Una de las cantinelas que se escuchan más a menudo desde la izquerda es la falta de entusiasmo y la desconfianza de la población respecto la política y los políticos. A este desencanto se le achacan todos los males, desde las derrotas de los socialistas a que nuestros representantes pasen de todo. Siguiendo mi tradición de defender lo que todo el mundo critíca (democracia representativa, electoralismo...) hoy toca defender este pesimismo democrático.
La actitud necesaria ante la política es amar la democracia, pero desconfiar de nuestra democracia. O, dicho en otras palabras, entender que mal que nos pese la democracia es el menos malo de los sistemas, pero que nuestros políticos es posible que no lo sean.
La democracia es un sistema frágil, que requiere un cuidado constante desde la ciudadanía. Si los políticos no temen la desconfianza de sus ciudadanos, y su capacidad de echarles de cargo sin ceremonias en caso que hagan el cretino, entonces es cuando tenemos un problema. Cuando un país deja de vigilar sus políticos es cuando las cosas no funcionan. La democracia es un sistema esencialmente paranoico: los políticos deben temer la ira de sus electores, y los electores deben temer la irresponsabilidad de los políticos. Sólo cuando ambas partes se miran con desconfianza, los que mandan hacen lo que deben, o pierden el cargo cuando dejan de hacerlo.
A todo esto, las quejas sobre el exceso de intereses partidistas, los egoismos, la cortedad de miras, la falta de interés por el bienestar general, las discusiones estúpidas y los sectarismos son a veces bastante injustas. Bismarck decía que hay dos cosas que uno nunca debería ver como se fabrican, las salchichas y las leyes, y lo hacía por una buena razón. La democracia en el planeta tierra, en España y en todas partes, es un sistema de gobierno feo, desagradable de ver funcionar. Estamos hablando de decidir sobre valores, intereses y dinero, y un cambio legal favorece y perjudica a mucha gente. En una democracia, las discusiones son a viva voz, en un circo con público, y cuando todos esos egoismos afloran es inevitable que la cosa parezca una pelea de taberna.
No es el sistema más estético, y no se basa precisamente en un armonioso proceso de decisión. Se basa en la desconfianza de las partes, no en el consenso. Muchas veces no parece demasiado lógico. Siempre, siempre, siempre es mejorable. Pero dentro de lo que cabe, funciona. Y no parece que tengamos nada mejor a mano...
3 comentarios:
El problema viene cuando ése pesimismo democrático se convierte en la excusa que da lugar al pasotismo democrático, al "son todos iguales, ¿qué más da?", al "yo de política no entiendo, pero son todos el mismo perro con diferente collar", y todos los derivados que se te ocurran.
Personalmente, creo que el pesimismo democrático, como tú lo has definido, no es en sí perjudicial. El problema es el nivel de atención que la sociedad la presta a la clase política. Cuando más margen de maniobra les dejamos a los políticos (esto es: cuanto menos nos preocupamos por lo que hacen, cuanto menos nos interesamos en política), más margen tienen para cometer todos los dislates que se les ocurran.
Soy de la opinión de que a los políticos hay que atarlos en corto. Y para ello es tan necesario una ciudadanía concienciada como unos medios de comunicación críticos.
Saludos:
Jéssica.
Raki: lo de la participación electoral es conocido, pero no me estaba refiriendo a eso. :-). Por cierto, las políticas económicas son bastante más distintas de lo que dice el tópico.
Jessica: totalmente de acuerdo. Aún así, prefiero pasotas que no adoradores de líderes o patriotas compulsivos...
Hombre, visto así... Pues tienes razón.
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