Ayer vimos a dos políticos hacer dos discursos.
Uno, Zapatero, explicó qué hay de bueno en un nuevo proyecto de reformas, qué hay de malo, qué hay de inaceptable y qué debe ser cambiado. Uno puede estar de acuerdo o no con el análisis que hizo, pero el hombre dejó bastante claro qué defendía y qué no aceptaba.
El otro político, Rajoy, dijo no. Su discurso fue básicamente no me gusta, no me quieren, no os escucho, no me haceis caso y no podeis hacer eso, para después romper a llorar con eso de "es que me dejais sólo". Sus tres alternativas propuestas fueron decir " no" y devolverlo a Cataluña, ofrecerse a votar "no" y vetarlo como si fuera una reforma constitucional (no lo es), o ofrecerse a votar "no" y vetarlo obligando una mayoría de dos tercios. Después acusó a Zapatero de haber provocado un problema (con lo orgullosos que estaban los representantes del parlamento catalán de haber traido uno), dijo que todo lo que hacen los demás es basura, y se fue todo airado.
Por algún motivo que se me escapa, al segundo político, que se estuvo todo el discurso diciendo "no", brilla por su argumentación a ojos de los de siempre, mientras que el segundo, que estuvo incluso excesivamente concreto, tuvo palabrería hueca.
Ayer hubo dos maneras de hacer política. Rajoy, que lo vé todo negro y no quiere negociar con nadie que no le dé poder de veto, como si no se diera cuenta que perdió las elecciones (y que sólo representa al 40% de los españoles), y el resto del hemiciclo, que a pesar de no estar de acuerdo en muchas cosas, estaban dispuestos a hablar. La idea de España de Rajoy es que él decide lo que es bueno y los demas que les den. El "no" como programa de gobierno. No entiende cómo es España, o no quiere entenderla. Menudo hombre de estado.
A todo esto, mientras monseñores se quejan de falta de libertad de expresión y otros temen el monopolio de Polanco, tres de los cuatro periódicos de Madrid aplauden a Rajoy con las orejas. Que alguien me explique esas persecuciones.
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