No hace demasiado hablaba de los problemas que estaba teniendo el partido republicano en Estados Unidos. Entre los varios casos pendientes y hogueras que tenían que apagar, el procesamiento de de Tom Delay era una de las bombas de relojería que mencionaba, aunque sin mostrarme demasiado convencido que el caso acabará llegando demasiado lejos.
Bueno, me equivoqué, como de costumbre. Uno de los socios de Tom Delay en su cruzada por convertir el partido republicano en una máquina electoral despiadada, Jack Abramoff, ha caído con todo el equipo. Abramoff es un lobbyist, un agente de relaciones públicas profesional que se dedica a recaudar fondos, hacer la pelota, pagar viajes y lamer botas a políticos a cambio de favores para sus clientes. El jefe informal de Abramoff, y el director de su orquesta de recaudar fondos y apretar a congresistas por votos, no es otro que Tom Delay, el líder de los republicanos en la cámara de representantes.
Pues bien, el señor Abramoff, bajo investigación despiadada del muy independiente y mortalmente tozudo cuando se pone en serio sistema judicial americano, ha decidido llegar a un acuerdo con el fiscal, comerse 30 años de cárcel, y cantar como un pajarito sobre sus socios y amiguetes. Es decir, sobre Tom Delay, que en vista que la mierda va a llover a cántaros en su barrio, ha renunciado definitivamente (eufemismo para "ha sido echado a gorrazos") al liderazgo de su partido en el congreso.
El escándalo ha pillado a los dos partidos, pero sobretodo al republicano, que por algo es el que tiene el poder. Aún peor, ha añadido otra espada de Damocles colgada sobre las cabezas de los gobernantes del país. Al caso Valerie Plame y la posible muerte política de Karl Rove si las cosas van a peor en ese frente, se le suma un escándalo que hace añicos la base más sólida de poder republicano, su fuerte y disciplinada mayoría en la cámara de representantes. Bush ahora tiene un problema serio, ya que se ha quedado sin la capacidad de pasar legislación en plan apisonadora en una de las dos cámaras del congreso, y se enfrenta al problema de tener varios senadores republicanos que empiezan a pensar más en la carrera a la Casa Blanca que en su partido.
¿Es para alegrarse? A ser sincero, no demasiado. Primero, porque tras un extensivo y patético uso del redibujado creativo de distritos electorales, un cambio de mayoría en las legislativas de noviembre sigue siendo espantósamente difícil. Segundo, porque aún con sus errores, me temo que es mejor tener un presidente capaz de pasar legislación que un inútil inoperante, y más con un país en guerra y con problemas económicos en el horizonte.
Veremos, sin embargo, si la coalición republicana resiste. Ahora mismo, hay tres facciones unidas por un sólo mantra (bajar impuestos), pero sin la mano de hierro y el talento recaudatorio (y corrompido) de Delay, no es tan fácil que sobrevivan. Conservadores religiosos, defensores del gobierno pequeño y la responsabilidad fiscal y neoconservadores amantes del déficit y la extinción del estado no combinan bien si no se las aprieta, y no está claro que sigan cooperando.
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