Piqué y los sospechosos habituales

Los medios de la derecha (LD y familia) han empezado a solucionar los problemas internos del PP usando el método infantil: ignorarlo. Si no hablan de él, este desaparece, supongo que deben creer.

Pues bien, Piqué y sus ejercicios de moderación y veladas menciones a que el Estatuto no es una maldad absoluta. Dice, y con razón, que el PP no puede ganar nunca unas elecciones generales si sigue suicidándose políticamente en el principado, y que ya es hora de parar de mirar atrás como esperando un milagro.

Lo curioso, y que parece que muchos atontados defensores de la linea dura se niegan a ver, es que tiene razón. No lo digo yo ni las encuestas, lo dicen los resultados electorales. El mejor resultado electoral que ha sacado nunca el PP en unas generales fue en el año 2000, ganando por mayoría absoluta. Ese pico de votos coincide con su mejor resultado nunca obtenido en Cataluña, un 22,8% de los votos. Comparemos con otros escenarios electorales. En 1996, con Aleix Vidal-Quadras como vociferante presidente, el PP saca en el principado un limitado 18%. En el 2004, con Aznar y Rajoy sacando a Piqué a patadas del discurso dominante del partido, sacan un patético 15%.

¿De dónde viene el PP en el año 2000, que lo hace relativamente aceptable en Cataluña? Cuatro años de pactos con nacionalistas, hablar catalán en la intimidad y la cósmica imagen de Aznar recitando un poema de Maragall (abuelo) en lengua vernácula. O en otras palabras, cuatro años en que el ir soltando bofetadas dialécticas contra todo lo que huela a catalán, sea OPA, estatuto, o gobierno de partido único totalitario no era la estrategia de comunicación del gobierno. El resultado es que el PP, en el 2004, se fusila (contando la variación de la participación) 300.000 votos en Cataluña como mínimo. Un tercio de la distancia que le separó del PSOE en las últimas generales.

¿Hubiera sacado mejor resultado el PP las generales en el 2004 sin tanta obsesión anticatalana? Mirando datos agregados, no puede decirse con certeza. No sabemos cuántos votos en el resto de la península obtuvo gracias a sus diatribas contra el tripartito, ni podemos establecer con claridad cuántos catalanes hubieran seguido confiando en Rajoy si este hubiera sido menos estridente. Lo que parece bastante claro es que la estrategia de confrontación en el principado es contraproducente.

No sé si Rajoy, cuando habla de renovar el mensaje, se referirá a esto. No lo creo. No tiene suficiente control del partido, ni un apoyo lo suficiente sólido, como para tratar de pasarse al lado amable de la política autonómica, y menos cuando su partido lleva haciendo de ella su grito de guerra desde hace dos años. Eso será cosa de su sucesor, dentro de dos años, tras una nueva derrota electoral. Será la única manera que aprendan.