Hoy la federación española de fútbol nos ha dado una valiosísima lección de teoría política. Más concretamente, Villar y su tropa nos han brindado un claro ejemplo sobre por qué la democracia funciona como sistema político, y la RFEF no.
A ver, lo que sucedió el martes con Francia fue algo muy sencillo: a España le dieron un baño. Se salió al campo con tres centrocampistas livianos contra un equipo que jugaba con cinco armarios en esa zona. Como era de esperar, les dieron un repaso, y perdieron. No hay excusa posible, Aragonés la pifió. Ya se llegó tarde, mal y a rastras al mundial (lo que se sufrió para clasificarse, rediós), y aparte de un espejismo contra una inoperante Ucrania, en los otros dos partidos se dio bastante pena. El resumen del mundial es un naufragio con todas las letras, se diga lo que se diga, y el responsable del equipo parte de la culpa tiene.
Reacción de la RFEF: renovarle. La verdad, no tengo ni idea qué esperan. Ni Aragonés va a descubrir el mágico truco del fútbol perfecto en dos años, ni va a ganar experiencia a estas alturas que lo haga un entrenador mejor. Si el equipo no ha funcionado hasta ahora (y no lo ha hecho), no lo va a hacer a dos años vista. Sí, los jugadores serán más veteranos, y quizás la prensa deportiva se haya dado cuenta que Raúl y Torres son dos de los mayores fraudes de la historia del deporte mundial, pero el tipo que dirige el equipo será el mismo, con idéntica incapacidad para hacer que jueguen a nada.
La democracia se basa ante todo en un principio muy sencillo: si alguien mete la pata, se le puede echar fácilmente. De este modo, el gobernante debe esforzarse todo lo que pueda para seguir mandando. Si no tiene lo que hay tener, puerta, que no debemos perder el tiempo con tonterías. Por algún motivo que se me escapa, el puesto de seleccionador español funciona al revés: uno tiene un "proyecto", y lo aplica hasta que se cansa. Así vamos, de pifia en el mundial a confirmación de catástrofe en la eurocopa, desde tiempo inmemorial.
El problema, para variar, es el de un sistema que no funciona, las elecciones a la RFEF. Como están las cosas ahora, Angel María Villar podría estar en un estado vegetativo permanente y seguiría ganando elecciones. Decir que la federación es una organización disfuncional es ser caritativa con ella; tiene más de mafia informal que otra cosa. No es normal que un tipo que pifia de manera consistente la gestión de árbitros, selección y clubes, tiene escándalos de corrupción por todos lados, y que básicamente no ha conseguido nada relevante salga reelegido cuatro veces con mayorías a la búlgara, y gane una quinta reelección casi sin despeinarse, a pesar de la crítica general.
Una mirada a los estatutos de la Federación dan una idea clara sobre qué sucede. El electorado que vota al equipo dirigente es una asamblea general restringida (180 miembros), relativamente cerrada y fácilmente manipulable, en especial cuando el presidente tiene capacidad real de favorecer o dañar a los miembros. Como todo colegio electoral basado en delegados, coordinar una oposición es mucho más difícil que poner barreras desde la dirección; no importa lo incompetente que el presidente sea, si se lo propone puede apelar a egoismos particulares por votos casi indefinidamente.
Dicho en otras palabras, la estructura de la RFEF va en dirección contraria a una de las características más necesarias de cualquier sistema político, que permita castigar a los incompetentes y premiar a los hábiles. Cuando un dirigente no tiene mecanismos de control efectivos, la incompetencia se hace perpetua.
En fin, la federación es una organización privada. Si sus miembros son incapaces de ver más allá de sus narices y cambiar un sistema absolutamente disfuncional, allá ellos. Aquí parece que la culpa es siempre de otro.
Por cierto, reconozco que el cargo de seleccionador en España es rematadamente complicado. En contra de otros países, no hay una "escuela" o forma de jugar típica en los clubes españoles. Un equipo alemán parece siempre tirar de 4-4-2, juego físico y orden, un Italiano defiende, un Argentino aprende a jugar al pase desde que tiene nueve años. En España, un tipo de Bilbao juega al patatum parriba, un sevillano se pasa el día con técnica individual, un catalán hace de holandés, y así sucesivamente. No hay una tradición única de juego fuerte, y se nota.
Me parece que un seleccionador hispánico debe dejar de pensar en seguir una idea, y trabajar más como si entrenara un club. Parir un equipo profesional, no un equipo nacional, como quien hace una plantilla con fichajes. Y si eso implica dejar a nombres importantes fuera, que así sea. El Madrid no juega con extremos puros, por ejemplo; llevar a uno (Joaquín, ese lastre) no aporta nada. Por mucho que Xavi sea el mejor medio centro ofensivo de Europa, en un equipo sin media puntas o con una delantera poco ágil sobra. Villa es bueno cuando tiene un equipo estilo Valencia detrás, que le nutre de buenos balones; no lo pongas si no vas a seguir ese estilo.
Lo que está claro es que la materia prima está ahí, como marcan los éxitos de los clubes españoles. Lo que no es normal es que cada vez que se va a un mundial, se intente gestionar el equipo como si fuera una colección de cromos.
viernes, junio 30, 2006
jueves, junio 29, 2006
Diálogo con ETA
Ya es oficial, habrá diálogo con ETA. Y muy bueno habrá sido el discurso de Zapatero para tener a los tontos habituales quejándose de un par de preposiciones. El gobierno, con cierto buen sentido, no estaba de humor para tener otro diálogo de besugos con un PP que siempre dice lo mismo, así que ha cortado el trámite. Sí, en política los rituales son importantes, pero tener a Martínez Pujalte pegando alaridos no es la mejor manera de dar un aire solemne a un anuncio importante.
Dejando de lado las formas, el comunicado de Zapatero ha sido mucho más claro y contundente de lo que algunos dicen. Ha excluido cualquier negociación política con ETA, ha declarado la vigencia de la ley de partidos (hasta que Batasuna condene la violencia, nada de legalizaciones), y ha hablado que cualquier cambio político tiene que ser hecho desde la legalidad, sin inventos políticos raros. El camino está bastante claro; con ETA se habla de desarme, acercamiento de presos y medidas penitenciarias, para el resto del problema, democracia. Y para ello, se exige a Batasuna que pase a aceptar el sistema y condene la violencia.
Nada que el PP no pueda aceptar, de hecho. Con ETA no se habla de política, y de política sólo se habla con los que aceptan las reglas del juego. A Batasuna se le pide, de forma activa (ahí está la reunión del PSE) que hasta que no condene la violencia sus puntos de vista no valen nada. Si aceptan las reglas, entonces esto es democracia; el peso de sus votos será lo que cuente. Antes, no.
Pero claro, allá el PP y sus tecnicismos. Rajoy se agarra al argumento que hablar es hacer política, aunque sea para establecer cómo se dejan las armas, y sigue con el espantajo que si uno se siente con Otegui, los terroristas han ganado. Pues mira, no. El objetivo de ETA y Batasuna no es conseguir que el gobierno se siente en una mesa con ellos. Si ese fuera el caso, van ganando dos a cero, tras las conversaciones de Argel y Suiza. El objetivo de ETA es forzar al gobierno a conceder el derecho de secesión y sus locas ambiciones territoriales, sin que tengan que ganar las elecciones para ello.
Si el resultado del proceso es que Batasuna acepta participar, y se convierte en ERC-versión Euskadi, han perdido. Tantos tiros y tanta gaita, y les toca pasar por el aro electoral de una constitución que no les gusta como cualquier hijo del vecino. Se tienen que resignar a la democracia, no obtener sus fines usando el atajo de la violencia.
Lo que nos lleva a la ridícula teoría de las dos ETA que el PP va repitiendo sin cesar, y lo de las pistolas como arma negociadora. Empezando por el pequeño detalle que si nos ponemos a contar armas, Zapatero tiene bajo su mando unas cuantas más que ETA, es estúpido hablar de que un grupo de pringados con capucha pueden ser "garantes" o "guardianes" de cualquier negociación. Podrían serlo si el Estado tuviera policias armados con pistolas de agua, pero no veo qué narices puede hacer ETA que atemoriza tanto al PP, y que no han sido capaces de hacer en los últimos 30 años.
La postura del gobierno es clara: con ETA sólo se habla de dejarlo. Con Batasuna, no se habla de nada sustancial hasta que no sean un partido normal. El PP dice que hablar es delito, y que todo es una traición a las víctimas. Si Batasuna dice mañana que renuncian a la violencia, Rajoy ya puede ir a hablar con Aznar, a ver si le enchufa con Rupert Murdoch. El PP se habrá quedado sin ningún argumento.
Por cierto, deberían tomar buena nota del hecho que el terrorismo ya no preocupa a los ciudadanos como hacía antaño. No sólo se habrán quedado sin nada que decir sobre el tema, sino que además será de algo que no interesará a nadie.
Dejando de lado las formas, el comunicado de Zapatero ha sido mucho más claro y contundente de lo que algunos dicen. Ha excluido cualquier negociación política con ETA, ha declarado la vigencia de la ley de partidos (hasta que Batasuna condene la violencia, nada de legalizaciones), y ha hablado que cualquier cambio político tiene que ser hecho desde la legalidad, sin inventos políticos raros. El camino está bastante claro; con ETA se habla de desarme, acercamiento de presos y medidas penitenciarias, para el resto del problema, democracia. Y para ello, se exige a Batasuna que pase a aceptar el sistema y condene la violencia.
Nada que el PP no pueda aceptar, de hecho. Con ETA no se habla de política, y de política sólo se habla con los que aceptan las reglas del juego. A Batasuna se le pide, de forma activa (ahí está la reunión del PSE) que hasta que no condene la violencia sus puntos de vista no valen nada. Si aceptan las reglas, entonces esto es democracia; el peso de sus votos será lo que cuente. Antes, no.
Pero claro, allá el PP y sus tecnicismos. Rajoy se agarra al argumento que hablar es hacer política, aunque sea para establecer cómo se dejan las armas, y sigue con el espantajo que si uno se siente con Otegui, los terroristas han ganado. Pues mira, no. El objetivo de ETA y Batasuna no es conseguir que el gobierno se siente en una mesa con ellos. Si ese fuera el caso, van ganando dos a cero, tras las conversaciones de Argel y Suiza. El objetivo de ETA es forzar al gobierno a conceder el derecho de secesión y sus locas ambiciones territoriales, sin que tengan que ganar las elecciones para ello.
Si el resultado del proceso es que Batasuna acepta participar, y se convierte en ERC-versión Euskadi, han perdido. Tantos tiros y tanta gaita, y les toca pasar por el aro electoral de una constitución que no les gusta como cualquier hijo del vecino. Se tienen que resignar a la democracia, no obtener sus fines usando el atajo de la violencia.
Lo que nos lleva a la ridícula teoría de las dos ETA que el PP va repitiendo sin cesar, y lo de las pistolas como arma negociadora. Empezando por el pequeño detalle que si nos ponemos a contar armas, Zapatero tiene bajo su mando unas cuantas más que ETA, es estúpido hablar de que un grupo de pringados con capucha pueden ser "garantes" o "guardianes" de cualquier negociación. Podrían serlo si el Estado tuviera policias armados con pistolas de agua, pero no veo qué narices puede hacer ETA que atemoriza tanto al PP, y que no han sido capaces de hacer en los últimos 30 años.
La postura del gobierno es clara: con ETA sólo se habla de dejarlo. Con Batasuna, no se habla de nada sustancial hasta que no sean un partido normal. El PP dice que hablar es delito, y que todo es una traición a las víctimas. Si Batasuna dice mañana que renuncian a la violencia, Rajoy ya puede ir a hablar con Aznar, a ver si le enchufa con Rupert Murdoch. El PP se habrá quedado sin ningún argumento.
Por cierto, deberían tomar buena nota del hecho que el terrorismo ya no preocupa a los ciudadanos como hacía antaño. No sólo se habrán quedado sin nada que decir sobre el tema, sino que además será de algo que no interesará a nadie.
miércoles, junio 28, 2006
De ingresos y contactos
El País lleva una temporadita haciendo cierto ruido con las aventuras y desventuras de Jose María Aznar estos días. Resulta que el buen hombre está haciendo dinero por ahí con una consultoría, acudiendo a reuniones de News Corporation (sí, los propietarios de Fox News) y dando su muy valiosa opinión, según parece, a todo aquel que quiera escucharle.
Los titulares hacen parecer todo esto como algo inusual o vagamente deshonesto, usando el tipo estilo periodístico que tanto abunda estos días (ventilador, mierda, etcétera). Para variar, la historia de noticia tiene poco, ya que esta clase de contratos y acuerdos no son de ningún modo inusuales. Eso no significa, claro está, que no sean relevantes, y que no sea necesario reflexionar un poco sobre su naturaleza.
Cualquiera que haya buscado trabajo ultimamente sabe que no hay nada como tener amigos. La inmensa mayoría de estudios sobre mercado laboral (en todas partes, incluso en los muy "meritocráticos" Estados Unidos) muestran que una parte muy significativa de los empleos se consiguen no por un proceso de selección, sino por algún contacto o amistad en la empresa. Hay una correlación significativa e importante entre "calidad" de la gente a la que se conoce y la probabilidad de conseguir un buen empleo.
Esto explica en parte por qué según que colegios y universidades son siempre un trampolín más potente que otros para encaramarse a un buen puesto de trabajo. Si una persona tiene amigos que tienen dinero, o conocen mucha gente, o salen por televisión, uno siempre tiene más capacidad para saber dónde encontrar oportunidades a base de chivatazos, de modo que a igualdad de talento con alguien con un círculo de contactos más limitado, es más probable que encuentre esas oportunidades.
Esto sucede, evidentemente, tanto para quien busca su primer trabajo, como para quien ya es alguien en este mundo y quiere hincharse a ganar dinero. Tanto en los negocios como en tratar de pasar de ejecutivo en una compañía a asesor del jefe en otra, quién conoces y quién te coge el teléfono cuando llamas es importante. En cierto sentido, la agenda del teléfono móvil es, en mucho aspectos, mejor indicador de status y clase social que las propiedades o ingresos de una persona. Tener contactos importantes es un talento valioso, y ser una persona con una agenda cargada tiene un precio en el mercado acorde.
Traducción al mundo real: una de las mejores cosas que le pueden suceder a un político, a nivel de ingresos, es perder su empleo. En el caso de un ex-presidente del gobierno, contratándolo uno tiene un portavoz mediático ambulante, el número de teléfono de cientos de personas influyentes, y acceso a políticos y entes reguladores. Y todo sin la fastidiosa carga de un cargo público y los cargos por corrupción asociados. Si se tiene afinidad ideológica y el político se pasa el día hablando de causas de su agrado, uno consigue un agente excelente y entusiasta que justifica fácilmente su sueldo. Ahí tenemos a González y Aznar, ganando dinero a base de asesorar por el mundo.
Evidentemente, estas maniobras no se restringen a ex-presidentes del gobierno, y de hecho no son tan inocentes como parecen. Ministros, parlamentarios, congresistas y senadores pueden acabar trabajando para las empresas que antes se supone debían vigilar; legisladores pueden ir y volver de grupos de presión según se ganan y pierden elecciones. La clase política puede acabar siendo de hecho un centro de reclutamiento para "empresarios preocupados", con una puerta giratoria entre estado y negocios que queda abierta a todo tipo de conflictos de intereses.
Esta situación es especialmente grave en Estados Unidos, pero no es en absoluto una característica única del congreso americano. En Francia el ir y venir de enarques (graduados de la ENA, la escuela que prepara la mayoría de altos funcionarios y políticos) al sector privado tiene incluso un nombre propio (pantouflage), sin ir más lejos. Por no hablar de ciertas empresas privatizadas en España, auténticos cementerios de ministros y secretarios de estado (muertos que gozan excelente salud), o cierto ex-canciller alemán trabajando para Gazpron como asesor estos días.
Lo especialmente fustrante de estas relaciones es que son muy difíciles de controlar; en parte porque sus efectos son muy difíciles de medir sin recurrir a conspiraciones, en parte por ser ciertamente legales, y no se pueden clasificar fácilmente. En un mundo ideal, la prensa se encargaría de vigilar estas cosas; en la práctica, los medios de comunicación se hartan de contratar ex-políticos. Es un problema sin una solución sencilla; la misma naturaleza de nuestra sociedad, basada cada vez más en la comunicación veloz y el intercambio de la información hace que el valor de estas relaciones sea intrínseca al sistema.
Sí, el señor Aznar tiene amigos. Me temo que es algo que no podemos prohibir.
Los titulares hacen parecer todo esto como algo inusual o vagamente deshonesto, usando el tipo estilo periodístico que tanto abunda estos días (ventilador, mierda, etcétera). Para variar, la historia de noticia tiene poco, ya que esta clase de contratos y acuerdos no son de ningún modo inusuales. Eso no significa, claro está, que no sean relevantes, y que no sea necesario reflexionar un poco sobre su naturaleza.
Cualquiera que haya buscado trabajo ultimamente sabe que no hay nada como tener amigos. La inmensa mayoría de estudios sobre mercado laboral (en todas partes, incluso en los muy "meritocráticos" Estados Unidos) muestran que una parte muy significativa de los empleos se consiguen no por un proceso de selección, sino por algún contacto o amistad en la empresa. Hay una correlación significativa e importante entre "calidad" de la gente a la que se conoce y la probabilidad de conseguir un buen empleo.
Esto explica en parte por qué según que colegios y universidades son siempre un trampolín más potente que otros para encaramarse a un buen puesto de trabajo. Si una persona tiene amigos que tienen dinero, o conocen mucha gente, o salen por televisión, uno siempre tiene más capacidad para saber dónde encontrar oportunidades a base de chivatazos, de modo que a igualdad de talento con alguien con un círculo de contactos más limitado, es más probable que encuentre esas oportunidades.
Esto sucede, evidentemente, tanto para quien busca su primer trabajo, como para quien ya es alguien en este mundo y quiere hincharse a ganar dinero. Tanto en los negocios como en tratar de pasar de ejecutivo en una compañía a asesor del jefe en otra, quién conoces y quién te coge el teléfono cuando llamas es importante. En cierto sentido, la agenda del teléfono móvil es, en mucho aspectos, mejor indicador de status y clase social que las propiedades o ingresos de una persona. Tener contactos importantes es un talento valioso, y ser una persona con una agenda cargada tiene un precio en el mercado acorde.
Traducción al mundo real: una de las mejores cosas que le pueden suceder a un político, a nivel de ingresos, es perder su empleo. En el caso de un ex-presidente del gobierno, contratándolo uno tiene un portavoz mediático ambulante, el número de teléfono de cientos de personas influyentes, y acceso a políticos y entes reguladores. Y todo sin la fastidiosa carga de un cargo público y los cargos por corrupción asociados. Si se tiene afinidad ideológica y el político se pasa el día hablando de causas de su agrado, uno consigue un agente excelente y entusiasta que justifica fácilmente su sueldo. Ahí tenemos a González y Aznar, ganando dinero a base de asesorar por el mundo.
Evidentemente, estas maniobras no se restringen a ex-presidentes del gobierno, y de hecho no son tan inocentes como parecen. Ministros, parlamentarios, congresistas y senadores pueden acabar trabajando para las empresas que antes se supone debían vigilar; legisladores pueden ir y volver de grupos de presión según se ganan y pierden elecciones. La clase política puede acabar siendo de hecho un centro de reclutamiento para "empresarios preocupados", con una puerta giratoria entre estado y negocios que queda abierta a todo tipo de conflictos de intereses.
Esta situación es especialmente grave en Estados Unidos, pero no es en absoluto una característica única del congreso americano. En Francia el ir y venir de enarques (graduados de la ENA, la escuela que prepara la mayoría de altos funcionarios y políticos) al sector privado tiene incluso un nombre propio (pantouflage), sin ir más lejos. Por no hablar de ciertas empresas privatizadas en España, auténticos cementerios de ministros y secretarios de estado (muertos que gozan excelente salud), o cierto ex-canciller alemán trabajando para Gazpron como asesor estos días.
