendo una situación de emergencia y se anda entre la evasión política y la mal información. Me gustaría pensar que aún es pronto para concluir que la nación de Estados Unidos con su presente estructura pública y privada es incapaz de solventar esta y futuras crisis. Desafortunadamente cada vez estamos más cerca de esta conclusión.

Depende de quien agarre las cifras así que ahora seré genérico pero a modo de reflexión comentaré que por ejemplo el sistema de diques para prevención de huracanes de categoría cinco costaría lo que el Big Dig de Boston o lo que cuesta mantener las operaciones en Irak durante un puñado de semanas.

Ah, y una aclaración técnica, se suele malinterpretar lo que significa diseñar para la “tormenta de 500 años” o de 100 o de 200 según sea el caso. Esto no significa diseñar para la tormenta más fuerte que pasa durante ese periodo, significa diseñar tomando como referencia su fuerza, destructora en este caso, como estándar de protección pero en ningún caso mide científicamente o basa su estudio en la probabilidad de que sea la única de esa magnitud en ese periodo de tiempo. Puede haber, y probablemente habrá, varias tormentas aproximadamente de esa magnitud durante ese periodo. Se mide fuerza máxima que no frecuencia.

Un saludo,

Daniel