Será que Felipe González lleva más tiempo jubilado que Aznar, o que sencillamente es una persona más razonable, pero ayer el ex-presidente dio una lección sobre cómo debería ser el debate sobre el dichoso estatuto catalán.
En pocas palabras, dijo que no le gustaba, pero que no veía en él un riesgo de provocar el apocalipsis, el ragnarok, el fin del mundo o el advenimiento del cuarto Reich. No le gusta porque puede que empeore la calidad del sistema de gobierno en España, no porque sea una conspiración de "La Caixa" para que todos aquellos al sur del Ebro sean forzados a bailar sardanas. La verdad, ¿Es tan difícil parar de pegar alaridos proclamando el fin del mundo, y ponerse a discutir qué cambios del proyecto de reforma empeoran o mejoran cómo los catalanes y españoles reciben sus servicios?
Bueno, Aznar cree que no. Y los de la fundación FAES, tampoco. Van hablando de teocracia nacionalista, opresivo y el fin de España, a ver quién dice la burrada más grande. Supongo que si se leyeran los dos capítulos de derechos de la Constitución Española se darían cuenta que el Estatut no inventa nada aparte de retórica medioambiental estúpida (derecho al paisaje... por favor), pero vamos. En política lingüística, sólo pone en el Estatuto lo que la ley de normalización lingüística actual dice, y el constitucional da como valido.
En fin, el PP parece emperrado en apelar a la testiculina emocional antes que hablar de manera lógica. Esto le puede durar a un partido un par de meses, pero no más que eso, y a este paso van a acabar cansando a todo el mundo menos a los cuatro montañeses. Ahora mismo, parece que están renunciando al argumento racional o vagamente cercano a la realidad.
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