Lo especialmente fustrante de estas relaciones es que son muy difíciles de controlar; en parte porque sus efectos son muy difíciles de medir sin recurrir a conspiraciones, en parte por ser ciertamente legales, y no se pueden clasificar fácilmente. En un mundo ideal, la prensa se encargaría de vigilar estas cosas; en la práctica, los medios de comunicación se hartan de contratar ex-políticos. Es un problema sin una solución sencilla; la misma naturaleza de nuestra sociedad, basada cada vez más en la comunicación veloz y el intercambio de la información hace que el valor de estas relaciones sea intrínseca al sistema.
Sí, el señor Aznar tiene amigos. Me temo que es algo que no podemos prohibir.
martes, junio 27, 2006
"Take me out to the ballgame..." (reflexiones americanas)
Ayer, para desesperación de las hordas de fans que uno tiene en todo el mundo (¡hola mamá!) no hubo artículo nuevo en esta estupenda bitácora. El motivo fue simple: siguiendo mi misión en la blogosfera de comprender y explicar qué narices es esto de los Estados Unidos de América, ayer pasé por el rito iniciático de ver un partido de Baseball por primera vez.
Pues sí, ayer fui a pasar la tarde en Nueva York, en el Yankee Stadium, para ver como los Yankees derrotaban a los Atlanta Braves por 5 a 2. Una excursión que combinaba ocio y observación antropológica de un deporte tan extraño para la mente europea como el del bate y la pelotita.
Primero, por mucho que los americanos digan que aquí se toman el deporte tan en serio como en Europa, no es que haya demasiada comparación. Sí, la gente se entusiasma y apoya al equipo, pero como casi todo en Estados Unidos, lo hace con moderación, sin excesos, y con una tendencia al orden ligeramente desconcertante. La actitud es bastante más relajada, hasta el punto que en los estadios hay muchísima menos vigilancia que en Europa (ver gente a tortas en las gradas es algo inaudito) y se pueden permitir el lujo de servir alcohol sin demasiadas preocupaciones. Aunque se apoye a un equipo, los americanos tienen muy presente que es sólo un juego, y no son tan emocionales como los europeos viendo un partido.
Lo que me lleva a los cánticos, y animar al equipo. Aquí las cosas son realmente desconcertantes. Acostumbrado a Europa, donde es el público de forma espontanea (más o menos) que canta o aplaude, en un estadio americano uno es bombardeado de forma constante con invitaciones a animar. Sea el clásico órgano, sea sonido de aplausos por megafonía (triste), sea música o instrucciones en la inevitable pantalla gigante, la animación es "dirigida" casi constantemente. Según me dicen, esto sucede más a menudo en beisbol que en otros deportes con más acción (fútbol americano o basket) pero no deja de ser una demostración curiosa del aprecio que tienen los americanos por el orden.
Lo que si es inevitable mencionar es el enorme talento que tienen para hacer de cualquier tontería un espectáculo. El deporte en Estados Unidos es básicamente entretenimiento, e incluso en uno tan lento como el beisbol los responsables se vuelven locos para entretener al personal. En cada una de las pausas del juego (y creedme, hay un motón), por la pantalla del estadio se enseñan juegos, se hacen concursos con gente del público, se bombardea con publicidad y en general se hace lo imposible porque el público se divierta. Cosas tan simples como el intermedio en que el personal del estadio arregla en terreno de juego se hacen con música y alegre baile de los jardineros rastrillo en mano. Lo que sea para que la gente no se duerma.
Entre tanto intermedio y montaje, el patriotismo no falta nunca. Se canta el himno antes de empezar el partido (y lo canta todo el mundo, cabeza descubierta y mirando la enooorme bandera), se canta God Bless America al final de la séptima entrada, y se recuerda que el país está en guerra y que debemos estar orgullosos de las fuerzas armadas. Incluso un militar desde Kuwait le deseo feliz cumpleaños a su sobrina por la pantalla gigante, entre los aplausos del público.
Algún día debería hablar más de ello, pero el patriotismo de los americanos es una cosa curiosa, que tiene poco de nacionalismo identitario. La mayoría creen sinceramente que su país está construido sobre unos ideales firmes y que valen la pena ser defendidos (y tienen razón), y se sienten orgullosos de ello, sin que una identidad cultural o nacional que justifique ese orgullo. Habermas hablaba de ello como patriotismo constitucional, y tiene bastante razón. Estados Unidos más que una identidad es un ideal, algo que la verdad me parece digno de toda alabanza. Que todo esto haga de este país un ente insufriblemente arrogante a veces es un efecto secundario desgraciado, también es cierto, como lo es el hecho que los ideales del país algunos los entiendan bastante mal. Aún así, la diferencia entre los nacionalismos europeos y el patriotismo americano es muy significativa.
Tras tanto hablar del contexto, me temo que no hay demasiado que desarrollar sobre el contenido, el partido en sí, por desgracia. Aunque tras un par de años por aquí he acabado apreciando este raro deporte, la verdad, no es que en el fondo sea gran cosa. El beisbol tiene mucha más profundidad de lo que parece a primera vista, pero eso no significa que sea necesariamente interesante. Es teatral, tiene la tensión de una tanda de penaltis y requiere una habilidad extraordinaria, pero no es demasiado dinámico. Mirar, parar, tirar, pausa, dos segundos de acción, pausa... lo cierto es que en un partido no pasa gran cosa. Es entretenido y tiene su tensión, y cuando suceden cosas tiene su belleza plástica, pero es demasiado ordenadito y organizado para que compare con el fútbol.
Mi gran pega, la verdad, es que el home run, la jugada que permite anotar más y da más puntos y alegría, es la cosa más repetitiva jamás vista. Pelé marcó más de 1000 goles, todos diferentes y algunos increíblemente bonitos. Babe Ruth bateó más de 700 home runs, y todos fueron esencialmente iguales: pitcher, bate, pelota fuera. Cuando el éxito tiene siempre la misma pinta, el juego aburre. Los fans del deporte dirán que la belleza del beisbol está en la defensa, no en el bateo, pero la verdad, no me convence.
En fin, pasé un rato estupendo, no lo niego, pero sigo prefiriéndo emparme de mundial que no de estos deportes raros. De todos modos, me tengo que alegrar por los Yankees; algo me dice que la selección española no me dará tantas alegrías. Gracias a Dios por el Barça.
Pues sí, ayer fui a pasar la tarde en Nueva York, en el Yankee Stadium, para ver como los Yankees derrotaban a los Atlanta Braves por 5 a 2. Una excursión que combinaba ocio y observación antropológica de un deporte tan extraño para la mente europea como el del bate y la pelotita.
Primero, por mucho que los americanos digan que aquí se toman el deporte tan en serio como en Europa, no es que haya demasiada comparación. Sí, la gente se entusiasma y apoya al equipo, pero como casi todo en Estados Unidos, lo hace con moderación, sin excesos, y con una tendencia al orden ligeramente desconcertante. La actitud es bastante más relajada, hasta el punto que en los estadios hay muchísima menos vigilancia que en Europa (ver gente a tortas en las gradas es algo inaudito) y se pueden permitir el lujo de servir alcohol sin demasiadas preocupaciones. Aunque se apoye a un equipo, los americanos tienen muy presente que es sólo un juego, y no son tan emocionales como los europeos viendo un partido.
Lo que me lleva a los cánticos, y animar al equipo. Aquí las cosas son realmente desconcertantes. Acostumbrado a Europa, donde es el público de forma espontanea (más o menos) que canta o aplaude, en un estadio americano uno es bombardeado de forma constante con invitaciones a animar. Sea el clásico órgano, sea sonido de aplausos por megafonía (triste), sea música o instrucciones en la inevitable pantalla gigante, la animación es "dirigida" casi constantemente. Según me dicen, esto sucede más a menudo en beisbol que en otros deportes con más acción (fútbol americano o basket) pero no deja de ser una demostración curiosa del aprecio que tienen los americanos por el orden.
Lo que si es inevitable mencionar es el enorme talento que tienen para hacer de cualquier tontería un espectáculo. El deporte en Estados Unidos es básicamente entretenimiento, e incluso en uno tan lento como el beisbol los responsables se vuelven locos para entretener al personal. En cada una de las pausas del juego (y creedme, hay un motón), por la pantalla del estadio se enseñan juegos, se hacen concursos con gente del público, se bombardea con publicidad y en general se hace lo imposible porque el público se divierta. Cosas tan simples como el intermedio en que el personal del estadio arregla en terreno de juego se hacen con música y alegre baile de los jardineros rastrillo en mano. Lo que sea para que la gente no se duerma.
Entre tanto intermedio y montaje, el patriotismo no falta nunca. Se canta el himno antes de empezar el partido (y lo canta todo el mundo, cabeza descubierta y mirando la enooorme bandera), se canta God Bless America al final de la séptima entrada, y se recuerda que el país está en guerra y que debemos estar orgullosos de las fuerzas armadas. Incluso un militar desde Kuwait le deseo feliz cumpleaños a su sobrina por la pantalla gigante, entre los aplausos del público.
Algún día debería hablar más de ello, pero el patriotismo de los americanos es una cosa curiosa, que tiene poco de nacionalismo identitario. La mayoría creen sinceramente que su país está construido sobre unos ideales firmes y que valen la pena ser defendidos (y tienen razón), y se sienten orgullosos de ello, sin que una identidad cultural o nacional que justifique ese orgullo. Habermas hablaba de ello como patriotismo constitucional, y tiene bastante razón. Estados Unidos más que una identidad es un ideal, algo que la verdad me parece digno de toda alabanza. Que todo esto haga de este país un ente insufriblemente arrogante a veces es un efecto secundario desgraciado, también es cierto, como lo es el hecho que los ideales del país algunos los entiendan bastante mal. Aún así, la diferencia entre los nacionalismos europeos y el patriotismo americano es muy significativa.
Tras tanto hablar del contexto, me temo que no hay demasiado que desarrollar sobre el contenido, el partido en sí, por desgracia. Aunque tras un par de años por aquí he acabado apreciando este raro deporte, la verdad, no es que en el fondo sea gran cosa. El beisbol tiene mucha más profundidad de lo que parece a primera vista, pero eso no significa que sea necesariamente interesante. Es teatral, tiene la tensión de una tanda de penaltis y requiere una habilidad extraordinaria, pero no es demasiado dinámico. Mirar, parar, tirar, pausa, dos segundos de acción, pausa... lo cierto es que en un partido no pasa gran cosa. Es entretenido y tiene su tensión, y cuando suceden cosas tiene su belleza plástica, pero es demasiado ordenadito y organizado para que compare con el fútbol.
Mi gran pega, la verdad, es que el home run, la jugada que permite anotar más y da más puntos y alegría, es la cosa más repetitiva jamás vista. Pelé marcó más de 1000 goles, todos diferentes y algunos increíblemente bonitos. Babe Ruth bateó más de 700 home runs, y todos fueron esencialmente iguales: pitcher, bate, pelota fuera. Cuando el éxito tiene siempre la misma pinta, el juego aburre. Los fans del deporte dirán que la belleza del beisbol está en la defensa, no en el bateo, pero la verdad, no me convence.
En fin, pasé un rato estupendo, no lo niego, pero sigo prefiriéndo emparme de mundial que no de estos deportes raros. De todos modos, me tengo que alegrar por los Yankees; algo me dice que la selección española no me dará tantas alegrías. Gracias a Dios por el Barça.
viernes, junio 23, 2006
"An Inconvenient Truth"
Demostrando que soy probablemente el mayor friki que el hombre ha conocido, ayer fui a ver el ducumental "An Inconvenient Truth", de David Guggenheim. Básicamente, la película es una conferencia de Al Gore (si, el que solía ser el próximo presidente de los Estados Unidos), dando la mejor presentación de Power Point jamas filmada hablando sobre cambio climático.
De acuerdo, suena a tostón. Bien, pues no lo es. Es una película magnífica, un alegato claro y firme sobre el enorme, gigantesco problema que se nos viene encima. La ciencia está ahí, es sólida y preocupante. No tengo ganas de discutir sobre si el cambio climático es un mito o no por el mismo motivo que uno no discute ya a estas alturas si la tierra es plana; la evidencia está allí, es firme, y todo parece indicar que es culpa nuestra. Y la verdad, soy politólogo, no meteorólogo; si quereis discusión técnica otros os contestarán (y dejarán en ridículo) mejor.
Lo que si quería mencionar es un efecto secundario que esta película ha tenido en Estados Unidos, de forma un tanto inesperada: tras estar varios años fuera del mapa, Al Gore vuelve a estar en todas las quinielas como posible candidato a Presidente del país. El Al Gore que se ve en el documental está astronómicamente lejos de ese candidato robotizado, pedante y monótono que "ganó" (en votos) las elecciones del 2000. En el documental se ve prácticamente a otra persona; un tipo cálido, apasionado, brillante, sin la altivez ni la distancia de hace unos años. Todo eso añadido a una enorme inteligencia, y una extraordinaria capacidad para manejar y entender datos.
Para los que no estais en Estados Unidos, no os podeis imaginar la importancia de este último atributo (inteligencia) para el intelectual gafoso que escribe estas líneas. Quizás habreis oido a George W. Bush en algún discurso aislado. Os habrá parecido probablemente malo (lo cierto es que el tipo no es precisamente Cicerón declamando), pero pensaríais que era un mal día aislado. No, no. Os aseguro que no. El tipo tiene una capacidad inigualable para parecer un merluzo cada vez que habla en público, sin sacar a relucir un atisbo de verdadero talento. Inaguantable. Como pedante insoportable que soy, se me hace muy difícil soportar que el Presidente de un país no tiene pinta de ser más inteligente que yo, y Bush logra decepcionarme de forma consistente. Joder, si a su lado Aznar y Rajoy parecen Disraeli y Gladstone. Dios.
Será que soy raro, pero me gusta que el jefe máximo parezca remotamente inteligente. Aunque no creo que Bush sea idiota (es más, estoy convencido que no lo es), su aire simplón me ofende profundamente. Sí, soy un cretino inaguantable a veces. Menuda noticia.
De acuerdo, suena a tostón. Bien, pues no lo es. Es una película magnífica, un alegato claro y firme sobre el enorme, gigantesco problema que se nos viene encima. La ciencia está ahí, es sólida y preocupante. No tengo ganas de discutir sobre si el cambio climático es un mito o no por el mismo motivo que uno no discute ya a estas alturas si la tierra es plana; la evidencia está allí, es firme, y todo parece indicar que es culpa nuestra. Y la verdad, soy politólogo, no meteorólogo; si quereis discusión técnica otros os contestarán (y dejarán en ridículo) mejor.
Lo que si quería mencionar es un efecto secundario que esta película ha tenido en Estados Unidos, de forma un tanto inesperada: tras estar varios años fuera del mapa, Al Gore vuelve a estar en todas las quinielas como posible candidato a Presidente del país. El Al Gore que se ve en el documental está astronómicamente lejos de ese candidato robotizado, pedante y monótono que "ganó" (en votos) las elecciones del 2000. En el documental se ve prácticamente a otra persona; un tipo cálido, apasionado, brillante, sin la altivez ni la distancia de hace unos años. Todo eso añadido a una enorme inteligencia, y una extraordinaria capacidad para manejar y entender datos.
Para los que no estais en Estados Unidos, no os podeis imaginar la importancia de este último atributo (inteligencia) para el intelectual gafoso que escribe estas líneas. Quizás habreis oido a George W. Bush en algún discurso aislado. Os habrá parecido probablemente malo (lo cierto es que el tipo no es precisamente Cicerón declamando), pero pensaríais que era un mal día aislado. No, no. Os aseguro que no. El tipo tiene una capacidad inigualable para parecer un merluzo cada vez que habla en público, sin sacar a relucir un atisbo de verdadero talento. Inaguantable. Como pedante insoportable que soy, se me hace muy difícil soportar que el Presidente de un país no tiene pinta de ser más inteligente que yo, y Bush logra decepcionarme de forma consistente. Joder, si a su lado Aznar y Rajoy parecen Disraeli y Gladstone. Dios.
Será que soy raro, pero me gusta que el jefe máximo parezca remotamente inteligente. Aunque no creo que Bush sea idiota (es más, estoy convencido que no lo es), su aire simplón me ofende profundamente. Sí, soy un cretino inaguantable a veces. Menuda noticia.
jueves, junio 22, 2006
La lentitud de las burbujas (inmobiliarias)
Supongo que no hace falta que diga que España lleva sufriendo desde hace tiempo una burbuja inmobiliaria. Básicamente, tenemos un mercado donde la expectativa del constante aumento de precios está haciendo subir la demanda, la pura definición de burbuja especulativa.
El origen de este fenómeno, en el caso español, es una combinación de tipos de interés históricamente bajos, masiva disponibilidad de capacidad inversora (así va la balanza de pagos, con el país importando capital como un loco) y un parque de vivienda a mediados de los noventa relativamente limitado. A partir de entonces empiezan a caer los tipos, aumenta la población, sube la demanda, y los precios se disparan; con los precios en inagotable alza, comprar para revender pasa a ser un negocio estupendo, y nos metemos en la situación actual, de pisos vacios (en parte por la ridícula manía de no alquilar) y subidas de precio aparentemente ilimitadas.
Ahora que las cosas parece que empiezan a frenarse lentamente, es hora de hablar de qué esperar cuando el mercado se ralentiza. Para empezar, el aterrizaje será relativamente lento, aunque esto no tiene por qué hacerlos menos doloroso. En la mayoría de los mercados, cuando la demanda disminuye bruscamente, los precios acostumbran a caer prácticamente a la misma velocidad. Sucede así con las acciones de bolsa, el pollo y cualquier otro cacharro que se venda en un mercado eficiente. El ajuste rápido de precio hace que el mercado se "vacie" relativamente rápido, ya que al ser el producto más barato la demanda vuelve en poco tiempo, de forma eficiente y silenciosa.
La vivienda, sin embargo, no ve esta clase de ajustes. Si uno recuerda alguna época de vacas flacas inmobiliarias en España (consulten los libros de historia), sabrá que durante mucho tiempo lo que hay en el mercado es un montón de viviendas vacias con carteles de "en venta / for sale" en la entrada. Eso, a primera vista, parece algo irracional; si los propietarios saben que hay recesión y un exceso de oferta en el mercado y quieren vender, no tienen más que bajar los precios, ya que una casa vacia no les sirve de nada (y si el mercado sigue muerto, les cuesta dinero), ¿Por qué no ceden a la evidencia y piden menos dinero?.
La respuesta a este problema radica en la racionalidad limitada de los vendedores, y en la naturaleza no homogénea de las casas en un mercado. Un propietario, cuando trata de vender una vivienda, está vendiendo un producto relativamente único. El piensa, y con razón, que no hay demasiadas personas en la región que venden un dúplex con suelo de piel de tigre y puertas de cartón (por ejemplo), y está convencido que hay en algún lugar un hortera buscando piso que pagará lo que pide por el pisito. Lo mismo piensa el que vende una casita con jardín (gnomos oprimidos incluidos), un chalet con vistas a la linea del AVE, o un ático cerca de la playa. Hay un comprador, en alguna parte, que busca exactamente lo que vendo. Como resultado, me quedo con el piso unos mesecillos más, antes de bajar el precio, a ver si encuentro al misterioso comprador.
Este comportamiento, en agregado, acostumbra a dejar un montón de casas vacias durante muchos meses, hasta que los propietarios empiezan a rendirse a la evidencia, y deciden sacarse el fardo de encima a un precio más bajo. Hasta ahora en España cuando esto ha sucedido el precio más bajo ha sido en términos reales, no nominales; la inflación ha subido más rápido que el precio de la vivienda, abarantándola aún cuando la cifra pedida no cambiaba. Esta vez, con la inflación a un nivel históricamente bajo (y con unos precios estratosféricos), es probable que incluso veamos un descenso de la vivienda en términos nominales a medio plazo.
Algo que, no hay ni que decirlo, hará bastante daño a la economía, ya que la construcción tiene un peso importante. Es probable que el estado, a base de construir AVE y autopistas, amortigüe la caida, pero se notará en las cifras de crecimiento, repartido en varios años.
