Uno de los problemas a los que se enfrenta cualquier político cuando se acerca por primera vez a una consejería o un ministerio es la sólida certeza que todos sus subordinados están mejor informados que él. Muchos de los funcionarios que habitan en el edificio han estado allí desde tiempo inmemorial, viendo pasar ministros uno detrás de otro mientras ellos siguen a lo suyo, gestionando el departamento tranquilamente. El ministro en cuestión siempre puede recurrir a gente de partido, asesores externos o cosas por el estilo, que estarán a menudo tan perdidos como él, pero al menos le daran algo de consuelo.
La mejor manera de explicar qué sucede cuando políticos y burocracia chocan es referirme al que es probablemente el mejor programa de televisión dedicado a la política jamás realizado, "Yes, Minister". Esta serie de la BBC sigue las tribulaciones del nuevo ministro de asuntos administrativos, Jim Hacker, y su inacabable lucha contra su secretario, Sir Humphrey Appleby, y sus cínicas guerras de papeleo.
Los intereses de uno, evidentemente, no son los intereres del otro. Hacker vive obsesionado por impulsar políticas populares, mientras Sir Humphrey se concentra en asegurar y ampliar el poder de la pequeña horda de funcionarios del departamento, y asegurarse que las políticas del ministro acaban por ser las que el departamento prefiere. Hablando de redactar informes sobre posibles iniciativas, el burócrata señala a un colega que es en su mejor política incluya palabras como "barato", "sencillo", "popular" y "rápido", mientras que en las que el político prefiere hable de "caro", "complejo", "controvertido" y "lento". Si el plan del ministro es especialmente catastrófico para sus intereses, la palabra a añadir es "valiente", que es como controvertido, sólo que acabando carreras políticas.
El programa es un auténtico catálogo de interferencia burocrática: poner el informe relevante el último de la caja de materias a tratar, inundar al ministro de información inutil, ocultar al ministro informes realizados con excusas variadas (desde no dañar al político anterior, ya que los funcionarios son neutrales, a pasearlo de comité en comité), cargar la agenda del político con docenas de compromisos absurdos para que no trabaje en lo que él quiera, y un largo etcétera de zancadillas, excusas y puñaladas traperas para mantener las cosas como están. Todo, evidentemente, oculto tras toneladas de jerga administrativa, legal y emocional, y recordando de manera insistente que una vez en el consejo de ministros, lo que se necesita es dinero, dinero y dinero.
¿Están los políticos condenados a ser víctimas de la burocracia? Como respondería Sir Humphrey, si y no. Un ministro con iniciativa, ganas de hacer cosas y cierta tozudez innata puede abrirse paso y hacer reformas. Para empezar, el político es una figura mediática, y los funcionarios no. En caso de resistencia, siempre se puede recurrir al comunicado de prensa y a los periodistas para empujar a una burocracia dubitativa a hacer cosas. Por añadido, el ministro no está necesariamente sólo y sin consejo. En algunos países (caso de España) los políticos pueden reclutar a funcionarios para que ejerzan de secretarios de estado, debiendo más lealtad al político que a sus ex-colegas. Por añadido, los partidos políticos son a su vez una burocracia con cierta permanencia, y con experiencia, en democracias antiguas, en como lidiar con el alegre y tozudo obstruccionismo de según que ministerios.
El problema al que se enfrentan los políticos en este escenario es una variante de lo que en la jerga de las ciencias sociales se llaman problemas de principal - agente. Estas situaciones se producen cuando un actor con autoridad (principal) debe ordenar a un subalterno con una agenda no necesariamente igual a la de su jefe (agente) que haga alguna acción. Si el agente tiene demasiadas ideas propias y el principal insuficientes medidas para controlarlo, tenemos un problemas. La terrible inflación de salarios de CEOs y demás peces gordos empresariales no es necesariamente algo bueno para los accionistas, pero que puede estar fuera de su control si el consejo de administración está del lado (y comparte la subida de ingresos) del jefe. Un político que no busca la reelección está en una situación parecida respecto su electorado; como no teme sanción, nada le impide ir a la guerra y la gloria personal en digamos Irak, o cualquier otro lugar olvidado.
Cuando alguien aboga por pedir opiniones a expertos, o que la administración haga un estudio, siempre debe tener en cuenta los dos filos de la tecnocracia. Cuando los expertos tienen intereses personales distintos de quienes encargan el informe, eso puede ser bueno, y por eso tenemos un cuerpo de funcionarios no dependiente del cambio de ministros para que la neutralidad esté asegurada. Ahora bien, cuando esos funcionarios tienen como interés personal el propio, la tecnocracia también puede ser un problema. Uno nunca encontrará inspectores laborales que no defiendan controles más estrictos, contables que no quieran más salvaguardas, técnicos de medio ambiente que no quieran más parques naturales, e ingenieros civiles que no quieran menos.
Es tarea de los políticos, muchas veces, asegurarse que el ruido de los expertos no oculta lo que favorece a todo el mundo. Y es tarea de todo jefe, votante o accionista de desconfiar de quien debe recibir órdenes.
9 comentarios:
La serie ha aparecido hace nada en España en DVD por unos 30 euros y no puedo sino recomendarsela a todo el mundo. Mi hermano y yo nos lo estamos pasando bomba con ella.
Eso iba a decir yo ahora mismo, mira :)
Pues, sí, la verdad es que la serie es muy buena y muy real. Te lo aseguro yo que lo estoy viviendo!
Pero...es bastante antigua ¿no? Recuerdo al menos a mi padre que me habló de ella hace muchos años.
Claro que igual me confundo con el libro, pues tienen mis padres en su casa uno que se llama "Sí, Ministro", que no se si estará basado en la serie o viceversa.
Ciertamente, és increible lo ineficaces, vagos, torticeros y liantes que pueden llegar a ser los funcionarios cuando se lo proponen. Compadezco al ministro que tenga que espabilarles. Conozco el mundo de los Museos y os puedo asegurar que no he visto una sola exposición que no la monten becarios o interinos
La primera temporada es de 1980, y si se conoce la época de Thatcher, es aún más divertida.
De todos modos, recalcar que el problema que tienen los políticos lo tiene también la empresa privada, las peñas gastronómicas y el Real Madrid con sus jugadores. Es un problema clásico.
(por cierto, apuntad tema de tesis: "El dilema principal-agente en el Madrid Galáctico: el Ser Supremo y la grasa de Ronaldo")
La serie es, efectivamente, excelente.
Por cierto, como parte afectada, me permito hacer un comentario amable: no son "ingenieros de obras públicas", sino "ingenieros de caminos" o bien, en terminología internacional, "ingenieros civiles".
Obras públicas se reserva para la carrera técnica. Es como llamar "aparejador" a un arquitecto o "contable" a un economista. Cada profesión con su dignidad, por supuesto, pero también con su nombre.
ingenieros técnicos de obras públicas
Me quedo con los dos últimos párrafos del post
Corregida la pifia ingenieril. Gracias por el comentario; siempre aprendiendo...
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