Hoy hace 200 años, la flota franco-española, dirigida por un almirante (francés) bastante incompetente, recibía la paliza de su vida en la batalla naval más decisiva de las guerras napoleónicas, y probablemente de todo el siglo XIX.
Vale, no sólo fueron los ingleses; la galerna posterior a la batalla hizo que un rotunda derrota se convertiera en una completa catástrofe. Aun así, Trafalgar dio a la Royal Navy una supremacia naval indisputada que duraría, como mínimo, hasta Jutlandia, más de 100 años después, y permitió al Imperio Británico florecer merced de su pujante comercio, industria, y poder marítimo.
Trafalgar también fue la última gran batalla con barcos de vela, y el adiós definitivo de España a cualquier pretensión de gran potencia en los siguientes 200 años. Nada como tener a un Borbón oligofrénico mandando y besando los pies de Bonaparte. En fin, a todos los pobres diablos que lucharon ese día, desde aquí un recuerdo.
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