De todos modos, la palabra clave en un ajuste del mercado inmobiliario es que es lento y constante, no necesariamente brusco. Esto lo hace, a efectos prácticos, casi más peligroso, ya que la economía no opera a plena capacidad (usando todos sus recursos) durante más tiempo. Así que por ahora, mejor alquilar, ya se sabe.
El origen de este fenómeno, en el caso español, es una combinación de tipos de interés históricamente bajos, masiva disponibilidad de capacidad inversora (así va la balanza de pagos, con el país importando capital como un loco) y un parque de vivienda a mediados de los noventa relativamente limitado. A partir de entonces empiezan a caer los tipos, aumenta la población, sube la demanda, y los precios se disparan; con los precios en inagotable alza, comprar para revender pasa a ser un negocio estupendo, y nos metemos en la situación actual, de pisos vacios (en parte por la ridícula manía de no alquilar) y subidas de precio aparentemente ilimitadas.
Ahora que las cosas parece que empiezan a frenarse lentamente, es hora de hablar de qué esperar cuando el mercado se ralentiza. Para empezar, el aterrizaje será relativamente lento, aunque esto no tiene por qué hacerlos menos doloroso. En la mayoría de los mercados, cuando la demanda disminuye bruscamente, los precios acostumbran a caer prácticamente a la misma velocidad. Sucede así con las acciones de bolsa, el pollo y cualquier otro cacharro que se venda en un mercado eficiente. El ajuste rápido de precio hace que el mercado se "vacie" relativamente rápido, ya que al ser el producto más barato la demanda vuelve en poco tiempo, de forma eficiente y silenciosa.
La vivienda, sin embargo, no ve esta clase de ajustes. Si uno recuerda alguna época de vacas flacas inmobiliarias en España (consulten los libros de historia), sabrá que durante mucho tiempo lo que hay en el mercado es un montón de viviendas vacias con carteles de "en venta / for sale" en la entrada. Eso, a primera vista, parece algo irracional; si los propietarios saben que hay recesión y un exceso de oferta en el mercado y quieren vender, no tienen más que bajar los precios, ya que una casa vacia no les sirve de nada (y si el mercado sigue muerto, les cuesta dinero), ¿Por qué no ceden a la evidencia y piden menos dinero?.
La respuesta a este problema radica en la racionalidad limitada de los vendedores, y en la naturaleza no homogénea de las casas en un mercado. Un propietario, cuando trata de vender una vivienda, está vendiendo un producto relativamente único. El piensa, y con razón, que no hay demasiadas personas en la región que venden un dúplex con suelo de piel de tigre y puertas de cartón (por ejemplo), y está convencido que hay en algún lugar un hortera buscando piso que pagará lo que pide por el pisito. Lo mismo piensa el que vende una casita con jardín (gnomos oprimidos incluidos), un chalet con vistas a la linea del AVE, o un ático cerca de la playa. Hay un comprador, en alguna parte, que busca exactamente lo que vendo. Como resultado, me quedo con el piso unos mesecillos más, antes de bajar el precio, a ver si encuentro al misterioso comprador.
Este comportamiento, en agregado, acostumbra a dejar un montón de casas vacias durante muchos meses, hasta que los propietarios empiezan a rendirse a la evidencia, y deciden sacarse el fardo de encima a un precio más bajo. Hasta ahora en España cuando esto ha sucedido el precio más bajo ha sido en términos reales, no nominales; la inflación ha subido más rápido que el precio de la vivienda, abarantándola aún cuando la cifra pedida no cambiaba. Esta vez, con la inflación a un nivel históricamente bajo (y con unos precios estratosféricos), es probable que incluso veamos un descenso de la vivienda en términos nominales a medio plazo.
Algo que, no hay ni que decirlo, hará bastante daño a la economía, ya que la construcción tiene un peso importante. Es probable que el estado, a base de construir AVE y autopistas, amortigüe la caida, pero se notará en las cifras de crecimiento, repartido en varios años.
De todos modos, la palabra clave en un ajuste del mercado inmobiliario es que es lento y constante, no necesariamente brusco. Esto lo hace, a efectos prácticos, casi más peligroso, ya que la economía no opera a plena capacidad (usando todos sus recursos) durante más tiempo. Así que por ahora, mejor alquilar, ya se sabe.
miércoles, junio 21, 2006
"Muerte" de un político
Es un hecho poco conocido por el público en general, pero es una constante en las democracias occidentales: la mitad de los jefes de ejecutivo (presidentes del gobierno, primeros ministros) pierden el cargo no en las urnas, sino a manos de sus compañeros de partido.
A la larga lista de cargos electos que nunca pudieron ser juzgados ante las urnas añadimos hoy la muerte en acto de servicio de Pasqual Maragall, Presidente de la Generalitat de Cataluña. Cayó en combate, como tantos otros políticos, víctima del fuego amigo, renunciando de forma "voluntaria" a que los votantes juzguen si merece seguir en la Plaça de Sant Jaume. Descanse en paz, él y su carrera política.
La renuncia de Maragall genera, obviamente, dos preguntas. Primero, por que el PSC ha decidido cambiar de candidato. Segundo, por que los líderes políticos en general tienden a tener tantos enemigos en la oposición como en su propio partido.
La respuesta a ambas preguntas es relativamente sencilla. Un partido político como el PSC tiene dos cosas en mente, un programa electoral y ganas de aplicarlo. Para poner en práctica la ideología del partido, lo primero que es necesario es ganar elecciones; si el líder del partido es un lastre al tratar de conseguir este objetivo, es hora de un nuevo candidato. La renuncia de Maragall no tiene demasiado de misterio; el PSC es un partido ante todo pragmático, esencialmente propenso a moverse hacia donde hay votos, y ahora mismo estos estaban lejos del alcance del futuro ex presidente.
En contra de lo que se dice desde ERC o el PP, no creo que Maragall sea víctima del pacto Mas - Zapatero. Primero, porque una intervención de tal calibre desde Ferraz, si el PSC estuviera decidido a mantener su posición, hubiera sido imposible; sólo el riesgo de pérdidas electorales que una rabieta en Barcelona crearía haría retroceder al PSOE. Zapatero sabe perfectamente que Cataluña es un auténtico chollo electoral para el partido, el lugar donde las mayorías del PP van a morir, y ni harto de vino arriesgaría el principado en una guerra de tal calibre.
Lo curioso en todo esto es que es un partido con un discurso relativamente unificado el que tiene una crisis de cambio de liderazgo, mientras que otros con muchas más disensiones no cambian a su líder. Como en todo, es cuestión de cálculo electoral. Un partido político con serias divisiones ideológicas internas puede capear el temporal alejándose del centro para contentar a los sectores más radicales, ya que su liderazgo es consciente que una guerra civil sería larga, peligrosa y no garantizaría una solución a los conflictos internos. Por oposición, un partido como el PSC, básicamente preocupado por sacar un buen resultado electoral, sabe que un cambio de candidato será relativamente sencillo: "sólo" deben llegar a un acuerdo sobre cómo ganar las elecciones, sin tanta intransigencia programática.
A falta de encuestas detalladas, es difícil decir qué candidato es la mejor opción para el PSC. Montilla puede ser un factor movilizador de electorado que nunca vota en las autonómicas, pero no deja de ser una táctica nunca utilizada anteriormente, y por lo tanto bastante arriesgada. Ni siquiera el PP ha sido demasido proclive a presentar candidatos sin apellidos catalanes (Aleix Vidal-Quadras, Piqué), los muy excluyentes. En calle Nicaragua sabrán lo que tienen entre manos, y los riesgos de dejar de lado los colores catalanistas. Lo que está claro es que la elección del nuevo líder seguirá el tradicional oscurantismo que (casi) todos los partidos políticos practican, tratando de maximizar la unidad de la organización y la eficacia electoral del candidato.
Por cierto, estupendo (y muy Maragalliano) el detalle de que un niño de 12 años fuera el primero en saber del futuro del presidente. Si quería abrir paso a una nueva generación, lo ha conseguido.
Mañana hablaré del balance de la gestión de Maragall estos años. No lo harán los votantes, así que le toca a la blogosfera hacerlo, supongo...
A la larga lista de cargos electos que nunca pudieron ser juzgados ante las urnas añadimos hoy la muerte en acto de servicio de Pasqual Maragall, Presidente de la Generalitat de Cataluña. Cayó en combate, como tantos otros políticos, víctima del fuego amigo, renunciando de forma "voluntaria" a que los votantes juzguen si merece seguir en la Plaça de Sant Jaume. Descanse en paz, él y su carrera política.
La renuncia de Maragall genera, obviamente, dos preguntas. Primero, por que el PSC ha decidido cambiar de candidato. Segundo, por que los líderes políticos en general tienden a tener tantos enemigos en la oposición como en su propio partido.
La respuesta a ambas preguntas es relativamente sencilla. Un partido político como el PSC tiene dos cosas en mente, un programa electoral y ganas de aplicarlo. Para poner en práctica la ideología del partido, lo primero que es necesario es ganar elecciones; si el líder del partido es un lastre al tratar de conseguir este objetivo, es hora de un nuevo candidato. La renuncia de Maragall no tiene demasiado de misterio; el PSC es un partido ante todo pragmático, esencialmente propenso a moverse hacia donde hay votos, y ahora mismo estos estaban lejos del alcance del futuro ex presidente.
En contra de lo que se dice desde ERC o el PP, no creo que Maragall sea víctima del pacto Mas - Zapatero. Primero, porque una intervención de tal calibre desde Ferraz, si el PSC estuviera decidido a mantener su posición, hubiera sido imposible; sólo el riesgo de pérdidas electorales que una rabieta en Barcelona crearía haría retroceder al PSOE. Zapatero sabe perfectamente que Cataluña es un auténtico chollo electoral para el partido, el lugar donde las mayorías del PP van a morir, y ni harto de vino arriesgaría el principado en una guerra de tal calibre.
Lo curioso en todo esto es que es un partido con un discurso relativamente unificado el que tiene una crisis de cambio de liderazgo, mientras que otros con muchas más disensiones no cambian a su líder. Como en todo, es cuestión de cálculo electoral. Un partido político con serias divisiones ideológicas internas puede capear el temporal alejándose del centro para contentar a los sectores más radicales, ya que su liderazgo es consciente que una guerra civil sería larga, peligrosa y no garantizaría una solución a los conflictos internos. Por oposición, un partido como el PSC, básicamente preocupado por sacar un buen resultado electoral, sabe que un cambio de candidato será relativamente sencillo: "sólo" deben llegar a un acuerdo sobre cómo ganar las elecciones, sin tanta intransigencia programática.
A falta de encuestas detalladas, es difícil decir qué candidato es la mejor opción para el PSC. Montilla puede ser un factor movilizador de electorado que nunca vota en las autonómicas, pero no deja de ser una táctica nunca utilizada anteriormente, y por lo tanto bastante arriesgada. Ni siquiera el PP ha sido demasido proclive a presentar candidatos sin apellidos catalanes (Aleix Vidal-Quadras, Piqué), los muy excluyentes. En calle Nicaragua sabrán lo que tienen entre manos, y los riesgos de dejar de lado los colores catalanistas. Lo que está claro es que la elección del nuevo líder seguirá el tradicional oscurantismo que (casi) todos los partidos políticos practican, tratando de maximizar la unidad de la organización y la eficacia electoral del candidato.
Por cierto, estupendo (y muy Maragalliano) el detalle de que un niño de 12 años fuera el primero en saber del futuro del presidente. Si quería abrir paso a una nueva generación, lo ha conseguido.
Mañana hablaré del balance de la gestión de Maragall estos años. No lo harán los votantes, así que le toca a la blogosfera hacerlo, supongo...
martes, junio 20, 2006
Duda razonable y ética periodística
No es la primera vez que critico a El Mundo por hacer una cosa así, pero me parece que la operación policial de hoy contra el aparato de extorsión de ETA es "culpa" del periódico de Pedrojota.
El domingo este periódico desvelaba, con todo lujo de detalles, como la policía estaba vigilando a dos miembros de ETA. Daba la cantidad del dinero que llevaban, los lugares visitados, todo lo necesario para que los dos tipos que eran seguidos (y la banda terrorista en pleno) pudieran identificar quién había sido identificado y ya no era un correo seguro. La noticia, en primera plana, era otra burda maniobra para desacreditar la política antiterrorista del gobierno, diciendo implícitamente que no se detenía etarras porque no se quería.
El problema, claro está, es que una noticia así es de hecho un palo en la rueda en la labor policial. Todo el trabajo de identificar, seguir y marcar a un par de terroristas, el uso de sus conversaciones y movimientos como fuentes de información se ha ido al carajo. Quién sabe si algún topo de la policía ha sido desenmascarado por error, poniendo vidas en peligro. En fin, una revelación de secretos oficiales como cualquier otra, sin ningún valor informativo directo. Una novelita de aventuras lanzada, como de costumbre, contra el gobierno.
Hoy, la policía ha detenido a un doce miembros del aparato de recaudación de ETA. ¿Puede ser que la acción se haya visto precipitada por las noticias de El Mundo? Intervenir rápido, antes que la banda pueda cambiar todos los procedimientos que ahora sabían comprometidos. Quién sabe. Lo que no es de recibo es que un periódico trate como noticia investigaciones o operaciones relacionadas con las fuerzas de seguridad. El único caso donde dar la noticia es aceptable es cuando el gobierno está violando la ley, algo que no sucedía en este caso.
A todo esto, los 60.000 € transportados no tienen que proceder necesariamente de la extorsión. Hay mucho chalado en Euskadi que da dinero a Batasuna / ETA de forma voluntaria, sin ir más lejos. Por cierto, los conspiranoicos habituales que claman que no se practicaban detenciones pueden tachar otra estupidez de su argumentario habitual.
El domingo este periódico desvelaba, con todo lujo de detalles, como la policía estaba vigilando a dos miembros de ETA. Daba la cantidad del dinero que llevaban, los lugares visitados, todo lo necesario para que los dos tipos que eran seguidos (y la banda terrorista en pleno) pudieran identificar quién había sido identificado y ya no era un correo seguro. La noticia, en primera plana, era otra burda maniobra para desacreditar la política antiterrorista del gobierno, diciendo implícitamente que no se detenía etarras porque no se quería.
El problema, claro está, es que una noticia así es de hecho un palo en la rueda en la labor policial. Todo el trabajo de identificar, seguir y marcar a un par de terroristas, el uso de sus conversaciones y movimientos como fuentes de información se ha ido al carajo. Quién sabe si algún topo de la policía ha sido desenmascarado por error, poniendo vidas en peligro. En fin, una revelación de secretos oficiales como cualquier otra, sin ningún valor informativo directo. Una novelita de aventuras lanzada, como de costumbre, contra el gobierno.
Hoy, la policía ha detenido a un doce miembros del aparato de recaudación de ETA. ¿Puede ser que la acción se haya visto precipitada por las noticias de El Mundo? Intervenir rápido, antes que la banda pueda cambiar todos los procedimientos que ahora sabían comprometidos. Quién sabe. Lo que no es de recibo es que un periódico trate como noticia investigaciones o operaciones relacionadas con las fuerzas de seguridad. El único caso donde dar la noticia es aceptable es cuando el gobierno está violando la ley, algo que no sucedía en este caso.
A todo esto, los 60.000 € transportados no tienen que proceder necesariamente de la extorsión. Hay mucho chalado en Euskadi que da dinero a Batasuna / ETA de forma voluntaria, sin ir más lejos. Por cierto, los conspiranoicos habituales que claman que no se practicaban detenciones pueden tachar otra estupidez de su argumentario habitual.
lunes, junio 19, 2006
El canto del perdedor
El estatuto está aprobado, y el PP ha decidido no enterarse. El cuento del día es la abstención y la lectura creativa de los datos, con Rajoy sacando el manual del PNV sobre referéndums constitucionales y plagiándolo de mala manera. Resulta quer el bueno de Rajoy ha decidido contar cada abstención como una victoria propia. El problema, claro está, es que el argumento hace aguas por todas partes, y más contando la actitud del PP durante la campaña.
En el referéndum de ayer los catalanes podían decir "si" o "no". El PP pidió el "no", y perdió por un más que patético 73 a 20, incluso con la ayuda de ERC. El PP no pidió la abstención. El PP pidió el no. Del total del electorado que votó, solo un 20% secundó al PP. Usando la lógica del PP, de todos electores llamados a las urnas, sólo un 10% hicieron caso a Rajoy y a Carod y votaron en contra del texto estatutario.
La abstención, como decía hace unos días, no es de nadie. Una abstención sólo significa que alguien decide no elegir, y acepta lo que salga. No se puede decir que dos tercios de los catalanes no votaron por el estatuto, del mismo modo que no se puede decir que nueve de cada diez decidieron ignorar a Rajoy. Desde gente que no vota por estar el resultado decidido, a gente que cree que la playa es más importante, pasando por votantes que creen que lo del estatuto no tiene importancia, hay cientos de posibles motivos para una abstención, la mayoría de ellas no teniendo en mente al PP. La abstención no es un voto, o una opinión; es no decir nada.
Aún así, el cinismo de criticar la elevada abstención, tras pasarse las últimas semanas bloqueando cualquier campaña de la Generalitat para promover la participación, es bastante patético. No dejamos a nadie que anime a la gente a votar, y después criticamos que vote menos de la mitad del censo. Nada, precioso.
Lo cierto es que el discurso de parte de la derecha ha entrado ya en un terreno preocupante. Cuando se pierde un partido por 7 a 2, y se habla de victoria moral porque el campo estaba vacio, el discurso empieza a alejarse de la realidad peligrosamente. Cuando se empieza a cuestionar la legitimidad de unas elecciones, con una retórica digna de la izquierda abertzale ("legal, pero no legítimo" es como se refieren a la constitución a menudo), uno ya empieza a pensar en golpismo.
¿Quién ganó el referéndum ayer? Los partidos que defendían el "sí", y punto. La magnitud de la victoria, en democracia, no tiene nada que ver con el nivel de abstención. Zapatero no es más presidente que Aznar porque en el 2004 la abstención fue más baja; el estatuto no está menos aprobado porque haya menos gente votando. El resultado, con una participación del 60 ó 70% probablemente no hubiera variado un ápice. Si la población catalana estuviera en contra del estatuto, el "no" hubiera ganado, porque se habría molestado en ir a votar.
El nivel de participación electoral, por cierto, varía según criterios bastante estables. La participación es más alta en votaciones donde el resultado es incierto, en elecciones consideradas cruciales a nivel simbólico o de apoyo al régimen (después del 23-F, aprobar la constitución, después del 11-M) y cuando se votan a cargos considerados más importantes (en orden, generales, autonómicas, locales, europeas). En el referéndum de ayer, no había duda alguna sobre el resultado, no tenía un valor simbólico especial (es una reforma de una ley orgánica, simplemente) y era sobre una administración de segundo orden (autonómico), factores que provocan abstención, así que la participación iba a ser baja desde el principio.
Diga lo que diga el PP, en Cataluña, como de costumbre, se han estrellado. Pueden decir que son perseguidos o las tonterías que quieran, pero ni aún con ayuda de ERC han sacado un resultado aceptable. Por cierto, los cuatro idiotas que trataron de agredir a gente del PP no eran partidarios del "sí", precisamente. Pedían el mismo voto que ellos.
En el referéndum de ayer los catalanes podían decir "si" o "no". El PP pidió el "no", y perdió por un más que patético 73 a 20, incluso con la ayuda de ERC. El PP no pidió la abstención. El PP pidió el no. Del total del electorado que votó, solo un 20% secundó al PP. Usando la lógica del PP, de todos electores llamados a las urnas, sólo un 10% hicieron caso a Rajoy y a Carod y votaron en contra del texto estatutario.
La abstención, como decía hace unos días, no es de nadie. Una abstención sólo significa que alguien decide no elegir, y acepta lo que salga. No se puede decir que dos tercios de los catalanes no votaron por el estatuto, del mismo modo que no se puede decir que nueve de cada diez decidieron ignorar a Rajoy. Desde gente que no vota por estar el resultado decidido, a gente que cree que la playa es más importante, pasando por votantes que creen que lo del estatuto no tiene importancia, hay cientos de posibles motivos para una abstención, la mayoría de ellas no teniendo en mente al PP. La abstención no es un voto, o una opinión; es no decir nada.
Aún así, el cinismo de criticar la elevada abstención, tras pasarse las últimas semanas bloqueando cualquier campaña de la Generalitat para promover la participación, es bastante patético. No dejamos a nadie que anime a la gente a votar, y después criticamos que vote menos de la mitad del censo. Nada, precioso.
Lo cierto es que el discurso de parte de la derecha ha entrado ya en un terreno preocupante. Cuando se pierde un partido por 7 a 2, y se habla de victoria moral porque el campo estaba vacio, el discurso empieza a alejarse de la realidad peligrosamente. Cuando se empieza a cuestionar la legitimidad de unas elecciones, con una retórica digna de la izquierda abertzale ("legal, pero no legítimo" es como se refieren a la constitución a menudo), uno ya empieza a pensar en golpismo.
¿Quién ganó el referéndum ayer? Los partidos que defendían el "sí", y punto. La magnitud de la victoria, en democracia, no tiene nada que ver con el nivel de abstención. Zapatero no es más presidente que Aznar porque en el 2004 la abstención fue más baja; el estatuto no está menos aprobado porque haya menos gente votando. El resultado, con una participación del 60 ó 70% probablemente no hubiera variado un ápice. Si la población catalana estuviera en contra del estatuto, el "no" hubiera ganado, porque se habría molestado en ir a votar.
El nivel de participación electoral, por cierto, varía según criterios bastante estables. La participación es más alta en votaciones donde el resultado es incierto, en elecciones consideradas cruciales a nivel simbólico o de apoyo al régimen (después del 23-F, aprobar la constitución, después del 11-M) y cuando se votan a cargos considerados más importantes (en orden, generales, autonómicas, locales, europeas). En el referéndum de ayer, no había duda alguna sobre el resultado, no tenía un valor simbólico especial (es una reforma de una ley orgánica, simplemente) y era sobre una administración de segundo orden (autonómico), factores que provocan abstención, así que la participación iba a ser baja desde el principio.
Diga lo que diga el PP, en Cataluña, como de costumbre, se han estrellado. Pueden decir que son perseguidos o las tonterías que quieran, pero ni aún con ayuda de ERC han sacado un resultado aceptable. Por cierto, los cuatro idiotas que trataron de agredir a gente del PP no eran partidarios del "sí", precisamente. Pedían el mismo voto que ellos.
viernes, junio 16, 2006
Hablar no es gratis: los costes de transacción
Hacer negocios es siempre complicado. Un paso tan simple como firmar un contrato con un proveedor contiene de forma implícita un enorme cantidad de supuestos e incertidumbres. Antes de firmar el contrato, el empresario ha tenido que informarse sobre quién le puede prestar mejor el servicio. Tras ello, ha hablado con abogados, que han redactado el texto, y con la otra compañía, con la que ha negociado. Una vez cerrado el trato, ambas partes confían en que en caso que alguno incumpla lo firmado será posible recurrir a un actor neutral, los tribunales, para que arbitre la disuta y castigue al infractor.
Los economistas, cuando se refieren a estos paso intermedios, hablan de costes de transacción. En Europa o Estados Unidos a estos costes no les prestamos una atención extraordinaria, ya que los damos por supuestos, pero en economías en desarrollo son una de las principales dificultades para el crecimiento económico.
Imaginemos la experiencia de hacer negocios en un país como Perú o Bolivia. Para empezar, ya antes de abrir una empresa, nos enfrentamos a una burocracia corrupta y desconfiada, que nos pondrá pegas o exigirá sobornos en repetidas ocasiones si queremos que las cosas vayan más o menos rápido. Una vez tenemos los papeles, nos tocará probablemente hacernos amigos con el cacique o mafiosillo local, para evitar tener problemas con la pequeña delincuencia.
Una vez pagados costes de protección, nos tocará encontrar proveedores, algo difícil en un lugar con poca industria. Si tenemos que importar maquinaria o materias primas, de nuevo pasaremos un buen rato pagando sobornos para que no se nos quede nada encallado en la aduana, mientras tratamos que de evitar que gente con más contactos políticos que nosotros consiga legislación que perjudique nuestra empresa. No importa de donde saquemos los materiales, nos tocará lidiar con la pesadilla logística de lidiar con una red de carreteras y ferrocarriles en mal estado que aumentará nuestros costes de transporte. Costes que pagaremos de nuevo, evidentemente, cuando vendamos nuestros productos.
Si las cosas no salen del todo bien, y un proveedor rompe un contrato, o el cacique local se dedica a pegar palizas a nuestros obreros para hacernos cerrar, descubriremos rápidamente por que la seguridad jurídica es importante. Quizás los jueces nos ignoran. Quizás es la misma policía la que intimida a los obreros. Quizás somos la única empresa que recibe inspecciones laborales. Otra ronda de sobornos hará más caro aún operar, mientras nos vemos obligados a perder el tiempo tratando de lograr contactos políticos que nos faciliten las cosas.
Al cabo de unos meses, cuando las fuertes lluvias destruyan la única carretera decente que lleva a la fábrica y nos dejen sin luz durante semanas, seguramente acabaremos pensando que uno tiene que ser muy idiota para meterse a hacer negocios en según que sitio....
El escenario, aunque ligeramente exagerado, no está tan lejos de la realidad como parece. Uno de los principales problemas en muchos países en desarrollo es que a pesar de la mano de obra barata y los bajos impuestos, hacer negocios sigue siendo difícil, debido a los altos costes de transacción. Cada contrato, cada paso en la producción, cada pago tiene un nivel de incertidumbre mucho más alto que en el mundo desarrollado, e implica muchos más riesgos y gastos potenciales.
Estos problemas no sólo afectan a los empresarios, sino a toda la economía. Un campesino en una zona rural del interior de Kenia, por ejemplo, aunque sea capaz de producir el mejor café del mundo, no podrá sacarle demasiado provecho si no tiene una carretera decente para llevarlo al puerto. Si la policía no le protege, tampoco tendrá demasiadas ganas de comprar un camión para llevarlo, ya que pagar al terrateniente de turno para que su milicia le deje en paz no le vale la pena. Un tendero en Medellín no tendrá ganas de expandir su negocio, si sabe que eso implica tener que hablar con otro grupo de mafiosos y pagar más protección, o tener más dolores de cabeza comprando a importadores poco fiables.
El funcionamiento de una economía de mercado es muchísimo más delicado de lo que parece. Si los costes de efectuar intercambios son demasiado altos, no hay métodos sencillos para resolver disputas, y no hay un cierto nivel de confianza y seguridad jurídica en las transacciones, la actividad económica es muchísimo más difícil. Quizás suene absurdo, pero uno de los primeros pasos para que un país funcione es construir carreteras, y vigilarlas bien. Mover bienes arriba y abajo es el primer paso.
Nota al margen: los costes de transacción también existen en otros ámbitos, incluida la política. Desde el tedio de las asambleas a la cooperación en una asociación, tomar decisiones también tiene sus costes. De eso, hablaré más otro día.
Los economistas, cuando se refieren a estos paso intermedios, hablan de costes de transacción. En Europa o Estados Unidos a estos costes no les prestamos una atención extraordinaria, ya que los damos por supuestos, pero en economías en desarrollo son una de las principales dificultades para el crecimiento económico.
Imaginemos la experiencia de hacer negocios en un país como Perú o Bolivia. Para empezar, ya antes de abrir una empresa, nos enfrentamos a una burocracia corrupta y desconfiada, que nos pondrá pegas o exigirá sobornos en repetidas ocasiones si queremos que las cosas vayan más o menos rápido. Una vez tenemos los papeles, nos tocará probablemente hacernos amigos con el cacique o mafiosillo local, para evitar tener problemas con la pequeña delincuencia.
Una vez pagados costes de protección, nos tocará encontrar proveedores, algo difícil en un lugar con poca industria. Si tenemos que importar maquinaria o materias primas, de nuevo pasaremos un buen rato pagando sobornos para que no se nos quede nada encallado en la aduana, mientras tratamos que de evitar que gente con más contactos políticos que nosotros consiga legislación que perjudique nuestra empresa. No importa de donde saquemos los materiales, nos tocará lidiar con la pesadilla logística de lidiar con una red de carreteras y ferrocarriles en mal estado que aumentará nuestros costes de transporte. Costes que pagaremos de nuevo, evidentemente, cuando vendamos nuestros productos.
Si las cosas no salen del todo bien, y un proveedor rompe un contrato, o el cacique local se dedica a pegar palizas a nuestros obreros para hacernos cerrar, descubriremos rápidamente por que la seguridad jurídica es importante. Quizás los jueces nos ignoran. Quizás es la misma policía la que intimida a los obreros. Quizás somos la única empresa que recibe inspecciones laborales. Otra ronda de sobornos hará más caro aún operar, mientras nos vemos obligados a perder el tiempo tratando de lograr contactos políticos que nos faciliten las cosas.
Al cabo de unos meses, cuando las fuertes lluvias destruyan la única carretera decente que lleva a la fábrica y nos dejen sin luz durante semanas, seguramente acabaremos pensando que uno tiene que ser muy idiota para meterse a hacer negocios en según que sitio....
El escenario, aunque ligeramente exagerado, no está tan lejos de la realidad como parece. Uno de los principales problemas en muchos países en desarrollo es que a pesar de la mano de obra barata y los bajos impuestos, hacer negocios sigue siendo difícil, debido a los altos costes de transacción. Cada contrato, cada paso en la producción, cada pago tiene un nivel de incertidumbre mucho más alto que en el mundo desarrollado, e implica muchos más riesgos y gastos potenciales.
Estos problemas no sólo afectan a los empresarios, sino a toda la economía. Un campesino en una zona rural del interior de Kenia, por ejemplo, aunque sea capaz de producir el mejor café del mundo, no podrá sacarle demasiado provecho si no tiene una carretera decente para llevarlo al puerto. Si la policía no le protege, tampoco tendrá demasiadas ganas de comprar un camión para llevarlo, ya que pagar al terrateniente de turno para que su milicia le deje en paz no le vale la pena. Un tendero en Medellín no tendrá ganas de expandir su negocio, si sabe que eso implica tener que hablar con otro grupo de mafiosos y pagar más protección, o tener más dolores de cabeza comprando a importadores poco fiables.
El funcionamiento de una economía de mercado es muchísimo más delicado de lo que parece. Si los costes de efectuar intercambios son demasiado altos, no hay métodos sencillos para resolver disputas, y no hay un cierto nivel de confianza y seguridad jurídica en las transacciones, la actividad económica es muchísimo más difícil. Quizás suene absurdo, pero uno de los primeros pasos para que un país funcione es construir carreteras, y vigilarlas bien. Mover bienes arriba y abajo es el primer paso.
Nota al margen: los costes de transacción también existen en otros ámbitos, incluida la política. Desde el tedio de las asambleas a la cooperación en una asociación, tomar decisiones también tiene sus costes. De eso, hablaré más otro día.
jueves, junio 15, 2006
Corrupción, precios y costes
La reacción más habitual que tiene el público y la prensa cuando de habla de casos de corrupción es hablar de honestidad. La corrupción política es vista como una vulneración de la ley en beneficio propio, una especie de rotura del compás moral de un servidor público o empresario que trata de enriquecerse.
Si bien esta apreciación es en algunos casos cierta (sólo basta echar una ojeada a Marbella), la explicación peca de simplista, ya que excluye una parte importante del fenómeno. La corrupción puede ser en ocasiones una práctica casi necesaria, una reacción lógica a determinados problemas o prácticas de las instituciones.
Hablemos por ejemplo de un soborno, pagado para conseguir una licencia o un permiso de obras. Cuando un empresario paga a un político o funcionario para obtener una licencia, lo que está haciendo es pagar un sobrecoste en su inversión para conseguir acelerar su puesta en marcha. En un sentido abstracto, el dinero pagado a un burócrata no es demasiado distinto a efectos prácticos al que podría haber gastado contratando cinco o seis trabajadores para construir su fábrica más rápidamente más tarde. En cierto sentido, el soborno es el coste de mercado de la regulación que está tratando de vulnerar.
Los servicios, regulaciones y barreras que forman parte de la estructura del estado no operan en el vacio, sino que forman parte de una economía de mercado. Cada formulario, papel o documento que es necesario rellenar para hacer una actividad tiene un coste en tiempo e ingresos potenciales perdidos que es tenido en cuenta por los agentes económicos a la hora de lidiar con ellos. Dependiendo del nivel de vigilancia y de la posibilidad de ser pillado, es muy posible que lo racional desde el punto de vista económico sea evitar un trámite o una complicación pagando un soborno o una contribución al partido que pasando por el aro y siendo honesto. En ocasiones, el mismo sistema político e institucional de hecho está orientado a hacer que un prefiera la ilegalidad y los "favores" a seguir la ley, haciendo de la decisión algo casi automático.
Los factores que pueden llevar a que las instituciones pasen a preferir de manera sistemática de forma corrupta son variados. El clásico en países europeos, llegando a niveles endémicos en algunos países (Italia, Francia), es para financiar de forma ilegal a partidos políticos, un tema que ya discutí con cierta profundidad hará unos meses. Otro problema, no tan relevante en Europa más que en algunas regiones (sur de Italia, algunas zonas de España) es el clásico modelo de clientelismo / caciquismo electoral. Básicamente, los políticos tratan de convertirse en tan imprescindibles como sea posible, creando barreras a miles para que su "ayuda" sea la única manera de hacer las cosas, y obteniendo votos a cambio.
Fuera del mundo desarrollado, podemos encontrar otras variedades. La más clásica y fácil de reconocer es la del funcionario hambriento, ejemplificada en la mordida (soborno) que puede pedir un policia. En ocasiones, el estado no es capaz de recaudar suficientes impuestos o no tiene recursos para pagar a sus funcionarios, de modo que estos se ven "obligados" a completar su sueldo a base de exigir sobornos de manera descarada. En cierto modo, es una forma descentralizada de recaudar impuestos; ya que el estado no puede recaudar lo suficiente para pagar a un policia, es el mismo agente el que recauda parte de su sueldo a base de multas creativas.
La otra gran fuente de corrupción es la del gobierno demasiado ambicioso, siendo las casi extintas dictaduras comunistas el ejemplo más claro. A veces un país decide pasar leyes que son demasiado difíciles de implementar, sea porque requieren una cantidad de vigilancia y control absurdamente alta, sea porque los tribunales y funcionarios que se dedican a perseguir infracciones no tienen capacidad o recursos. El resultado es, habitualmente, leyes absolutamente maravillosas sobre el papel, otorgando grandes protecciones y regulaciones al trabajador, medio ambiente o un sistema fiscal muy progre, que son totalmente ignoradas por todo el mundo en la práctica. El cementerio de buenas intenciones legislativas en América Latina está lleno de estos engendros, cubriendo desde aranceles a privatizaciones o reformas de libre mercado (estrelladas tristemente contra la modalidad caciquil de corrupción, por ejemplo), en clara demostración que legislar y gobernar no tiene nada que ver.
Curiosamente esta última modalidad de corrupción no tiene por qué ser dañina, si la ley que es ignorada es especialmente incompetente. Es probable que la Unión Soviética durara tantos años no por la bondad del sistema, sino por la absoluta incapacidad de este para funcionar como estaba diseñado. Sin el gigantesco mercado negro que vivía a la sombra de los planes quinquenales, el sistema nunca hubiera sido capaz de funcionar.
Sea del tipo que sea, la corrupción a pesar de ser una "expresión" del libre mercado no es un mecanismo de asignación de recursos eficiente. Tampoco es, dicho sea de paso, una muestra que la intervención estatal es inherentemente ineficaz; sólo es una muestra que no tiene un coste cero, como algunos sectores de la izquierda creen. La regulación es, en ocasiones, necesaria, aunque casi nunca es gratuita. Pero sobre los costes de corrupción y regulaciones hablaré otro día.
Si bien esta apreciación es en algunos casos cierta (sólo basta echar una ojeada a Marbella), la explicación peca de simplista, ya que excluye una parte importante del fenómeno. La corrupción puede ser en ocasiones una práctica casi necesaria, una reacción lógica a determinados problemas o prácticas de las instituciones.
Hablemos por ejemplo de un soborno, pagado para conseguir una licencia o un permiso de obras. Cuando un empresario paga a un político o funcionario para obtener una licencia, lo que está haciendo es pagar un sobrecoste en su inversión para conseguir acelerar su puesta en marcha. En un sentido abstracto, el dinero pagado a un burócrata no es demasiado distinto a efectos prácticos al que podría haber gastado contratando cinco o seis trabajadores para construir su fábrica más rápidamente más tarde. En cierto sentido, el soborno es el coste de mercado de la regulación que está tratando de vulnerar.
Los servicios, regulaciones y barreras que forman parte de la estructura del estado no operan en el vacio, sino que forman parte de una economía de mercado. Cada formulario, papel o documento que es necesario rellenar para hacer una actividad tiene un coste en tiempo e ingresos potenciales perdidos que es tenido en cuenta por los agentes económicos a la hora de lidiar con ellos. Dependiendo del nivel de vigilancia y de la posibilidad de ser pillado, es muy posible que lo racional desde el punto de vista económico sea evitar un trámite o una complicación pagando un soborno o una contribución al partido que pasando por el aro y siendo honesto. En ocasiones, el mismo sistema político e institucional de hecho está orientado a hacer que un prefiera la ilegalidad y los "favores" a seguir la ley, haciendo de la decisión algo casi automático.
Los factores que pueden llevar a que las instituciones pasen a preferir de manera sistemática de forma corrupta son variados. El clásico en países europeos, llegando a niveles endémicos en algunos países (Italia, Francia), es para financiar de forma ilegal a partidos políticos, un tema que ya discutí con cierta profundidad hará unos meses. Otro problema, no tan relevante en Europa más que en algunas regiones (sur de Italia, algunas zonas de España) es el clásico modelo de clientelismo / caciquismo electoral. Básicamente, los políticos tratan de convertirse en tan imprescindibles como sea posible, creando barreras a miles para que su "ayuda" sea la única manera de hacer las cosas, y obteniendo votos a cambio.
Fuera del mundo desarrollado, podemos encontrar otras variedades. La más clásica y fácil de reconocer es la del funcionario hambriento, ejemplificada en la mordida (soborno) que puede pedir un policia. En ocasiones, el estado no es capaz de recaudar suficientes impuestos o no tiene recursos para pagar a sus funcionarios, de modo que estos se ven "obligados" a completar su sueldo a base de exigir sobornos de manera descarada. En cierto modo, es una forma descentralizada de recaudar impuestos; ya que el estado no puede recaudar lo suficiente para pagar a un policia, es el mismo agente el que recauda parte de su sueldo a base de multas creativas.
La otra gran fuente de corrupción es la del gobierno demasiado ambicioso, siendo las casi extintas dictaduras comunistas el ejemplo más claro. A veces un país decide pasar leyes que son demasiado difíciles de implementar, sea porque requieren una cantidad de vigilancia y control absurdamente alta, sea porque los tribunales y funcionarios que se dedican a perseguir infracciones no tienen capacidad o recursos. El resultado es, habitualmente, leyes absolutamente maravillosas sobre el papel, otorgando grandes protecciones y regulaciones al trabajador, medio ambiente o un sistema fiscal muy progre, que son totalmente ignoradas por todo el mundo en la práctica. El cementerio de buenas intenciones legislativas en América Latina está lleno de estos engendros, cubriendo desde aranceles a privatizaciones o reformas de libre mercado (estrelladas tristemente contra la modalidad caciquil de corrupción, por ejemplo), en clara demostración que legislar y gobernar no tiene nada que ver.
Curiosamente esta última modalidad de corrupción no tiene por qué ser dañina, si la ley que es ignorada es especialmente incompetente. Es probable que la Unión Soviética durara tantos años no por la bondad del sistema, sino por la absoluta incapacidad de este para funcionar como estaba diseñado. Sin el gigantesco mercado negro que vivía a la sombra de los planes quinquenales, el sistema nunca hubiera sido capaz de funcionar.
Sea del tipo que sea, la corrupción a pesar de ser una "expresión" del libre mercado no es un mecanismo de asignación de recursos eficiente. Tampoco es, dicho sea de paso, una muestra que la intervención estatal es inherentemente ineficaz; sólo es una muestra que no tiene un coste cero, como algunos sectores de la izquierda creen. La regulación es, en ocasiones, necesaria, aunque casi nunca es gratuita. Pero sobre los costes de corrupción y regulaciones hablaré otro día.
miércoles, junio 14, 2006
Urbanizando la costa
El País titula hoy con cierto tono alarmista un informe del Observatorio de la Sostenibilidad que "alerta" que un tercio de la costa española está urbanizada. Las cifras, dadas con cierto tremendismo conservacionista, son espectaculares, pero deben ser analizadas con cierto sosiego.
Primero de todo, es natural que la costa española esté muy poblada. De hecho, es casi inevitable. Para empezar, en cuestiones de migraciones internas, el clima mediterraneo es un factor capaz de atraer muchísima población. En un patrón que se repite en casi todas partes (Estados Unidos es un ejemplo claro), las zonas del país con más horas de sol e inviernos más suaves tienden a atraer población del resto del país. En el caso de España, esta migración no sólo proviene de dentro del país, sino también de Europa. Poco a poco nos estamos convirtiendo en Florida, salvando las distancias y la barrera que aún es el idioma.
Segundo, y aunque parezca mentira, construir en esas zonas puede que sea más eficiente. Con un clima más suave, el coste energético de vivir en Salou o Málaga en invierno es significativamente más bajo que en Soria o Madrid. El estar más cerca de puertos oceánicos hace que el transporte de mercancías sea más sencillo (y barato) que lejos de la costa; y la misma concentración de población hace que los costes de transporte y las redes económicas sean más baratas y eficientes.
Tercero, algo que debería ser evidente: a la población le gusta vivir al lado del mar, qué duda cabe. Uno no puede ignorar el hecho que un porcentaje significativo de la urbanización costera se debe al simple hecho que hay muchas gente que cree que vale la pena vivir al lado del mar, en gran parte debido a los motivos expuestos arriba. Riqueza llama a riqueza, y las zonas costeras tienen ciertas ventajas comparativas para generarla que no tienen en el interior.
Eso no excluye, sin embargo, que esta urbanización haya sido chapucera en algunas regiones. Y como señalaba Cristina Narbona hoy, tanto bajo el PSOE (Andalucía) como bajo el PP (Murcia y Valencia) se han cometido auténticas barbaridades.
El problema más importante no es que se ocupe el primer kilómetro desde la costa (a fin de cuentas, tenerlo vacio no sirve para nada), el problema es que se ocupe de forma indiscriminada. La tendencia reinante en demasiados lugares ha sido usar el suelo de forma extensiva, a muy baja densidad de ocupación, una solución que no sólo encarece el precio de edificación algo serio, sino que además es tremendamente ineficiente en cuanto a costes de mantenimiento. La dispersión provoca desplazamientos más largos, hace mucho más difícil la provisión de seguridad y servicios, y convierte la creación de una red de transporte público eficiente en una pesadilla. Edificar de este modo es crear un foco infinito de externalides negativas, con costes poco predecibles.
Debemos ser siempre muy conscientes de los costes que tiene limitar el ratio de expansión de suelo urbanizable, de todos modos. La restricción a la expansión territorial de las zonas habitadas para crear nucleos más compactos acaba generando rentas para los promotores, y pueden hacer aumentar el precio de la vivienda de manera exagerada si no se permiten densidades de edificación relativamente altas. Limitar la expansión de la oferta turística puede ser una manera de incrementar los precios y el nivel adquisitivo de los visitantes, pero también es una forma de dar subvenciones a quienes ya tienen hoteles protegiéndolos de nuevos competidores.
El problema no es que se construya mucho en la costa, el problema es cómo. Una política de suelo responsable no es una negativa tajante a todo ladrillo nuevo en ciertas zonas, ni tampoco dar paso a cualquier clase de locuras. Se debe ser muy consciente de los incentivos que una política (o ausencia de ella) crean, y de los costes (y transferencia de rentas) derivados de cualquier regulación.
Por cierto, la subida del precio de la vivienda, como dice la ministra, tiene mucho más de especulación que otra cosa, y la verdad es que desde el gobierno no se puede hacer demasiado. Para empezar, no tiene competencias en urbanismo. Aparte de eso, la manera más sencilla de cortar una burbuja inmobiliaria es subiendo los tipos de interés (fuera del alcance del gobierno) o haciendo tributar las hipotécas en plan salvaje, de forma indiscriminada, arbitraria y torpe, ya que la política fiscal no es un instrumento demasiado efectivo. La cosa acabará tarde o temprano, cuando el BCE enfríe más la demanda.
Primero de todo, es natural que la costa española esté muy poblada. De hecho, es casi inevitable. Para empezar, en cuestiones de migraciones internas, el clima mediterraneo es un factor capaz de atraer muchísima población. En un patrón que se repite en casi todas partes (Estados Unidos es un ejemplo claro), las zonas del país con más horas de sol e inviernos más suaves tienden a atraer población del resto del país. En el caso de España, esta migración no sólo proviene de dentro del país, sino también de Europa. Poco a poco nos estamos convirtiendo en Florida, salvando las distancias y la barrera que aún es el idioma.
Segundo, y aunque parezca mentira, construir en esas zonas puede que sea más eficiente. Con un clima más suave, el coste energético de vivir en Salou o Málaga en invierno es significativamente más bajo que en Soria o Madrid. El estar más cerca de puertos oceánicos hace que el transporte de mercancías sea más sencillo (y barato) que lejos de la costa; y la misma concentración de población hace que los costes de transporte y las redes económicas sean más baratas y eficientes.
Tercero, algo que debería ser evidente: a la población le gusta vivir al lado del mar, qué duda cabe. Uno no puede ignorar el hecho que un porcentaje significativo de la urbanización costera se debe al simple hecho que hay muchas gente que cree que vale la pena vivir al lado del mar, en gran parte debido a los motivos expuestos arriba. Riqueza llama a riqueza, y las zonas costeras tienen ciertas ventajas comparativas para generarla que no tienen en el interior.
Eso no excluye, sin embargo, que esta urbanización haya sido chapucera en algunas regiones. Y como señalaba Cristina Narbona hoy, tanto bajo el PSOE (Andalucía) como bajo el PP (Murcia y Valencia) se han cometido auténticas barbaridades.
El problema más importante no es que se ocupe el primer kilómetro desde la costa (a fin de cuentas, tenerlo vacio no sirve para nada), el problema es que se ocupe de forma indiscriminada. La tendencia reinante en demasiados lugares ha sido usar el suelo de forma extensiva, a muy baja densidad de ocupación, una solución que no sólo encarece el precio de edificación algo serio, sino que además es tremendamente ineficiente en cuanto a costes de mantenimiento. La dispersión provoca desplazamientos más largos, hace mucho más difícil la provisión de seguridad y servicios, y convierte la creación de una red de transporte público eficiente en una pesadilla. Edificar de este modo es crear un foco infinito de externalides negativas, con costes poco predecibles.
Debemos ser siempre muy conscientes de los costes que tiene limitar el ratio de expansión de suelo urbanizable, de todos modos. La restricción a la expansión territorial de las zonas habitadas para crear nucleos más compactos acaba generando rentas para los promotores, y pueden hacer aumentar el precio de la vivienda de manera exagerada si no se permiten densidades de edificación relativamente altas. Limitar la expansión de la oferta turística puede ser una manera de incrementar los precios y el nivel adquisitivo de los visitantes, pero también es una forma de dar subvenciones a quienes ya tienen hoteles protegiéndolos de nuevos competidores.
El problema no es que se construya mucho en la costa, el problema es cómo. Una política de suelo responsable no es una negativa tajante a todo ladrillo nuevo en ciertas zonas, ni tampoco dar paso a cualquier clase de locuras. Se debe ser muy consciente de los incentivos que una política (o ausencia de ella) crean, y de los costes (y transferencia de rentas) derivados de cualquier regulación.
Por cierto, la subida del precio de la vivienda, como dice la ministra, tiene mucho más de especulación que otra cosa, y la verdad es que desde el gobierno no se puede hacer demasiado. Para empezar, no tiene competencias en urbanismo. Aparte de eso, la manera más sencilla de cortar una burbuja inmobiliaria es subiendo los tipos de interés (fuera del alcance del gobierno) o haciendo tributar las hipotécas en plan salvaje, de forma indiscriminada, arbitraria y torpe, ya que la política fiscal no es un instrumento demasiado efectivo. La cosa acabará tarde o temprano, cuando el BCE enfríe más la demanda.
Mundial: España 4 - Ucrania 0
Bueno, ya tenemos a la prensa en su estado natural, flipando en colores con la selección y diciendo que este va a ser el año y no haremos el ridículo como de costumbre.
Pues mira, no estoy del todo de acuerdo. Tras ver el partido por ESPN2 (que raro es el fútbol a las nueve de la mañana), diría que España ha jugado bien, sí, pero contra un equipo muy mediocre, y con toda la suerte del mundo de cara. Tres goles a pelota parada: gol de córner con la espalda, rebote de una falta, y de penalti absolutamente inventado por el arbitro. El cuarto, muy bonito, jugando contra diez. Si, hubo toque y jugadas decentes, pero gol de Torres aparte, cara a puerta se llego relativamente poco y se falló casi todo.
En el lado positivo, sin embargo, algo que distinguió al equipo de otros favoritos. Mientras selecciones como Italia, Portugal, Holanda o incluso Brasil se tiraron atrás una vez por delante en el marcador, España no cambió de estilo, y siguió jugando como sabe. No hubo racanería, y sí juego con criterio; los comentaristas de ESPN estuvieron entusiasmados.
Resumiendo,España jugó un buen partido, sin duda, pero no debe crear (aún) grandes expectativas. Hasta octavos la selección tiene pachangas; veremos si Francia o quien nos toque no pega un repaso. Y Brasil en cuartos. Aún no hay nada para celebrar.
Pues mira, no estoy del todo de acuerdo. Tras ver el partido por ESPN2 (que raro es el fútbol a las nueve de la mañana), diría que España ha jugado bien, sí, pero contra un equipo muy mediocre, y con toda la suerte del mundo de cara. Tres goles a pelota parada: gol de córner con la espalda, rebote de una falta, y de penalti absolutamente inventado por el arbitro. El cuarto, muy bonito, jugando contra diez. Si, hubo toque y jugadas decentes, pero gol de Torres aparte, cara a puerta se llego relativamente poco y se falló casi todo.
En el lado positivo, sin embargo, algo que distinguió al equipo de otros favoritos. Mientras selecciones como Italia, Portugal, Holanda o incluso Brasil se tiraron atrás una vez por delante en el marcador, España no cambió de estilo, y siguió jugando como sabe. No hubo racanería, y sí juego con criterio; los comentaristas de ESPN estuvieron entusiasmados.
Resumiendo,España jugó un buen partido, sin duda, pero no debe crear (aún) grandes expectativas. Hasta octavos la selección tiene pachangas; veremos si Francia o quien nos toque no pega un repaso. Y Brasil en cuartos. Aún no hay nada para celebrar.
martes, junio 13, 2006
El fútbol y la economía
El mundial de fútbol tiene repercusiones en muchos sitios, no sólo en los terrenos de juego. Hoy un artículo en la sección de finanzas del New York Times señala varios estudios y noticias que indican que las recientes caídas de la bolsa tienen bastante que ver con inversores pegados a la tele, por ejemplo. Si alguien se preguntaba por que las acciones de Heineken están subiendo estos días, que mire la previsión del tiempo en Alemania (calor = cerveza) y los resultados de Holanda (victorias = tulipanes borrachos), sin ir más lejos.
Aparte de la bolsa, la otra gran industria americana fustrada por el mundial son los estudios de cine. Según Entertainment Weekly, los estudios son bastante conscientes que cualquier cosa que estrenen durante el mes que dure el mundial fuera de Estados Unidos será ignorado por gran parte del público. Si en la cartelera veis una curiosa escasez de películas de acción o terror estos días, ya sabeis a qué se debe. Incluso en Estados Unidos algunos estrenos (Superman) se han visto retrasados para no competir directamente con el Deporte Rey.
A todo esto, a ver si Brasil demuestra hoy que es tan buena como dicen...
Aparte de la bolsa, la otra gran industria americana fustrada por el mundial son los estudios de cine. Según Entertainment Weekly, los estudios son bastante conscientes que cualquier cosa que estrenen durante el mes que dure el mundial fuera de Estados Unidos será ignorado por gran parte del público. Si en la cartelera veis una curiosa escasez de películas de acción o terror estos días, ya sabeis a qué se debe. Incluso en Estados Unidos algunos estrenos (Superman) se han visto retrasados para no competir directamente con el Deporte Rey.
A todo esto, a ver si Brasil demuestra hoy que es tan buena como dicen...
Viviendo en el Senado
Para los que dicen que los políticos españoles se eternizan en el cargo y nunca saben cuando retirarse, hoy en Estados Unidos se celebra un ejemplo superlativo de gerentocracia. Robert Byrd, senador demócrata por West Virginia, ha batido el récord de permanencia en el Congreso: 47 años, 5 meses y 9 días.
El tipo ha visto pasar once presidentes (fue elegido en tiempos de Einsenhower), ya que lleva en la poltrona desde 1959. Ha ganado ocho elecciones, y se dispone, a sus 88 años de edad, a tratar de ganar un noveno mandato para el cargo. Es probable que vuelva a ganar; en su última reelección obtuvo un 78%, siguiendo la preocupante tradición inmovilista en el sistema electoral americano. Si sobrevive, estará en el Senado hasta los 94 años, algo que ni el Politburó en sus mejores tiempos fue habitual. Byrd ha sido legislador durante casi una cuarta parte de la historia del país, algo realmente remarcable.
Por fortuna para Estados Unidos, el destino del país no depende demasiado de los talentos de un tipo casi nonagenario. Como buena democracia, el papel de Byrd, aún contando el poder que tiene dentro del Senado, es bastante limitado. Aún así, tirarse cincuenta años en un cargo político, por muy bueno que uno sea, no tiene pinta de ser demasiado sano.
Nota al margen: en Estados Unidos, el legislativo recibe el nombre de Congreso. Tiene dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes. En España muchos medios se refieren a la cámara baja como "congreso", algo que es horriblemente incorrecto. El hecho que a los representates se les llame "congresistas" da pie a cierta confusión; el nombre correcto es "representative".
El tipo ha visto pasar once presidentes (fue elegido en tiempos de Einsenhower), ya que lleva en la poltrona desde 1959. Ha ganado ocho elecciones, y se dispone, a sus 88 años de edad, a tratar de ganar un noveno mandato para el cargo. Es probable que vuelva a ganar; en su última reelección obtuvo un 78%, siguiendo la preocupante tradición inmovilista en el sistema electoral americano. Si sobrevive, estará en el Senado hasta los 94 años, algo que ni el Politburó en sus mejores tiempos fue habitual. Byrd ha sido legislador durante casi una cuarta parte de la historia del país, algo realmente remarcable.
Por fortuna para Estados Unidos, el destino del país no depende demasiado de los talentos de un tipo casi nonagenario. Como buena democracia, el papel de Byrd, aún contando el poder que tiene dentro del Senado, es bastante limitado. Aún así, tirarse cincuenta años en un cargo político, por muy bueno que uno sea, no tiene pinta de ser demasiado sano.
Nota al margen: en Estados Unidos, el legislativo recibe el nombre de Congreso. Tiene dos cámaras, el Senado y la Cámara de Representantes. En España muchos medios se refieren a la cámara baja como "congreso", algo que es horriblemente incorrecto. El hecho que a los representates se les llame "congresistas" da pie a cierta confusión; el nombre correcto es "representative".
lunes, junio 12, 2006
De partidos y talento escaso: selección adversa
Los partidos políticos están llenos de incompetentes. Es una afirmación tajante, pero me parece que en pocos casos muy difícil de negar su realidad.
Cualquiera que haya disfrutado de las tortura voluntaria que es la militancia en un partido sabe que un porcentaje importante de los miembros de su agrupación son, como poco, peligrosos. Personas a las que uno no les dejaría conducir su coche, vamos; y ni hablar de gestionar un ayuntamiento. Los presidentes o jefecillos de muchas agrupaciones tienen un espíritu democrático y un aprecio por las reglas dignas de Tony Soprano, con una afición por la intriga y unas amistades a la altura. Uno no debe ser demasiado pesimista para percatarse que la vitalidad de la organización es, como mucho, escasa, y con un peligroso aprecio por el clientelismo.
¿Por que motivos los partidos políticos tienen este aspecto deprimente? El problema, en este caso, es de incentivos, y más concretamente, de selección adversa.
Los partidos políticos se enfrentan al mismo problema que las compañías de seguros cuando están reclutando militantes. Uno persona sólo contrata un seguro cuando cree que va a necesitarlo; si tengo una casa de madera en un bosque, me preocuparé más de los incendios, si soy enclenque y tengo tendencia a ponerme enfermo, me buscaré un seguro médico. En otras palabras, el negocio tiende a atraer la clase de clientes menos deseables desde el punto de vista de la compañía, ya que tienen unos costes potenciales mayores. Las compañías de seguros pueden ajustarse a esta problema de forma relativamente sencilla usando un mecanismo de precios, de modo que los clientes más peligrosos pagan más (joven conductor varón, menos de 25 años, por ejemplo), de modo que las primas de riesgo cubren sus pagos, pero esta solución no siempre es sencilla.
Los partidos políticos tienen que resolver un dilema similar al reclutar militantes. En un principio, entrar en un partido sólo requiere una pequeña cuota y apego por la causa, sin otros requisitos dignos de mención. Una vez miembro, la participación es voluntaria, y tan intensa como uno quiera, aportando al debate, dando ideas, haciendo campaña y tratando de ayudar a ganar elecciones.
El problema, claro está, es que un partido político tiene dos vertientes, la de organización ideológica y la de ejercer el poder cuando se ganan elecciones. Poder equivale a acceso a recursos, trabajo y sueldos, y eso, para mucha gente, equivale a oportunidades. El resultado evidente es que muchos militantes presuntamente ideológicos están para el favorcillo, el contrato sindical, puesto de funcionario interino o favorcillo para obtener un piso de protección oficial de turno. El efecto de esta clase de "lealtades" en las estructuras de los partidos es, evidentemente, devastador.
Entramos con ello en el fascinante mundo de la organización opaca voluntaria de muchas agrupaciones. Hay multitud de métodos, siendo el más clásico el de reuniones para aburrir. La participación en un partido político para un militante ideológico no es gratuita; requiere un gasto de tiempo y cierta dedicación. Si bien ayudar al partido puede producir cierta alegría, uno colabora para cosas que valen la pena, no para cualquier tonteria, y siempre tiene ciertos límites en su capacidad de perder el tiempo. Si uno es secretario de organización de una agrupación, vive confortablemente en su triple condición de concejal / funcionario municipal / arreglador de problemas, y tiene ganas de librarse de los tontos idealistas de turno, no tiene más que convocar reuniones. Muchas reuniones. Todas tan absolutamente irrelevantes como sea posible.
Al cabo de unos meses de comités para decidir de qué color pintamos la puerta del local, quién tiene el registro de las cuentas, qué ponemos en la propuesta de ordenanza sobre las cacas de perro y quién tiene copia de las llaves, en la agrupación quedarán, como militantes activos, bien pocas personas. Por un lado, aquellos que están en el partido porque tienen beneficios concretos; para ellos, el interminable mamoneo es parte de su trabajo. Por el otro, los tres o cuatro masoquistas que nunca se dan por vencidos, y sueñan con un cambio de régimen un año de estos, el día que el partido cambie.
A veces (pocas), en partidos con pocas expectativas (y capacidad) para llegar al poder, el problema se invierte. En vez de tener exceso de trepas corruptos, el partido se ve inundado de participadores compulsivos, que tienden a estar bastante alejados de la población en general, y del electorado en particular. Tenemos entonces partidos que caen víctimas del problema del asemblearismo asilvestrado, caso de ERC estos días, donde los militantes de tan ideológicos que son tienden a tirar el pragmatismo por la ventana, y tratar de arrastrar al partido a posiciones un tanto incómodas y no demasiado populares.
Un panorama deprimente, cierto; y tristemente común. Por suerte o por desgracia, la mayoría de los líderes de los líderes políticos son perfectamente conscientes que eso sucede, y trabajan activamente para evitar que la podedumbre que florece en muchos partidos a nivel local no afecte a la organización. ¿Cómo lo hacen? La inmensa mayoría de veces, ignorando alegremente a la militancia. Tristemente, los partidos ya no reclutan (de hecho, nunca lo hicieron) de sus cuadros locales a no ser que sea estrictamente necesario, y confían más en otros criterios (no necesariamente justos o eficaces) para decidir quién manda, de modo que la incompetencia no se extienda desde abajo.
Claro, eso no excluye que se cree de forma autónoma arriba, o cualquier tragedia de este estilo, pero los partidos son, por suerte o por desgracia, cada vez más restrictivos.
Para otro día, cómo se podría mejorar el funcionamiento de los partidos a nivel local, y otros detalles sobre los efectos de los problemas que explicaba hoy. Sobre selección de líderes, ya hablé otro día. La idea original del artículo, por cierto, viene de Ignacio Urquizu y gente de la March; hablaron de ello en un artículo en El País hará un par de años.
Cualquiera que haya disfrutado de las tortura voluntaria que es la militancia en un partido sabe que un porcentaje importante de los miembros de su agrupación son, como poco, peligrosos. Personas a las que uno no les dejaría conducir su coche, vamos; y ni hablar de gestionar un ayuntamiento. Los presidentes o jefecillos de muchas agrupaciones tienen un espíritu democrático y un aprecio por las reglas dignas de Tony Soprano, con una afición por la intriga y unas amistades a la altura. Uno no debe ser demasiado pesimista para percatarse que la vitalidad de la organización es, como mucho, escasa, y con un peligroso aprecio por el clientelismo.
¿Por que motivos los partidos políticos tienen este aspecto deprimente? El problema, en este caso, es de incentivos, y más concretamente, de selección adversa.
Los partidos políticos se enfrentan al mismo problema que las compañías de seguros cuando están reclutando militantes. Uno persona sólo contrata un seguro cuando cree que va a necesitarlo; si tengo una casa de madera en un bosque, me preocuparé más de los incendios, si soy enclenque y tengo tendencia a ponerme enfermo, me buscaré un seguro médico. En otras palabras, el negocio tiende a atraer la clase de clientes menos deseables desde el punto de vista de la compañía, ya que tienen unos costes potenciales mayores. Las compañías de seguros pueden ajustarse a esta problema de forma relativamente sencilla usando un mecanismo de precios, de modo que los clientes más peligrosos pagan más (joven conductor varón, menos de 25 años, por ejemplo), de modo que las primas de riesgo cubren sus pagos, pero esta solución no siempre es sencilla.
Los partidos políticos tienen que resolver un dilema similar al reclutar militantes. En un principio, entrar en un partido sólo requiere una pequeña cuota y apego por la causa, sin otros requisitos dignos de mención. Una vez miembro, la participación es voluntaria, y tan intensa como uno quiera, aportando al debate, dando ideas, haciendo campaña y tratando de ayudar a ganar elecciones.
El problema, claro está, es que un partido político tiene dos vertientes, la de organización ideológica y la de ejercer el poder cuando se ganan elecciones. Poder equivale a acceso a recursos, trabajo y sueldos, y eso, para mucha gente, equivale a oportunidades. El resultado evidente es que muchos militantes presuntamente ideológicos están para el favorcillo, el contrato sindical, puesto de funcionario interino o favorcillo para obtener un piso de protección oficial de turno. El efecto de esta clase de "lealtades" en las estructuras de los partidos es, evidentemente, devastador.
Entramos con ello en el fascinante mundo de la organización opaca voluntaria de muchas agrupaciones. Hay multitud de métodos, siendo el más clásico el de reuniones para aburrir. La participación en un partido político para un militante ideológico no es gratuita; requiere un gasto de tiempo y cierta dedicación. Si bien ayudar al partido puede producir cierta alegría, uno colabora para cosas que valen la pena, no para cualquier tonteria, y siempre tiene ciertos límites en su capacidad de perder el tiempo. Si uno es secretario de organización de una agrupación, vive confortablemente en su triple condición de concejal / funcionario municipal / arreglador de problemas, y tiene ganas de librarse de los tontos idealistas de turno, no tiene más que convocar reuniones. Muchas reuniones. Todas tan absolutamente irrelevantes como sea posible.
Al cabo de unos meses de comités para decidir de qué color pintamos la puerta del local, quién tiene el registro de las cuentas, qué ponemos en la propuesta de ordenanza sobre las cacas de perro y quién tiene copia de las llaves, en la agrupación quedarán, como militantes activos, bien pocas personas. Por un lado, aquellos que están en el partido porque tienen beneficios concretos; para ellos, el interminable mamoneo es parte de su trabajo. Por el otro, los tres o cuatro masoquistas que nunca se dan por vencidos, y sueñan con un cambio de régimen un año de estos, el día que el partido cambie.
A veces (pocas), en partidos con pocas expectativas (y capacidad) para llegar al poder, el problema se invierte. En vez de tener exceso de trepas corruptos, el partido se ve inundado de participadores compulsivos, que tienden a estar bastante alejados de la población en general, y del electorado en particular. Tenemos entonces partidos que caen víctimas del problema del asemblearismo asilvestrado, caso de ERC estos días, donde los militantes de tan ideológicos que son tienden a tirar el pragmatismo por la ventana, y tratar de arrastrar al partido a posiciones un tanto incómodas y no demasiado populares.
Un panorama deprimente, cierto; y tristemente común. Por suerte o por desgracia, la mayoría de los líderes de los líderes políticos son perfectamente conscientes que eso sucede, y trabajan activamente para evitar que la podedumbre que florece en muchos partidos a nivel local no afecte a la organización. ¿Cómo lo hacen? La inmensa mayoría de veces, ignorando alegremente a la militancia. Tristemente, los partidos ya no reclutan (de hecho, nunca lo hicieron) de sus cuadros locales a no ser que sea estrictamente necesario, y confían más en otros criterios (no necesariamente justos o eficaces) para decidir quién manda, de modo que la incompetencia no se extienda desde abajo.
Claro, eso no excluye que se cree de forma autónoma arriba, o cualquier tragedia de este estilo, pero los partidos son, por suerte o por desgracia, cada vez más restrictivos.
Para otro día, cómo se podría mejorar el funcionamiento de los partidos a nivel local, y otros detalles sobre los efectos de los problemas que explicaba hoy. Sobre selección de líderes, ya hablé otro día. La idea original del artículo, por cierto, viene de Ignacio Urquizu y gente de la March; hablaron de ello en un artículo en El País hará un par de años.
De abucheos y victimismo
Supongamos que un día un jugador del FC Barcelona con ciertos problemas de incontinencia verbal dice, dos semanas antes de jugar en el Bernabeu, que los socios del Real Madrid son feos, antipáticos y estúpidos, y que viven en un mundo de mentiras opresoras por parte de la prensa que les hace creer que son el centro del universo. Tras esto, dice que Florentino Pérez es lo peor que le ha pasado nunca al fútbol, que todo lo que ha hecho es una mierda, y que su reelección como presidente del club fue obra de imbéciles.
Llega el día del partido, y evidentemente dicho jugador recibe una pitada descomunal, gritos de "fuera, fuera", e insultos a todo su clan. Bien, ahora imaginad que en la rueda de prensa al finalizar el partido, el entrenador y el presidente del Barcelona dijeran que la culpa de todos los abucheos y de la falta de libertad en el Bernabeu es de los jugadores del Real Madrid, que llevan incitando a la exclusión y ahogando la democracia en el estadio desde hace 25 años.
¿Verdad que los tomarían por majaras? Bueno, pues eso es lo que hacen algunos hoy, tras los abucheos que recibió Rajoy el sábado. El PP en pleno lleva dos años diciendo toda clase de sandeces sobre Cataluña y su clase política, y ahora resulta que se extrañan cuando un grupo de gente les abuchea. Entre conspiraciones oscuras y acusaciones de dictadura, tratan de culpar a todo el mundo menos a ellos mismos.
Todo eso, evidentemente, en un fin de semana donde el PP estuvo manifestándose y cagándose en el gobierno alegremente sin ver contradicción alguna. Cuando alguien en la calle de forma espontanea les grita, es opresión. Cuando son ellos los que lo hacen, es lealtad con las víctimas. La misma coherencia de siempre.
Mientras tanto, mostrando que en los populares ya definitivamente cada uno va a su pelota, Piqué mendiga entrar en la Generalitat con CiU, para "controlarlos". Unos gritan opresión, los otros viajan al centro, unos cortan amarras, otros tratan de hablar como sea... El PP definitivamente no tiene ni idea dónde va.
Llega el día del partido, y evidentemente dicho jugador recibe una pitada descomunal, gritos de "fuera, fuera", e insultos a todo su clan. Bien, ahora imaginad que en la rueda de prensa al finalizar el partido, el entrenador y el presidente del Barcelona dijeran que la culpa de todos los abucheos y de la falta de libertad en el Bernabeu es de los jugadores del Real Madrid, que llevan incitando a la exclusión y ahogando la democracia en el estadio desde hace 25 años.
¿Verdad que los tomarían por majaras? Bueno, pues eso es lo que hacen algunos hoy, tras los abucheos que recibió Rajoy el sábado. El PP en pleno lleva dos años diciendo toda clase de sandeces sobre Cataluña y su clase política, y ahora resulta que se extrañan cuando un grupo de gente les abuchea. Entre conspiraciones oscuras y acusaciones de dictadura, tratan de culpar a todo el mundo menos a ellos mismos.
Todo eso, evidentemente, en un fin de semana donde el PP estuvo manifestándose y cagándose en el gobierno alegremente sin ver contradicción alguna. Cuando alguien en la calle de forma espontanea les grita, es opresión. Cuando son ellos los que lo hacen, es lealtad con las víctimas. La misma coherencia de siempre.
Mientras tanto, mostrando que en los populares ya definitivamente cada uno va a su pelota, Piqué mendiga entrar en la Generalitat con CiU, para "controlarlos". Unos gritan opresión, los otros viajan al centro, unos cortan amarras, otros tratan de hablar como sea... El PP definitivamente no tiene ni idea dónde va.
viernes, junio 09, 2006
De chiste...
Rajoy dice que aceptará reunirse con Zapatero si este le llama. Unas horitas después, el partido niega haber cambiado de postura acerca de la rotura de relaciones, y que si se encuentra con Zapatero será para decirle eso.
¿De verdad pinta Rajoy nada en ese partido? No lo parece demasiado.
¿De verdad pinta Rajoy nada en ese partido? No lo parece demasiado.
Ideas absurdas de democracia
Ya les da ahora por cuestionar de nuevo los resultados de las urnas. Desde Batiburrillo dicen que si la encuesta del CIS es cierta, y el referédum aprueba el estatuto catalán con un 75% de votos a favor y una participación del 55%, el resultado no vale. La excusa es que sólo un 41% del electorado estaría votando a favor del texto, haciéndo la aprobación una farsa.
Bienvenidos a la falacia electoral favorita de la derecha, el contar la abstención como votos. Ya lo hicieron con la Constitución Europea (en paz descanse) y lo vuelve a hacer ahora, reclamando la paternidad de la abstención por adelantado. No ir a votar no significa, por sí mismo, nada. Hay doscientos motivos por los que uno puede decidir quedarse en casa, desde creer que como el partido está ganado no vale la pena ir a votar, a creer que jugar a petanca es más entretenido. Puede ser que alguien no le importa, puede ser que ya le va bien que decidan otros. La abstención, no tiene un significado único; no equivale a rechazo, ni apoyo tácito, ni nada en concreto.
Lo único claro con las encuestas es que los noes son un misérrimo 21% del voto, y eso incluye tanto a liberales y españolistas como a nacionalistas radicales. Por mucho que se lea la encuesta de forma creativa, o uno se dedique a contar a gente que no va a las urnas a votar lo que uno pide como victorias personales, parece que el apoyo al nuevo estatuto es sólido y extenso.
Si nos tenemos que poner burros contado abstenciones, Rajoy habla por un 28% del electorado, no "media España", y Aznar gobernó con un misérrimo 30% de apoyo. Un 72% de los españoles están contra el PP. Oh tragedia. A este paso, los liberales acabaran contando a las vacas como apoyos a sus paranoias.
Por cierto, la mayoría de votantes de ERC sigue votando sí según la encuesta. Aún resultará que tenía razón. Y sobre lo de un presidente "charnego" (palabra que se usa más en LD que en Cataluña) ya hablé en su día; me parece una polémica absurda. El día que un tipo con acentazo catalán y apellidos "Junyent i Casajuana" pueda ganar unas elecciones en Andalucia, me avisais.
Bienvenidos a la falacia electoral favorita de la derecha, el contar la abstención como votos. Ya lo hicieron con la Constitución Europea (en paz descanse) y lo vuelve a hacer ahora, reclamando la paternidad de la abstención por adelantado. No ir a votar no significa, por sí mismo, nada. Hay doscientos motivos por los que uno puede decidir quedarse en casa, desde creer que como el partido está ganado no vale la pena ir a votar, a creer que jugar a petanca es más entretenido. Puede ser que alguien no le importa, puede ser que ya le va bien que decidan otros. La abstención, no tiene un significado único; no equivale a rechazo, ni apoyo tácito, ni nada en concreto.
Lo único claro con las encuestas es que los noes son un misérrimo 21% del voto, y eso incluye tanto a liberales y españolistas como a nacionalistas radicales. Por mucho que se lea la encuesta de forma creativa, o uno se dedique a contar a gente que no va a las urnas a votar lo que uno pide como victorias personales, parece que el apoyo al nuevo estatuto es sólido y extenso.
Si nos tenemos que poner burros contado abstenciones, Rajoy habla por un 28% del electorado, no "media España", y Aznar gobernó con un misérrimo 30% de apoyo. Un 72% de los españoles están contra el PP. Oh tragedia. A este paso, los liberales acabaran contando a las vacas como apoyos a sus paranoias.
Por cierto, la mayoría de votantes de ERC sigue votando sí según la encuesta. Aún resultará que tenía razón. Y sobre lo de un presidente "charnego" (palabra que se usa más en LD que en Cataluña) ya hablé en su día; me parece una polémica absurda. El día que un tipo con acentazo catalán y apellidos "Junyent i Casajuana" pueda ganar unas elecciones en Andalucia, me avisais.
Empieza el Mundial
Ya era hora. La espera esta última semana se me ha hecho insoportable. La competición deportiva más grande del planeta, el Mundial de Fútbol, arranca dentro de unos minutos.
Me importa un pepino lo que digan los intelectuales. Esta fobia que tienen algunos en la izquierda (y la derecha) a tener el deporte, los espectáculos de masas y todo lo que que guste a más de 50 personas me parece singularmente estúpida. Aunque me confieso elitista (un auténtico nazi del buen gusto), el despreciar la cultura popular como falso arte o opio de las masas es una de las posturas intelectuales más absurdas. El medio o la difusión de una actividad humana no es un baremo de su validez. Ni todo lo popular es caro, ni todo lo minoritario es bueno; cada evento debe ser valorado por sí sólo, sin atender a su repercusión.
El fútbol es un placer estético. No son "22 tíos persiguiendo un balón", sino una mezcla de táctica, improvisación, creatividad, instinto y prodigioso talento físico. Un remate perfecto, un regate creativo o un pase preciso tienen algo de jazz, de música improvisada, con el maravilloso añadido de ser un duelo entre dos bandos. Un buen partido de fútbol es una auténtica obra de arte; no hay ningún otro deporte que combine estética y competición de la misma manera.
Y sí, es un negocio enorme, pero eso no invalida lo dicho anteriormente. Si el beautiful game (que lo llaman los ingleses) es tan lucrativo es en gran parte debido a sus virtudes, no a conspiraciones opiáceas opresoras. De hecho, es probablemente el más democrático de los deportes: dos equipos de 11 iguales (menos el portero, que es el loco del equipo), enfrentándose bajo unas reglas sencillas, y necesitando únicamente de cuatro piedras y un balón para empezar a jugar. Nada de canastas, cemento, redes, hielo, armaduras o campos con formas raras y medidas precisas. Es el juego más barato del mundo, y el más difícil de manipular.
Como decía el Economist ayer, uno no puede crear un equipo competitivo para ganar el mundial de la nada. Un dictador puede entrenar una horda de gloriosos nadadores del pueblo (China), campeones de atletismo comunistas (Alemania) o perfectas gimnastas proletarias (Rumania), pero no puede crear un equipo de fútbol competitivo de la nada. Argentina necesito Maradona, Mussolini sobornar arbitros, pero uno no puede generar el talento de la nada en el mundo del fútbol. Brasil y Argentina, dos países no precisamente ricos, son dos de las mayores potencias en este deporte; cada mundial un país africano o asiático pone en ridículo a la gloria europea de turno.
Gustará más o menos, será más o menos atractivo para cada uno, pero el fútbol es lo que es por muy buenas razones. Y sí, un mal partido es peor que leer Guerra y Paz en sánscrito, y los italianos hacen un juego feo, poco atractivo y que traiciona todo lo que he dicho, pero oye, incluso Shakespeare tiene algún tostón publicado.
Suerte a todos. Empieza la fiesta.
Me importa un pepino lo que digan los intelectuales. Esta fobia que tienen algunos en la izquierda (y la derecha) a tener el deporte, los espectáculos de masas y todo lo que que guste a más de 50 personas me parece singularmente estúpida. Aunque me confieso elitista (un auténtico nazi del buen gusto), el despreciar la cultura popular como falso arte o opio de las masas es una de las posturas intelectuales más absurdas. El medio o la difusión de una actividad humana no es un baremo de su validez. Ni todo lo popular es caro, ni todo lo minoritario es bueno; cada evento debe ser valorado por sí sólo, sin atender a su repercusión.
El fútbol es un placer estético. No son "22 tíos persiguiendo un balón", sino una mezcla de táctica, improvisación, creatividad, instinto y prodigioso talento físico. Un remate perfecto, un regate creativo o un pase preciso tienen algo de jazz, de música improvisada, con el maravilloso añadido de ser un duelo entre dos bandos. Un buen partido de fútbol es una auténtica obra de arte; no hay ningún otro deporte que combine estética y competición de la misma manera.
Y sí, es un negocio enorme, pero eso no invalida lo dicho anteriormente. Si el beautiful game (que lo llaman los ingleses) es tan lucrativo es en gran parte debido a sus virtudes, no a conspiraciones opiáceas opresoras. De hecho, es probablemente el más democrático de los deportes: dos equipos de 11 iguales (menos el portero, que es el loco del equipo), enfrentándose bajo unas reglas sencillas, y necesitando únicamente de cuatro piedras y un balón para empezar a jugar. Nada de canastas, cemento, redes, hielo, armaduras o campos con formas raras y medidas precisas. Es el juego más barato del mundo, y el más difícil de manipular.
Como decía el Economist ayer, uno no puede crear un equipo competitivo para ganar el mundial de la nada. Un dictador puede entrenar una horda de gloriosos nadadores del pueblo (China), campeones de atletismo comunistas (Alemania) o perfectas gimnastas proletarias (Rumania), pero no puede crear un equipo de fútbol competitivo de la nada. Argentina necesito Maradona, Mussolini sobornar arbitros, pero uno no puede generar el talento de la nada en el mundo del fútbol. Brasil y Argentina, dos países no precisamente ricos, son dos de las mayores potencias en este deporte; cada mundial un país africano o asiático pone en ridículo a la gloria europea de turno.
Gustará más o menos, será más o menos atractivo para cada uno, pero el fútbol es lo que es por muy buenas razones. Y sí, un mal partido es peor que leer Guerra y Paz en sánscrito, y los italianos hacen un juego feo, poco atractivo y que traiciona todo lo que he dicho, pero oye, incluso Shakespeare tiene algún tostón publicado.
Suerte a todos. Empieza la fiesta.
jueves, junio 08, 2006
Zarqaui y el "nuevo" Irak
La muerte de Abu Musab Al-Zarqaui en una brillante operación de las tropas americanas es una buena noticia. El comandante de una de las guerrillas que luchan contra Estados Unidos en Irak, un fanático religioso despiadado sin escrúpulos, ha caido bajo las bombas americanas. Uno no le vacila al ejército más poderoso de la tierra durante mucho tiempo.
El hecho que el líder de Al Quaeda en Irak esté criando malvas, sin embargo, no significa ni de lejos que la guerra haya acabado. Aunque algunas bitácoras y artículos estén cantando el alirón en plan forofo, los informes que llegan desde el país árabe dejan bastante claro que Zarqaui no era el mayor de los problemas del país.
Para mi sorpresa, el primero en ser precavido ha sido el mismo Bush. Tras prometer haber ganado la guerra en repetidas ocasiones (portaaviones, captura de Saddam, traspaso de poder, constitución, elecciones...) esta vez sólo ha hablado de la posibilidad que esto pueda iniciar un cambio de la marea, sin excesivo triunfalismo. Como se ha comentado por España, es una muerte simbólica, no práctica (nota: decir esto no te hace "amigo de los terroristas"), y por algunas razones de peso.
La primera, la propia estructura de Al Quaeda. A estas alturas hablar de la criatura de Ben Laden como una organización jerárquica y disciplinada es claramente erróneo. El terrorismo islámico, ahora mismo, se parece más a MacDonalds que a un ejercito; su método es la franquicia, no el orden.
Para apuntarse a la Jihad, uno no va al centro de reclutamiento de chalados con explosivos local y entra en las filas del mal. Lo que un terrorista hace estos días es monta su chiringuito, se pone a matar infieles, y usa la imagen de marca de Al Quaeda en su publicidad y agitación subversiva. El terrorismo es propaganda, así que usar un nombre común, aunque nunca se haya tenido contacto con el exterior, lo hace más efectivo. Basta cortar y pegar retórica integrista de internet (libre de derechos de autor, que son muy modernos), hacer videos caseros, y hala, uno ya tiene una nueva némesis de occidente.
La muerte de Zarqaui, mal que nos pese, representa el final de una franquicia especialmente brillante en atraer atención mediática, pero poco más. Es muy probable que el tipo no tuviera control ni contactos con la mayoría de chalados de importación con bombas que corren por Irak, así que esperar una reducción significativa de los ataques es poco realista.
El segundo factor, más importante, es el hecho que la mayoría de la violencia en Irak no es importada, sino sectaria. Haciendo las cosas aún peores, una parte muy importante de esta violencia es inflingida por la propia policía y milicias del gobierno, no por insurgencia organizada. Y por si no fuera bastante, en ocasiones es policía contra ejército, ejército contra policía o seguratas contra todo el mundo, sin que nadie se aclare demasiado.
Estamos hablando de un país donde la policía puede llegar a una estación de autobuses, secuestrar a cincuenta personas, y largarse tan ricamente, sin que nadie en el gobierno sepa qué narices está pasando. El mismo país donde un cuerpo de seguridad del gobierno (en teoría), la FPS, es tan violento y falto de control que ningún ministerio dice que depende de ellos. Y todo mientras las bombas siguen explotando, sigue habiendo masacres aleatorias de civiles inocentes, y en la morgue se apilan mas cadáveres que nunca. Cuando incluso desde el ministerio de defensa se aconseja no fiarse ni obecer de la policia o el ejército, es que algo va muy ,muy mal.
El problema de Irak ahora mismo no es el terrorismo internacional. El problema es que el propio estado iraquí se está desintegrando. El gobierno es inoperante, incapaz de garantizar la seguridad o mantener el orden. La producción de electricidad y petroleo siguen en niveles inferiores a antes de la invasión; los servicios no se prestan, y las calles son propiedad de milicias y ejércitos privados, mientras se recrudece la violencia interétnica.
La buena noticia del día, la que sí debería ser motivo de una frágil esperanza, es el nombramiento de los ministros de interior, defensa y seguridad nacional, con un cierto respeto por las minorías y consenso. Está por ver si el reparto de carteras acaba por ser un intento de trabajar en equipo para solucionar el desastre que es el país, o un simple reparto de arsenales para continuar la fiesta.
Me temo que lo de Zarqaui hoy, aún siendo una buena noticia, no es más que un detalle. Mientras los iraquíes sigan matándose entre ellos, el país seguirá siendo un infierno. Aún acabarán como empezaron, con otra dictadura.
El hecho que el líder de Al Quaeda en Irak esté criando malvas, sin embargo, no significa ni de lejos que la guerra haya acabado. Aunque algunas bitácoras y artículos estén cantando el alirón en plan forofo, los informes que llegan desde el país árabe dejan bastante claro que Zarqaui no era el mayor de los problemas del país.
Para mi sorpresa, el primero en ser precavido ha sido el mismo Bush. Tras prometer haber ganado la guerra en repetidas ocasiones (portaaviones, captura de Saddam, traspaso de poder, constitución, elecciones...) esta vez sólo ha hablado de la posibilidad que esto pueda iniciar un cambio de la marea, sin excesivo triunfalismo. Como se ha comentado por España, es una muerte simbólica, no práctica (nota: decir esto no te hace "amigo de los terroristas"), y por algunas razones de peso.
La primera, la propia estructura de Al Quaeda. A estas alturas hablar de la criatura de Ben Laden como una organización jerárquica y disciplinada es claramente erróneo. El terrorismo islámico, ahora mismo, se parece más a MacDonalds que a un ejercito; su método es la franquicia, no el orden.
Para apuntarse a la Jihad, uno no va al centro de reclutamiento de chalados con explosivos local y entra en las filas del mal. Lo que un terrorista hace estos días es monta su chiringuito, se pone a matar infieles, y usa la imagen de marca de Al Quaeda en su publicidad y agitación subversiva. El terrorismo es propaganda, así que usar un nombre común, aunque nunca se haya tenido contacto con el exterior, lo hace más efectivo. Basta cortar y pegar retórica integrista de internet (libre de derechos de autor, que son muy modernos), hacer videos caseros, y hala, uno ya tiene una nueva némesis de occidente.
La muerte de Zarqaui, mal que nos pese, representa el final de una franquicia especialmente brillante en atraer atención mediática, pero poco más. Es muy probable que el tipo no tuviera control ni contactos con la mayoría de chalados de importación con bombas que corren por Irak, así que esperar una reducción significativa de los ataques es poco realista.
El segundo factor, más importante, es el hecho que la mayoría de la violencia en Irak no es importada, sino sectaria. Haciendo las cosas aún peores, una parte muy importante de esta violencia es inflingida por la propia policía y milicias del gobierno, no por insurgencia organizada. Y por si no fuera bastante, en ocasiones es policía contra ejército, ejército contra policía o seguratas contra todo el mundo, sin que nadie se aclare demasiado.
Estamos hablando de un país donde la policía puede llegar a una estación de autobuses, secuestrar a cincuenta personas, y largarse tan ricamente, sin que nadie en el gobierno sepa qué narices está pasando. El mismo país donde un cuerpo de seguridad del gobierno (en teoría), la FPS, es tan violento y falto de control que ningún ministerio dice que depende de ellos. Y todo mientras las bombas siguen explotando, sigue habiendo masacres aleatorias de civiles inocentes, y en la morgue se apilan mas cadáveres que nunca. Cuando incluso desde el ministerio de defensa se aconseja no fiarse ni obecer de la policia o el ejército, es que algo va muy ,muy mal.
El problema de Irak ahora mismo no es el terrorismo internacional. El problema es que el propio estado iraquí se está desintegrando. El gobierno es inoperante, incapaz de garantizar la seguridad o mantener el orden. La producción de electricidad y petroleo siguen en niveles inferiores a antes de la invasión; los servicios no se prestan, y las calles son propiedad de milicias y ejércitos privados, mientras se recrudece la violencia interétnica.
La buena noticia del día, la que sí debería ser motivo de una frágil esperanza, es el nombramiento de los ministros de interior, defensa y seguridad nacional, con un cierto respeto por las minorías y consenso. Está por ver si el reparto de carteras acaba por ser un intento de trabajar en equipo para solucionar el desastre que es el país, o un simple reparto de arsenales para continuar la fiesta.
Me temo que lo de Zarqaui hoy, aún siendo una buena noticia, no es más que un detalle. Mientras los iraquíes sigan matándose entre ellos, el país seguirá siendo un infierno. Aún acabarán como empezaron, con otra dictadura.
Hablando de dinosaurios
Daniel Rodríguez Herrera publica hoy un muy buen artículo en LD (en serio), acerca de la lenta marcha de los dinosaurios de la cultura y su modelo de negocio obsoleto. Había comentado cosas sobre la materia anteriormente por estos lares (aquí, aquí y aquí, para más señas), así que puedo decir que mi acuerdo viene de lejos. Quizás por venir de la izquierda yo tenga más alergia al mercado que él, pero comparto su desprecio por las empresas que viven de la legislación injustamente.
Lo que dice de las librerías, por cierto, casi totalmente de acuerdo. Como buena rata de biblioteca, me gusta más olfatear papel en una tienda que comprar en Amazon, incluso pagando un poquito más. Soy un antiguo.
Lo que dice de las librerías, por cierto, casi totalmente de acuerdo. Como buena rata de biblioteca, me gusta más olfatear papel en una tienda que comprar en Amazon, incluso pagando un poquito más. Soy un antiguo.
miércoles, junio 07, 2006
Rajoy salta al vacio
Rajoy ayer hizo dos cosas. La primera, aceptar resignadamente que el rumbo que toma el partido ya no lo decide él. La segunda, atar el destino del PP al éxito o fracaso de la negociación con ETA, con una apuesta cada vez más clara por la segunda opción.
Me temo que es tan simple como eso. Ayer Rajoy dijo publicamente que nada de lo que haga el gobierno respecto a la tregua tiene nada que ver con él; lo que haga o diga Zapatero será sin el apoyo o el consejo del Partido Popular. Si vemos el fin de la violencia, y ETA se disuelve, el mérito es exclusivamente del PSOE, ya que Rajoy dice que no va a tener nada que ver. No es difícil deducir, por tanto, que el PP tiene en mente el fracaso de cualquier iniciativa de paz como el camino que más le beneficia.
Lo que está claro es que la legalidad les importa un rábano. Exigen que el gobierno rectifique y se oponga a la reunión entre Batasuna y el PSE, como si sentarse a hablar en una mesa fuera delito. La ley de partidos ilegaliza a Batasuna, no los convierte en leprosos. No hay nada que prohiba hablar con Otegui; tampoco hay nada que haga esa reunión vinculante. ¿Legitimidad política? Batasuna, mal que les pese, la tiene; 150.000 votantes votan a Otegui o a quien este diga. Hablan de tregua, cuando el estado sigue aplicando la ley como de costumbre.
Lo peor de todo es que la deserción del PP hace la tarea de Zapatero mucho más difícil. El gobierno ha visto capacidad de maniobra, ya que cualquier pronunciamiento que haga puede ser visto como un signo de debilidad. Si se muestra inflexible hacia Batasuna, sus palabras serán recibidas por ETA como un síntoma de que el PSOE está cediendo ante el PP y optando por cerrarle puertas. Cualquier intento de dar garantías (prometer que la condena a la violencia abrirá paso a la legalización, por ejemplo) se hace muchísimo más difícil, ya que las presiones externas hacen al gobiern más vulnerable. El gobierno, a su vez, será más reacio a dar concesiones que pueden ser necesarias (y legales, como acercar los presos) debido a un papel activo del PP desacreditando cualquier acción.
El PP, bajo excusas fatuas y gritos de traición, dice no querer "esta paz", y atacan todo aquel que critica su fariseismo hipócrita. Aborrecen la esperanza, y prefieren el circo del miedo. Rajoy y su partido han abrazado el miedo como guía, y han perdido el norte.
Me temo que es tan simple como eso. Ayer Rajoy dijo publicamente que nada de lo que haga el gobierno respecto a la tregua tiene nada que ver con él; lo que haga o diga Zapatero será sin el apoyo o el consejo del Partido Popular. Si vemos el fin de la violencia, y ETA se disuelve, el mérito es exclusivamente del PSOE, ya que Rajoy dice que no va a tener nada que ver. No es difícil deducir, por tanto, que el PP tiene en mente el fracaso de cualquier iniciativa de paz como el camino que más le beneficia.
Lo que está claro es que la legalidad les importa un rábano. Exigen que el gobierno rectifique y se oponga a la reunión entre Batasuna y el PSE, como si sentarse a hablar en una mesa fuera delito. La ley de partidos ilegaliza a Batasuna, no los convierte en leprosos. No hay nada que prohiba hablar con Otegui; tampoco hay nada que haga esa reunión vinculante. ¿Legitimidad política? Batasuna, mal que les pese, la tiene; 150.000 votantes votan a Otegui o a quien este diga. Hablan de tregua, cuando el estado sigue aplicando la ley como de costumbre.
Lo peor de todo es que la deserción del PP hace la tarea de Zapatero mucho más difícil. El gobierno ha visto capacidad de maniobra, ya que cualquier pronunciamiento que haga puede ser visto como un signo de debilidad. Si se muestra inflexible hacia Batasuna, sus palabras serán recibidas por ETA como un síntoma de que el PSOE está cediendo ante el PP y optando por cerrarle puertas. Cualquier intento de dar garantías (prometer que la condena a la violencia abrirá paso a la legalización, por ejemplo) se hace muchísimo más difícil, ya que las presiones externas hacen al gobiern más vulnerable. El gobierno, a su vez, será más reacio a dar concesiones que pueden ser necesarias (y legales, como acercar los presos) debido a un papel activo del PP desacreditando cualquier acción.
El PP, bajo excusas fatuas y gritos de traición, dice no querer "esta paz", y atacan todo aquel que critica su fariseismo hipócrita. Aborrecen la esperanza, y prefieren el circo del miedo. Rajoy y su partido han abrazado el miedo como guía, y han perdido el norte.
La explotación del sufrimiento
Vaya por delante, este es un post profundamente insensible y radicalmente objetivista, con una falta de empatía con el projimo absoluta. Es cruel, pero alguien tiene que decirlo de una puñetera vez: la explotación del sufrimiento que algunas víctimas del terrorismo es vergonzosa.
Lo han pasado mal, es trágico, y lo que quieras, pero hay un enorme colectivo de personajillos y voceros variados que han hecho del lloriqueo y la exaltación de sus heridas una máquina de publicidad infinita. Hay gente que ha hecho del lloriqueo exaltado en los medios de comunicación una forma de vida, haciendo de sus escoltas una máquina de generar entrevistas. Son la industria del dolor vasca, la otra cara de la industria del terror que tanto daño ha hecho; pueblan foros, asociaciones y tertulias radiofónicas haciendo pornografía de su sufrimiento. Son inflexibles, y no toleran disidencia; cuando Fernando Savater se atrevió a salir del discurso, le acusaron de vendido y lo echaron como un apestado.
Sea por una descarada adicción a la publicidad, sea porque les gusta la fama, sea porque están siendo utilizados por la derecha de forma descarada, el circo de intelectualoides y mártires mediáticos que circula por el debate político de este país es en ocasiones nauseabundo.
Aprecio la valentía de quien se presenta a las elecciones en Euskadi en lugares donde no es fácil ser constitucionalista. Aprecio lo duro que es vivir con miedo. Aprecio el dolor de ser herido o perder un ser querido en un atentado. Lo que no aguanto es el exibicionismo, la arrogancia, el ansia por la publicidad y los aires de superioridad moral que muchas víctimas y intelectuales de tres al cuarto muestran día tras día. Una cosa es opinar, y la otra es lanzarse en diatribas fanáticas cada vez que hay un micro.
No hay heroismo sin humildad.
Lo han pasado mal, es trágico, y lo que quieras, pero hay un enorme colectivo de personajillos y voceros variados que han hecho del lloriqueo y la exaltación de sus heridas una máquina de publicidad infinita. Hay gente que ha hecho del lloriqueo exaltado en los medios de comunicación una forma de vida, haciendo de sus escoltas una máquina de generar entrevistas. Son la industria del dolor vasca, la otra cara de la industria del terror que tanto daño ha hecho; pueblan foros, asociaciones y tertulias radiofónicas haciendo pornografía de su sufrimiento. Son inflexibles, y no toleran disidencia; cuando Fernando Savater se atrevió a salir del discurso, le acusaron de vendido y lo echaron como un apestado.
Sea por una descarada adicción a la publicidad, sea porque les gusta la fama, sea porque están siendo utilizados por la derecha de forma descarada, el circo de intelectualoides y mártires mediáticos que circula por el debate político de este país es en ocasiones nauseabundo.
Aprecio la valentía de quien se presenta a las elecciones en Euskadi en lugares donde no es fácil ser constitucionalista. Aprecio lo duro que es vivir con miedo. Aprecio el dolor de ser herido o perder un ser querido en un atentado. Lo que no aguanto es el exibicionismo, la arrogancia, el ansia por la publicidad y los aires de superioridad moral que muchas víctimas y intelectuales de tres al cuarto muestran día tras día. Una cosa es opinar, y la otra es lanzarse en diatribas fanáticas cada vez que hay un micro.
No hay heroismo sin humildad.
martes, junio 06, 2006
De políticos y talento escaso
Los resultados electorales en Perú de este fin de semana han sido ciertamente curiosos.
El candidato ganador, Alan García, llega a la presidencia del país por segunda vez, tras sus cinco años de mandato a finales de los ochenta. En su día uno de los presidentes más jóvenes de la historia de Latinoamérica (36 años), el carismático García, autoproclamado socialdemócrata, tuvo un mandato lleno de logros únicos y difíciles de igualar. De 1985 a 1990, Perú tuvo una inflación acumulada de un módico 2.200.200% (si, más dos millones por ciento), con hitos históricos como un 7.479% en 1990. El PIB por cápita del país cayó en picado, un 20% en cinco años, consiguiendo que los peruanos fueran más pobres en 1990 que en 1960, con un 14% adicional viviendo bajo el umbral de la pobreza (un 55%).
A estos innegables logros económicos, el tipo se las arregló para cabrear a todo el mundo con una espectacularmente incompetente nacionalización de la banca y las aseguradoras, una limitación de los pagos de la deuda externa (dejando el país sin ningún crédito exterior), generó un bonito montón de deuda adicional, se pasó los derechos humanos por el forro combatiendo a Sendero Luminoso (1.600 desaparacidos, masacres de civiles, etcétera), y contribuyó a que otro paladín de la democracia, Fujimori, ganara las siguientes elecciones. Y eso sin entrar en el dinero que robó más o menos descaradamente, claro está.
La pregunta, claro está, es ¿por qué los peruanos han votado de nuevo por semejante mandril? La respuesta es casi más triste: sus oponentes eran probablemente peores.
Presentamos a Ollanta Humala, una catástrofe política ambulante aún más aterradora que un tipo con el "brillante" historial de Alan García. Las bárbaridades pronunciadas por este ente político colectivo (EPC) que es la familia Humala han sido múltiples y crecientemente absurdas, dejando claro que a todo el clan le patina el embrague que da gusto. Otro seguidor del alegre colpismo / caciquismo mesiánico del inefable Hugo Chávez y de su alegre falta de realismo económico, no tardó en hacer bueno eso de "malo conocido" al enfrentarse a García.
La tercera candidata, Lourdes Flores, era una neoliberal tradicional. Probablemente la más mentalmente sana de los tres, no llegó a la segunda vuelta en parte porque hacer favores a los ricos ya no se lleva por América Latina.
La pregunta es obvia: ¿Por qué la mayoría de democracias latinoamericanas tienen una clase política tan horriblemente incompetente? Con las excepciones de Chile, Brasil (que llevan unos cuantos presidentes cuerdos) y Argentina (con reparos, porque vaya historial), la calidad media de los políticos en América Latina es como mínimo lamentable, por no decir consistentemente patética. No es sólo cuestión de votantes escogiendo a gente falta de talento; es que muchas veces no hay nadie remotamente competente entre los candidatos.
Lo cierto es que no se me ocurren demasiadas explicaciones satisfactorias a por qué sucede esto. Lo primero que se me ocurre es que algo en el proceso para escoger a los de candidatos está irremediablemente roto, creando un problema de selección adversa endémico a los sistemas políticos de la región. Mi sospecha inicial es que la falta de partidos políticos estables, preocupados por crear una reputación de competencia y ganar elecciones, tenía parte de la culpa. El problema evidente es que Alan García es miembro del APRA, uno de los partidos más antiguos del continente, así el problema debe venir de otro lugar.
Una explicación más tradicional, aunque tampoco demasiado satisfactoria, es la existencia de sistemas presidencialistas, que hacen más sencillo el acceso de inútiles a las elecciones, al no tener controles de entrada (partidos políticos) previos. Si bien tiene su lógica (y en vista del "éxito" Francés reciente parece casi universal), no explica como parecen acabar siempre como favoritos una pandilla de inútiles. Explicaciones más sistémicas (como que hay algunos países que estructuralmente no son proclives a ser democracias) no funcionan, ya que no se basan en el ratio de malos políticos.
Otra idea que me rondaba es que quizás la inutilidad agregada de la clase política no es tan distinta, pero la dificultad del trabajo es mucho mayor. Cuando Alan García se puso a destruir de forma creativa la economía de su país, sus políticas quizás no eran tan distintas a las espectaculares metidas de pata de Mitterrand en sus dos primeros años de mandato. Francia, teniendo un aparato estatal más sólido, fue capaz de sobrevivir a malas ideas gracias a una burocracia eficaz y una economía más resistente, mientras que Perú con dos pifias se fue al garete sin que nadie pudiera frenarlo.
Los problemas de America Latina, además, son mayores que los de cualquier sociedad europea, haciendo que los políticos sean mucho más proclives a impulsar grandes cambios. La máxima de un político europeo aceptable puede ser "no romper nada", y eso bastarle para hacer un trabajo decente; para un presidente de Bolivia o Perú, que encuentran el país roto de fábrica, tomar riesgos puede que sea más natural. Esto explica, sin embargo, la tasa más alta de gobiernos fracasados de la región, pero no el hecho que haya tantas elecciones donde la incompetencia media de los candidatos sea a veces aterradoramente alta.
Lo cierto es que no puede decir, a ciencia cierta, qué sucede en esos países. Los procesos de selección de candidatos están muy mal estudiados incluso en Europa; la mayoría de estudios se centran en la competición electoral, no en las rondas previas. Lo que me parece bastante claro es que hay países que, por motivos que se me escapan, tienen peores políticos que otros, y que Perú estos días ha sido un ejemplo deprimente.
Nota: ya he dicho antes que me parece que España tiene suerte. Sí, tenemos buenos políticos.
El candidato ganador, Alan García, llega a la presidencia del país por segunda vez, tras sus cinco años de mandato a finales de los ochenta. En su día uno de los presidentes más jóvenes de la historia de Latinoamérica (36 años), el carismático García, autoproclamado socialdemócrata, tuvo un mandato lleno de logros únicos y difíciles de igualar. De 1985 a 1990, Perú tuvo una inflación acumulada de un módico 2.200.200% (si, más dos millones por ciento), con hitos históricos como un 7.479% en 1990. El PIB por cápita del país cayó en picado, un 20% en cinco años, consiguiendo que los peruanos fueran más pobres en 1990 que en 1960, con un 14% adicional viviendo bajo el umbral de la pobreza (un 55%).
A estos innegables logros económicos, el tipo se las arregló para cabrear a todo el mundo con una espectacularmente incompetente nacionalización de la banca y las aseguradoras, una limitación de los pagos de la deuda externa (dejando el país sin ningún crédito exterior), generó un bonito montón de deuda adicional, se pasó los derechos humanos por el forro combatiendo a Sendero Luminoso (1.600 desaparacidos, masacres de civiles, etcétera), y contribuyó a que otro paladín de la democracia, Fujimori, ganara las siguientes elecciones. Y eso sin entrar en el dinero que robó más o menos descaradamente, claro está.
La pregunta, claro está, es ¿por qué los peruanos han votado de nuevo por semejante mandril? La respuesta es casi más triste: sus oponentes eran probablemente peores.
Presentamos a Ollanta Humala, una catástrofe política ambulante aún más aterradora que un tipo con el "brillante" historial de Alan García. Las bárbaridades pronunciadas por este ente político colectivo (EPC) que es la familia Humala han sido múltiples y crecientemente absurdas, dejando claro que a todo el clan le patina el embrague que da gusto. Otro seguidor del alegre colpismo / caciquismo mesiánico del inefable Hugo Chávez y de su alegre falta de realismo económico, no tardó en hacer bueno eso de "malo conocido" al enfrentarse a García.
La tercera candidata, Lourdes Flores, era una neoliberal tradicional. Probablemente la más mentalmente sana de los tres, no llegó a la segunda vuelta en parte porque hacer favores a los ricos ya no se lleva por América Latina.
La pregunta es obvia: ¿Por qué la mayoría de democracias latinoamericanas tienen una clase política tan horriblemente incompetente? Con las excepciones de Chile, Brasil (que llevan unos cuantos presidentes cuerdos) y Argentina (con reparos, porque vaya historial), la calidad media de los políticos en América Latina es como mínimo lamentable, por no decir consistentemente patética. No es sólo cuestión de votantes escogiendo a gente falta de talento; es que muchas veces no hay nadie remotamente competente entre los candidatos.
Lo cierto es que no se me ocurren demasiadas explicaciones satisfactorias a por qué sucede esto. Lo primero que se me ocurre es que algo en el proceso para escoger a los de candidatos está irremediablemente roto, creando un problema de selección adversa endémico a los sistemas políticos de la región. Mi sospecha inicial es que la falta de partidos políticos estables, preocupados por crear una reputación de competencia y ganar elecciones, tenía parte de la culpa. El problema evidente es que Alan García es miembro del APRA, uno de los partidos más antiguos del continente, así el problema debe venir de otro lugar.
Una explicación más tradicional, aunque tampoco demasiado satisfactoria, es la existencia de sistemas presidencialistas, que hacen más sencillo el acceso de inútiles a las elecciones, al no tener controles de entrada (partidos políticos) previos. Si bien tiene su lógica (y en vista del "éxito" Francés reciente parece casi universal), no explica como parecen acabar siempre como favoritos una pandilla de inútiles. Explicaciones más sistémicas (como que hay algunos países que estructuralmente no son proclives a ser democracias) no funcionan, ya que no se basan en el ratio de malos políticos.
Otra idea que me rondaba es que quizás la inutilidad agregada de la clase política no es tan distinta, pero la dificultad del trabajo es mucho mayor. Cuando Alan García se puso a destruir de forma creativa la economía de su país, sus políticas quizás no eran tan distintas a las espectaculares metidas de pata de Mitterrand en sus dos primeros años de mandato. Francia, teniendo un aparato estatal más sólido, fue capaz de sobrevivir a malas ideas gracias a una burocracia eficaz y una economía más resistente, mientras que Perú con dos pifias se fue al garete sin que nadie pudiera frenarlo.
Los problemas de America Latina, además, son mayores que los de cualquier sociedad europea, haciendo que los políticos sean mucho más proclives a impulsar grandes cambios. La máxima de un político europeo aceptable puede ser "no romper nada", y eso bastarle para hacer un trabajo decente; para un presidente de Bolivia o Perú, que encuentran el país roto de fábrica, tomar riesgos puede que sea más natural. Esto explica, sin embargo, la tasa más alta de gobiernos fracasados de la región, pero no el hecho que haya tantas elecciones donde la incompetencia media de los candidatos sea a veces aterradoramente alta.
Lo cierto es que no puede decir, a ciencia cierta, qué sucede en esos países. Los procesos de selección de candidatos están muy mal estudiados incluso en Europa; la mayoría de estudios se centran en la competición electoral, no en las rondas previas. Lo que me parece bastante claro es que hay países que, por motivos que se me escapan, tienen peores políticos que otros, y que Perú estos días ha sido un ejemplo deprimente.
Nota: ya he dicho antes que me parece que España tiene suerte. Sí, tenemos buenos políticos.
Uno para el otro
Un grupo de descerebrados trató de agradir ayer a Arcadi Espada en Girona. En declaraciones a LD, el señor Espada dice que lo sucedido viene de la "irresponsabilidad de algunos partidos" que tratan de "criminalizar al adversario".
Supongo que se refiere a cuando alguien dijo que debían "expulsar del espacio público" a sus oponentes, hará cosa de unos meses. Actitudes excluyentes que algunos partidos políticos repiten a menudo en sus actos públicos desde que se fundaron. El pequeño problema es que fue Arcadi Espada, el 6 de marzo del 2006, el que dijo literalmente estas palabras, que asumen el "reto de expulsar el nacionalismo del espacio público". Pues vaya mensaje conciliador gastan algunos últimamente.
Condeno la agresión, evidentemente, pero me parece que por Ciutadans de Catalunya lo de tolerar y aceptar al adversario no lo tienen demasiado por la mano. Más bien diría que lo de "tensar la situación" lo llevan casi igual de bien que los idiotas que van por allí reventando actos. Lo dicho, nacidos el uno para el otro.
Supongo que se refiere a cuando alguien dijo que debían "expulsar del espacio público" a sus oponentes, hará cosa de unos meses. Actitudes excluyentes que algunos partidos políticos repiten a menudo en sus actos públicos desde que se fundaron. El pequeño problema es que fue Arcadi Espada, el 6 de marzo del 2006, el que dijo literalmente estas palabras, que asumen el "reto de expulsar el nacionalismo del espacio público". Pues vaya mensaje conciliador gastan algunos últimamente.
Condeno la agresión, evidentemente, pero me parece que por Ciutadans de Catalunya lo de tolerar y aceptar al adversario no lo tienen demasiado por la mano. Más bien diría que lo de "tensar la situación" lo llevan casi igual de bien que los idiotas que van por allí reventando actos. Lo dicho, nacidos el uno para el otro.
lunes, junio 05, 2006
Política y la ley de la gravedad
Uno de los principales problemas a los que se enfrentan algunos políticos es la lucha contra la ley de la gravedad. Sencillamente, hay gente que está en contra de esta ley. Bien sea porque caer no les gusta, contradice alguno de sus principios o porque algún malvado terrorista defiende y respeta la gravedad, algunos idealistas trabajan por su abolición. No a la atracción mecánica de los cuerpos. Por una teoría de la caida inteligente. Debemos abolir esta ley injusta.
¿Suena absurdo, verdad? La verdad es que no lo es tanto. La primera tarea de cualquier persona que esté diseñando una política pública (o la ausencia de esta; confiar en el mercado es también política) es tener una idea clara sobre cómo es la realidad. Es tentación de muchos, tanto en la izquierda como en la derecha, de confundir realidad con deseo, sugeriendo programas y proyectos basados en preconcepciones y prejuicios antes que en un conocimiento detallado del mundo.
Desde la derecha y el liberalismo, la preconcepción más generalizada es la de la eficiencia absoluta de los mercados. Como toda idea erronea, tiene una base importante de realidad (los mercados sí son eficientes casi siempre) pero excluye elementos importantes. Los mercados pueden tener problemas. Es más, en muchas ocasiones sólo pueden funcionar cuando alguien vigila que estos cumplan algunas condiciones imprescindibles, como información (casi) perfecta, costes de transacción limitados y capacidad de hacer cumplir contratos rápidamente.
Ejemplos de mercados fallidos o que necesitan cuidados intensivos hay muchos y variados. Recientemente hablada de Enron, un ejemplo claro de mercado de capitales parcialmente fuera de control; mucho más cercano tenemos el fraude de Afinsa recordándonos por qué sin información el mecanismo no funciona. El desastre que es el sistema sanitario en Estados Unidos es otro ejemplo claro de un mercado incapaz de ser eficiente, por más que se trate de aumentar la competencia.
En ocasiones, los costes de una empresa no son pagados por esta, sino que son lanzados contra otros, rompiendo con los mecanismos de asignación eficiente de recursos al hacer un bien artificialmente barato. Los economistas lo llaman externalidades, y reconocen que en muchas ocasiones sólo se pueden arreglar mediante intervención estatal. Desde la contaminación atmosférica al nivel de crimen o la eficiencia del transporte en las ciudades, pasando por dónde se establecen las empresas, el regular o no un sector de la economía puede producir efectos contraproducentes (y muy caros) en otros lugares.
En general, cuando los mercados tienen problemas para distribuir información o para asignar costes, la eficiencia de estos se resiente. Más allá de la equidad o igualdad producida por los mercados (eso para más adelante), es necesario ser consciente que su funcionamiento es mucho menos automático de lo que parece, requiriendo una serie de instituciones y mecanismos no necesariamente sencillos.
La izquierda, mientras tanto, tiene el problema de creer que la intervención en los mercados es siempre relativamente sencilla, y que es posible arreglar cualquier injusticia a base de utilizar legislación. Del mismo modo que dejar los mercados solitos puede tener costes, entrar como un tanque para desfacer entuertos puede crear más problemas que soluciones.
Lo que un político debe tener siempre en mente es que nada sale gratis, y cualquier legislación dirigida a arreglar problemas puede tener sus costes. El ejemplo más claro es el mercado de trabajo. Como todo, una hora trabajada tiene un precio, un determinado salario. Cuando hay mucha gente ofreciendo el producto (queriendo trabajar) el precio de este baja; cuando hay poca gente vendiendo el producto y muchos compradores (el paro es bajo y la economía crece) el precio sube. Los salarios, mal que nos pese, siguen el nivel de paro; si queremos que los salarios suban, se debe aumentar el empleo.
Cuando en el mercado laboral se obliga a quien tiene un contrato tenga indemnizaciones y protección contra el despido, lo que se está haciendo es hacer ese contrato más caro. Cuando en un mercado el bien ofrecido (hora trabajada) sube de precio, la demanda por este bien baja, ya que los compradores trataran de buscar alternativas a mejor precio (maquinaria) o se irán con la fábrica a otra parte. Tratar de subir los salarios por ley, a base de aumentar las protecciones (que son un coste adicional) no crea empleo, sólo lo encarece. Por mucho que pretendamos que los empresarios deban recortar sus beneficios para emplear más gente, esto no sucederá nunca, así que las regulaciones sólo harán que aumentar el nivel de desempleo. Los dos mercados de trabajo en España son un ejemplo de ello.
El prejuicio contra el libre mercado genera otro de las aficiones de la izquierda, un irracional apego al proteccionismo. Sean productos agrícolas o sean servicios, se ignoran los costes derivados de proteger ciertos sectores creados por una política restrictiva.
Todo esto, sin embargo, no debe llevar a olvidarnos que las decisiones políticas sobre qué tipo de sociedad queremos tener sí tienen efectos reales. Los diversos tipos de estado del bienestar y sus efectos crean condiciones radicalmente distintas para los ciudadanos. Aún cuando no producen a efectos prácticos niveles de riqueza demasiado distintos (si uno tiene en cuenta el PIB por hora trabajada) los niveles de igualdad, oportunidades y redistribución de cada uno de ellos son muy distintos.
El principal problema al que se enfrenta un político es evitar que sus fines escojan los medios con los que trabaja, o que la alergia a determinados medios le impida llegar a sus fines. La izquierda debe tener claro dónde quiere llegar, no cómo. La realidad nos limita los medios; no debemos dejar que la teoría nos los imponga.
¿Suena absurdo, verdad? La verdad es que no lo es tanto. La primera tarea de cualquier persona que esté diseñando una política pública (o la ausencia de esta; confiar en el mercado es también política) es tener una idea clara sobre cómo es la realidad. Es tentación de muchos, tanto en la izquierda como en la derecha, de confundir realidad con deseo, sugeriendo programas y proyectos basados en preconcepciones y prejuicios antes que en un conocimiento detallado del mundo.
Desde la derecha y el liberalismo, la preconcepción más generalizada es la de la eficiencia absoluta de los mercados. Como toda idea erronea, tiene una base importante de realidad (los mercados sí son eficientes casi siempre) pero excluye elementos importantes. Los mercados pueden tener problemas. Es más, en muchas ocasiones sólo pueden funcionar cuando alguien vigila que estos cumplan algunas condiciones imprescindibles, como información (casi) perfecta, costes de transacción limitados y capacidad de hacer cumplir contratos rápidamente.
Ejemplos de mercados fallidos o que necesitan cuidados intensivos hay muchos y variados. Recientemente hablada de Enron, un ejemplo claro de mercado de capitales parcialmente fuera de control; mucho más cercano tenemos el fraude de Afinsa recordándonos por qué sin información el mecanismo no funciona. El desastre que es el sistema sanitario en Estados Unidos es otro ejemplo claro de un mercado incapaz de ser eficiente, por más que se trate de aumentar la competencia.
En ocasiones, los costes de una empresa no son pagados por esta, sino que son lanzados contra otros, rompiendo con los mecanismos de asignación eficiente de recursos al hacer un bien artificialmente barato. Los economistas lo llaman externalidades, y reconocen que en muchas ocasiones sólo se pueden arreglar mediante intervención estatal. Desde la contaminación atmosférica al nivel de crimen o la eficiencia del transporte en las ciudades, pasando por dónde se establecen las empresas, el regular o no un sector de la economía puede producir efectos contraproducentes (y muy caros) en otros lugares.
En general, cuando los mercados tienen problemas para distribuir información o para asignar costes, la eficiencia de estos se resiente. Más allá de la equidad o igualdad producida por los mercados (eso para más adelante), es necesario ser consciente que su funcionamiento es mucho menos automático de lo que parece, requiriendo una serie de instituciones y mecanismos no necesariamente sencillos.
La izquierda, mientras tanto, tiene el problema de creer que la intervención en los mercados es siempre relativamente sencilla, y que es posible arreglar cualquier injusticia a base de utilizar legislación. Del mismo modo que dejar los mercados solitos puede tener costes, entrar como un tanque para desfacer entuertos puede crear más problemas que soluciones.
Lo que un político debe tener siempre en mente es que nada sale gratis, y cualquier legislación dirigida a arreglar problemas puede tener sus costes. El ejemplo más claro es el mercado de trabajo. Como todo, una hora trabajada tiene un precio, un determinado salario. Cuando hay mucha gente ofreciendo el producto (queriendo trabajar) el precio de este baja; cuando hay poca gente vendiendo el producto y muchos compradores (el paro es bajo y la economía crece) el precio sube. Los salarios, mal que nos pese, siguen el nivel de paro; si queremos que los salarios suban, se debe aumentar el empleo.
Cuando en el mercado laboral se obliga a quien tiene un contrato tenga indemnizaciones y protección contra el despido, lo que se está haciendo es hacer ese contrato más caro. Cuando en un mercado el bien ofrecido (hora trabajada) sube de precio, la demanda por este bien baja, ya que los compradores trataran de buscar alternativas a mejor precio (maquinaria) o se irán con la fábrica a otra parte. Tratar de subir los salarios por ley, a base de aumentar las protecciones (que son un coste adicional) no crea empleo, sólo lo encarece. Por mucho que pretendamos que los empresarios deban recortar sus beneficios para emplear más gente, esto no sucederá nunca, así que las regulaciones sólo harán que aumentar el nivel de desempleo. Los dos mercados de trabajo en España son un ejemplo de ello.
El prejuicio contra el libre mercado genera otro de las aficiones de la izquierda, un irracional apego al proteccionismo. Sean productos agrícolas o sean servicios, se ignoran los costes derivados de proteger ciertos sectores creados por una política restrictiva.
Todo esto, sin embargo, no debe llevar a olvidarnos que las decisiones políticas sobre qué tipo de sociedad queremos tener sí tienen efectos reales. Los diversos tipos de estado del bienestar y sus efectos crean condiciones radicalmente distintas para los ciudadanos. Aún cuando no producen a efectos prácticos niveles de riqueza demasiado distintos (si uno tiene en cuenta el PIB por hora trabajada) los niveles de igualdad, oportunidades y redistribución de cada uno de ellos son muy distintos.
El principal problema al que se enfrenta un político es evitar que sus fines escojan los medios con los que trabaja, o que la alergia a determinados medios le impida llegar a sus fines. La izquierda debe tener claro dónde quiere llegar, no cómo. La realidad nos limita los medios; no debemos dejar que la teoría nos los imponga.
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